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Se
hace referencia a la salud como un
derecho humano inalienable, sin
embargo la realidad indica que dos
tercios de la humanidad no tiene
acceso a ella en ninguna de sus
formas u expresiones. Exclusión es
sinónimo de inequidad, y asumir que
los excluidos son muchos más que los
incluidos implica atender que sus
demandas contenidas comprometen
seriamente a las escasas que sí lo
están a través de aquella porción de
la humanidad que aún permanece
incluida. La afectación desde los
excluidos hacia los incluidos invade
el espectro de la epidemiología, a
veces de manera tangible, aunque la
mayoría de ellas lo hará de manera
intangible. Curiosamente, la
consecuencia de ello se traducirá en
geometrizaciones secuenciadas en los
gastos de salud, con una capacidad
de daño dramática. Una vez más, en
salud el sentido de oportunidad de
la acción determina la calidad y la
condición de la inversión necesaria
(no del gasto, tal se entiende en
los medios políticos, que es otra
cosa distinta).
Lo antedicho indica que la porción
excluida de los mecanismos de la
salud pública, no recibe
inmunizaciones, no forma parte de
las estadísticas y por ende tampoco
lo hacen en presupuesto alguno.
Pretender alambrar a estos excluidos
es semejante a querer hacer lo mismo
con las inequidades, los primeros no
pueden ser colocados bajo la
alfombra y las segundas son tantas
que la magnitud implícita asoma la
irracionalidad, tanta que no resiste
análisis alguno (más allá de las
justificaciones y los argumentos
falaces transformados en excusas).
Ante la temible envergadura de la
crisis económica mundial, muchos
gobiernos entienden que es mejor
limitar los servicios de salud,
condicionar los mismos aplicando
“impuestos” disfrazados de copagos o
contribuciones marginales, quebrar
aún más la relación
paciente-médico-equipo de
salud-paciente deteriorando no sólo
el vínculo como tal, sino además
rompiendo el feed-back que nutre
todo aquello que en salud es
sinónimo de “conocimiento”. Luego de
ello, antes o después, se reducen
los presupuestos públicos del gasto
social genuino, desplazando sus ejes
de dependencia al estado deplorable
de las economías de las naciones,
todas sin excepción seriamente
comprometidas de una u otra formas.
Ello establece un abismo entre los
que necesitan atención médica y los
que finalmente logran alcanzarla.
Esto significa que dentro del tercio
de los que aún permanecen incluidos,
las inequidades son tantas que son
generadoras de nuevos segmentos de
exclusión. Aquí me pregunto ¿a quién
le sirve?... no a los estamentos
políticos, no a los corporativos, no
a las personas, no a las economías,
¿entonces?... alguien no está viendo
las señales que envía la realidad.
Por caso tengo dos buenos ejemplos a
la mano. La reforma Obama no logra
torcer el rumbo de las inequidades
radicalizadas en un sistema de salud
que poco y nada tiene de público, y
más allá, España está viendo cómo
los mecanismos económicos “ilógicos”
están devorando un sistema de
coberturas sociales que ha sido
modelo en el mundo humano (mucho más
en el occidental), dañando el
delicado punto de equilibrio que
rige a los sistemas públicos de
salud donde el desplazamiento de las
variables modifica las ecuaciones y
como consecuencia de ello sus
resultados. Desde luego, los
perjudicados son siempre los mismos,
esto es las gentes, Usted o yo. Lo
recorrido hasta aquí indica que si
aún no está excluido, no se haga
problema (o sí) pronto lo estará, ya
que los estados políticos y mucho
más los económicos se han quedado
sin fórmulas para reparar las
negligencias en las que se sustentan
sus criterios.
En medicina, y como consecuencia en
salud, las evidencias no
contempladas, alguien las paga y si
no lo hace en lo inmediato, ya lo
hará. Estas evidencias señalan que
tanto la medicina como la salud
navegan hoy en mares de
irracionalidades, océanos donde los
problemas no son propios (al menos
no mayoritariamente) sino inducidos
por impericias en terceros ámbitos
que invaden campos de decisiones que
les son tan ajenos como extraños.
Demorar o negar un tratamiento
implica incrementar el gasto
consecuente hasta límites
insospechados, perjudicando ya no
sólo a la víctima propiciatoria del
caso específico, sino a muchas otras
anónimas, desconocidas, que no
recibirán la atención por causa del
daño ocasionado al primero de los
“negados”, el que al insumir más
recursos, promoverá que haya nuevos
“negados” en otros temas, nunca
menores ya que en salud pública nada
lo es.
A lo expresado se le suma otro
problema. El tercio de los incluidos
(muchos de ellos pseudo incluidos
por su carácter marginal) está
significativamente afectado por
patologías crónicas, enfermedades
que consumen hoy más del 50% del
presupuesto de salud de los países
considerados (¿desarrollados?), sin
atender que hasta ahora los modelos
de salud de esas mismas regiones se
concentran en los agudos y las
urgencias, demandando una
reconversión científica de la
gestión cursada.
Hasta aquí se habla de la
importancia de las enfermedades
crónicas, se hace referencia y por
consiguiente se establecen programas
para diabetes, obesidad,
hipertensión, asma, artritis,
psoriasis, etc. de aquellos que
guardan algún tipo de cobertura
social. La ejecución de dichos
planes son de edición limitada y
siempre omiten a muchos pacientes
que además de no estar en las
estadísticas tampoco lo están en las
consideraciones estratégicas del
diseño de esos mismos planes. Esto
epidemiológicamente es una
aberración y nuevamente aparece un
ejemplo que me cae en las manos...
los baches de inmunización en Europa
(no cualquier lugar) está dando
lugar a tsunamis de problemas que se
tenían por “controlados”, es decir,
no estaban controlados ni tampoco
formaban parte de proyecto, estudio
o investigación alguna. Proceder de
esta forma se denomina en ciencia,
“momento de negligencia”. Esto
significa que la visión política de
la salud pública está gravemente
sesgada por impericia de
conveniencias, lo cual ahonda la
calamidad ya que al no asistir
prudentemente a las variables, se
asegura el desajuste geométrico de
las mismas.
Una vez más (no me cansaré de
repetirlo), la situación actual en
salud no es correlativa a la
existente con anterioridad (10 o 20
años atrás) y tampoco lo será en un
futuro. Aquí emergen retos
angulares:
-
cómo globalizar la salud pública.
-
cómo no gravarla impositivamente
(agravando el daño vigente).
-
cómo focalizar las patologías
crónicas y resolverlas con equidad.
-
cómo modificar el criterio
infectológico global.
-
cómo modificar el abordaje
epidemiológico global.
-
cómo asegurar una cobertura social
global de ajuste dinámico.
Entonces surge una nueva dimensión
del problema que merece nuestra
atención. La salud pública que hasta
ahora se trataba como un problema de
naciones desarrolladas que vendían
sus inequidades a las menos
desarrolladas, pasa a ser un
problema del ser humano como tal,
por ende es de todos con carácter
simultáneo. Lo que no hace Usted me
afectará a mí y viceversa... esto
cambia el sentido de los focos.
Quizás usted crea que este es todo
el problema, lamento desilusionarlo.
Los factores además de complejos son
altamente dinámicos y esto, recién
comienza. Permítame dejarle flotando
un concepto: todo aquello que
políticamente se omite en salud,
termina siendo un delito de lesa
humanidad. Suena mal, pero es real y
vigente. Los estados que dejan
librada a su suerte a las personas
(por caso pacientes y sus médicos),
no merecen ser calificados como
tales.
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