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Mientras la salud pública zozobra y
los ámbitos privados redoblan
esfuerzos para sobrevivir a la
tragedia impuesta por la crisis
económica mundial, la Industria
Farmacéutica invierte miles de
billones de pesos en la
investigación y el desarrollo de
nuevas terapias, en algunos casos
verdaderas innovaciones científicas,
en otras opciones destinadas a no
ceder espacios. Todo parece indicar
que en un mundo donde reinan las
incoherencias, hay otros espacios
donde lo hacen las incongruencias.
Desde la instalación del Proyecto
Genoma Humano, allá por los albores
de los noventa, la medicina se fue
adentrando en un territorio que
podría ser significado como una
catarata de avances. Como todos
ellos, una vez que se toma la punta
del ovillo, lo que sigue es un hilo
de hitos científicos que se suceden
unos a otros, aportando “valor
agregado genuino” a la salud humana
como derecho humano tan fundamental
como elemental. Si se recorren los
Nobel de los últimos veinte años,
podrá verificarse cuánto hay de
cierto en lo antedicho, aunque claro
está, no sólo de nobeles vive el
hombre... y muchos otros
reconocimientos son tanto o más
trascendentes que éste (Nobel), e
incluso más justos.
El camino del descubrimiento y el
desarrollo molecular es muchas veces
abordado por los supuestos réditos
económicos ciertos, sin considerar
los inciertos que casi nunca llegan
al conocimiento médico, mucho menos
al público, siendo banalizados por
los apuros periodísticos. Desde
luego, periodísticamente hablando,
venden los fracasos, no así los
éxitos, y aún así, los esfuerzos y
las voluntades nunca aparecen
ocupando “valor” en el imaginario
colectivo.
Más allá del escenario y sus
telones, Europa está señalando con
sus decisiones en el ámbito de las
políticas sociales, que poco y nada
hay de políticas públicas, y que
nada tienen de sociales, ya que las
inequidades se geometrizan al tiempo
que las equidades se liquidan en un
maremágnum de contradicciones donde
los pacientes son víctimas
propiciatorias y sus médicos, son
meras variables de ajuste sin
importancia alguna... allí, sucumbe
la ciencia... cualquier ciencia...
todas las ciencias. Cuando digo
médicos, entiéndase: ellos
(médicos), personal de enfermería,
farmacéuticos, bioquímicos,
odontólogos, y más, esto es todos
los integrantes de un complejo
denominado “equipo de salud”, que ha
crecido según el desarrollo
científico y tecnológico
concomitante.
En ese mismo paisaje, de recortes
presupuestarios a mansalva y de
servicios diezmados, el crecimiento
de gentes que “reclaman” podría
tildarse de “dramático”, sin obviar
que además de ello es también
“aberrante” e individualmente
“trágico”. Léase, el drama comienza
cuando al paciente se le niega un
tratamiento, la circunstancia se
torna aberrante cuando los
mecanismos públicos (máquina de
impedir) descalifican la condición
humana del paciente burlando su
dignidad como persona, y más tarde
se instala una “tragedia” vinculada
ya no sólo al deterioro en su salud,
sino en un daño psíquico
intangible... que aun siendo
cuantificado, nunca hará justicia al
verdadero dolor cargado en los
hombros de la víctima. Desde luego,
a los estados políticos ausentes les
sobran argumentos... y tantos son
éstos, que finalmente no dejan lugar
para las auténticas razones de los
enfermos sometidos a peregrinaciones
en busca de tratamientos que
deberían corresponderles por aquel
“derecho humano básico y
fundamental”.
Por supuesto, sobre el horizonte de
esta misma visión se divisan
tsunamis de deudas públicas impagas,
irresueltas, que aún cuando hayan
sido reconocidas, jamás se pagarán,
ya que los estados además de
ausentes, son insolventes (cuando
les conviene). Dichas deudas, además
de provocar un daño al circuito
económico-financiero, producen otro
infinitesimal al caudal de enfermos
indefensos, cuyas voces pasan
desapercibidas en el concierto de
los ruidos desatados por los
desatinos.
Globalizando, Estados Unidos de
Norteamérica sostiene el liderazgo
de las investigaciones y sus
consecuentes patentes. Para ello, la
adecuación de la Ley de Recetas
(PDUFA) le asegura continuidad, lo
suficiente como para arrojar al
mercado mundial (cada vez más
restringido) un volumen
significativo de “nuevas entidades
moleculares” a precios
catastróficos, según las expresiones
políticas de moda, referidas a
aquello que los estados ausentes
deben asumir y que no lo hacen,
argumentando carencias que se
expresan donde sus conveniencias
políticas aparecen para negar lo
evidente.
Una vez más, el paciente se torna en
el “pato de la boda”... de la que no
participa. Una vez más, los
organismos de regulación y control
actúan de manera imprudente,
generando expectativas que quedarán
sin resolver, sea por muerte
prematura, sea por falta de
oportunidad científica (tema no
menor a la hora de los
diagnósticos), o por la simple
negación (ninguneo) de los
mencionados “estados ausentes”. El
que está enfermo está condenado a
“padecer” según antiguos preceptos
medievales.
Los estados demuestran desinterés y
desprecio hacia la sociedad
humana... los organismos de
regulación y control hacen culto a
una evidencia endeble, que justifica
aprobaciones al tiempo que burla los
equilibrios financieros quebrados de
los sistemas solidarios de salud...
un paciente que recibe una molécula
de última generación, adecuada a su
patología, terminará licuando el
presupuesto destinado a diez, cien o
mil pacientes crónicos... que no
encontrarán a quién quejarse... y de
hallarlo, no serán escuchados... y
de serlo, no serán correspondidos.
El NICE británico está señalando
secuencias completas de
inequidades... pero sus mensajes no
parecen hacer mella en la
consciencia de las políticas
públicas... donde los responsables
se evaporan ante el mínimo problema
que puede afectar sus puestos.
Como se ve, las incongruencias
abundan... y son responsabilidad de
todas y cada una de las partes
involucradas, en mayor o menor
medida. La Industria Farmacéutica
estudia el potencial de los mercados
según el universo de pacientes...
pero desconoce el incierto mundo de
los presupuestos públicos y
privados, donde todo es pasible de
ser manipulado. Las consecuencias
están a la vista... cada vez son más
los pacientes sin acceso a sus
terapias... cada vez son más los
pacientes que transitan un calvario
sin destino, al solo efecto de
recibir respuestas inconsistentes
ante enfermedades que no pueden
esperar... cada vez son más las
inequidades... y finalmente, cada
vez son más las gentes frustradas.
Mientras tanto, las legislaciones se
convierten en letras muertas... y
los sistemas solidarios dejan de
serlo, brindando salud a los
“amigos” del poder.
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