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Aún cuando todo el mundo atraviesa
una clara tendencia a la
desaceleración productiva, es falso
el relato presidencial que afirma
que el mundo se nos cayó encima,
tanto como temeraria es su
afirmación de que aún en este viento
de frente los bonos argentinos
emitidos en dólares serán pagados en
agosto y diciembre en billetes
verdes. Hay aclaraciones que
oscurecen.
El mundo no se nos vino encima ni
todavía cambió el viento, como lo
demuestra que el precio de la soja
está en un máximo de cuatro años y
las tasas de interés internacionales
en mínimos históricos. Las causas de
la recesión, como del elevado riesgo
país, son claramente de cabotaje.
Repasemos para ello el panorama
sectorial; hay dos actividades que
por la magnitud de su desplome y su
peso específico en la economía
argentina, lideran la baja: el
sector agrícola y la construcción.
El primero por el factor climático
que achicó la cosecha gruesa en más
de 15%, y el segundo por la
obturación a la compra de dólares.
Ambos sectores en el segundo
trimestre exhibieron bajas tan
abruptas que no pudieron compensar
las desaceleraciones o los descensos
más moderados de otras actividades,
especialmente industriales y de
servicios. Así, con datos
preliminares de mayo y proyecciones
de junio, calculamos que el PBI
total cayó 1,6% interanual en el
segundo trimestre.
Esto no significa que la
desaceleración global no vaya a
impactar, o incluso que ya haya
comenzado, pero esto tiene nombre y
apellido: Brasil, destino de las
exportaciones argentinas de mayor
valor agregado. Pero aquí hay que ir
discriminando qué porcentaje de las
mermas que muestran nuestras
exportaciones hacia aquel país
responden a cada una de las causas
que hoy las condicionan: las caídas
interanuales de las exportaciones en
carnes, pescados, elaborados de
vegetales, frutas, grasas, aceites,
vinos, son superiores al 10%,
evidenciando problemas de volúmenes
(caída de la demanda interna de
Brasil, y/o respuestas
proteccionistas) o problemas de
precios (imposibilidad de competir
por los altos costos en dólares de
la Argentina).
Por alguna de estas razones el
sistema agroalimentario argentino
entró en crisis, quizás no terminal
pero sí crónica, y de allí que la
repercusión mediática de casos en
que industrias alimenticias
paralizan la producción porque se
cierra el mercado brasileño puede
ser sólo la punta del iceberg. Bajo
las aguas del retraso cambiario y de
las respuestas proteccionistas de
nuestros socios comerciales,
seguramente va a quedar congelado
por ahora el sueño de abastecer de
comida a 300 millones de personas, y
los grandilocuentes programas
oficiales para el sector terminarán
convirtiéndose en papel pintado. Es
que estamos en los umbrales de que
maduren las denuncias que en el
marco de la OMC han presentado
contra la Argentina los países que
atraen el 65% de nuestras
exportaciones, y a partir de
entonces estas naciones quedarán
habilitadas a imponernos sanciones
comerciales.
Todas las naciones son
proteccionistas pero casi ninguna
pone en juego un amateurismo y
anomia tan grave como la Argentina
para gerenciar una administración
profesional del comercio exterior
que no se convierta en un búmeran.
De la misma manera, de seguir
desconociendo los fallos en firme
del CIADI contra la Argentina o la
deuda caída con el Club de París,
seguiremos trabajando para que la
¿tormenta perfecta? finalmente se
cierne sobre la Argentina, a manera
de autoprofecía cumplida por el
relato oficial. |