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Quien piensa lo más hondoAma lo más vivo
Federico Hölderlin
Quisiera comenzar con el recuerdo de una anécdota
ambientada en Argelia: -Hijo mío –decía un cura,
admirando el jardín de un argelino, situado en pleno
desierto
-¡Cómo le ha premiado la Providencia!-
-¡Padre! –respondió el argelino- Felizmente usted no
conoció el jardín cuando sólo la Providencia lo
cuidaba-.
Esta pequeña historia nos demuestra la importancia de
abordar los fenómenos con racionalidad y profundidad,
dejando de lado los aspectos “providenciales” de las
situaciones. Es la inteligencia la que detecta, en
primera instancia, cuál es el contexto propicio para su
expansión y desarrollo, y no un atributo inasible y
ajeno a los humanos. Y es con inteligencia que debemos
superar los males de nuestro país, en particular dentro
del campo sanitario.
Por otro lado, comprender la realidad es una tarea
crucial para cualquier política verdaderamente
transformadora. Y dicha comprensión será plena de
sentido sobre la base del sinceramiento. De nada sirve
esconder debajo de cerrojos informativos los datos clave
de la realidad sanitaria del país, si lo que pretende es
modificar con profundidad este presente. Por lo tanto,
sincerar la realidad es tarea prioritaria. Cueste lo que
cueste.
Y en esa tarea, debemos replantear la relación entre
universidad, sector público y empresas. Esas tres
esferas, hoy por hoy desconectadas, deben interactuar
para el beneficio del país. En primer término,
recordemos que, en la Argentina, el porcentaje de
graduados universitarios no es sólo inferior al de los
países desarrollados, como Finlandia y Australia, sino
también es menor que en naciones como Panamá, Brasil o
México.
En ese sentido, uno de los males que ha sufrido el país
ha sido la pérdida de capacitados científicos, que
buscaron otros destinos, con la consiguiente pérdida de
capital intelectual para la Argentina. Esta situación
hace referencia a la llamada “fuga de cerebros”, que se
asemeja a la idea de “exportación de sustancia gris”,
aunque en realidad, lo más apropiado es hablar de un
verdadero “éxodo de inteligencia”. No estamos hablando
de un mercado “transparente”, exento de fuerzas
discrecionales que alteran la distribución del
conocimiento, ni de una instancia que tenga escaparates
en donde se muestran conocimiento y tecnología como si
fueran productos, y los sagaces buscan importación.
Pero, en lo concreto, la Argentina se descapitalizó
intelectualmente, con el consiguiente retraso en su
desarrollo.
Hoy, como siempre, el desafío por el progreso de un país
se da en el campo de la ciencia, la tecnología y las
distintas cadenas agroganaderas e industriales. Por lo
tanto, una sana interacción entre el campo
universitario, el sector empresarial y el Estado es
decisiva para impulsar el desarrollo socioproductivo del
país. De lo que se trata no es en sí de incrementar la
matrícula universitaria, sino de favorecer la
convergencia entre universidad, empresas e investigación
pública y privada. El objetivo tiene que ser confluir en
una política articulada que estimule el desarrollo
productivo, la innovación y la investigación.
Para construir una nación de ciudadanos dignos,
necesitamos, en paralelo, edificar una verdadera
“sociedad del conocimiento”. Con ese horizonte como
guía, y a través del incremento del capital humano del
país, podremos dejar atrás el subdesarrollo en distintos
órdenes. ¿Cómo desperdiciar la sinergia entre sector
público, privado y universidades, para, enfocándonos en
el campo de la salud, mejorar la capacitación de
médicos, enfermeros y auxiliares? ¿Cómo descartar
interacciones político-económico-financieras, que
favorezcan las investigaciones aplicadas para combatir
enfermedades? ¿Por qué no proponer vínculos fecundos
entre el sector público y el privado, dentro de marcos
establecidos por el Estado, y construir así un sistema
federal integrado de salud?
La situación de crisis que motivó el cambio en nuestra
configuración social (2000-2001), hace imprescindible
generar un vuelco en nuestra situación, y realizar el
cambio que la necesidad impone. Más allá de que
registremos un “efecto ocaso”, que se hace patente en
muchos aspectos de nuestra realidad que están caducos,
estamos ante una gran oportunidad para la toma de
conciencia del punto de encrucijada al que hemos
arribado.
La asimetría en el conocimiento, de la que estamos
hablando, puede reflejarse en la siguiente situación: la
Argentina, país que basa su economía en el sector
agroganadero, reconoce en sus universidades públicas que
sólo el 2,5 % de sus graduados corresponde a actividades
vinculadas con el suelo. Esta brecha se agudiza si vemos
los datos de las universidades privadas, en donde en
este rubro hay menos de 1 graduado cada 100.
Este presente tiene sus orígenes en la combinación de
los modelos económicos llevados adelante por los
ministros Adalbert Krieger Vasena y José Alfredo
Martínez de Hoz, que, respectivamente, descapitalizaron
y desindustrializaron el país. A lo que se adicionó el
deterioro universitario. Esta combinación fatal degradó
los recursos del país, en particular el prioritario: el
potencial vital, necesario para el desarrollo de una
nación, que busque darles una vida digna, con justicia y
equidad, a todos sus habitantes.
Esta encrucijada nos lleva a tener que decidir qué
escenarios a forjar. Y para eso, se necesita una
planificación estratégica, que se elabora con un capital
también estratégico: los recursos humanos, con el bagaje
cualitativo y la convicción, compromiso y coraje
necesarios para imponer el rumbo deseado. Estos
escenarios no son proyecciones, pronósticos, ni
predicciones, sino elaboraciones, tramas, tejidos,
encadenamientos de eventos en los que se despliegan
potencialidades para alcanzar la categoría de realidad.
Son el soporte de pensamientos que se entrecruzan y se
concretan.
Hablemos de la idea de “conocimiento”. No tenemos dudas
de que estamos inmersos en “sociedades del
conocimiento”, y de ellas será el futuro. Este tipo de
configuraciones sociales se basan en economías de un
perfil particular, que combinan “economías” más
“conocimiento”, que tienen que tener un “affectus
societatis” mutuo.
Son prerrequisitos de estas sociedades: el desarrollo
regional, que incluye recursos particulares,
conocimientos, e innovación, que redundan en más
oportunidades y en establecer un camino crítico hacia el
progreso; una combinación de enseñanza, investigación y
producción de servicios; y un marco político, regulado
con márgenes de expansión eficiente y espíritu
emprendedor.
De lo que se trata, si hablamos de crear una “economía
del conocimiento” que sea la base de una sociedad nueva,
es de rechazar una visión mercantilista de la ciencia.
Esta última solamente busca nichos de rédito financiero,
mientras que la economía y la sociedad que deseamos es,
en cambio, el soporte sustentable de valores de la
dignidad humana. Esta nueva configuración social nos
hace retornar a los principios liminares de:
-
Libertad (conciencia de su necesidad)
-
Igualdad (de oportunidades)
-
Fraternidad (solidaridad y equidad)
Las
herramientas para planificar estos escenarios deben
apoyarse en la articulación de instituciones académicas
y el sector productivo privado. Hay que superar el
cortoplacismo especulativo que en general responde a
ambiciones individuales y comprometerse en forma
mancomunada en un proyecto intergeneracional donde
enseñar y aprender y viceversa, aprender y enseñar,
tenga un solo verbo: vivir (y no sobrevivir). El sendero
nos convoca en forma permanente a superar obstáculos y
desarrollar aptitudes. Quienes padecen las deficiencias
logísticas y organizacionales de los hospitales, los
investigadores científicos que carecen de recursos
económicos y tantas otras personas más, aguardan que se
produzca la convergencia entre los sectores decisivos
para la vida del país, para salir de la lógica del
“parche perpetuo” y planificar un escenario de verdadera
justicia social.
Ignacio Katz. Doctor en Medicina (UBA)
Autor de: “En búsqueda de la Salud Perdida” (EDULP,
2006). “Argentina Hospital, El rostro oscuro de la
salud” (Edhasa, 2004). “La Fórmula Sanitaria” (Eudeba,
2003) |
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