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En un evento reciente que inauguró
un espacio para el debate sectorial,
el profesor George B. Moseley de la
Facultad de Salud Pública de la
Universidad de Harvard, nos
instigaba a que los argentinos
demostráramos con cifras por qué
necesitamos reformar nuestro sistema
de salud
(1). La
provocación es relevante e incluso
algo humillante porque evidencia la
precariedad de nuestros sistemas de
información. Sin embargo, no todo se
ha destruido y podemos aportar
algunas evidencias respecto a que
tenemos problemas sistémicos. Aquí
van algunas:
1. Aunque la Mortalidad infantil
está en baja, las brechas entre las
provincias se mantienen. En el año
2003, la Tasa nacional de Mortalidad
Infantil había sido del 16,5 por mil
y en el 2009 llegó al 12,1 por mil.
Sin embargo, las diferencias entre
las provincias que detentan los
mejores y peores resultados no se
han reducido. Hace una década (en
1998) la provincia de Chaco
detentaba una Tasa de Mortalidad
Infantil (TMI) del 22,9 cada mil
nacidos vivos, mientras que Tierra
del Fuego registraba 11,9, esto es
una brecha del orden del 63%. En el
último reporte (2009) la provincia
de Formosa presenta una TMI de 22,9
por mil nacidos vivos, mientras que
en la ciudad Autónoma de Buenos
Aires se redujo a 8,4.(2).
2. Un 34,1% de los menores de 2 años
y 30,5% de las mujeres embarazadas,
tienen anemia por déficit de hierro.
Según lo registra la Encuesta
Nacional de Nutrición y Salud (ENNyS),
realizada en los años 2004 y 2005,
con representatividad nacional,
regional y provincial.
3. Sólo un 38,5% de las mujeres
realizaron el primer control del
embarazo durante el primer trimestre
de gestación en el año 2007. Según
datos del Sistema Informático
Perinatal (SIP), sobre un total de
156.761 partos registrados en el
sistema en el año 2007. Esto, entre
otros factores, explica el porqué la
Tasa de Mortalidad Materna se
mantuvo elevada, con oscilaciones
anuales entre 4 y 4,8 por diez mil
nacidos vivos en el período
2004-2007.
4. La mortalidad muestra diferencias
importantes cuando se la analiza por
provincia. Para 2008, la tasa de
mortalidad ajustada por edad es de
5.75 por 1.000 habitantes para la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires
(6.45 para hombres y 5.30 para
mujeres), mientras que para Chaco
alcanza el 8.65 (9.29 para hombres y
7.88 para mujeres)(3).
5. Ricos y pobres mueren por
diferentes causas. Los perfiles de
mortalidad varían entre los estratos
de pobreza de las provincias. En los
estratos de menor privación (I y II)
prevalecen las enfermedades
cardiovasculares, los tumores y las
enfermedades respiratorias como
principales causas de muerte,
mientras que en los de mayor
privación (III y IV) priman otras
causas, las mal definidas y las
lesiones.
6. El gasto total en salud es el más
alto de la región aunque los
resultados obtenidos no lo son.
Según el Banco Mundial, los
argentinos destinamos a la salud
unos u$s 658. Este valor nos sitúa
apenas por encima de Uruguay (u$s
653), casi duplica a Chile (u$s 336)
y a Costa Rica (u$s 273). Pero estos
tres países presentan mejores
resultados de salud medidos a través
de indicadores como la esperanza de
vida al nacer y la Tasa de
Mortalidad Infantil.
7. El gasto público en salud per
cápita varía mucho entre las
provincias. Las provincias que
cuentan con más recursos como Tierra
del Fuego y Santa Cruz, gastan nueve
veces más que la que detenta menos
recursos (Misiones) y 6,4 veces más
que la Provincia de Buenos Aires(4),
donde está el 40% de la población
argentina sin cobertura de seguros
de salud. Esto evidencia una gran
inequidad en la financiación.
8. Los médicos están altamente
concentrados. Mientras en Ciudad
Autónoma de Buenos Aires hay un
médico cada cien habitantes (o
1.011,7 médicos cada cien mil
habitantes), en la provincia de
Formosa la razón llega a un médico
cada 740 (o 135,1 médicos cada cien
mil habitantes).
9. La infraestructura está
distribuida de forma irracional. En
la Ciudad Autónoma de Buenos Aires,
por ejemplo, hay prácticamente un
Centro de Atención Primaria de la
Salud por cada 83 camas
hospitalarias públicas.
10. El acceso a la cobertura de
empresas de medicina prepaga está
muy restringido a personas de
ingresos medios y altos y se
concentra en la Capital Federal,
Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y
Mendoza.
Los datos anteriores dan cuenta de
inequidades en los resultados de
salud, en la estructura y en los
procesos, así como de ineficacias en
los procesos que afectan a políticas
y servicios. Pero, fundamentalmente,
dan testimonio de graves
irracionalidades en el sector.
Tomando prestadas las categorías que
utilizaba Jürgen Habermas para el
análisis de las crisis en el
capitalismo tardío, podríamos
afirmar que nuestro sistema padece
una crisis de legitimación y otra de
racionalidad(5).
Manifestación concreta de la primera
es nuestra incapacidad para
satisfacer tanto las necesidades de
salud como las expectativas de los
ciudadanos. Manifestación concreta
de la segunda, es que no hemos
encontrado una función de producción
de salud eficiente. En otras
palabras, hay otros sistemas que
consiguen más salud con el mismo
dinero.
¿QUE
APRENDIMOS DE NUESTRAS ANTERIORES
REFORMAS?
No es la primera vez que los
argentinos nos proponemos reformar
al sistema de salud. Hemos tenido
reformas frustradas y otras
exitosas. Entre las primeras cabe
mencionar la intención del Doctor
Ramón Carrillo, de incorporar a los
beneficiarios de las obras sociales
así como sus recursos dentro del
mismo sistema público. En el Segundo
Plan Quinquenal se proponía que la
responsabilidad central por los
cuidados de salud permanecería en el
Estado, pero las obras sociales y
mutuales deberían contribuir, de la
misma manera que los sectores de
alto poder adquisitivo deberían
pagar por las prestaciones en los
servicios públicos. Esto generó una
fuerte tensión al interior del
sistema. La propuesta de Carrillo
perdió el apoyo del gobierno y el
Primer Ministro de Salud del país
acabó renunciando a su cargo en
julio de 1954.
Un segundo intento, en el mismo
sentido, fue la formulación e
implementación del Sistema Nacional
Integrado de Salud (SNIS) en 1974,
que también buscó asumir al sector
estatal como eje articulador del
sistema buscando asegurar al
conjunto de la población un acceso
igualitario. El proyecto original
sufrió importantes modificaciones
reflejando el conflicto de intereses
que planteaba para las
organizaciones médicas, de
prestadores privados y de
trabajadores. Perdió fuerza al no
lograr incorporar dentro del sistema
a las obras sociales sindicales, y
logró la adhesión sólo de escasas
jurisdicciones. No obstante, en
ellas (San Luis, La Rioja, Chaco,
Formosa) tuvo espectaculares avances
hasta su intervención tras el golpe
militar de 1976.
Una tercera reforma fallida fue
impulsada por el Ministro Aldo Neri,
en 1985, con el proyecto del Seguro
Nacional de Salud. Aunque en este
caso el eje del sistema pasaban a
ser las obras sociales, todavía se
reivindicaba el rol del Estado como
conductor de la política de salud,
se planteaba el fortalecimiento del
sector público como prestador y su
incorporación a un sistema donde la
ejecución de las actividades ligadas
a la atención era tarea compartida
junto con el sector privado y los
establecimientos existentes de las
obras sociales. El gobierno propuso
la implantación de la Reforma por la
vía legislativa, pero no consiguió
su aprobación al enfrentar una
fuerte oposición del sindicalismo.
A partir de entonces, se apaga el
debate político respecto al destino
de nuestro sistema de salud. Esto no
significa que no haya habido
reformas sino que las mismas fueron
sustraídas de la cosa pública (la
Res pública siguiendo el sentido
etimológico). Las propuestas de
reforma adquirieron un carácter más
técnico, no fueron publicadas ni
debatidas y las pocas discusiones
que tuvieron lugar fueron guiadas
por documentos de organismos
internacionales(6).
Las medidas más relevantes
posteriores ocurrieron en 1993 y no
a través de una ley sino de decretos
presidenciales. Por un lado,
instaurando un flujo financiero que
permita a los hospitales públicos
recuperar los gastos, cobrando a las
obras sociales por las prestaciones
brindadas a sus beneficiarios. Esto
se concretó con el decreto n° 578/93
estableciendo el “Hospital Público
de Autogestión”, que a partir del
año 1999 pasaría a llamarse
“Hospital de Gestión
Descentralizada”. Por otro lado, con
la desregulación de las Obras
Sociales Nacionales que se
instrumentó ese mismo año a través
del decreto 9/93 al permitirse la
libre elección.
Esta última reforma es la única en
nuestra historia que, con algo de
buena voluntad, podría considerarse
exitosa. Aunque no hay mucha
precisión en la respuesta a la
pregunta ¿Qué problema se resolvió
con la reforma? Los servicios
públicos no resultaron mejor
financiados por la autogestión.
Primero porque se demoró
artificialmente, durante diez años,
la construcción de un padrón de
beneficiarios de las obras sociales.
Luego porque los aranceles fueron
congelados y recién se actualizaron
en 2009 a través de la resolución
760/09 que aún establece valores muy
inferiores a los vigentes en el
mercado prestador.
A su vez, la desregulación no
favoreció a las obras sociales
sindicales que sufrieron un fuerte
descreme de sus beneficiarios de
mayores ingresos los cuales migraron
hacia prepagas y, fundamentalmente
hacia una obra social de dirección
que probablemente sea la única
ganadora con el nuevo esquema. Por
ese motivo, desde hace unos años los
Superintendentes de Servicios de
Salud han recibido insistentes
sugerencias de los gremios para
poner un freno a los cambios de
afiliación implementando un
“Corralito”. Además, para las
empresas de Medicina Prepaga la
desregulación incrementó los costos
de transacción, ya que para captar
los afiliados de las obras sociales
deben asociarse con una obra social
que sin brindar prestaciones se
queda con un porcentaje de los
recursos de aportes y
contribuciones.
En conclusión, nuestras anteriores
reformas no consiguieron construir
una autoridad sanitaria
suficientemente fuerte como para
conducir al sistema y las políticas
de salud. La debilidad del
Ministerio de Salud de la Nación
llegó a tal punto que a principios
de esta década se llegó a debatir la
posibilidad de extinguirlo y casi no
se alzaron voces en su defensa. El
Consejo Federal de Salud, que desde
su creación en 1981 había sesionado
de forma regular suspendió sus
actividades en el 2001. Las
propuestas de reforma iniciales que
asumían como eje al sector público
resultaron inviables e incluso hasta
la reforma del Seguro Nacional de
Salud que desplazaba el eje hacia
las obras sociales pero intentaba
mantener el protagonismo del Estado
como regulador tampoco resultó
plausible.
Al mismo tiempo, se operó una
despolitización del ámbito
sanitario. Es decir, la salud dejó
de ser objeto del debate político.
Estuvo ausente en todas las
plataformas electorales durante los
últimos veinte años. Ningún
candidato a presidente y ni siquiera
los candidatos a gobernadores,
querían comprometerse con propuestas
o afirmaciones sobre cómo mejorar el
funcionamiento del sistema superando
los déficits de racionalidad y
legitimidad. Pero mucho menor aún
resultó el compromiso de los
legisladores. Las comisiones de
salud en el Congreso Nacional
eludieron debatir los problemas del
sector. Mientras en otros países de
la región se discutieron y
sancionaron docenas de leyes
fundantes del sistema (leyes
generales de salud -LGS-, leyes
orgánicas de salud -LOS-, leyes de
reforma de Salud), en la Argentina
no se avanzó absolutamente nada.
DIEZ
PROPUESTAS PARA UN MODELO ARGENTINO
DE SALUD
El sistema de salud argentino ya ha
fraguado. Sus principales
subsectores: a) público, b) obras
sociales y c) privado; están
consolidados. Aun cuando enfrentan
un conjunto de dificultades y
amenazas que pueden atentar contra
su sostenibilidad; la realidad es
que hoy son los grandes responsables
por la salud que supimos conseguir.
Brindan atención médica a cuarenta
millones de ciudadanos. Incluso a
veces lo hacen para inmigrantes de
países vecinos que acuden tanto a
los servicios públicos (por falta de
respuesta en sus propios países)
como a los privados (porque en
ocasiones el mercado nacional ofrece
intervenciones más convenientes en
términos de costo y calidad).
Movilizan cada año un volumen de
recursos que ronda los cien mil
millones de pesos o veinticinco mil
millones de dólares norteamericanos.
Esto significa alrededor del 10% del
Producto Interno Bruto. El sector
emplea de forma directa e indirecta
a más de medio millón de
trabajadores.
Estas dimensiones nos obligan pensar
al sistema de salud con cierto
cuidado. Necesitamos aplicar la
máxima médica de primum non nocere
(primero no hacer daño) atribuida a
Hipócrates. Soluciones vehementes,
discutidas en décadas pasadas, que
buscaban eliminar alguno de los
subsectores resultarían demasiado
costosas, en todo sentido.
A continuación se postulan diez
medidas para construir una agenda
sanitaria que permita avanzar hacia
un nuevo y mejor modelo sanitario
para la Argentina. No son las únicas
viables y es posible que ni siquiera
las mejores. Pero están basadas en
la revisión y análisis de las
evidencias recolectadas desde la
experiencia internacional. En los
capítulos siguientes que integran
este volumen se desarrollan y
fundamentan tales evidencias. La
intención es comenzar a impulsar un
debate sectorial que nos ayude a
superar la situación actual.
1. Acordar las funciones de cada
subsector. Es cuestión de alcanzar
algunos consensos que nos permitan
definir qué papel deben desempeñar
los servicios públicos (en cada
nivel de complejidad y en cada
jurisdicción), qué rol deben
desempeñar las obras sociales y las
prepagas. Como Brasil celebró su
“Pacto por la vida” a nivel de
gobierno, los argentinos necesitamos
un gran pacto por la salud que, en
primer lugar, nos ayude a que todo
juguemos al mismo juego y no que
“cada cual atienda su juego”.
2. Construir la autoridad sanitaria
para el modelo. Una vez alcanzadas
las bases programáticas del modelo
argentino de salud el pacto debe
continuar buscando la construcción
de una verdadera autoridad
sanitaria. No hay rectoría mientras
el ministerio de salud no tenga
influencia sobre las obras sociales
nacionales (en especial sobre el
Pami), las prepagas, la APE, las
obras sociales provinciales y todos
los servicios públicos (CAPS y
hospitales). No se trata de
recentralizar al sistema sino de
acordar una unidad de mando sobre,
insisto, bases programáticas
consensuadas.
3. Plasmar estas definiciones en una
ley nacional de salud. Hemos visto
que las verdaderas reformas se
apoyan en leyes. Sabemos que es una
condición necesaria pero no
suficiente. Por lo tanto, una vez
logradas las principales
definiciones para construir nuestro
sistema precisaremos una gran Ley de
salud pública que defina el papel
que corresponde a cada actor para
construir la salud de los
argentinos.
4. Construir protecciones por líneas
de cuidados. En lugar de derrumbar
los edificios de protección social
existentes debemos construir puentes
entre ellos logrando que frente a
determinadas patologías (al
principio pocas y luego más) todos
los subsistemas tengan respuestas
homogéneas en calidad.
5. Consolidemos redes de salud. En
particular partiendo de la
estrategia de APS, con médicos de
cabecera o equipos de salud familiar
que asuman responsabilidad nominada
sobre una determinada población a su
cargo. Fortaleciendo y supervisando
su respuesta.
6. Tracemos el mapa sanitario de la
Argentina. En el cual se programe
una distribución equitativa y
racional de la oferta de servicios.
Tanto a nivel público como privado.
Precisamos ponerle un freno a la
irracional distribución de los
recursos. Sabemos que hoy faltan
algunos servicios críticos en
ciertos lugares y que al mismo
tiempo hay excesos en otros. No se
trata de cerrar servicios sino de
asumir un plan para que las
incorporaciones futuras (como
inversiones públicas o privadas)
respondan a criterios sanitarios.
7. Recuperemos la infraestructura.
Los hospitales públicos que nos
dieron orgullo cuando fueron
creados, hoy tienen su
infraestructura deteriorada. Si en
Europa o Canadá los sectores medios
y altos acuden a los servicios
públicos de salud es porque éstos
son buenos en todo sentido. Si ellos
son buenos en todo sentido, es
también porque los sectores más
poderosos de la sociedad los asumen
como propios. Podemos copiar esta
idea. No es un derroche el
endeudarse para tener hospitales de
primer mundo. Y el modelo de
atención, de gestión y de
financiación resultarán más fáciles
de cambiar cuando inauguremos
edificios recuperados.
8. Definamos metas y asignemos los
recursos en función de su logro. La
financiación se puede vincular al
logro de objetivos sanitarios.
Tenemos buenos ejemplos de ello,
tanto en el caso de los efectores
como en el de los aseguradores.
Quienes cumplan de forma adecuada
con las líneas de cuidados
priorizadas, quienes consoliden la
responsabilidad nominada de la
población a cargo de los servicios,
quienes armen sus redes de servicios
con criterios de derivación y
seguimiento adecuados; merecen ser
premiados.
9. Construyamos un seguro nacional
de enfermedades catastróficas.
Reuniendo el pool de riesgo
adecuado, reduciendo la variabilidad
de la práctica clínica y generando
economías de escala para la compra
de medicamentos y tecnologías
médicas. Estas prestaciones pueden
ser eliminadas del PMO y ello
aumentaría la viabilidad de los
seguros (obras sociales y prepagas).
Con las eficiencias obtenidas los
recursos que hoy detenta la APE
resultarían suficientes para
alcanzar cobertura universal.
10. Instauremos un debate
permanente. Estas propuestas, que
cosechamos de la revisión de las
experiencias internacionales pueden
ser mejoradas y corregidas. Pero el
único éxito es el que jamás se
intentó. Como argentinos necesitamos
recuperar la búsqueda del ideal de
salud para todos. |