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El mal llamado sistema de salud de la Argentina arrastra
desde su particular origen y formulación deficiencias en
el diseño que no se han podido debatir y profundizar en
un debate donde el eje sobre el cual construir un
sistema debería ser la definición de qué tipo de bien es
la salud para esta sociedad, quién y qué debe recibir y
cómo se va a financiar.
Los problemas son eficiencia, equidad y calidad del
sistema. El hecho de no contar con indicadores comunes,
que permitan comparar la diversidad del sistema,
condiciona notablemente los resultados de las
conclusiones de los estudios que se realizan. Los mismos
siempre estarán referidos a uno u otro sector, que mide
las cosas de acuerdo con su criterio particular y en
consecuencia se elude la comparación que tan útil
resulta en el proceso de aprendizaje una organización
compleja y con resultados inciertos como es salud.
El Prof. Alan Maynard de la Universidad de York
(Inglaterra) decía en 1980 que “la contribución más
importante que los economistas pueden aportar análisis
de la sanidad es demostrar que muchos sistemas
sanitarios no son eficientes ni igualitarios, por lo
que, si se quiere rectificar estos defectos, es esencial
una mayor evaluación y deben introducirse mejores
incentivos para que los proveedores actúen
eficientemente”.
Este aporte sin dudas importante pero es posterior a la
definición político social de las bases de un sistema.
Esta no es una postura que implica que no se puede hacer
nada mientras tanto, pero el problema de fondo: 50% de
la población no tiene cobertura de salud o que se agotó
un esquema de financiamiento basado en el trabajo y es
necesario abrir esa discusión que requiere un compromiso
de los gobiernos para poner en la agenda el tema. Lo
hizo Brasil desde la reforma constitucional de 1988,
Chile con el Presidente Lagos y lo está llevando
adelante Uruguay ordenando su sistema de salud.
La fragmentación y sus problemas de sustentabilidad
financiera, de falta de continuidad de la atención de
los pacientes, dobles coberturas y malgasto, falta de
integración de los niveles de atención se suma a la
histórica ausencia y debilidad del Estado para gobernar
y regular el sector.
La fragmentación es cara porque genera altos costos de
transacción de coordinación y motivación. Según el
informe de la OMS (2006) la Argentina tiene un gasto
total en salud de 1.274 dólares per cápita y convive con
18 por mil de (mortalidad en el 5to año), Chile: 720
dólares per cápita y solo 8 por mil de mortalidad en el
5to año, Brasil: 519 dólares y 34 por mil, Colombia 570
dólares per cápita y 21 por mil de mortalidad.
El modelo de financiación del sistema está agotado. Esta
fuertemente vinculado a los aportes y contribuciones de
los trabajadores activos y de las empresas que no sólo
financian la cobertura obligatoria (obras sociales) sino
además al Instituto Nacional de Servicios Sociales para
Jubilados y Pensionados, las empresas más preocupadas
por la salud de los trabajadores contratan planes de
salud privados y por último el trabajador debe pagar de
su bolsillo para determinadas prestaciones parcialmente
cubiertas.
El trabajo ya no es el componente integrador de la
sociedad como lo fue después de la posguerra cuando se
convivía con tasas de pleno empleo. Hoy incluso las
economías de los países desarrollados conviven con tasas
de desempleo fruto de la dinámica de la nueva economía,
y los países en desarrollo suman al impacto de la
globalización, los problemas de la economía en negro, de
financiamiento y distribución de los recursos estatales,
etc. El sistema requiere discutir nuevo esquema de
financiamiento más eficiente y equitativo que el actual.
Además, la dinámica del crecimiento del gasto en salud
es mayor que los ingresos, y los sistemas tienen que
buscar inexorablemente mecanismos de racionamiento que
en algunos casos aumentan la inequidad.
La democracia en la Argentina ha permitido que los
deciles de ingresos medios conserven su ingreso y no lo
pierdan como le ha sucedido a los cinco primeros deciles
(los más pobres) durante los últimos 30 años. Los temas
y proyectos discutidos y aplicados durante la democracia
han beneficiado fundamentalmente a los sectores altos y
medios: programa médico obligatorio, ley de obesidad,
subsidios para servicios públicos, disminución del
impuesto a las ganancias, etc.
Si los sectores pobres no tienen cobertura, porque no
existe un esquema de atención primaria y hospitales que
funcionen, y tampoco existe para ellos el programa
médico obligatorio para qué se siguen aprobando
proyectos para “asegurar prestaciones” si seguimos con
un alto porcentaje de la población que no accede al
mínimo.
La reforma constitucional de 1994 no abordó el tema de
la salud, sin embargo incorporó el inciso 22 del
artículo 75 estableciendo que “Los tratados y
concordatos tienen jerarquía superior a las leyes”. Muy
importante para algunos aspectos que sí están
legislados, pero qué sucede cuando el país no tiene
definiciones claras al respecto. Termina teniendo que
financiar un “estado de bienestar deseable” discutido en
forma teórica y lejos de la realidad donde se debe
aplicar.
Este camino constitucional por el cual se optó abrió una
puerta para escapar de la escasez y fomentar el reclamo
“individual” de algunos sectores de la población
argentina, que tienen posibilidad de llegar a la
justicia, presentar un amparo y esperar a que se
resuelva que una organización social y en algunos casos
el Estado responda por ese pedido, que puede o no estar
en consonancia con la racionalidad que debería tener.
Se financian entonces equinoterapia, nadar con los
delfines, patinaje, y solo para hablar de lo más
discutible porque también hay médicos que prescriben que
determinadas cirugías sólo se pueden hacer con tal o
cual prestador o que el medicamento que se entrega debe
ser de una marca determinada o incluso medicamentos que
no están autorizados su venta en el país.
En muchos casos la indefinición lleva a cubrir
prestaciones que no se darían en un país desarrollado
con más recursos que el nuestro, pero con un criterio de
equidad claramente definido para lograr una asignación
de recursos escasos.
La indefinición y la ausencia de un debate sobre cuáles
son las prioridades, qué podemos y debemos financiar de
tal manera de establecer criterios de asignación del
gasto más compatible con las necesidades sanitarias de
la población.
Finalmente como remate de todo lo dicho me viene a la
mente la siguiente frase “Si no se mide lo que se hace,
no se puede controlar y si no se puede controlar, no se
puede dirigir y en consecuencia no se puede mejorar”.
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