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Algunas palabras, con el correr de los años, parecen
quedar relegadas. “Fraternidad” es una de ellas. Dice la
propia Real Academia Española que ella es “amistad o
afecto entre hermanos, o entre quienes se tratan como
tales.” Hoy más que nunca hay que recuperar ese término
y su significado, para construir un mundo más justo, y,
en lo específico de nuestro campo, para crear un sistema
de salud solidario.
Libertad, igualdad y fraternidad son las tres palabras
claves de la proclama de la Revolución Francesa. Pero en
el fragor de los debates ideológicos pareciera que las
dos primeras se llevan todas las luces en el escenario.
Sin embargo, la fraternidad, entendida como la ligazón
entre los grupos del pueblo, y entre pobres y ricos
frente a la adversidad, es fundamental para la nueva
arquitectura sanitaria que el país se merece.
Lo fraterno no es patrimonio exclusivo de las religiones
ni de la política; es una parte esencial de la atención
médica, ya que en el campo de la salud, la solidaridad
no es una opción; es una necesidad primaria para
garantizarle dignidad al ser humano. En lo fáctico
alcanza con subrayar el significado de la vacunación,
cuya eficacia depende de su aplicación universal.
Hablar de salud en la Argentina fue siempre hablar de
“pobreza”. Como si el estado sanitario de la población
no afectara también a quienes tienen dinero para
costearse una asistencia privada. Es una falacia pensar
que si en los hospitales argentinos no hay gasa, o los
médicos cobran salarios indignos, sólo se verán
afectados los “carecientes”. De lo que se trata es de
encarar políticas globales que tiendan a construir un
sistema sanitario justo, racional y eficiente, a fin de
responder a políticas públicas dirigidas a preservar el
primario bien social como es el de la salud del
ciudadano, verdadero valor de su dignidad y soberanía.
Para pensar y actuar en términos fraternales, no cabe la
posibilidad de colocar remiendos en el ámbito de la
salud, o de creer que las enfermedades, las carencias
hospitalarias, la escasez de personal auxiliar o las
demandas que genera el envejecimiento de la población
interesan solamente a los involucrados directamente por
esas situaciones. Lo que sucede en los hospitales tiene
repercusión, más o menos directa, en todo el país; sea
porque lo que allí acontece implica uso de recursos
económicos y humanos, sea porque se ponen en juego
aspectos legales, o porque las enfermedades involucran
fundamentalmente a semejantes, a ciudadanos con
derechos. De ahí que no podemos dejar de pensar
fraternalmente para mejorar la atención médica. Los que
sufren son otros como nosotros, o mejor dicho, son
nosotros el día de mañana.
Durante estos 14 años de vida de la Revista Médicos han
transcurrido todo tipo de sucesos políticos, económicos,
culturales y sociales, que obviamente han impactado en
la condición sanitaria. Desde estas páginas siempre se
ha apuntado a poner a la luz los elementos
imprescindibles para reconstruir los lazos de
fraternidad, deteriorados en las últimas décadas,
especialmente a partir de 2001. La falta de enfermeros,
la Gripe A, los problemas cardiológicos, la obesidad, el
envejecimiento, la problemática de los trasplantes, el
estado del cáncer en la Argentina, el manejo de las
obras sociales, la ausencia de historias clínicas
compartidas, la desarticulación de instituciones
sanitarias, el rol de las universidades y de los
hospitales como capacitadores; todos esos aspectos han
sido examinados desde estas páginas.
Y hoy nos toca justamente recordar el aspecto “nodal”
que representan los hospitales: el de ser el sitio de
formación continua para los profesionales de la salud.
Si hablamos de lo imperioso de rescatar la idea de
fraternidad, el escenario clave para desarrollarla es el
del hospital, eje central de la actividad médica. Dentro
de ese tipo de institución confluyen tres componentes
básicos de su estructura: la asistencia, la docencia y
la investigación clínica. Es precisamente la
investigación médica la que conforma el espacio de
reflexión científica ejercida en sus ateneos
clínico-quirúrgicos, los que nutren entre otros
componentes la profesión, unificando la actividad del
personal de la salud. Además, así se consolidan los
conocimientos posibilitando al hospital alcanzar la
categoría de una verdadera “escuela de formadores” e
instalándose como un participante activo en la educación
médica continua. Hoy tenemos más información pero serán
los maestros médicos los que harán que sepamos más.
Un aspecto del énfasis en la fraternidad social que
debemos reconstruir, es el de estas instituciones como
escuelas, ya que como consecuencia de los avatares
sufridos por el país, se ha resentido su nivel. No
podemos desentendernos de lo que pasa tras esos muros,
más allá de si faltan gasas o no. Tenemos que revertir
estas secuelas -unas de tantas- para recuperar la
práctica de la salud pública.
La Argentina supo estar a la vanguardia de este sistema.
Hay que volver a insuflarles a los hospitales nacionales
la energía, estructura y recursos necesarios para que
sean verdaderos “templos del saber”, en donde además de
la atención de la salud, los médicos aprendan y
desarrollen sus conocimientos de manera sistemática y en
permanente contacto con el “trabajo de campo” que
revitaliza la interacción profesional.
La historia nos enseña que ninguno de los cambios se
realiza sin obstáculos, y son las herramientas de
gestión y organización las que, al servicio de la
dirigencia, posibilitan transformaciones estructurales,
que, mediante políticas públicas, encuentran la solución
a las necesidades que una vida digna demanda. En ese
sentido, el hospital, como caja de resonancia en la que
se cruzan pacientes, prestadores de salud, tanto
públicos como privados, y profesionales del área,
necesita de este impulso que haga recuperar a los
nosocomios como centros educativos. Llegados a este
punto, vale recordar lo expresado por Max Weber: “La
ética de los políticos no se refiere sólo a sus
principios, sino a la responsabilidad por las
consecuencias de su accionar”.
En el área de la salud, sólo con recursos no alcanza. Se
requieren mayores niveles de coordinación y articulación
guiados dentro de una planificación donde sobresalga el
rol del Estado, de manera de asegurar el comportamiento
del mercado regulado en su correspondiente
participación. Es imprescindible que las autoridades
nacionales ejerzan un rol tutelar para orientar el
sistema sanitario hacia las coordenadas que garanticen
más y mejor atención, y más y mejor capacitación
profesional. Este rol rector del Estado es clave, ya que
está en juego su relación con los ciudadanos, a fin de
alcanzar una lógica racional en el accionar del espacio
sanitario y hacerlo más justo y sostenible. Ya Confucio
decía: “La equidad es el tesoro de los Estados”. Y no
puede pensarse a éste sin su papel garante en el área de
la salud ya que representa el participante esencial para
el mantenimiento de un sistema federal integrado.
Hoy no podemos llamar a la actual fragmentación del
campo sanitario “crisis de progreso”, ésta no es
producto de contradicciones operativas insalvables. Se
trata de ausencia de una planificación estratégica que
termina por socavar la estabilidad dinámica (con sus más
y sus menos) del plano en el que se asienta la atención
médica de nuestra población.
La secuencia lógica de todo proceso está dada por
conocer-comprender-discernir-decidir. En estos verbos
están contenidas las acciones necesarias para
desarrollar una dinámica transformadora. Los hospitales
son el campo propicio para consolidar lo que proponemos.
Hay que dejar de verlos únicamente como espacios de
asistencia sanitaria para recrear su aspecto formativo a
niveles de excelencia.
Ignacio Katz. Doctor en Medicina (UBA)
Autor de: “En búsqueda de la Salud Perdida” (EDULP,
2006). “Argentina Hospital, El rostro oscuro de la
salud” (Edhasa, 2004). “La Fórmula Sanitaria” (Eudeba,
2003) |
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