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El
mundo transita horas de crisis y
ésta domina el paisaje... mientras
la política americana se cuestiona
el “negocio” de la salud, la
política europea cuestiona los
recursos necesarios para darle
estabilidad y sostenibilidad a la
salud pública en dicho continente.
Ya lo he dicho desde estas mismas
páginas, poner en tela de juicio a
la salud de las personas, como
derecho humano y ciudadano elemental
e inalienable, no aparece ante la
sociedad como algo defendible. De
hecho, tampoco lo es (defendible)
desde lo técnico, no desde un punto
de vista científico, no desde otro
epidemiológico, haciéndose
indefendible desde el ángulo del
gasto social. No obstante ello, los
empecinamientos son cada vez más
evidentes, dejando abierta una
pregunta dramática: ¿por qué lo que
estuvo bien y creó cultura de
calidad durante casi tres décadas,
pasó de repente a estar mal
generando un retroceso social?... la
respuesta económica es dudosa, tanto
como la financiera... por lo tanto,
involucionar los presupuestos no
aparece como una decisión
“inteligente”, antes bien se muestra
como peligrosa y de consecuencias
impredecibles... aunque
potencialmente dañinas en lo
inmediato.
Desde una óptica personal, entiendo
que castigar a los médicos (equipo
de salud en su conjunto) y a los
pacientes, comprometiendo la
capacidad operativa de los sistemas
públicos de salud, sólo generará
males mayores a todos, sin
excepción.
Existe una llave invertida que
debería ser advertida por los
estamentos políticos que hoy
“revisan” lo que no debería serlo.
Comprometer la salud de las personas
en un mundo globalizado, aduciendo
razones económicas, suena a
disparate.
Por el contrario a lo que suele
asegurarse, el paciente ostenta la
“llave” que abre o cierra al
sistema, hecho que guarda la
capacidad de invertir las variables,
y todos y cada uno de sus factores.
Como definición, la eficiencia de un
sistema sanitario comienza y termina
en el “paciente”, ya que la calidad
(como modelo operativo) de las
demandas condicionará la propia de
los servicios y sus prestaciones.
El ejemplo ofrecido por la Escuela
Gallega de Salud para Ciudadanos,
una ampliación de la Fundación
Escuela Gallega de Administración
Sanitaria (FEGAS) pero orientada
única y exclusivamente a pacientes y
a ciudadanos, es desde finales de
2009 una de las más firmes, y
satisfactorias, respuestas de la
Sanidad de Galicia a cuestiones como
la pretensión de que el paciente sea
el eje del sistema sanitario o la
propia sostenibilidad de éste. La
institución ayuda al paciente a ser
ese ángulo funcional necesario a los
equilibrios, brindándole formación
(junto a sus familiares y a sus
cuidadores) para facilitar la toma
de decisiones sobre la enfermedad
que padece; y dos aspectos de esa
formación al ciudadano, la de
mejorar su conocimiento del
funcionamiento del sistema sanitario
y de sus recursos, y la formación
frente a las enfermedades crónicas,
sirven para un uso más eficiente del
sistema y, en conclusión, a que el
ciudadano contribuya a la
sostenibilidad del mismo.(1)
La escuela contribuye a agregar
valor a la presencia del enfermo
incorporado como tal a un sistema
con recursos finitos. La Escuela
tiene como objetivo educar desde el
punto de vista de la salud a los
ciudadanos, ayudarles a mejorar
estilos de vida y a que conozcan los
servicios sanitarios públicos para
que puedan hacer un uso adecuado de
los recursos, tarea nada fácil ya
que la iniciativa es diferenciadora
y avanza sobre las sociedades de
pacientes.
En un momento donde las concepciones
políticas intentan diezmar el aporte
social a las enfermedades crónicas,
reorientar el sistema de salud hacia
dicho foco implica modificar la
manera de pensarlo, por ende obliga
a revisar las consecuencias que
imponen los presupuestos
retrógrados.
Talleres enfocados en la población
diabética, hipertensa, con
insuficiencias cardíacas y/o
renales, pacientes anticoagulados,
afectados por tumores, o afecciones
respiratorias, proporcionan una
nueva vía de abordaje ya que el
paciente como individuo, o bien los
pacientes relacionados por un
diagnóstico común, se convierten en
los primeros defensores de la salud
pública y sus factoriales,
ejerciendo un uso racional que se
orienta a proteger los recursos.
Lamentablemente la visión política
asume que todo “gasto” es una
pérdida, así como toda “inversión”
resta a los presupuestos
preestablecidos, construyendo una
visión falaz que sólo se traduce en
“restas”, a veces lineales y otras
(las más) geométricas.
Un paciente informado hace a las
diferencias. Aquellos sistemas que
inducen a “formar” la información,
modifican las incidencias y por
consecuencia, hacen lo propio con
los consumos, reduciendo de manera
significativa el mal uso de los
servicios. Traducido, la pasividad
de los enfermos resta o divide, no
suma, no multiplica y ni siquiera
agrega valor alguno.
La Escuela Gallega abrió sus puertas
en noviembre de 2009. Los talleres
son a la medida de las asociaciones
de pacientes. Si, por ejemplo, la
Asociación de enfermos de Parkinson
lo pide, se desarrolla un taller que
va dirigido a los propios pacientes
o a sus familiares o a sus
cuidadores; y si la de enfermos
celíacos pide un taller para
sensibilizar a la población sobre
este problema de salud o para
informar a los cuidadores sobre cómo
mirar una etiqueta en un
supermercado y saber si un alimento
lleva gluten o no... para todo este
tipo de cosas se hacen talleres a
medida para explicarle a los
ciudadanos todo lo que necesiten
saber para poder controlar bien su
enfermedad.
Curiosamente, la Escuela también
hace hincapié en las personas sanas,
formándolos en primeros auxilios o
enseñándoles a alimentarse...
Algunos talleres los imparten dos
personas: un profesional sanitario y
un paciente que tiene la enfermedad
de la que se trate. Está constatado
que la formación entre pares es
mucho más eficaz que la que se
realiza con asimetría en la
información: asume mejor un paciente
la información que le da otro
paciente que la que la da un
profesional. Así, un docente habla
del aspecto científico-técnico de la
enfermedad, y el otro, de su
experiencia; se complementan muy
bien, y los que padecen reciben
mejor la información. También se
está formando a pacientes para que
sean formadores, y esto sobre todo
en cuestiones relacionadas con la
seguridad del paciente (medicación,
higiene, hábitos). La experiencia es
muy buena, porque después son los
pacientes, siempre acompañados de un
profesional, los que forman a otros;
y el hecho de que sea un enfermo el
que dé las pautas es mucho más
útil.(1)
Lo antedicho reestablece la relación
médico-paciente. Los enfermos, al
comprender las variables de su
enfermedad, proporcionan un volumen
de información que suma al
conocimiento científico que se ve
nutrido por algo que hace pocos años
era impensado: la experiencia del
que padece.
Restar en salud sólo agrava el gasto
social de los países que asumen
dicho criterio, y ello es una
evidencia incuestionable.
(1) El Médico Interactivo, Diario
Electrónico de la Sanidad. Un
paciente bien formado e informado, y
corresponsable con su enfermedad, es
fundamental para la eficiencia de un
sistema sanitario
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