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La presencia de los sindicatos argentinos en la
organización, administración y financiamiento de los
servicios de salud de los trabajadores en relación de
dependencia no tiene precedentes en otro país.
Los sindicatos que crecieron apañados por el Estado
durante la presidencia de Perón (1946-1955) se quedaron
luego de la caída de éste, conviviendo con militares y
gobiernos civiles con escaso poder para establecer
nuevas reglas de juego.
En 1970 y como consecuencia del temor del gobierno
militar a una expansión de lo que había sido el
movimiento social conocido como “el Cordobazo” se
aprueba un decreto ley 18.610 que establecía en forma
obligatoria la administración de los aportes y
contribuciones a cargo de los trabajadores de los
sindicatos reconocidos en cada categoría
correspondiente.
El sindicalismo ha repelido cualquier intento de
organizar la administración y el financiamiento para
ponerlo al servicio de todos, durante los interregnos de
democracia existente.
Fue el principal obstáculo que tuvo el mismo Perón y su
Ministro de la época Domingo Liotta y luego durante el
gobierno democrático elegido en octubre de 1983,
Alfonsín y su Ministro Aldo Neri. La ley 23.660
actualmente en vigencia fue una negociación realizada en
el seno del Congreso entre un peronismo en ascenso y un
radicalismo en caída libre. La ley así como su debate
muestra las diferencias y consensos alcanzados y que hoy
sin dudas requiere de una nueva instancia de debate y
actualización que permita poner la legislación a la
altura de los tiempos.
La entrada de Menem en 1989 al poder fue sostenida por
los sindicalistas y no se planteó en ese período
cuestionamientos a la propiedad de los sindicatos del
manejo de las obras sociales, pero sí se las condicionó
con disminución de aportes y contribuciones y la
introducción del sistema de libre elección. La
reglamentación de la ley 23.660 fue utilizada como
instrumento de implementación de una política específica
para la seguridad social.
Durante los años noventa la salud contributiva
(seguridad social) fue tratada como un mercado para
atraer y ampliar inversiones internas y externas y en
consecuencia se apartó totalmente del colectivo de
personas sin trabajo formal y pobres que se atienden
históricamente en el sistema público en manos de
provincias y municipios. El sistema se segmentó aún más
de lo que estaba y se dejó de discutir acerca de
instancias de integración del financiamiento y de la
organización de un sistema único.
La crisis 2001-2002 constituyó una oportunidad para
redefinir el sistema, algo que no sería posible porque
los sindicalistas que habían sostenido la política de
los noventa aislando la seguridad social para evitar que
el Estado se introdujera en “sus cajas” vuelven a tener
un rol fundamental en el nombramiento del Ministro de
Salud de Duhalde el Dr. Ginés González García quien
recupera el financiamiento de la seguridad social de los
aportes reducidos por el gobierno de Menem y brinda
autonomía y seguridades al grupo sindical. Algunos
intentos realizados desde la Superintendencia y que
amenazaron con la introducción de mayor eficiencia y
transparencia de la obras sociales, terminaron eyectando
al Superintendente Rubén Torres.
Duhalde no sólo inventó a Kirchner, sino que también
ayudó a que Moyano fuera adquiriendo cada vez más poder
y administrara más negocios. Desde 2002 en adelante no
dejó de crecer el poder y la influencia de Moyano y su
grupo en la seguridad social.
Los Kirchner trataron a la Seguridad Social en Salud
como una propiedad de los sindicatos e hicieron poco y
nada para ordenar e intentar vincularlo con el sistema
de salud. La crisis que ha desatado el manejo de las
historias clínicas fraguadas, medicamentos truchos y
subsidios de la administración de prestaciones
especiales (APE) pone en la superficie la oscuridad de
los negocios que se han ido pergeñando con los años y
que tiene primero en la autoridad regulatoria (INOS,
luego el ANSSAL y finalmente la Superintendencia) a una
instancia que no ha cumplido con su deber de regular, de
controlar, de defender los intereses de los
beneficiarios y no estar cooptados por los mismos
administradores de los fondos.
La política argentina es responsable directa de esta
situación porque el Congreso que debe ser el lugar donde
se representa a los ciudadanos en todos sus aspectos, ha
permanecido callado y cómplice de este poder sindical de
la Argentina que agobia y que no tiene que ver con la
representación de los trabajadores. Tiene que ver con
negocios y con manejos del poder sindical.
El Poder Ejecutivo es prisionero de la relación con los
sindicatos y la negociación salarial, y esto trasciende
a los gobiernos peronistas también los radicales
tuvieron que entregar poder al sindicalismo en la
materia convirtiéndolo en un actor que hoy hace ruido al
mismo sistema democrático. Estamos asistiendo a
movilizaciones y huelgas por la prisión de un
sindicalista que es acusado de una muerte por represión
a cargo de un grupo armado de su propio sindicato,
asistimos diariamente a la muerte de personas vinculadas
a los sindicatos, manejos irregulares y mafiosos con
historias clínicas, medicamentos y subsidios, y
podríamos seguir.
Los legisladores argentinos, elegidos por el pueblo, son
los que tienen que poner el tema en la agenda y más allá
de los partidos que representan se impongan límites. La
población todavía no termina de comprender y asimilar
cuál debería ser su rol para obligar a respetar los
compromisos que se asumen en el momento de las
elecciones. Mi sueño es que un día llegue una resolución
125 de la salud que permita tomar conciencia ciudadana
de que los legisladores deben ser nuestros
representantes y rendir cuentas.
Es el Poder Legislativo quien tiene que establecer los
límites de los actores en una sociedad democrática. Así
como se terminaron con algunos privilegios de los
militares incompatibles con la democracia es necesario
avanzar en una nueva legislación laboral y de la
seguridad social que permita recuperar esas
instituciones para todos y no estén al servicio de
oscuros intereses particulares.
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