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La recesión aún no tiene nada
que ver con la crisis externa

Por Nelson Perez Alonso
Presidente - CLAVES Información Competitiva


Aún cuando todo el mundo atraviesa una clara tendencia a la desaceleración productiva, es falso el relato presidencial que afirma que el mundo se nos cayó encima, tanto como temeraria es su afirmación de que aún en este viento de frente los bonos argentinos emitidos en dólares serán pagados en agosto y diciembre en billetes verdes. Hay aclaraciones que oscurecen.
El mundo no se nos vino encima ni todavía cambió el viento, como lo demuestra que el precio de la soja está en un máximo de cuatro años y las tasas de interés internacionales en mínimos históricos. Las causas de la recesión, como del elevado riesgo país, son claramente de cabotaje. Repasemos para ello el panorama sectorial; hay dos actividades que por la magnitud de su desplome y su peso específico en la economía argentina, lideran la baja: el sector agrícola y la construcción. El primero por el factor climático que achicó la cosecha gruesa en más de 15%, y el segundo por la obturación a la compra de dólares. Ambos sectores en el segundo trimestre exhibieron bajas tan abruptas que no pudieron compensar las desaceleraciones o los descensos más moderados de otras actividades, especialmente industriales y de servicios. Así, con datos preliminares de mayo y proyecciones de junio, calculamos que el PBI total cayó 1,6% interanual en el segundo trimestre.
Esto no significa que la desaceleración global no vaya a impactar, o incluso que ya haya comenzado, pero esto tiene nombre y apellido: Brasil, destino de las exportaciones argentinas de mayor valor agregado. Pero aquí hay que ir discriminando qué porcentaje de las mermas que muestran nuestras exportaciones hacia aquel país responden a cada una de las causas que hoy las condicionan: las caídas interanuales de las exportaciones en carnes, pescados, elaborados de vegetales, frutas, grasas, aceites, vinos, son superiores al 10%, evidenciando problemas de volúmenes (caída de la demanda interna de Brasil, y/o respuestas proteccionistas) o problemas de precios (imposibilidad de competir por los altos costos en dólares de la Argentina).
Por alguna de estas razones el sistema agroalimentario argentino entró en crisis, quizás no terminal pero sí crónica, y de allí que la repercusión mediática de casos en que industrias alimenticias paralizan la producción porque se cierra el mercado brasileño puede ser sólo la punta del iceberg. Bajo las aguas del retraso cambiario y de las respuestas proteccionistas de nuestros socios comerciales, seguramente va a quedar congelado por ahora el sueño de abastecer de comida a 300 millones de personas, y los grandilocuentes programas oficiales para el sector terminarán convirtiéndose en papel pintado. Es que estamos en los umbrales de que maduren las denuncias que en el marco de la OMC han presentado contra la Argentina los países que atraen el 65% de nuestras exportaciones, y a partir de entonces estas naciones quedarán habilitadas a imponernos sanciones comerciales.
Todas las naciones son proteccionistas pero casi ninguna pone en juego un amateurismo y anomia tan grave como la Argentina para gerenciar una administración profesional del comercio exterior que no se convierta en un búmeran. De la misma manera, de seguir desconociendo los fallos en firme del CIADI contra la Argentina o la deuda caída con el Club de París, seguiremos trabajando para que la ¿tormenta perfecta? finalmente se cierne sobre la Argentina, a manera de autoprofecía cumplida por el relato oficial.

 

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