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Durante cierto tiempo albergué la idea cierta-mente
voluntarista de que se podía producir un cambio
sustancial del sistema de salud del país, que los
planetas se alineaban y podíamos orientar los esfuerzos
hacía la población más desprotegida, que no tiene
servicios o que tiene servicios a posteriori de la
enfermedad y éstos son de muy variable calidad y
resultado.
Sin dudas era una simplificación propia del entusiasmo
juvenil y de la ignorancia respecto de la importancia de
la economía política de los actores que como sabemos se
ponen en marcha cada vez que existe una iniciativa. Como
ya he mencionado en otras oportunidades existe capacidad
de frenar cambios pero no de generar una alianza para
producirlos. El sistema vive así un empate social. Los
consensos se alejan.
La complejidad de factores de poder que juegan en un
sistema de salud, las dificultades que existen para
producir cambios y transformaciones en el marco de las
democracias donde vivimos que exigen diálogo y avanzar
por consensos respetando o intentando respetar los
derechos de todos hacen difícil pensar en los cambios de
un sistema agotado, al que los expertos critican pero
sigue siendo sostenido por la opinión de la población.
Una reforma del sistema de salud necesita en primer
lugar acuerdo social y además liderazgo para llevarla
adelante en todos los sectores. No es suficiente tener
un gran diseño macro si luego no contamos con los
directores de hospitales o los responsables de los
centros de salud como para llevar adelante en lo micro
lo que se plantea como grandes consignas movilizadoras.
Si hacemos esto de prometer y luego no se puede
concretar en la vinculación diaria del sistema de salud
con el ciudadano corremos un serio riesgo de generar
anticuerpos a los cambios.
Un gobierno es elegido para gobernar por 4 años y en
todo caso tiene una reelección si hace las cosas
medianamente bien, avanzar en un proyecto de salud
requiere desde el primer día tener la mirada puesta en
el proyecto, motivar a todo el staff de gobierno en esa
reforma y dejar en un segundo lugar otros cambios que
también reclaman importancia en la agenda.
Pareciera que en nuestro país todavía no hemos llegado a
la instancia de poner a la salud delante de otros
cambios que el país necesita y requiere en forma
prioritaria, mal que nos pese a los que trabajamos
entorno al sector salud y que tenemos la certeza de que
hay que realizar cambios inmediatos porque el sistema
convive con un gasto importante y resultados sanitarios
mediocres.
Sin embargo para los interlocutores políticos, salud
todavía sigue siendo un sector donde se puede navegar
sin demasiadas transformaciones. Nos tocará asistir a
maquillajes de sistemas públicos degradados, sin que los
gobiernos provinciales se atrevan a plantear una reforma
del estado. Estamos ahora ante un dilema importante en
la seguridad social dado que la voracidad por captar las
cajas de recursos sociales que fueron privatizadas como
la reforma de las AFJP o como el sistema de obras
sociales que nació privatizado (en asociaciones
sindicales sin fines de lucro) puede desencadenar un
avance importante del estado para recuperar este control
que ha diferencia del sistema previsional nunca tuvo
bajo su responsabilidad.
El enemigo a enfrentar por el gobierno es
sustancialmente diferente si bien los sindicalistas
están desprestigiados socialmente como los
administradores de fondos de jubilaciones y pensiones,
siguen manejando una variable clave que es la
negociación salarial y la posibilidad de parar y sacar
gente a la calle. Ya lo intento ingenuamente Alfonsín en
otro momento donde el sector sindical no estaba tan
fortalecido pero sí aliado con su tabla de salvación que
fue el peronismo a quien ayudó a rescatar de las
derrotas sufridas en 1983 y 1985.
Una reforma necesita convicción del gobierno y
fundamentalmente que la sociedad acompañe pero eso no es
suficiente requiere un plan, una estrategia y cuadros
intermedios con liderazgo, para definir y avanzar en las
políticas y también para replantear el modelo de gestión
y de atención de la salud. Requiere una población que
apoye y una masa crítica de intelectuales,
universitarios, profesionales y medios de comunicación
que aporten al proceso constructivo de una reforma.
Y mientras tanto qué hacemos, cómo esperamos mientras la
salud ingresa a la agenda política de prioridades. En
ese sentido Estados Unidos que tiene 50 estados y hace
mucho tiempo que espera un mayor protagonismo del estado
federal permite observar que algunos Estados se han
visto tentados de llevar adelante iniciativas de cambio
mientras esperaban que el gobierno federal hiciera algo.
Lo hizo el Estado de Massachusetts que llevó adelante
una reforma por aproximación, respetando la lógica del
sistema, pero alcanzando a cubrir al 100% de la
población que vive en ese Estado. Otros estados como
Oregón, Tennesse y más cercano en el tiempo Vermont que
acaba de aprobar una ley que declara la salud como un
“bien público” y dice que el estado tiene la
responsabilidad de “garantizar el acceso universal a la
cobertura de alta calidad, los servicios de salud
médicamente necesaria para todos los habitantes
ofreciendo un sistema de salud pagador único.
Las provincias tienen autonomía para proponerse con
independencia construir sistemas provinciales y cambiar
la historia. Sin dudas que eso será un hito y que podrá
ser exhibido por el gobernador que se arriesgue a esta
reforma como un logro, pero es necesario avanzar en la
reforma del estado. Hay que cambiar los modelos
organizativos del sector público, es necesario
modernizar la relación laboral de los empleados públicos
con el estado provincial, no es posible cambiar el
sistema protegiendo a los que no trabajan y sin premiar
los esfuerzos y la innovación de algunos trabajadores.
Mientras seguimos esperando mayor compromiso de la
política con el cambio en el sistema de salud un grupo
de académicos y profesionales que trabajan en el sector
salud trabajamos en un documento de consenso (PACTO
ARGENTINO PARA LA INCLUSION EN SALUD) para comenzar a
encontrar denominadores comunes y transitar aunque sea
lentamente un proceso sistemático y continuo de cambios
sustantivos del sistema que lo hagan más accesible,
equitativo, integrado y eficiente.
(*) Carlos Vassallo - Consultor en Economía y
gestión de la salud y el medicamento.
vassallo@gmail.com
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