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Estamos transitando una encrucijada
global. El modelo económico que
sustenta a un mundo dividido entre
los que tienen mucho y les sobra por
demás, los que tienen y apenas les
alcanza, los que no tienen y se
arreglan, los que no tienen y les
quitan, los que imploran y no son
atendidos, (hay más pero no vale la
pena agregarlos), está siendo
exterminado por la impericia
(avidez, avaricia, angurria) y
negligencia (incapacidad) de sus
propios mentores.
El modelo en cuestión ha resultado
ser un anti-modelo que consume más
de lo que produce y por ende fabrica
“excluidos”. Necesita de ellos para
limitar “in crescendo” el acceso a
sus servicios, nivelando el sistema
hacia abajo, esto es: facturar más
por menos beneficios. Claro está que
cualquiera que entienda un poco de
matemáticas, rápidamente caería en
la cuenta que dicha ecuación además
de ser de corto plazo, terminaría
consumiéndose a sí misma... bien,
justamente eso es lo que está
sucediendo.
Focalizando, los excluidos son
muchísimos más que los por ahora
incluidos, lo cual genera un paisaje
aberrante. Ninguna fórmula puede
incluir más negativos que positivos
ya que, de ser así, el resultado
negativo afectará a las variables
hasta anularlas, para luego
evaporarlas.
Curiosamente, este fenómeno se
aprecia claramente en todo lo
relacionado con la salud de las
personas. Teóricamente, se han
optimizado los accesos y según las
estadísticas, muchas personas pueden
hoy recibir beneficios otrora
impensados. La práctica está
indicando todo lo contrario.
Durante la década de los noventa,
globalización mediante, se habló de
reconversión de los sistemas de
salud a efectos de equilibrar las
demandas con los presupuestos. El
resultado de esta operación que no
tuvo un sentido de “calidad”, ni
tampoco otro de “servicios”, y mucho
menos algo vinculado al mejoramiento
del “gasto social”, sino que se
trató de una mera operación
económica para cambiar los problemas
de lugar, sin atenderlos, se tradujo
en:
1. Se quebró la relación
médico-paciente, produciendo una
fractura en el vínculo
paciente-sistema de salud
(incluyendo en ello equipo de RRHH
en salud).
2. Se introdujo la concepción de
nichos de negocios en los servicios
de salud, lo cual derivó en la
destrucción de los vínculos comunes
a los sistemas asistenciales donde
“todo” debe estar prolijamente
coordinado.
3. Se impuso la diferenciación entre
el concepto “salud pública” y
dominios privados de la salud, donde
los primeros fueron despreciados a
favor de los segundos (porque
deberían producir más y mejor, algo
que nunca ocurrió). El resultado de
esta estrategia está a la vista,
todo niveló hacia abajo,
depreciándose (por distintas
razones).
4. Los financiadores comenzaron a
verse acorralados y por ende se
desfinanciaron, sumergidos en
presupuestos retrógrados que
impusieron una novedosa fórmula: a
más pacientes y más servicios, menos
recursos.
5. La incorporación de nuevas
tecnologías no ha terminado de
alcanzar a aquellos que las
necesitan de manera genuina o
fehaciente, porque los estados
ausentes han ido fabricando exclusas
en tal magnitud, que los pacientes
más que atender su enfermedad, deben
aprender a correr contra los
obstáculos que se le imponen.
6. La judicialización de la salud ha
impuesto un nuevo nicho de negocios
donde nada mejora, pero donde los
médicos se han convertido en
víctimas propiciatorias de las
urgencias que le impone el sistema
vigente. Léase, se induce el drama
de conveniencias donde los
perjudicados siempre son los mismos,
pacientes (aún cuando reciban algún
beneficio económico menor) y médicos
(sometidos al síndrome de Prometeo:
si no aceptas la imposición,
padecerás... y si la aceptas,
también).
7. Además del quiebre en la relación
médico-paciente, y la consiguiente
judicialización, a ello se ha sumado
la impotencia de las partes que se
ven encerradas en sus propios
dramas, y ello ha derivado en que 8
de cada 10 profesionales reciban
algún tipo de agresión. La agresión
no es patrimonio del paciente hacia
el médico, sólo traduce la
impotencia del primero al sentirse
incomprendido por el sistema.
8. Junto con lo antedicho han
aparecido (y se han impuesto)
permanentes insultos a la conciencia
pública. Dichos insultos son actos
de negligencia de los estados
ausentes, por ejemplo:
8.1. Imponer listados restringidos de medicamentos.
8.2. Limitar las coberturas hasta su mínima expresión aduciendo razones
económico-financieras.
8.3. Carencias en los servicios.
8.4. Acceso limitado a la internación quirúrgica.
8.5. Imponer coseguros o copagos (impuesto a la enfermedad).
Asumiendo que se trata sólo de un
ejemplo, aunque la lista podría
volverse interminable.
9. Los programas (por caso diabetes)
aportan soluciones a escala para los
“aún” incluidos, lo cual desmerece
ampliamente sus resultados, ya que,
una vez alcanzados no se sostienen.
En la medida que los presupuestos se
han ido distanciando de las
necesidades de las personas, se fue
construyendo un abismo. Un abismo
que se ha profundizado cada vez que
los estados ausentes y sus falsos
mecanismos regulatorios, “insultan”
aquella “conciencia pública”. De
allí que la gente, creando sus
propios mecanismos de defensa, ha
comenzado y luego ha puesto en tela
de juicio aquello que para los
funcionarios es “natural” y
“básico”... lo cual no es un tema
menor. Los funcionarios no son
creíbles y por ende, en salud, la
confianza y la confidencia han
pasado a ser una entelequia de
partes. Unos creen (pocos) y otros
(mayoría) descreen. En salud la
pérdida del sentido de confianza es
un hecho trágico. Evidentemente, los
funcionarios no lo entienden, y por
ello tampoco lo asumen, entonces los
actores dejan de ser tales para
pasar a ser víctimas de las
circunstancias.
Obsérvese, por caso, que la
conciencia pública ha objetado (con
o sin razones) la seguridad
terapéutica de ciertas vacunas.
Extraña paradoja, donde algunos
pacientes-víctimas no reciben las
respuestas apropiadas a los daños
recibidos, no del estado y sus
regulaciones, no de las agencias
referentes (FDA, EMEA), no de la
Industria Farmacéutica (siempre
renuente), no de los funcionarios
involucrados, no... la consecuencia
enseña evidencias: las campañas de
inmunización están en tela de juicio
en el mundo entero, con justa razón,
y el resultado es que enfermedades
que se tenían por controladas han
dejado de estarlo para transformarse
en renovadas amenazas.
Algo semejante sucede con la
seguridad alimentaria. Se la
declama, pero en la calle ocurre
algo distinto a lo que se recita.
Nuevamente la conciencia pública
toma distancia de los discursos y de
los programas anunciados,
entendiendo que una vez más, aquello
que se le asegura como imposible,
indefectiblemente sucederá
perjudicando a un número indefinido
de víctimas. El caso de la E.coli en
Europa ha puesto en evidencia las
deficiencias operativas que colocan
al “sistema” detrás de los
problemas, y no antes como debiera
ser.
Todo se justifica e inmediatamente
todo se atasca. Cabe preguntarse:
¿por qué los estados brindan
cobertura a medicamentos que no
tienen un costo-beneficio
demostrado?... ¿cuánto dinero se
lapida en dicha conveniencia?...
¿por qué... y como Usted podrá ver,
el problema de la salud no es
intrínseco, es inducido por el poder
político, un poder al que la salud
de las personas, no le importa, no
como servicio, tampoco como derecho
humano elemental. Traducido, estamos
en un atolladero.
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