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Los argentinos tenemos muchas tareas pendientes. Una de
ellas, implica un desafío impostergable: la conformación
de un sistema de salud. Desafío complejo, si los hay, ya
que el presente sanitario argentino amerita a futuro,
reajustar sus estrategias, su estructura y su cultura. Y
esas modificaciones deben suceder tanto en el plano del
accionar médico como en el de la asignación de recursos.
¿O es que pretendemos mantener el esquema actual de
atención de la salud? ¿O que nuestra configuración
sanitaria es equitativa, eficiente y efectiva?
Hay importantes sectores de la población que padecen los
efectos de la distribución desigual de la riqueza. Y son
esos mismos sectores que, justamente por su ubicación en
la escala social, tienen más cantidad de necesidades
insatisfechas. Sin embargo, los recursos utilizados para
paliar sus desventajas no crecen como deberían.
La desigualdad social en el plano de la salud comienza
ya con el escaso relevamiento de las necesidades de la
población de menores recursos, y de la evaluación de las
demandas a los sistemas de producción de servicios. Las
distorsiones continúan luego en cuanto a internaciones,
tratamiento, rehabilitación y demás áreas. Por lo tanto,
la eficiencia en la gestión y en la reasignación de los
recursos son piezas decisivas para comenzar a revertir
décadas de atraso.
Pero mal podemos pensar en volver más eficiente el uso
de los recursos existentes, sin una planificación
estratégica que los oriente, sin una estructura armónica
que vertebre las distintas partes del sistema, y sin un
cambio cultural. Si analizamos los porcentajes
presupuestarios dedicados a la prevención, la educación
sanitaria, la curación y la rehabilitación, comprendemos
por qué nos encontramos ante una ausencia de estrategia
que lleva a destinar más dinero a curar enfermos, que a
prevenir los males y a educar a la población.
En cuanto a la falta de una estructura armónica, la
evidenciamos en la no correspondencia entre la atención
primaria, las distintas instituciones de internación
según niveles de complejidad, la ausencia de centros
socio-sanitarios para asistencia prolongada, y la
inexistencia de centros de emergencia de acuerdo con la
distribución territorial y biodiversidad de la
población, con los grados de vulnerabilidad que esta
caracterización representa. Del mismo modo, observamos
una carencia en la regulación del flujo de pacientes en
los distintos niveles, y fallas logísticas entre los
diversos componentes de la configuración sanitaria
nacional. Donde debe imperar el conocimiento, se deja la
interacción librada a la espontaneidad.
Culturalmente en tanto, tienden a detectarse
comportamientos que siguen una lógica de renta, más que
de producción de servicios. En esta dimensión cultural
encontramos también a usuarios con demandas aguijoneadas
por medios de comunicación, y a médicos, con prácticas
que van desde lo estéril hasta lo perjudicial, como
también ordenar estudios complementarios superfluos, e
indicar medicamentos innecesarios.
A estas pautas sobre la planificación estratégica, a la
necesidad de una estructura y de un nuevo marco
cultural, debemos agregar la imperiosa necesidad en
desarrollar una red tecnológico-informática, clave para
el control de un sistema complejo como el sanitario.
Para conocer la atención médica, comprender y justificar
los recursos científicos, técnicos y económicos que se
necesitan en un nuevo marco, es imprescindible contar
con una herramienta informática que integre todos los
datos que produce el campo sanitario.
Claro que para controlar la información, también debe el
paciente asumir un rol activo. En ese sentido, es
importante establecer la entrega de la llamada “factura
sombra”, en la que se detalle toda la información del
servicio médico que se brinde. Esos datos permiten
focalizar los gastos, transparentar los costos y
comprometer al prestador con la puesta en marcha de un
mecanismo informativo idóneo, como así también evaluar
el grado de satisfacción de los usuarios.
¿Con qué nos encontramos, si “auscultamos” el modelo de
atención en salud del país? Por un lado, tenemos un
aspecto recaudatorio, conformado por rentas generales,
contribuciones laborales y patronales, pago de cuotas y
otros mecanismos de financiamiento, alejados de toda
equidad.
Encontramos también una apuesta a la alta tecnología,
sin que exista correlación evidente con el beneficio de
sus resultados, ya que de éstos no hay registro
sistemático. Esa obsesión por el último avance
tecnológico, además, encarece las prestaciones. El uso
acrítico de la tecnología devalúa cada vez más la
observación detallada y la reflexión clínica, actitud
básica en la búsqueda de la evidencia científica,
desvirtuando la esencia de la tarea médica. No debemos
confundir racionalidad y reflexión con aplicación de
tecnología.
Un aspecto trascendente detectado: prácticas de alto
costo humano y en dinero, cuestionables desde un
respaldo científico. ¿Ejemplos? Cesáreas,
histerectomías, apendicectomías y otros tipos de
prácticas, que se fomentan permanentemente. Tenemos
además ausencia de prácticas preventivas, que generan un
posterior aumento de los costos. Un caso paradigmático
es la falta de diagnóstico precoz del cáncer de cuello
uterino.
Otro tema no menor a subrayar es el de los subsidios
encubiertos como la cobertura de descuentos en
medicamentos, en la que no existe intervención sobre las
líneas de investigación y producción de la industria
farmacéutica, para direccionarla hacia necesidades
emergentes, como por ejemplo, la enfermedad de Chagas.
Al mismo tiempo cabe señalar la falta de cobertura, en
una proporción adecuada, sobre las patologías
odontológicas.
Encontramos, además, falta de continuidad y monitoreo en
los programas de atención. Y, finalmente, registramos
dificultades en transformar las acciones llevadas a cabo
durante la coyuntura, sin su correcto correlato dentro
de un plan maestro de transformación de la condición
sanitaria.
Un problema nodal, repetimos, es la falta de correlación
entre la asignación de recursos y la eficiencia derivada
de la gestión. Esta última obligaría a elaborar pautas
de competencia y complementariedad como las que
promueven los presupuestos por resultados. Tenemos ese
nudo. Y además, un drama que mencionamos: el del
creciente gasto en tecnología no necesaria, una
particularidad más del consumismo, producto del mercadeo
médico.
Ante esa encrucijada, volvemos al desafío: lograr la
equidad también en la recaudación, lo que implica la
responsabilidad empresaria en general. Y que esa equidad
se traduzca no sólo en alivio a quien padece los
riesgos, sino también en una justa carga para quien
provoca la vulnerabilidad.
Un ejemplo concreto para clarificar lo que proponemos:
habiéndose detectado lluvias ácidas en Noruega y
Dinamarca, y tras comprobar que éstas provenían de
Inglaterra, es este país quien se hace responsable de
los daños y perjuicios que ese tipo de precipitaciones
había generado. Utilizando esta experiencia, podrían
aplicarse similares criterios sobre aquellos sectores
empresariales que, por el uso de determinados recursos,
son responsables directos de malformaciones congénitas y
patologías variadas. De más está decir que una política
semejante implicaría analizar los comportamientos éticos
de quienes provocan esas situaciones, de quienes
deberían controlarlas o eliminarlas, y de quienes las
ocultan.
Si ese desafío puede desarrollarse con éxito, podremos
aspirar a tener como meta un acceso a un sistema
sanitario oportuno, adecuado, equitativo, sostenible,
bajo el concepto de justicia y dignidad humana.
Ignacio Katz. Doctor en Medicina (UBA)
Autor de: “En búsqueda de la Salud Perdida” (EDULP,
2006). “Argentina Hospital, El rostro oscuro de la
salud” (Edhasa, 2004). “La Fórmula Sanitaria” (Eudeba,
2003) |
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