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Los sistemas de salud se encuentran
siempre en permanente proceso de
reforma, dado que su dinámica es
intensiva y con requerimientos
adaptativos permanentes, para dar
respuesta a crecientes necesidades
en salud, en un mercado distorsivo y
en condiciones sociales, demandas e
innovaciones tecnológicas, que les
imponen nuevos y crecientes
desafíos.
A lo largo de los últimos 25 años
-sin desconocer lo efectuado en
períodos anteriores- las reformas de
nuestro sistema sanitario fueron
compulsiva y necesariamente
implementadas, eso sin consentir que
las mismas fueron las adecuadas.
Los criterios del “utilitarismo” y
del “igualitarismo” se confunden a
lo largo de nuestra historia, pero
existe en general consenso en que el
bien salud es un “bien meritorio”,
que debe ser tutelado por el Estado.
La protección de la salud se
convierte así en una responsabilidad
indelegable del Estado que debe
cumplimentarse de tal forma de
alcanzar universalidad en la
cobertura.
Pero cuando hablamos de nuestro país
decimos que se trata de un sistema
de salud mixto, en el que conviven
sin articulación alguna las Obras
Sociales, los seguros privados (o
prepagas) y el sistema
público-estatal (este
descentralizado en las provincias).
La atomización del sistema y las
profundas inequidades que produce la
fragmentación y segmentación
(incluso en los mismos subsistemas,
aún teniendo normas regulatorias que
abarcan a todos) es la razón
sanitaria y social que ameritan las
reformas más allá de los discursos
de coyuntura.
Durante los años posteriores a
nuestra gran crisis, se perdió una
gran oportunidad (recuerdo haber
dicho que crisis ofrecía una
oportunidad), y más aún después del
2003 porque aún teniendo la suma
esperanzadora del poder político y
un crecimiento económico -según se
comunicó con entusiasmo- “a tasas
chinas”, el sistema de salud no tuvo
modificaciones importantes (salvo
algunos planes y programas
mediatizados), que corrigieran sus
profundas distorsiones: no hubo
interés político porque la lucha de
intereses hubiera sido importante y
las demandas de la población son
limitadas en un tema que conoce poco
y del que sólo aspira a la atención
de sus enfermedades
A pesar de ello, no existe
prácticamente acto político en el
que no se recurra al latiguillo de
“la salud” como objetivo, para que
después la promesa quede en el
olvido.
Existen razones económicas además
-sobre las que no me voy a extender
ahora- que hacen imprescindible las
reformas en profundidad a las que me
refiero, ya que además de
inequitativos desde lo sanitario, de
lo financiero (casi el 45% de los
recursos en salud, proviene del
bolsillo de los ciudadanos), y en
los resultados, también somos
ineficientes en el gasto.
He analizado -sin ser el único- la
importancia del tema y vislumbro
escasas soluciones, fundamentalmente
porque “existen muchas cajas” y
nadie quiere perder el control de la
suya. Ello permite que cada uno de
los subsistemas camine por su propio
lado y en nuestro país “muchos hacen
de cuenta que otorgan las
prestaciones y otros hacen de cuenta
que las pagan”.
Los recursos -inequitativos por su
proveniencia e ineficientes en su
destino- quedan en el medio y llegan
de esta forma poco y mal a la gente.
En el ámbito político, casi de
manera permanente la Nación tuvo una
vocación centralizadora, expresada
de manera contradictoria como
respeto al federalismo a través de
discursos y normas, pero manteniendo
un importante centralismo mediante
una distribución discrecional de los
recursos financieros.
Más aun hoy, las provincias -muchas
ahogadas en importantes déficit
financieros- deberán mendigar para
sostenerse al poder central sin
permitirse erogaciones que puedan
hacer peligrar su equilibrio fiscal.
En cuanto a los procesos de
integración, que podrían ser
posibles -para evitar la
fragmentación y segmentación del
sistema- mediante un “Seguro de
Salud Nacional” (a pesar de estar
previsto) no pienso que la Nación
pueda, ni quiera, ni sepa llevarlo
adelante: seguramente priorizará
evitar este tema de alta
conflictividad.
Sin embargo el diseño de los seguros
públicos de salud con base en las
provincias es un proyecto posible,
que además resulta no sólo
imprescindible sino también
necesario, porque son los
gobernadores los responsables
primarios de la salud de “todos” los
habitantes de sus respectivas
provincias, más allá que su
cobertura financiera esté dada por
una obra social u otro ente
financiador, por lo que no pueden
desentenderse de lo que a “su gente”
le suceda.
Es en las provincias en donde debe
crearse una caja de aseguramiento
que incluya la totalidad de los
habitantes con domicilio real en
cada una de ellas, con posibilidades
de adecuar una canasta básica de
prestaciones y la contratación de
prestadores tanto públicos como
privados que brinden servicios para
los que estén suficientemente
acreditados, según los demande la
población.
Otros temas -que deben ser
contemplados- son de largo
desarrollo y corresponden a otro
trabajo.
El desarrollo de un seguro de salud
provincial no es equivalente a que
el mismo sea administrado por la
provincia, pero sí a que sea
regulado por ella: en su calidad,
oportunidad y gestión de procesos
desde el punto de vista sanitario
(qué, cómo, cuándo y a quién debe
hacerse cada cosa, incluyendo la
evaluación tecnológica aplicada) y
además desde el punto de vista
económico (se trata de una cuestión
ética que incluye los medios para
alcanzar fines de impacto social).
Ni excluye a los seguros privados de
salud que pueden adicionar servicios
a quienes así lo deseen y tengan los
recursos propios para afrontar el
gasto.
Los prestadores públicos y privados
deben funcionar en competencia, para
la mejora de la calidad y eficiencia
de los servicios de ambos
(lamentablemente y en forma
progresiva alicaídos en nuestro
país), con enormes distorsiones en
la calidad y en la distribución de
los recursos humanos y tecnológicos.
Pero el tema no es sólo cuestión de
diseño, sino a su vez político ya
que cada uno buscará -ante una nueva
realidad- tratar de acomodarse para
no perder su porción en el reparto.
Al gobierno nacional le cabría
apoyar este desarrollo y luego
permitir la integración entre las 24
jurisdicciones para orientar un
seguro nacional (lo que parece mucho
más coherente que sostener las más
de 800 instituciones que “aseguran”
hoy la salud de los argentinos),
aunque por otra parte le costará
mucho soportar proyectos
provinciales que interpretará
“independentistas” (sino
desestabilizadores).
Y lo mismo ocurrirá con las Obras
Sociales (en especial las nacionales
y el Pami), cuya parte en el reparto
no es menor (aunque les asegure una
adecuada previsión del gasto y las
desentienda de la contratación de
los prestadores y los conflictos que
de ello devienen).
Los prestadores tanto públicos como
privados -mediante sus
organizaciones corporativas o
sindicales- son otro frente
conflictivo: unos pensarán que se le
pone límite a su voracidad, aunque
ello realmente ocurra con los
“barones de la salud”, conocidos
como gerenciadores y contratantes,
que negocian en los “huecos negros”
de la salud, quedándose con la
diferencia entre lo que reciben
(todo lo que pueden) y lo que pagan
(lo menos posible) y aquellos que
desde la seguridad que les brinda el
Estado, asomarán con pancartas: “en
contra de la privatización de la
salud!”
Por lo que revitalizar el proyecto
de los seguros de salud provinciales
parece un imposible - aunque no lo
creo así- y porque sé las
dificultades que tiene este camino,
para superar las incongruencias de
nuestro sistema de salud y las
enormes inequidades y carencias que
sufren muchos de nuestros
conciudadanos, es que me pregunto:
¿Cuántos de los gobernadores y
ministros de salud de la provincias
estarán dispuestos a convencerse y a
luchar para llevar adelante un
proyecto superador a pesar de los
inconvenientes que el mismo supone?
Algunos han avanzado un poco,… otros
lo han hecho más,… en todos los
casos las ambiciones personales de
los diferentes actores, han colocado
hasta la idea en stand-by, o incluso
han abortado algunos intentos y
desarrollos que resultaban valiosos.
Adam Smith considerado el fundador
de la economía moderna nos decía:
“…uno, sin saberlo, y buscando su
beneficio personal en una posición
egoísta, seguramente logra el de
muchos otros al generar riqueza que
de una u otra forma los alcanza,..”
. Pero esto no sucede en el sistema
de salud en donde -tanto entre los
actores como entre la población-
algunos obtienen reales beneficios
(en especial económicos) a costa de
otros que sólo, tienen carencias (en
especial sanitarias).
Las provincias tienen una enorme
alternativa para corregir en gran
parte las distorsiones y dependencia
que genera el centralismo nacional
-que a su vez las mantiene en
dependencia política- como a su vez
podrían mejorar las condiciones de
salud de sus poblaciones,.. todo
será cuestión de ver cuánto son
capaces cada una de negociar y
hacer.
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