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Columna


Salud Pública:
Pensar en los otros, pensar en nosotros...
Por el Doctor Ignacio Katz

“el mundo es el resultado
intencional de la conciencia”

Edmund Husserl

 
Algunas palabras, con el correr de los años, parecen quedar relegadas. “Fraternidad” es una de ellas. Dice la propia Real Academia Española que ella es “amistad o afecto entre hermanos, o entre quienes se tratan como tales.” Hoy más que nunca hay que recuperar ese término y su significado, para construir un mundo más justo, y, en lo específico de nuestro campo, para crear un sistema de salud solidario.
Libertad, igualdad y fraternidad son las tres palabras claves de la proclama de la Revolución Francesa. Pero en el fragor de los debates ideológicos pareciera que las dos primeras se llevan todas las luces en el escenario. Sin embargo, la fraternidad, entendida como la ligazón entre los grupos del pueblo, y entre pobres y ricos frente a la adversidad, es fundamental para la nueva arquitectura sanitaria que el país se merece.
Lo fraterno no es patrimonio exclusivo de las religiones ni de la política; es una parte esencial de la atención médica, ya que en el campo de la salud, la solidaridad no es una opción; es una necesidad primaria para garantizarle dignidad al ser humano. En lo fáctico alcanza con subrayar el significado de la vacunación, cuya eficacia depende de su aplicación universal.
Hablar de salud en la Argentina fue siempre hablar de “pobreza”. Como si el estado sanitario de la población no afectara también a quienes tienen dinero para costearse una asistencia privada. Es una falacia pensar que si en los hospitales argentinos no hay gasa, o los médicos cobran salarios indignos, sólo se verán afectados los “carecientes”. De lo que se trata es de encarar políticas globales que tiendan a construir un sistema sanitario justo, racional y eficiente, a fin de responder a políticas públicas dirigidas a preservar el primario bien social como es el de la salud del ciudadano, verdadero valor de su dignidad y soberanía.
Para pensar y actuar en términos fraternales, no cabe la posibilidad de colocar remiendos en el ámbito de la salud, o de creer que las enfermedades, las carencias hospitalarias, la escasez de personal auxiliar o las demandas que genera el envejecimiento de la población interesan solamente a los involucrados directamente por esas situaciones. Lo que sucede en los hospitales tiene repercusión, más o menos directa, en todo el país; sea porque lo que allí acontece implica uso de recursos económicos y humanos, sea porque se ponen en juego aspectos legales, o porque las enfermedades involucran fundamentalmente a semejantes, a ciudadanos con derechos. De ahí que no podemos dejar de pensar fraternalmente para mejorar la atención médica. Los que sufren son otros como nosotros, o mejor dicho, son nosotros el día de mañana.
Durante estos 14 años de vida de la Revista Médicos han transcurrido todo tipo de sucesos políticos, económicos, culturales y sociales, que obviamente han impactado en la condición sanitaria. Desde estas páginas siempre se ha apuntado a poner a la luz los elementos imprescindibles para reconstruir los lazos de fraternidad, deteriorados en las últimas décadas, especialmente a partir de 2001. La falta de enfermeros, la Gripe A, los problemas cardiológicos, la obesidad, el envejecimiento, la problemática de los trasplantes, el estado del cáncer en la Argentina, el manejo de las obras sociales, la ausencia de historias clínicas compartidas, la desarticulación de instituciones sanitarias, el rol de las universidades y de los hospitales como capacitadores; todos esos aspectos han sido examinados desde estas páginas.
Y hoy nos toca justamente recordar el aspecto “nodal” que representan los hospitales: el de ser el sitio de formación continua para los profesionales de la salud. Si hablamos de lo imperioso de rescatar la idea de fraternidad, el escenario clave para desarrollarla es el del hospital, eje central de la actividad médica. Dentro de ese tipo de institución confluyen tres componentes básicos de su estructura: la asistencia, la docencia y la investigación clínica. Es precisamente la investigación médica la que conforma el espacio de reflexión científica ejercida en sus ateneos clínico-quirúrgicos, los que nutren entre otros componentes la profesión, unificando la actividad del personal de la salud. Además, así se consolidan los conocimientos posibilitando al hospital alcanzar la categoría de una verdadera “escuela de formadores” e instalándose como un participante activo en la educación médica continua. Hoy tenemos más información pero serán los maestros médicos los que harán que sepamos más.
Un aspecto del énfasis en la fraternidad social que debemos reconstruir, es el de estas instituciones como escuelas, ya que como consecuencia de los avatares sufridos por el país, se ha resentido su nivel. No podemos desentendernos de lo que pasa tras esos muros, más allá de si faltan gasas o no. Tenemos que revertir estas secuelas -unas de tantas- para recuperar la práctica de la salud pública.
La Argentina supo estar a la vanguardia de este sistema. Hay que volver a insuflarles a los hospitales nacionales la energía, estructura y recursos necesarios para que sean verdaderos “templos del saber”, en donde además de la atención de la salud, los médicos aprendan y desarrollen sus conocimientos de manera sistemática y en permanente contacto con el “trabajo de campo” que revitaliza la interacción profesional.
La historia nos enseña que ninguno de los cambios se realiza sin obstáculos, y son las herramientas de gestión y organización las que, al servicio de la dirigencia, posibilitan transformaciones estructurales, que, mediante políticas públicas, encuentran la solución a las necesidades que una vida digna demanda. En ese sentido, el hospital, como caja de resonancia en la que se cruzan pacientes, prestadores de salud, tanto públicos como privados, y profesionales del área, necesita de este impulso que haga recuperar a los nosocomios como centros educativos. Llegados a este punto, vale recordar lo expresado por Max Weber: “La ética de los políticos no se refiere sólo a sus principios, sino a la responsabilidad por las consecuencias de su accionar”.
En el área de la salud, sólo con recursos no alcanza. Se requieren mayores niveles de coordinación y articulación guiados dentro de una planificación donde sobresalga el rol del Estado, de manera de asegurar el comportamiento del mercado regulado en su correspondiente participación. Es imprescindible que las autoridades nacionales ejerzan un rol tutelar para orientar el sistema sanitario hacia las coordenadas que garanticen más y mejor atención, y más y mejor capacitación profesional. Este rol rector del Estado es clave, ya que está en juego su relación con los ciudadanos, a fin de alcanzar una lógica racional en el accionar del espacio sanitario y hacerlo más justo y sostenible. Ya Confucio decía: “La equidad es el tesoro de los Estados”. Y no puede pensarse a éste sin su papel garante en el área de la salud ya que representa el participante esencial para el mantenimiento de un sistema federal integrado.
Hoy no podemos llamar a la actual fragmentación del campo sanitario “crisis de progreso”, ésta no es producto de contradicciones operativas insalvables. Se trata de ausencia de una planificación estratégica que termina por socavar la estabilidad dinámica (con sus más y sus menos) del plano en el que se asienta la atención médica de nuestra población.
La secuencia lógica de todo proceso está dada por conocer-comprender-discernir-decidir. En estos verbos están contenidas las acciones necesarias para desarrollar una dinámica transformadora. Los hospitales son el campo propicio para consolidar lo que proponemos. Hay que dejar de verlos únicamente como espacios de asistencia sanitaria para recrear su aspecto formativo a niveles de excelencia.

Ignacio Katz. Doctor en Medicina (UBA)
Autor de: “En búsqueda de la Salud Perdida” (EDULP, 2006). “Argentina Hospital, El rostro oscuro de la salud” (Edhasa, 2004). “La Fórmula Sanitaria” (Eudeba, 2003)
 

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