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Columna


Armonía entre naturaleza y técnica
Por el Doctor Ignacio Katz

“Si queremos vivir en armonía
con los demás seres vivos del planeta,
debemos aprender a pensar como piensa la naturaleza”

Gregory Bateson

 
Por estos tiempos, las noticias nos traen situaciones que vuelven a poner en escena la necesidad de aunar el desarrollo científico y técnico con la moral. No se trata de rechazar los avances que la ciencia nos brinda para mejorar la calidad de vida, sino de saber combinarlos con una perspectiva humanitaria y responsable. Necesitamos ingresar en una etapa de maduración racional, para dejar de lado tanto el fundamentalismo que se obsesiona con el uso sistemático de la tecnología, como con aquellos que reniegan de las conquistas que el ser humano ha logrado en materia de conocimiento y aprovechamiento de los recursos.
De lo que se trata, en suma, es de emplear a la ciencia para el desarrollo y la organización de la vida. El caso de Fukushima muestra señales de advertencia a la humanidad, sobre la necesidad de volver a encarrilar el conocimiento científico en un esquema compatible con los valores sociales. Ya expertos japoneses advierten sobre la presencia de radioactividad en peces y en ciertos cultivos de la zona cercana al desastre. En este sentido, recordemos que se han detectado niveles de yodo y cesio próximos a la costa japonesa que son superiores a los considerados normales. Estos días nos traen la noticia que las autoridades japonesas piensan “sellar” áreas de la región afectada por el problema nuclear. Esa manera de actuar es apenas una “apariencia de progreso”, una fachada. Las radiaciones no respetan barreras físicas ni regiones creadas artificialmente. Su naturaleza no se moldea con sellados, ya que tiene otra composición. La contaminación no respeta fronteras.
Fukushima no es solamente Fukushima. Desde hace más de 60 años se vienen desarrollando pruebas nucleares en distintas partes del mundo, y la reflexión sobre esas prácticas ha ido silenciándose. En Estados Unidos, se realizan ejercicios atómicos en el desierto de Nevada, a 100 kilómetros de Las Vegas, por no hablar de las pruebas nucleares franceses en los atolones de Mururoa, también llamado Moruroa, del Pacífico. Valga el significado del término Moruroa en la lengua mangareva: “Isla del Gran Secreto”.
Ante “lo sucedido”, la encrucijada no pasa por anular el desarrollo nuclear, sino por la honda preocupación, por su empleo irresponsable.

DESCORRIENDO EL VELO

La energía nuclear no tiene que ver únicamente con reactores nucleares. Hablar de ella es también hablar de sus benéficos usos en medicina. Cuando suceden ciertas catástrofes, aparece la “cuestión nuclear”, ¿pero qué representa ese tipo de energía en el campo sanitario? ¿Cuánto sabemos y cuánto ignoramos?
Comencemos por el término “milisievert”. ¿Qué significa? Es la unidad de medida de la radiación nociva en el cuerpo humano. Radiografías y tomografías (estas últimas especialmente) y otros estudios generan radiación que absorbe la persona que es sometida a esa práctica. ¿Están realmente los médicos compenetrados acerca de los riesgos de indicar estos estudios reiteradamente? ¿Sabemos los límites tolerables por el organismo?
Debemos contemplar también que la exposición a determinados niveles de radiación puede generar dos tipos de reacciones: la considerada “directa” y la “estocástica”. La primera, menos frecuente, es consecuencia de la exposición a muy altas cantidades de radiación, y causa desde quemaduras hasta la muerte, en muy poco tiempo.
La segunda, más silenciosa, actúa por acción residual, que depende de la vida media del elemento radiactivo, no genera un daño inmediato en nuestros cuerpos pero sí en 10 o 20 años, cuando pueden surgir sus consecuentes efectos. Vale decir: si no hay un control y un uso racional de ciertos estudios médicos basados en la medicina nuclear, aumentan las posibilidades indeseadas, en mediano o el largo plazo.
No se trata de ser apocalípticos, sino de ser responsables. La ciencia está a nuestro servicio, y está bien que así sea. Es inevitable aceptar los avances que de ella obtenemos, para mejorar nuestra calidad de vida. El alarmismo y el sensacionalismo con el que algunos suelen abordar estos temas no deben tener cabida en un enfoque racional del fenómeno.
La aplicación de la energía nuclear tiene una gran importancia en la actividad médica, tanto a nivel del diagnóstico como de lo terapéutico. Ese tipo de energía, correctamente empleada, y con criterios científicos, ayuda a mejorar la calidad de vida.
Sabemos que el manejo de los antibióticos y antivirales de manera inadecuada nos lleva a que microbios y virus se acostumbren a aquellos y consoliden su resistencia. Por lo tanto, ya es conocido que hay que hacer un uso racional y responsable de ese tipo de medicamentos, para no terminar reforzando las enfermedades en vez de combatirlas. Lo mismo vale para el uso de la energía nuclear. Un manejo racional y responsable es condición fundamental para evitar el efecto contrario al deseado. El equilibrio entre las necesidades de diagnóstico y el valor intrínseco de la vida es el centro de la cuestión.
De lo que se trata entonces es de hacer confluir armónicamente el progreso con el humanismo. No habría avance científico en un planeta hipotecado a corto plazo, como tampoco salud en un paciente al que se lo somete a estudios sin control.

EL TURNO DE LOS MEDICOS

Es necesario subrayar la importancia que significa hoy contar con una medicina nuclear que posibilite abordar investigación, diagnóstico y tratamiento con un margen de certeza como el actual. Sin embargo, algunos profesionales del campo sanitario parecieran no tener en cuenta las consideraciones relacionadas con la exposición de los pacientes a los estudios basados en dicho recurso. En este sentido, se registran casos de indicación sistemática de tomografías, cuando bien sabemos que éstas deben realizarse cuando se consideren estrictamente necesarias. Por momentos, quizá fascinados por las innovaciones tecnológicas, se elige ese camino en vez de recurrir a otros métodos que, con menos riesgos, también nos aportarían información para realizar el diagnóstico adecuado.
Luego, es fundamental la capacitación y entrenamiento permanente del personal involucrado en medicina nuclear, radiología y diagnóstico por imágenes. Por último, y no por eso menos importante, hay que difundir los criterios de “protección radiológica del paciente” en la comunidad asistencial, en particular entre las autoridades, asociaciones médicas, obras sociales y prepagas.
Hay numerosos actores que tienen que coordinar sus esfuerzos para garantizar esta aplicación que combine moral y avance científico. En primer lugar, la Autoridad Regulatoria Nuclear, que es el organismo del Estado Nacional que se encarga de velar por el buen uso de ese tipo de energía en nuestro país. En segundo término, los profesionales de la salud, agrupados tanto en asociaciones, colegios y gremios, ya que son quienes solicitan o están involucrados en ese tipo de estudios. En tercer lugar, las entidades no gubernamentales y universidades, para que se hagan cargo de esta problemática desde una perspectiva humanista y científica, ya sea a través de investigación y docencia como también por medio de campañas públicas para informar seriamente a la ciudadanía de las implicancias, beneficios y riesgos de los estudios basados en la medicina nuclear. Ante indicios de un uso desmedido de estos estudios por parte de ciertos profesionales, es hora de que la ética se combine con la ciencia.
Este escrito procura reflexionar sobre cómo progreso y humanismo no son antagónicos, siendo su clara muestra la medicina nuclear, en cuyo campo se han desarrollado técnicas como la tomografía por emisión de fotón único (SPECT) o la tomografía por emisión de positrones (PET). Y a la vez intenta señalar cómo, a partir de una catástrofe natural a la que se le adiciona un desastre tecnológico, se desencadena una siembra radiactiva, que obliga a reconocer no sólo las lesiones focales y la expansión de la contaminación, sino también las consecuencias estocásticas de las mismas.
Por último, recordemos lo expresado por el pensador Georges Canguilhem: “equivocarse es humano; perseverar en el error, es diabólico”.

Ignacio Katz. Doctor en Medicina (UBA)
Autor de: “En búsqueda de la Salud Perdida” (EDULP, 2006). “Argentina Hospital, El rostro oscuro de la salud” (Edhasa, 2004). “La Fórmula Sanitaria” (Eudeba, 2003)
 

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