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Columna


El futuro tiene canas
Por el Doctor Ignacio Katz

“Papá Tuñín: Tú hubieras querido hacer
lo que todos los viejos; quedarte en el taller para dar consejos.”

Poema de José Pedroni, “Certificado de trabajo”

 
La vejez es el futuro. Aunque algunos crean que esta frase es paradójica, la realidad señala que una parte cada vez más grande de la población mundial tiene más de 60 años. Por lo tanto, diseñar políticas integrales para ese sector es una cuestión clave. Hay que superar la visión que pesa sobre los adultos mayores como una “clase pasiva”, que únicamente se la computa como al margen del sistema productivo, y, por lo tanto, como “inútil” para los tiempos que corren.
La lectura de la realidad demográfica nos indica un aumento de la esperanza de vida y una disminución de la fecundidad, con el consiguiente desplazamiento de una parte cada vez mayor de la población, desde el sector productivo, a un área “pasiva”. En la Argentina, ya hay más personas mayores de 70 años que menores de 10. ¿Está contemplada esta realidad a nivel sanitario, económico, cultural, político y organizacional?
Hay distintos componentes imprescindibles para encarar esta situación: por un lado, establecer diversos mecanismos para promover la seguridad económica a los ciudadanos mayores, con el objeto de reducir la pobreza. Pero ésta es una parte de la seguridad social. La otra está formada por la no marginación de los adultos mayores en la esfera productiva. No hay peor designación que la de integrantes de una “clase pasiva”, es decir, una suerte de grupo estático, que “no hace nada”, y que apenas puede estar a la espera de la ayuda de los demás (a sabiendas de que toda pasividad lleva a la atrofia).
Nuestros mayores deben poder transformarse en agentes de producción y así superar el ser “objeto pasivo” y pasar a ser sujeto de dignidad. Recordemos lo que expresaba José Ingenieros: “Y así como los pueblos sin dignidad son rebaños, los individuos sin ella son esclavos”. Nos estamos refiriendo a una vida activa, donde tener más ocio no sea llenarla de ocio.
Consideremos que el trabajo es un factor de realización personal, además de un factor de producción y de integración social. Esto coincide con la frase “El trabajo dignifica”. La elaboración de políticas sociales debe estar dirigida a preservar lo que se pierde en esta etapa, como la identidad y la calidad de vida. ¿Cómo podemos aliviar esa sensación de pérdida que se produce en el momento de la jubilación? ¿Cómo podemos hacer para no potenciar la segregación de nuestros adultos mayores?
Los lazos colectivos: para lograr este objetivo, se hace necesario constituir “unidades de gestión inter-generacionales y de multioficios”. Estas unidades deben ser espacios de aprendizaje y de producción, donde las personas mayores puedan enseñar conocimientos, saberes, prácticas y oficios a personas de otras edades, y recibir una retribución económica por ese trabajo. De esta forma se mantiene al adulto mayor en el esquema productivo, se lo valoriza como persona, se fomenta la transmisión de conocimientos entre generaciones y se contribuye a una mejor calidad de vida. Se trata de consolidar su pertenencia a la estructura social cumpliendo con la finalidad de un envejecimiento sin crisis.
La sustentabilidad primaria de estas unidades debe estar garantizada por la acción combinada de ANSES, Pami y Universidades, a lo que sería enriquecedor agregar el sector productivo privado dentro del marco de lo que se llama “responsabilidad social empresaria” y a las organizaciones no gubernamentales (ONG), cumpliendo así con el principio de fusión de fines. Cabe mencionar que Pami, a través de la Gerencia de Promoción Social y Comunitaria, promueve vínculos sociales para los adultos mayores a través de las actividades de extensión universitaria.

Vivir no es sobrevivir

La pérdida de identidad y de autoestima que se genera al quedar separado del sistema laboral es una de las facetas negativas que suelen atravesar muchísimas personas mayores. La insuficiencia de los haberes jubilatorios y pensiones es otro factor que potencia esas carencias, que además se combinan con situaciones de sedentarismo, soledad y desnutrición, más las cuestiones relacionadas con la salud.
El “adulto mayor urbano” es un ciudadano que vive en aislamiento y soledad en plena ciudad, en el que se da la paradoja de que la enfermedad, real o aparente, es una compañía, una forma de sentirse vivo, y una posibilidad de pertenecer a un grupo social: el de los enfermos. En un tiempo de la vida donde es excluido del sistema laboral, sufre pérdidas de sus seres queridos de su misma edad, y es ignorado o burlado por gran parte de la comunidad, incluyendo muchas veces sus propios familiares. El adulto mayor siente que el estar o sentirse enfermo es una manera de formar parte de la sociedad.


La medicina en este punto, no puede estar ausente en lo que se refiere a sus aportes para la planificación de recursos y definición de prioridades, diferenciando población enferma de población vulnerable, necesidades de demandas explícitas e implícitas, y problemas reales de problemas aparentes. Ya hace 20 años, en mi libro La tercera edad, un proyecto vital y participativo, había encarado la problemática sobre este tema y reflexionado sobre su necesaria consideración en las finanzas públicas.

Población en expansión frente a un mundo en transformación permanente
El envejecimiento es una faceta trascendental dentro de las prioridades sociales, en un momento de globalización de esta tendencia demográfica. Ante ese panorama, no hay que actuar solamente frente a la enfermedad, sino ante una condición de vulnerabilidad creciente. El concepto de atención médica más completo incluye el de asistencia médica y también los de prevención, educación y promoción de la salud. Se trata de que los ancianos vivan en su sentido más amplio, no que subsistan o sobrevivan.
Para abordar la dinámica del envejecimiento, es necesario recurrir a medidas estructurales que permitan encausarla adecuadamente y para ello se impone:

  • diseñar modelos de atención integral e interdisciplinarios. En cualquier etapa de nuestras vidas, pero en especial durante la vejez, somos seres complejos, y no puede quedar la atención médica reducida a la visita frecuentemente a su médico,

  • reorganizar y potenciar los recursos institucionales gubernamentales para situaciones de convalecencia, cuidados paliativos y residencia asistida para ancianos,

  • priorizar la atención domiciliaria como parte de la atención primaria, y así evitar el enclaustramiento forzoso en instituciones, en muchas ocasiones contra su voluntad,

  • fomentar el desarrollo de profesionales con formación específica en temas relacionados con la ancianidad,

  • mejorar la comunicación entre enfermeros, familiares y equipos médicos,

  • buscar mayor integración de la familia en el proceso terapéutico de la persona mayor,

  • mpulsar el desarrollo del voluntariado civil en programas relacionados con los adultos mayores,

  • promover la participación activa de la comunidad en el respeto, la valorización e integración de los ancianos, y así asegurar el desarrollo de su potencial vital.

El envejecimiento no es una enfermedad, es una etapa del ciclo vital donde se manifiestan vulnerabilidades que deben ser compensadas mediante conductas saludables. Los “viejos” no son una casta aparte, una especie de tribu exótica, compuesta por personas que son vistas por la sociedad como si siempre hubieran sido ancianos. Son millones de personas que están en determinada etapa de su vida, con sus particularidades. Para revertir esa mirada desvalorizante sobre los adultos mayores recordemos lo expresado por André Malraux: “No se necesitan nueve meses sino 60 años para hacer a un hombre… y cuando está hecho, cuando alcanza, la madurez plena…. se lo excluye. Es la sociedad la que impone este despilfarro que debemos revertir”.

Ignacio Katz. Doctor en Medicina (UBA)
Autor de: “En búsqueda de la Salud Perdida” (EDULP, 2006). “Argentina Hospital, El rostro oscuro de la salud” (Edhasa, 2004). “La Fórmula Sanitaria” (Eudeba, 2003)
 

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