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Por estos tiempos, las noticias nos traen situaciones
que vuelven a poner en escena la necesidad de aunar el
desarrollo científico y técnico con la moral. No se
trata de rechazar los avances que la ciencia nos brinda
para mejorar la calidad de vida, sino de saber
combinarlos con una perspectiva humanitaria y
responsable. Necesitamos ingresar en una etapa de
maduración racional, para dejar de lado tanto el
fundamentalismo que se obsesiona con el uso sistemático
de la tecnología, como con aquellos que reniegan de las
conquistas que el ser humano ha logrado en materia de
conocimiento y aprovechamiento de los recursos.
De lo que se trata, en suma, es de emplear a la ciencia
para el desarrollo y la organización de la vida. El caso
de Fukushima muestra señales de advertencia a la
humanidad, sobre la necesidad de volver a encarrilar el
conocimiento científico en un esquema compatible con los
valores sociales. Ya expertos japoneses advierten sobre
la presencia de radioactividad en peces y en ciertos
cultivos de la zona cercana al desastre. En este
sentido, recordemos que se han detectado niveles de yodo
y cesio próximos a la costa japonesa que son superiores
a los considerados normales. Estos días nos traen la
noticia que las autoridades japonesas piensan “sellar”
áreas de la región afectada por el problema nuclear. Esa
manera de actuar es apenas una “apariencia de progreso”,
una fachada. Las radiaciones no respetan barreras
físicas ni regiones creadas artificialmente. Su
naturaleza no se moldea con sellados, ya que tiene otra
composición. La contaminación no respeta fronteras.
Fukushima no es solamente Fukushima. Desde hace más de
60 años se vienen desarrollando pruebas nucleares en
distintas partes del mundo, y la reflexión sobre esas
prácticas ha ido silenciándose. En Estados Unidos, se
realizan ejercicios atómicos en el desierto de Nevada, a
100 kilómetros de Las Vegas, por no hablar de las
pruebas nucleares franceses en los atolones de Mururoa,
también llamado Moruroa, del Pacífico. Valga el
significado del término Moruroa en la lengua mangareva:
“Isla del Gran Secreto”.
Ante “lo sucedido”, la encrucijada no pasa por anular el
desarrollo nuclear, sino por la honda preocupación, por
su empleo irresponsable.
DESCORRIENDO EL
VELO
La energía nuclear no tiene que ver únicamente con
reactores nucleares. Hablar de ella es también hablar de
sus benéficos usos en medicina. Cuando suceden ciertas
catástrofes, aparece la “cuestión nuclear”, ¿pero qué
representa ese tipo de energía en el campo sanitario?
¿Cuánto sabemos y cuánto ignoramos?
Comencemos por el término “milisievert”. ¿Qué significa?
Es la unidad de medida de la radiación nociva en el
cuerpo humano. Radiografías y tomografías (estas últimas
especialmente) y otros estudios generan radiación que
absorbe la persona que es sometida a esa práctica.
¿Están realmente los médicos compenetrados acerca de los
riesgos de indicar estos estudios reiteradamente?
¿Sabemos los límites tolerables por el organismo?
Debemos contemplar también que la exposición a
determinados niveles de radiación puede generar dos
tipos de reacciones: la considerada “directa” y la
“estocástica”. La primera, menos frecuente, es
consecuencia de la exposición a muy altas cantidades de
radiación, y causa desde quemaduras hasta la muerte, en
muy poco tiempo.
La segunda, más silenciosa, actúa por acción residual,
que depende de la vida media del elemento radiactivo, no
genera un daño inmediato en nuestros cuerpos pero sí en
10 o 20 años, cuando pueden surgir sus consecuentes
efectos. Vale decir: si no hay un control y un uso
racional de ciertos estudios médicos basados en la
medicina nuclear, aumentan las posibilidades indeseadas,
en mediano o el largo plazo.
No se trata de ser apocalípticos, sino de ser
responsables. La ciencia está a nuestro servicio, y está
bien que así sea. Es inevitable aceptar los avances que
de ella obtenemos, para mejorar nuestra calidad de vida.
El alarmismo y el sensacionalismo con el que algunos
suelen abordar estos temas no deben tener cabida en un
enfoque racional del fenómeno.
La aplicación de la energía nuclear tiene una gran
importancia en la actividad médica, tanto a nivel del
diagnóstico como de lo terapéutico. Ese tipo de energía,
correctamente empleada, y con criterios científicos,
ayuda a mejorar la calidad de vida.
Sabemos que el manejo de los antibióticos y antivirales
de manera inadecuada nos lleva a que microbios y virus
se acostumbren a aquellos y consoliden su resistencia.
Por lo tanto, ya es conocido que hay que hacer un uso
racional y responsable de ese tipo de medicamentos, para
no terminar reforzando las enfermedades en vez de
combatirlas. Lo mismo vale para el uso de la energía
nuclear. Un manejo racional y responsable es condición
fundamental para evitar el efecto contrario al deseado.
El equilibrio entre las necesidades de diagnóstico y el
valor intrínseco de la vida es el centro de la cuestión.
De lo que se trata entonces es de hacer confluir
armónicamente el progreso con el humanismo. No habría
avance científico en un planeta hipotecado a corto
plazo, como tampoco salud en un paciente al que se lo
somete a estudios sin control.
EL TURNO DE LOS
MEDICOS
Es necesario subrayar la importancia que significa hoy
contar con una medicina nuclear que posibilite abordar
investigación, diagnóstico y tratamiento con un margen
de certeza como el actual. Sin embargo, algunos
profesionales del campo sanitario parecieran no tener en
cuenta las consideraciones relacionadas con la
exposición de los pacientes a los estudios basados en
dicho recurso. En este sentido, se registran casos de
indicación sistemática de tomografías, cuando bien
sabemos que éstas deben realizarse cuando se consideren
estrictamente necesarias. Por momentos, quizá fascinados
por las innovaciones tecnológicas, se elige ese camino
en vez de recurrir a otros métodos que, con menos
riesgos, también nos aportarían información para
realizar el diagnóstico adecuado.
Luego, es fundamental la capacitación y entrenamiento
permanente del personal involucrado en medicina nuclear,
radiología y diagnóstico por imágenes. Por último, y no
por eso menos importante, hay que difundir los criterios
de “protección radiológica del paciente” en la comunidad
asistencial, en particular entre las autoridades,
asociaciones médicas, obras sociales y prepagas.
Hay numerosos actores que tienen que coordinar sus
esfuerzos para garantizar esta aplicación que combine
moral y avance científico. En primer lugar, la Autoridad
Regulatoria Nuclear, que es el organismo del Estado
Nacional que se encarga de velar por el buen uso de ese
tipo de energía en nuestro país. En segundo término, los
profesionales de la salud, agrupados tanto en
asociaciones, colegios y gremios, ya que son quienes
solicitan o están involucrados en ese tipo de estudios.
En tercer lugar, las entidades no gubernamentales y
universidades, para que se hagan cargo de esta
problemática desde una perspectiva humanista y
científica, ya sea a través de investigación y docencia
como también por medio de campañas públicas para
informar seriamente a la ciudadanía de las implicancias,
beneficios y riesgos de los estudios basados en la
medicina nuclear. Ante indicios de un uso desmedido de
estos estudios por parte de ciertos profesionales, es
hora de que la ética se combine con la ciencia.
Este escrito procura reflexionar sobre cómo progreso y
humanismo no son antagónicos, siendo su clara muestra la
medicina nuclear, en cuyo campo se han desarrollado
técnicas como la tomografía por emisión de fotón único (SPECT)
o la tomografía por emisión de positrones (PET). Y a la
vez intenta señalar cómo, a partir de una catástrofe
natural a la que se le adiciona un desastre tecnológico,
se desencadena una siembra radiactiva, que obliga a
reconocer no sólo las lesiones focales y la expansión de
la contaminación, sino también las consecuencias
estocásticas de las mismas.
Por último, recordemos lo expresado por el pensador
Georges Canguilhem: “equivocarse es humano; perseverar
en el error, es diabólico”.
Ignacio Katz. Doctor en Medicina (UBA)
Autor de: “En búsqueda de la Salud Perdida” (EDULP,
2006). “Argentina Hospital, El rostro oscuro de la
salud” (Edhasa, 2004). “La Fórmula Sanitaria” (Eudeba,
2003) |
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