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Una vez leídas las crónicas referidas a la tragedia
provocada por la inundación que venimos de padecer, se
vuelve prioritario retornar al pensamiento crítico y
recurrir al eslogan de la Organización Mundial de la
Salud: “los accidentes no son accidentales”. Hay que
dejar de evaluar estos acontecimientos en términos de
inevitabilidad, si queremos planificar un futuro que
resguarde la vida de los habitantes de este país. Las
lluvias no se podrán parar, la falta de previsión sí, o
al menos debería figurar al tope de la lista de
prioridades para todos los niveles de gobierno, sean
nacionales, provinciales o municipales.
Así como no se deben enunciar cambios sin llevarlos a
cabo, tampoco, bajo el rótulo de “condición deficitaria”
se puede justificar la inercia y el ocultamiento del
“efecto ocaso” de nuestro “sistema de manejo de
catástrofes”. Vale decir, ya sabemos cuáles son las
deudas sociales que arrastramos, y de lo que se trata es
de suturarlas, más que de explicarlas. El saldo trágico
de las inundaciones debe hacernos repensar en la
importancia de concretar un verdadero Sistema Federal
Integrado de Salud, que contenga, entre otros elementos,
un Sistema de Manejo de Catástrofes, capaz de actuar de
forma coordinada entre las distintas jurisdicciones,
para paliar de la mejor manera posible las consecuencias
de temporales, inundaciones, incendios, accidentes que
involucran a un número elevado de personas, etc.
Podemos hacer referencia a la falta de previsión, a que
el radar de Ezeiza es malo, al decir y al no hacer… y
así de seguido… pero lo que no podemos negar es que la
política sin ciencia es ciega y esclerosa al Estado, que
actúa ante esa ausencia de forma errática. Las
autoridades deben incorporar el pensamiento científico
en todas las áreas, pero en especial en aquéllas de
importancia nuclear para una sociedad, como es la de la
salud. Y en particular, cuando los sucesos de la
coyuntura, como las inundaciones, pueden desnudar fallas
estructurales.
Lord Beveridge (1879-1963) proclamaba: “la construcción
de un sistema de beneficios sociales que fuera capaz de
proteger a los ciudadanos desde la cuna hasta la
muerte”, idea rectora durante buena parte del pasado
siglo. Ya no pedimos eso, pero al menos, si no somos
capaces de reconstruir un verdadero Estado de Bienestar,
deberíamos crear un Estado reparador, que tenga en
cuenta la nueva configuración social argentina,
resultante de la implosión social y económica de 2001.
Se trata sin más de la ausencia de una planificación
estratégica, ésa que resulta indispensable para llevar
adelante las políticas sociales. Desde el sector salud,
corresponde reconocer las diferencias entre
urgencia-emergencia-catástrofe, y es donde todo
profesional habilitado en el tema debe poseer un sobre
personal (actualizado periódicamente) con el protocolo a
cumplir según su experiencia y lugar de referencia que
abarque desde el médico hasta los asistentes sociales.
Ante la emergencia y más aún ante la catástrofe, no hay
tiempo para debatir cómo se debe proceder. Estas
indicaciones deben ser programadas con antelación y
coordinadas, no por un “comité de crisis” (temporario),
sino por un Gabinete de planificación, acción y
monitoreo para la gestión de riesgo. El mismo debería
ser integrado en forma conjunta por las Secretarías de
Salud, Medio Ambiente y Seguridad Social, tres columnas
que interactúen en forma permanente como soporte de este
tablero de comando.
Los distintos tipos de tragedias que hemos padecido, se
llamen AMIA, Tartagal, Cromañón, Once, y las recientes
en La Plata, Conurbano y Ciudad de Buenos Aires,
reiteran el mismo defecto: la ausencia de una matriz de
planificación prospectiva que contenga indicaciones
precisas (protocolos) frente a los hechos. Ante el caos
no debe responderse con improvisación, sino con la
planificación operativa previamente diseñada. Cuando se
produce una catástrofe, no es tiempo de diseñar planes
de acción. Estos ya deben estar creados e internalizados
desde mucho tiempo antes, y cada persona interviniente
en las tareas de rescate debe saber concretamente qué
hacer, como señalamos en el párrafo anterior.
Aceptemos que los “temas” son políticos, pero las
“herramientas” son técnicas. Se trata de apuntar con
claridad a los tres ejes del desarrollo estratégico: la
integración social, el equilibrio territorial y la
promoción económica. La interrelación de estos objetivos
es clave para lograr una calidad de vida satisfactoria
frente a los nuevos escenarios del cambio climático y la
sostenibilidad económica.
En las ocasiones extremas, se recurre a la caridad y la
beneficencia que se sustenta en el capital argentino de
la fraternidad, esa solidaridad que tanto nos
enorgullece. Y a esto vale agregar lo expresado por
Arturo Frondizi: “En un país subdesarrollado, no es con
espontaneidad, sino con planificación de políticas
activas que se avanza en el desarrollo social”. Por más
rol positivo que puedan cubrir las organizaciones no
gubernamentales (ONG), se necesita una acción
orientadora fuerte, racional, científica y decisiva por
parte del Estado en todos sus niveles, para poder
transformar la realidad.
Tardamos 300 años para pasar de lo que enunciaba Francis
Bacon (1561-1626) “Saber es poder”, a lo que señalaba
Auguste Comte (1798-1857) “Saber para prever, prever
para poder”. ¿Cuántos años deberán transcurrir para
pasar de la crónica de las tragedias al pensamiento
crítico y transformador, capaz de crear las condiciones
para remediar los males, más que para relatarlos?
Cuando el tema se nos impone, es la urgencia de innovar
la vía para transformar el proceso de vida social en que
estamos inmersos y así evitar cristalizar nuestro
futuro. La razón de ser de la innovación reside en los
requerimientos de la vida humana. No podemos resignarnos
a escuchar explicaciones compungidas, cuando con una
planificación estratégica se puede evitar saldos tan
dolorosos como los que se han registrado por las
tormentas del 1 y 2 de abril. La crisis puede ser algo
latente, la catástrofe es evidente.
Para administrar una población y gestionarla se requiere
conocimiento y pericia, se necesitan estrategias,
tácticas y logística al servicio de un plan operativo
con programas y agenda a cumplir, a fin de actuar con
racionalidad y capacidad para detectar las necesidades
según prioridades enhebradas con la lógica correcta. Una
vez más las víctimas son los sufrientes de la
injusticia. Lo que venimos de padecer no es otra cosa
que la muestra de la estructura real en la que se
asienta nuestra sociedad. Del subdesarrollo no se sale
con un voluntarismo que haga pie en la espontaneidad y
eche mano a la beneficencia, la caridad y a la probada
fraternidad, sino con recursos como la racionalidad, la
inteligencia y la toma de conciencia que impongan una
planificación estratégica y gestión al servicio de una
vida digna para nuestro pueblo.
Al decir de Gregory Batenson: “si queremos vivir en
armonía con los demás seres vivos del planeta, debemos
aprender a pensar cómo piensa la naturaleza.”.
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Ignacio Katz. Doctor en Medicina (UBA)
Autor de:
“Claves jurídicas y asistenciales para la
conformación de un Sistema Federal Integrado de
Salud” (Eudeba, 2012). “En búsqueda de la Salud
Perdida” (Edulp, 2006). “Argentina Hospital. El
rostro oscuro de la salud” (Edhasa, 2004). “La
Fórmula Sanitaria” (Eudeba, 2003) |
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