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Por estas horas se debate en el
mundo cómo reformar los sistemas de
salud para sostener las coberturas
sociales afectadas por la crisis
financiera que se ha instalado para
permanecer por un lapso tan
prolongado como incierto. Hecho que
ha dejado en evidencia cuánto se han
despreciado las “evidencias” que ha
proporcionado la realidad en la
última década (ver columnas del
autor en las ediciones de Revista
Médicos Nº 60, 61, 62). Una de
dichas evidencias ha dejado en claro
que la salud debe ser abordada desde
todas las políticas, no sólo la
sanitaria, ya que hacerlo desde esta
última indefectiblemente genera un
dramático criterio de exclusión que
tampoco resuelve el presupuesto,
aumentando y geometrizando las
deficiencias, que finalmente se
traducirán en más pacientes
abandonados a su suerte y más
personas sin acceso alguno a la
atención necesaria e imprescindible
que resguarde al conjunto.
Cuestiones tales como la nutrición,
la educación, la vivienda, el medio
ambiente o las condiciones laborales
influyen en la salud de la
población, modificando los consumos
y orientando las demandas. Si dichos
focos no se atienden apropiadamente
las consecuencias impactarán en los
servicios y en sus economías aun
cuando la ausencia de políticas
apropiadas se empecine en negarlo o
disimularlo.
Los factores determinantes indican
que no tiene importancia alguna el
número de hospitales construidos
como tampoco aumentar su cantidad,
pero sí debe atenderse la incidencia
de aspectos intangibles relativos a
la calidad de vida, las condiciones
de trabajo, y todo aquello que
afecta a las personas, desde el
transporte, la polución, la calidad
de las aguas y del aire, su
alimentación, y los numerosos
etcéteras que proporciona la
civilización, demostrando una vez
más que la cantidad no hace a la
calidad.
Los estados suelen estar divorciados
de las realidades que enseña la
salud pública, de allí que los
estamentos políticos desconozcan
sistemáticamente la información que
emana de los indicadores
prestacionales. La dependencia
política que muestra la salud ha
comprometido seriamente la
resolución de problemas básicos que
ésta impone sobre las personas,
demandando decisiones reñidas con
los requerimientos elementales de la
gestión las que luego afectarán a la
gente, su epidemiología y también a
los recursos. Una vez más, el único
gasto catastrófico que produce la
atención médica es aquel que no se
resuelve en tiempo y forma, dejando
abierta la posibilidad de agravar el
cuadro clínico por ausencia y/o
carencia y/o deficiencia en la
atención y su sentido de
oportunidad, lo cual redundará en un
costo multiplicado hasta el
infinito, dejando en claro que ese
paciente no atendido demandará el
recurso básico necesario para
atender a otros mil prójimos.
La conducta política mundial ante la
crisis económica ha sido desmantelar
los sistemas, tanto los
perfeccionados como aquellos otros
que caracterizan a países
desordenados como lo exhibido en
América latina (por tomar un
ejemplo). Desmantelar implica
recortar, limitar, borrar, acotar
los presupuestos reconocidos por sus
antecedentes concretos. Desmantelar
significa quitar importancia a la
salud pública, afectando
decisivamente a la sociedad
involucrada. Existen evidencias
científicas precisas acerca que la
alteración negativa de las
condiciones laborales (trabajo en
negro, falta de puestos, contratos
basura, etc.) dará como consecuencia
una realidad negativa en la salud
física y mental de las personas,
aspecto no menor que se trasladará
masivamente a la atención primaria y
de allí consumirá especialidades por
doquier.
Muchos de los focos desatendidos
secuencialmente en la década de los
noventa se están traduciendo en un
aumento significativo de los casos
de tuberculosis, hepatitis,
diabetes, obesidad infantil, por
mencionar apenas a la punta del
iceberg que promete hundir más de un
barco a la deriva. Siendo más
expresivamente claros: el mundo
humano se está convirtiendo en el
viaje del Titanic.
Cualquier deficiencia en la
resolución de los casos de los
pacientes crónicos produce
alteraciones que se magnifican de
manera proporcional generando un
efecto tipo tsunami de consecuencias
imprevisibles, aún cuando los
estamentos políticos se ocupen en
negarlo manipulando la realidad y
sus indicadores. Léase, el mal
subyace y perdurará acrecentándose.
A esta altura de las circunstancias
seguir ensayando políticas de
exclusión social se revelará en
peores resultados. La no existencia
de la universalidad en la cobertura
social de la salud pública,
sustentada en el criterio de
expulsión para reducir costos y
minimizar el impacto ha demostrado
ser falaz y hasta perversa. Mientras
las administraciones se siguen
empobreciendo, los libros contables
enseñan cada vez más rojos. En
salud, cuando las ecuaciones
particionan o limitan,
automáticamente aseguran su quiebre,
el que terminará dañando al conjunto
por relación asincrónica de
defectos.
Recortar gastos es equivalente a
excluir, excluir lo es a negar y
ésta última lo es a ocultar, lo cual
no quiere decir que el problema
desaparezca. Por el contrario, esta
(in) conducta de gestión en salud
dará como consecuencia un temible
universo de demandas contenidas que
incluso afectarán gravemente a
aquellas que se hayan resuelto,
modificándolas e incluyéndolas en un
nuevo segmento de complicaciones que
demandarán más servicios no
contemplados.
Consciente o inconscientemente la
sociedad humana está asistiendo a
una época de metamorfosis múltiples
que buscan sus espacios. La genómica
y la epigenética, por caso, están
nutriendo de conocimientos a las
ciencias médicas, elementos que no
podrán ser negados ni tampoco
burlados por las concepciones
políticas y sus carencias
presupuestarias. Ello demanda una
renovada apreciación de las
investigaciones clínicas, de los
métodos de evaluación de la relación
costo-beneficio-riesgo, y del
potencial de los consumos sanitarios
y asistenciales. Si alargar los
períodos de supervivencia no se
traduce en sostener estándares de
calidad de vida, la consecuencia se
mostrará peor aún en relación a su
capacidad de daño económico y es
evidente que dejar morir a los
pacientes no es la solución del
problema (tal se suele escuchar en
los corrillos políticos)...
En este punto queda claro que no son
pocas las personas que, padeciendo
un estado de absoluta indefensión,
están desamparadas ante eventuales
problemas en su salud. En tal caso,
pensar que dicho problema no
resuelto no perjudicará a otros, es
acrecentar el error. Luego, por cada
enfermedad no atendida se desarrolla
una potencial expansión que puede
afectar a 4-10 personas que no lo
estaban, y dicha progresión
(matemáticamente verificada) se
expresa a través de una capacidad de
multiplicar el problema hasta
límites insospechados (intangibles).
Traducido, la verdad es que los
desamparados son muchos, muchos más
que los amparados...
La consecuencia es lógica y
proporcional al problema inducido.
Cuanto más demanda contenida hay,
más grave será la proyección
epidemiológica de los daños, los que
desde luego impactarán en aquellos
considerados como “amparados”. Ni
qué hablar de lo que harán con los
presupuestos virtuales, ésos que
suelen formar parte de libros pero
que no lo son de ninguna realidad.
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