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Europa ha dado en estos últimos
meses la primera evidencia sobre el
definitivo ocaso del estado
bienestar. Para ello ha apelado a
recortes tan perversos como
improvisados, siguiendo el criterio
de recetas económicas que,
sustentando necesidades políticas,
focalizan sus estrategias en las
debilidades periféricas de la propia
Unión Europea (UE). Cuando señalo el
concepto de “periféricas” es que
nunca tocan a los ejes económicos de
la propia UE, por consecuencia caen
sobre Grecia, España, Portugal,
Italia, Turquía, Irlanda, etc. y
nunca sobre Alemania, Francia o Gran
Bretaña.
¿Cuál es el precio de semejante
decisión?... difícil determinarlo en
lo global, sin embargo en ESPAÑA
tanto como en PORTUGAL, se avizora
el fin del sistema público de salud
tal fue reconocido durante décadas,
como ejemplos de equilibrios
equitativos así como de la
“inclusión” como criterio social y
sanitario. Las víctimas no son otras
que sus propios protagonistas, tanto
pacientes como los recursos humanos
del equipo de salud... y más allá,
en poco tiempo más, los propios
estados políticos terminarán siendo
ellos mismos víctimas de tanta
irracionalidad.
La UE, al imponer estos mecanismos
de “antigestión”, se ha visto
desbordada por circunstancias que le
impone su propia realidad:
1. Pacientes críticos sin acceso a
sus tratamientos.
2. Pacientes crónicos sin acceso a
sus tratamientos y además, con
limitaciones dramáticas en sus
coberturas.
3. Pacientes quirúrgicos sin acceso
a sus urgencias
4. Pacientes sin acceso a la
atención médica en urgencias.
5. Poblaciones pediátricas sin
acceso a determinadas vacunas, dadas
de baja de sus coberturas previas.
6. Incapacidad en el control
epidemiológico de patologías
transmitidas por alimentos.
7. Incapacidad en el control
epidemiológico de enfermedades
tropicales crecientes por influencia
directa del cambio climático.
8. Carencias de gestión en lo
regulatorio sobre los medicamentos y
sus recomendaciones.
9. Impuestos a la enfermedad en
forma de copagos
10. Deudas crecientes que los
estados reconocen pero escatiman a
la hora de resolver.
Cuando un modelo otrora confiable,
pierde tal condición, favorece la
instalación y el crecimiento de las
incertidumbres, y cuando éstas
llegan, suelen abundar en primera
instancia para luego ahogar a sus
actores.
En medio de ello crece un abismo
entre la gestión del ámbito público
y su equivalente en el privado. En
el primero el enfermo asume el rol
de usuario, por lo tanto sometido al
imperio de las carencias. En el
segundo, el paciente cumple el rol
de cliente, elevando el nivel de
exigencias que lo distancien de
aquel que es “despreciado” por el
propio Estado (supuestamente
protector), que lo condiciona a
través de deudas crecientes que, al
superponerse, se acrecientan
geometrizándose y creando algo
semejante a una represa de demandas
contenidas.
Las demandas contenidas serán las
que firmen el certificado de
defunción del modelo “bienestar”, ya
que el continuo ejercicio de
falencias y ausencias, de siniestros
y carencias, termina traduciéndose
en frustraciones que producen que
las personas tomen distancia de la
antigestión, dando lugar a un
“mercado marginal” de medicinas
inciertas que sólo contribuirán a
conferir magnitud al problema basal.
Queda claro que el sistema público
no es el problema en sí mismo, tanto
como sucede lo propio con el
privado... en ambos casos, los roles
de gestión se cumplen conforme a
pautas que, a veces, están más
calibradas que otras. En general,
ninguno de los ámbitos de gestión
pretenden gastar más de lo
necesario, sin embargo, dentro de
las visiones políticas, lo
“necesario” suele estar muy lejos de
lo adecuado y hasta de lo prudente.
De allí que el sistema se desintegre
por imperio de antojos personalistas
antes que por correcciones que
optimicen la protocolización de la
seguridad de cada paciente, y por
ende, del conjunto de las demandas y
sus correspondientes requerimientos.
En la concepción política del gasto
social, calidad y productividad
aparecen como ejes antagónicos y
ello induce a error en la toma de
decisiones que afectan a la gestión
operativa. Optimizar la calidad
implica mejorar la productividad, y
el resultado de ambas da como
consecuencia una reducción racional
del gasto... no obstante, cuando el
recorte ataca a la calidad termina
comprometiendo seriamente a la
productividad, y ello deriva en
efectos nocivos sobre la salud de
las personas, de los miembros del
equipo de salud sometidos a un
permanente burnout (síndrome), que
terminan favoreciendo la teoría del
parche, esto es tapar los agujeros
según se producen, hasta que el
número alcanza una envergadura tal
en que que las urgencias eclipsan a
las coherencias.
Hasta ahora, cada vez que la
política invade los ámbitos de la
salud el daño se torna irreversible
y todas las decisiones políticas han
terminado, siempre, en fracasos
estrepitosos... curiosamente, en la
visión política no hay cabida para
la visión ciudadana y por ende,
tampoco la hay para el derecho
ciudadano de acceso universal a la
salud pública. De allí que el
tránsito individual, personal, o
ciudadano (según se quiera) se
represente en un calvario donde el
paciente pena por su condición
viéndose esclavizado por una máquina
de impedir fabricada a partir de una
burocracia que pretende controlar
gastos a partir de la destrucción de
costos. De hecho, ningún político se
asiste a sí mismo en el sistema
público, por ende lo desconoce, por
ende no lo padece.
¿Cómo se entiende lo antedicho?...
no hay camas, no hay capacidad de
internación, no hay quirófanos
disponibles, no hay consultorios
disponibles, no hay cirujanos y/o no
hay anestesistas, no hay turnos, no
hay una contención del enfermo ni
tampoco hay quién le resuelva sus
necesidades elementales, más tarde,
no hay descartables, no hay
medicamentos, no hay coberturas
apropiadas, no hay sábanas, no hay
higiene, no hay y no hay...
produciéndose un desconcierto donde
los colaboradores funcionarios del
modelo sanitario terminan siendo los
victimarios de “víctimas” sin
derecho a réplica.
En una época donde imperan las
tecnologías electrónicas (IT),
someter a los enfermos (o sus
familiares) a penurias por su
atención se traduce en una absoluta
falta de respeto hacia la víctima,
la que se ve obligada a asumir un
doble rol, el de enfermo y el de
víctima del sistema.
En medio de este paisaje, la
administración Obama ha logrado
torcer el brazo de las aseguradoras,
para inmediatamente destapar un
fraude multimillonario al sistema de
salud... y una vez más la pregunta
del millón es... ¿y la gente
cuándo?... cuando los modelos de
salud restan inclusión agregando
disparidades, el gasto social
genuino crece... atendiendo
urgencias pero no resolviendo las
prioridades.
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