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La vejez es el futuro. Aunque algunos crean que esta
frase es paradójica, la realidad señala que una parte
cada vez más grande de la población mundial tiene más de
60 años. Por lo tanto, diseñar políticas integrales para
ese sector es una cuestión clave. Hay que superar la
visión que pesa sobre los adultos mayores como una
“clase pasiva”, que únicamente se la computa como al
margen del sistema productivo, y, por lo tanto, como
“inútil” para los tiempos que corren.
La lectura de la realidad demográfica nos indica un
aumento de la esperanza de vida y una disminución de la
fecundidad, con el consiguiente desplazamiento de una
parte cada vez mayor de la población, desde el sector
productivo, a un área “pasiva”. En la Argentina, ya hay
más personas mayores de 70 años que menores de 10. ¿Está
contemplada esta realidad a nivel sanitario, económico,
cultural, político y organizacional?
Hay distintos componentes imprescindibles para encarar
esta situación: por un lado, establecer diversos
mecanismos para promover la seguridad económica a los
ciudadanos mayores, con el objeto de reducir la pobreza.
Pero ésta es una parte de la seguridad social. La otra
está formada por la no marginación de los adultos
mayores en la esfera productiva. No hay peor designación
que la de integrantes de una “clase pasiva”, es decir,
una suerte de grupo estático, que “no hace nada”, y que
apenas puede estar a la espera de la ayuda de los demás
(a sabiendas de que toda pasividad lleva a la atrofia).
Nuestros mayores deben poder transformarse en agentes de
producción y así superar el ser “objeto pasivo” y pasar
a ser sujeto de dignidad. Recordemos lo que expresaba
José Ingenieros: “Y así como los pueblos sin dignidad
son rebaños, los individuos sin ella son esclavos”. Nos
estamos refiriendo a una vida activa, donde tener más
ocio no sea llenarla de ocio.
Consideremos que el trabajo es un factor de realización
personal, además de un factor de producción y de
integración social. Esto coincide con la frase “El
trabajo dignifica”. La elaboración de políticas sociales
debe estar dirigida a preservar lo que se pierde en esta
etapa, como la identidad y la calidad de vida. ¿Cómo
podemos aliviar esa sensación de pérdida que se produce
en el momento de la jubilación? ¿Cómo podemos hacer para
no potenciar la segregación de nuestros adultos mayores?
Los lazos colectivos: para lograr este objetivo, se hace
necesario constituir “unidades de gestión inter-generacionales
y de multioficios”. Estas unidades deben ser espacios de
aprendizaje y de producción, donde las personas mayores
puedan enseñar conocimientos, saberes, prácticas y
oficios a personas de otras edades, y recibir una
retribución económica por ese trabajo. De esta forma se
mantiene al adulto mayor en el esquema productivo, se lo
valoriza como persona, se fomenta la transmisión de
conocimientos entre generaciones y se contribuye a una
mejor calidad de vida. Se trata de consolidar su
pertenencia a la estructura social cumpliendo con la
finalidad de un envejecimiento sin crisis.
La sustentabilidad primaria de estas unidades debe estar
garantizada por la acción combinada de ANSES, Pami y
Universidades, a lo que sería enriquecedor agregar el
sector productivo privado dentro del marco de lo que se
llama “responsabilidad social empresaria” y a las
organizaciones no gubernamentales (ONG), cumpliendo así
con el principio de fusión de fines. Cabe mencionar que
Pami, a través de la Gerencia de Promoción Social y
Comunitaria, promueve vínculos sociales para los adultos
mayores a través de las actividades de extensión
universitaria.
Vivir no es sobrevivir
La pérdida de identidad y de autoestima que se genera al
quedar separado del sistema laboral es una de las
facetas negativas que suelen atravesar muchísimas
personas mayores. La insuficiencia de los haberes
jubilatorios y pensiones es otro factor que potencia
esas carencias, que además se combinan con situaciones
de sedentarismo, soledad y desnutrición, más las
cuestiones relacionadas con la salud.
El “adulto mayor urbano” es un ciudadano que vive en
aislamiento y soledad en plena ciudad, en el que se da
la paradoja de que la enfermedad, real o aparente, es
una compañía, una forma de sentirse vivo, y una
posibilidad de pertenecer a un grupo social: el de los
enfermos. En un tiempo de la vida donde es excluido del
sistema laboral, sufre pérdidas de sus seres queridos de
su misma edad, y es ignorado o burlado por gran parte de
la comunidad, incluyendo muchas veces sus propios
familiares. El adulto mayor siente que el estar o
sentirse enfermo es una manera de formar parte de la
sociedad.
La medicina en este punto, no puede estar ausente en lo
que se refiere a sus aportes para la planificación de
recursos y definición de prioridades, diferenciando
población enferma de población vulnerable, necesidades
de demandas explícitas e implícitas, y problemas reales
de problemas aparentes. Ya hace 20 años, en mi libro La
tercera edad, un proyecto vital y participativo, había
encarado la problemática sobre este tema y reflexionado
sobre su necesaria consideración en las finanzas
públicas.
Población en expansión frente a un mundo en
transformación permanente
El envejecimiento es una faceta trascendental dentro de
las prioridades sociales, en un momento de globalización
de esta tendencia demográfica. Ante ese panorama, no hay
que actuar solamente frente a la enfermedad, sino ante
una condición de vulnerabilidad creciente. El concepto
de atención médica más completo incluye el de asistencia
médica y también los de prevención, educación y
promoción de la salud. Se trata de que los ancianos
vivan en su sentido más amplio, no que subsistan o
sobrevivan.
Para abordar la dinámica del envejecimiento, es
necesario recurrir a medidas estructurales que permitan
encausarla adecuadamente y para ello se impone:
-
diseñar modelos de atención integral e
interdisciplinarios. En cualquier etapa de nuestras
vidas, pero en especial durante la vejez, somos seres
complejos, y no puede quedar la atención médica reducida
a la visita frecuentemente a su médico,
-
reorganizar y potenciar los recursos institucionales
gubernamentales para situaciones de convalecencia,
cuidados paliativos y residencia asistida para ancianos,
-
priorizar la atención domiciliaria como parte de la
atención primaria, y así evitar el enclaustramiento
forzoso en instituciones, en muchas ocasiones contra su
voluntad,
-
fomentar el desarrollo de profesionales con formación
específica en temas relacionados con la ancianidad,
-
mejorar la comunicación entre enfermeros, familiares y
equipos médicos,
-
buscar
mayor integración de la familia en el proceso
terapéutico de la persona mayor,
-
mpulsar el desarrollo del voluntariado civil en
programas relacionados con los adultos mayores,
-
promover la participación activa de la comunidad en el
respeto, la valorización e integración de los ancianos,
y así asegurar el desarrollo de su potencial vital.
El
envejecimiento no es una enfermedad, es una etapa del
ciclo vital donde se manifiestan vulnerabilidades que
deben ser compensadas mediante conductas saludables. Los
“viejos” no son una casta aparte, una especie de tribu
exótica, compuesta por personas que son vistas por la
sociedad como si siempre hubieran sido ancianos. Son
millones de personas que están en determinada etapa de
su vida, con sus particularidades. Para revertir esa
mirada desvalorizante sobre los adultos mayores
recordemos lo expresado por André Malraux: “No se
necesitan nueve meses sino 60 años para hacer a un
hombre… y cuando está hecho, cuando alcanza, la madurez
plena…. se lo excluye. Es la sociedad la que impone este
despilfarro que debemos revertir”.
Ignacio Katz. Doctor en Medicina (UBA)
Autor de: “En búsqueda de la Salud Perdida” (EDULP,
2006). “Argentina Hospital, El rostro oscuro de la
salud” (Edhasa, 2004). “La Fórmula Sanitaria” (Eudeba,
2003) |
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