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Quiero comenzar este artículo con un recuerdo a mi
querido maestro Ramón Prieto, quien expresaba: “Sólo la
autocrítica perfecciona al ser humano, y cuando se
amplía a la comunidad desbroza los caminos que conducen
a la plena realización nacional y social dignificando la
condición humana, liberándola del estigma de la
postración, la pobreza, la dependencia y tornándola
capaz de unificar al país en derredor del bien común y
de encauzarlo hacia la espiritualidad y la construcción
del mayor de los capitales: la fraternidad y la paz.”
Es tiempo entonces de, como comunidad, analizar nuestros
errores y poner en marcha los mecanismos para
superarlos. En particular, el caso que hoy nos ocupa
para ilustrar esta necesidad de autocrítica como
sociedad, es el de la Administración de Programas
Especiales (APE), absorbida recientemente dentro de la
estructura de la Superintendencia de Servicios de Salud.
En esta etapa nos ayudará reflexionar sobre los
distintos pasos que llevaron a que un organismo que debe
existir para cumplir una función sanitara impostergable,
haya quedado envuelto en situaciones irregulares y en el
riesgo de que los errores del presente hagan naufragar
un ente a todas luces necesario. Así, las fallas en su
funcionamiento llevan a hacer dudar sobre la necesidad
de su existencia, y esto confunde y genera el riesgo de
llegar a eliminarlo por el hecho de estar mal
instrumentado.
El caso de la APE es una muestra de lo que acabamos de
plantear. Es fundamental señalar los déficits
intrínsecos de su estructura, que por la profundidad de
aquellos, comprometen el buen cumplimiento de las
funciones para las que fue creada. Y, al mismo tiempo,
es necesario destacar el rol positivo que juega, en
especial para garantizar niveles de equidad en la
atención sanitaria. Es, cuando funciona bien, una
herramienta básica para la producción de servicios
asistenciales en el campo de la salud, reforzando la
búsqueda por lograr equidad y así apuntalar la justicia
social.
Ahora bien, este reconocimiento no debe obstruir la
necesidad de someter a examen este engendro en el que se
ha convertido la APE. Lo primero es recalcar que
discutir la existencia o disolución de la APE por sus
ineficiencias en la actual situación sanitaria, sería
semejante a plantear la disolución del INDEC (Instituto
Nacional de Estadística y Censos), en lugar de formular
los cambios que corregirían sus errores.
La APE, recordemos, reintegra a las obras sociales los
costos que éstas tienen que afrontar por ciertos
tratamientos de alta complejidad. Enumeremos alguna de
las patologías que solventa este organismo: implantes
cocleares, trasplantes renales, medicaciones
antirretrovirales, medicación oncológica, hormona de
crecimiento, prestaciones para personas discapacitadas,
tratamiento de la hemofilia, control de la enfermedad de
Chagas y muchas más.
La creación de dicho organismo fue por decreto en enero
de 1998, a partir de aportes de empleados y patrones a
las obras sociales. Más allá del objetivo final que se
buscaba con su nacimiento, éste también se vio impulsado
por los problemas financieros de las obras sociales, la
falta de crédito para prestadores y la urgencia que
ameritaban muchos casos médicos que no podían esperar
búsquedas urgentes de dinero para salvar vidas.
De esta manera, los afiliados a obras sociales pueden
tener garantizado el acceso a distintos tratamientos de
complejidad, sin depender de si la entidad a la que
están afiliados puede garantizar en el tiempo necesario
el pago de dichas intervenciones. Imaginemos cómo se
profundizaría la inequidad social si un afiliado de una
obra social sindical tuviera que pasar meses hasta que
ésta pueda encontrar los recursos para recibir
medicamentos que combaten alguna severa enfermedad que
padece.
Hoy, la APE es una herramienta defectuosa, pero con un
nuevo plan maestro nacional, podría enderezar su rumbo.
Claro que en simultáneo, tendría que construirse el ya
mencionado en estas páginas Sistema Federal Integrado de
Salud, que implicaría un nuevo modelo sanitario. En este
esquema, la APE quedaría subsumida dentro de un
específico Fondo Compensador de Enfermedades Especiales,
entidad que en la Argentina no existe. Cabe señalar que
hay experiencias cercanas de dicho Fondo; sin ir más
lejos, la hermana República Oriental del Uruguay sí lo
posee.
En una sociedad integrada y plural, el Fondo Compensador
de Enfermedades Especiales es una pieza de valor
angular, que al estar imbuida de criterio solidario,
posibilita el devenir de la salud como derecho
individual, hasta alcanzar la salud como derecho social.
DE LOS
POSTULADOS IDEALES
Ahora bien, el dilema actual es cómo estructurar un ente
autónomo que intervenga en la logística de la atención
médica con racionalidad, eficiencia y transparencia.
Dicho ente debe intervenir en tres niveles:
1) la identificación en el padrón de afiliados, lo que
posibilita su verificación y fecha de ingreso
2) la elevación de la Historia Clínica, que objetiva, no
sólo el diagnóstico, su evolución y confirmación de lo
solicitado, sino también la oportunidad de lo requerido
en relación al camino crítico de la enfermedad
3) la acreditación de la institución médica resolutiva y
su compromiso en el seguimiento del paciente, a fin de
respaldar las conductas propuestas.
La aplicación de estas premisas, ideales de un Sistema
de Salud, permitirían superar la visión mecanicista,
cuyo enfoque administrativo prevalente, opaca la
responsabilidad médica.
Por otra parte, en una nueva configuración sanitaria, el
Fondo Compensador de Enfermedades Especiales trabajaría
en estrecha relación con un Observatorio de Salud,
imprescindible en cualquier esquema superador del
actual. De este modo, dicho Fondo aportaría información
de primera calidad, sobre patologías y costos al
Observatorio.
En síntesis, no se trata de eliminar la función de la
APE, sino de construir dicho Fondo, en el marco de una
reforma total del actual modelo sanitario. En un nuevo
ordenamiento, que implicaría un genuino Sistema Federal
Integrado de Salud, ese Fondo sería una herramienta,
coordinada por una autoridad, pero articulada plenamente
con la sociedad en el que está inmerso. Además, el
mencionado Fondo debe considerarse como un instrumento
logístico que responda a una táctica y a una estrategia
determinada, para dar soluciones en pos de un genuino
acceso a la salud para todos los habitantes de este
país.
Hoy, en lo referente a la APE, estamos en conflictos y
juicios que no serán fácilmente resueltos, dada la
debilidad estructural en los que están contenidos y que
los llevan a una confrontación que día a día acrecienta
el daño sobre los pacientes. Estos no son espectadores,
son las víctimas de lo que sucede. Es de esperar que en
el futuro inmediato quienes tienen la responsabilidad de
intervenir en el campo sanitario, avancen en la
concreción de un nuevo modelo de salud para todos los
habitantes de nuestro país. Y en particular, que se
implemente el mencionado Fondo Compensador de
Enfermedades Especiales, dentro de una organización
racional, equitativa y transparente.
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Ignacio Katz. Doctor en Medicina (UBA)
Autor de: “Claves jurídicas y asistenciales para la
conformación de un Sistema Federal Integrado de
Salud” (Eudeba, 2012). “En búsqueda de la Salud
Perdida” (EDULP, 2006). “Argentina Hospital, El
rostro oscuro de la salud” (Edhasa, 2004). “La
Fórmula Sanitaria” (Eudeba, 2003) |
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