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Durante el año pasado (2009), en
eventos internacionales, se ha
colocado sobre el tapete la realidad
de los sistemas de salud en
Occidente. Se habla de colapso tanto
como de desajustes estructurales y
se hace referencia a un modelo en
crisis de manera semejante en
diversas realidades. El tema no es
nuevo, pero una cosa es el discurso
y otra muy distinta el asumir que el
agua alcanza el cuello y promete
seguir subiendo…
Las modificaciones cursadas en los
sistemas sanitarios a partir de los
años ochenta, diseñaron modelos
orientados a la resolución de
problemas agudos y un amplio
abordaje de las urgencias.
Conceptualmente, podría decirse que
aquella visión “con sus grises”
estaba acorde a las necesidades de
entonces. Se estimaba que si bien
los avances de la ciencia serían
importantes en los siguientes veinte
años, no serían tan angulares como
finalmente lo fueron.
Los conocimientos aportados por la
investigación en dos décadas han
mejorado significativamente el
tratamiento de las enfermedades
crónicas, han avanzado en dirección
precisa para modificar el paisaje de
las otrora denominadas enfermedades
terminales, permitiendo un
crecimiento significativo en el
promedio de vida de la población
mundial, la que ha envejecido en
desmedro de su crecimiento.
Esta curiosa situación ha puesto de
manifiesto que los sistemas vigentes
son altamente ineficientes tanto
para los pacientes como para los
médicos y sus equipos. En esencia el
problema radica en que o bien no se
satisfacen las necesidades del
paciente, o no se lo hace en tiempo
y forma según la importancia de las
demandas, al tiempo que la población
profesional interviniente se ve
sometida a un estado de
hiperfragmentación que imposibilita,
entorpece o inhabilita un acceso
necesariamente multidisciplinario,
exigiendo esfuerzos extremos a los
actores involucrados los que
producen una presión equivalente que
no se traduce en resultados,
sencillamente porque se carece de
los escenarios propicios.
Lo antedicho está asociado a una
inadecuada correspondencia
presupuestaria que afecta a los
propios pacientes tanto como a los
servicios y actores.
El desajuste es definidamente causal
y parte de la discordancia entre
tecnologías y conocimientos
disponibles versus los presupuestos
estimados y ejecutables, los que en
el caso de los países con profundas
carencias (mayoría) enseñan una
marcada involución, tema no menor
que se vincula directamente al
sostenimiento de políticas con alto
grado de exclusión.
Así las cosas, el volumen de
personas sin acceso a una atención
prudente crece al tiempo que el
número de personas con acceso a
tratamientos sostenibles en el
tiempo, decrece notoriamente. A
veces se argumenta ausencia de
presupuesto y otras tantas el mismo
se expresa en papeles pero no se
traduce en hechos.
El contexto general por su parte
impulsa una investigación científica
que propone soluciones terapéuticas
que no encuentran eco en los ámbitos
políticos, los que aparecen como
incapaces de generar soluciones de
fondo promoviendo acciones que
permitan a los presupuestos ser
trasladados a un nivel de
coincidencia con los requerimientos
de los pacientes.
Como consecuencia, cada cual atiende
su juego sin entender ni tampoco
dimensionar el fondo de la cuestión
que plantea la coyuntura. Y cada día
que transcurre sin facilitar los
escenarios para el cambio, la
situación se impone más compleja
para sus actores. El derecho
universal a la salud pública pasa
entonces a ser una entelequia que
desborda hacia urgencias que de
arranque triplican el gasto social
específico.
Las enfermedades crónicas
representan aproximadamente el 70%
del gasto concentrándose en
aproximadamente un 20% de la
población y proyectan crecer hasta
alcanzar un 30% en los próximos diez
años. Desde luego, estas cifras son
globales y merecen ajustes
regionales, sin embargo promueven el
80% de las consultas en atención
primaria, generando el 85% de los
ingresos en los servicios de
Medicina Interna.
En un mundo gobernado por los
números, todo parece orientarse a
las estadísticas, sin embargo la
realidad de los accesos de las
sociedades humanas a la salud
pública amerita otros ángulos de
observación. El crecimiento de las
patologías respiratorias y
cardiológicas están indicando la
necesidad de un abordaje
multidisciplinario pero además
pluripatológico. Los actuales
modelos no están diseñados para
ello.
Hoy se habla de gastos
catastróficos, pero la experiencia
demuestra que el gasto catastrófico
se genera en aquello que en salud no
se resuelve atendiendo el sentido de
oportunidad, y cuando se analizan
los focos de las deficiencias se
halla que son muchos, distintos y
peligrosamente dañinos cuando no
reciben respuesta en tiempo y forma.
La dispersión de criterios y la
ausencia confluente del sentido de
oportunidad de la atención médica,
deriva en tratamientos que suelen
alargar la vida sin corresponderse
con la calidad de la misma,
produciendo pacientes que se
transforman en víctimas de su
enfermedad pero también en víctimas
de los tratamientos. En esta
condición de doble víctima, el gasto
se geometriza sin ofrecer
resultados, no al paciente, tampoco
al sistema. Traducido de manera
burda, la muerte del paciente
produce un efecto destructivo en el
sistema sin haber proporcionado
ningún beneficio cierto ni
considerable. Por ende la relación
costo-beneficio es negativa.
Sintetizando la visión, este modelo
es ineficiente por los siguientes
motivos:
1. No satisface las necesidades del
paciente.
2. Complica la relación
médico-paciente debido a su
fragmentación.
3. Complica la labor profesional
debido a su atomización.
4. Al no atender los problemas en
tiempo y forma genera agujeros
negros que consumen recursos por
todo aquello que no se hace cuando
era oportuno.
5. Los remiendos, antes que aportar
soluciones, contribuyen a aumentar
el gasto sin aportar mejoras en la
calidad de vida ni tampoco modificar
la fecha de muerte.
6. El individuo no es
autorresponsable por su salud.
7. El costo-beneficio focalizado
sobre evidencias circunstanciales se
transforma en una falacia que se
traduce en “pocos o ningún
resultado”.
8. Cada individuo excluido del
modelo, termina consumiendo el
recurso destinado a 3 personas
incluidas él.
A lo expuesto deben sumarse otras
variables de significativa
importancia. Por ejemplo, no aparece
como adecuado aumentar la masa de
retirados sino por el contrario
asegurar la participación de mayores
a los sesenta años en la escala
productiva por al menos diez años
más, quizás con otra normativa más
ajustada a los problemas que plantea
dicho rango de edades, pero
promoviendo la actividad.
El envejecimiento poblacional puede
ser tomado como un hecho positivo,
sin embargo obliga a reconsiderar
las variables que afectan la calidad
de vida en dichas etapas. Jubilar a
una persona potencialmente activa,
implica una condena temprana a un
futuro incierto aunque seguramente
de impacto negativo para la
administración de los recursos ya
que muchos traducen sus retiros
obligados en depresiones y otras
afecciones neurológicas graves (no
únicamente éstas). Léase, vivir más
años sí, pero en las condiciones
adecuadas. Hasta ahora nadie ha
evaluado cuántos recursos demanda el
condenar a las personas mayores a
verse excluidas de la actividad que
supieron sostener a lo largo de sus
vidas, al tiempo que las
concepciones políticas definen como
significativo el gasto que genera la
masa de los jubilados. Ambas
acepciones son ciertas pero
confluyen en una paradoja que no
aporta nada útil a las partes.
Tras bambalinas (y por delante
también) todos saben que la salud
pública está infra-financiada.
Lamentablemente siempre se encara la
racionalización a través de los
recortes presupuestarios. Ello
contribuye a agravar el problema.
Traducido una vez más, los miembros
del equipo de salud se ven mal
retribuidos, hallándose sometidos a
una presión desbordante que los
dispersa en vez de aglutinarlos y
formarlos y orientarlos hacia un fin
estructural común, pero además los
pacientes tampoco acceden a la
solución de sus problemas, deambulan
sin encontrar respuestas.
En este contexto, el número de
excluidos del sistema es cada vez
mayor. Ello es evidencia que el
modelo así diseñado ha fracasado y
se torna por ende, insostenible. Con
este horizonte, en los países en
vías de desarrollo, la salud pública
tiene sus días contados… pero además
los servicios privados de salud,
también. ¿A quién le sirve?
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