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En este siglo XXI, recién iniciado, parecen darse las
condiciones para que se produzca una profunda revolución
en la terapéutica, tal como la conocemos hoy en día. En
realidad, se trata de un proceso que comenzó hace unos
30 años, momento en que se vinculó a la biología con la
producción de nuevas formas de terapia farmacéutica.
Durante estos años se ha acelerado la investigación y el
desarrollo de diferentes tipos de tratamientos (de
distintas enfermedades como neoplásicas, infecciosas,
cardiovasculares, autoinmunes y reumáticas, entre otras)
en los que intervienen proteínas recombinantes, ácidos
nucleicos, enzimas, anticuerpos monoclonales y
hormonas.1
La clave de esta nueva medicina personalizada es la
combinación de fármacos biotecnológicos con tests
genéticos, lo que implica la aceptación de un nuevo
paradigma, ya que este tipo de productos, por sus
características, difieren absolutamente de los
medicamentos de síntesis química.1
A los primeros pasos dados en las últimas décadas del
siglo XX, le ha seguido una nueva generación de
medicamentos con indicaciones precisas para el perfil
genético de cada paciente, como así también para muchas
otras aplicaciones que se suman a las propuestas
iniciales.2 Los primitivos fármacos recombinantes
desarrollados en esas décadas, han dado paso a una
tecnología de anticuerpos monoclonales (MAb) que llevó a
la producción de nuevos fármacos diseñados
específicamente contra blancos celulares, de alcance tan
amplio que abarca desde receptores celulares a señales
de vías metabólicas.2 De esta forma, el siglo XXI es
testigo de un estallido en la producción de anticuerpos
monoclonales destinados a tratar afecciones tan
disímiles como diferentes tipos de cánceres o
enfermedades autoinmunes (como la esclerosis múltiple o
la artritis reumatoidea).
Esta nueva etapa de la terapéutica fue iniciada en 2001
con el advenimiento del imatinib, un inhibidor de la
proteína tirosina-kinasa que inhibe de forma potente la
Bcr-Abl tirosina kinasa in vitro, a nivel celular e in
vivo. El compuesto inhibe selectivamente la
proliferación e induce la apoptosis en las líneas
celulares Bcr-Abl positivo así como en las células
leucémicas nuevas de la LMC cromosoma Filadelfia
positivo y en pacientes con leucemia linfoblástica aguda
(LLA). Este biofármaco oncológico está indicado en el
tratamiento de pacientes con leucemia mieloide crónica (LMC),
cromosoma Filadelfia positivo (Ph +) (bcr-abl) de
diagnóstico reciente para los que no se considera como
tratamiento de primera línea el trasplante de médula
ósea; también está indicado en el tratamiento de
pacientes con LMC Ph + en fase g tras el fallo del
tratamiento con interferón-alfa, o en fase acelerada o
crisis blástica. Además de estas indicaciones
oncohematológicas, el imatinib se emplea también en el
tratamiento de pacientes adultos con tumores del estroma
gastrointestinal (GIST) malignos no resecables y/o
metastásicos Kit (CD 117) positivos. Los tumores del
estroma gastrointestinal son los tumores mesenquimales
más frecuentes del tracto digestivo y se originan de las
células intersticiales de Cajal. Se caracterizan por
presentar un receptor para el factor de crecimiento con
actividad tirosin kinasa (c-kit) anómalo que condiciona
su activación permanente y un crecimiento celular
incontrolado. Tienen una baja supervivencia en casos de
enfermedad avanzada, con escasa respuesta a los agentes
quimioterápicos tradicionales. El imatinib es un ejemplo
de terapia oncológica selectiva que condiciona un
importante aumento en la supervivencia de estos
pacientes. En enfermos adultos, la efectividad de
imatinib se basa en las tasas de respuesta hematológica
y citogenética globales y en la supervivencia sin
progresión en LMC y en las tasas de respuesta objetiva
en GIST. La experiencia en niños con LMC es muy limitada
no existen ensayos controlados que demuestren el
beneficio clínico o el aumento de la supervivencia para
ninguna de las dos enfermedades en pacientes
pediátricos.
Avanzada ya la segunda década de este nuevo siglo,
encontramos que la primera generación de biofármacos
oncológicos está dando paso a una nueva estirpe de
productos cada vez más preparados para posicionarse en
el campo de la medicina personalizada, en la que un
fármaco puede estar destinado a pacientes con un perfil
genético determinado, y a la vez estar contraindicado en
otros en los que no pueden obtenerse buenos resultados o
en los que puede dar lugar a la aparición de efectos
secundarios.2 Estos nuevos compuestos se caracterizan
por tener muchos menos componentes murinos, resultando
de esta manera mucho menos inmunogénicos y por lo tanto
generan muchos menos rechazos. Esto se logró
inicialmente por la producción de anticuerpos quiméricos
y humanizados. Los anticuerpos quiméricos se componen de
regiones variables murinas fusionadas a regiones humanas
constantes. Esto resulta de una molécula de
aproximadamente 95% de origen humano. Sin embargo en
varios estudios se ha demostrado que los anticuerpos
humanizados se unen al antígeno mucho más débilmente que
el anticuerpo monoclonal murino padre, con disminuciones
reportadas en la afinidad de hasta centenares de veces.
El aumento de la fuerza de unión de los anticuerpos a
los antígenos se ha logrado por introducción de
mutaciones en la regiones determinantes de
complementariedad (CDR). A esta nueva generación
pertenecen compuestos como el trastuzumab (para cáncer
de mama hormonodependiente), el rituximab (inicialmente
para linforma no-Hodgkin, empleado luego en artritis
reumatoidea y actualmente en cirrosis hepática), el
cetuximab (para cáncer colorrectal) y el bevacizumab
(para tumores renales y colorrectales), entre otros.3
También se han desarrollado anticuerpos monoclonales
totalmente humanos. Estos anticuerpos monoclonales
humanos se producen utilizando ratones obtenidos por
transferencia de genes de inmunoglobulina humana en el
genoma murino, después de haber vacunado a un ratón
transgénico contra el antígeno deseado, conduciendo esto
a la producción de anticuerpos monoclonales específicos,
lo que permite la transformación de anticuerpos murinos
in vitro en anticuerpos plenamente humanos. Tanto las
cadenas livianas como las pesadas de proteínas humanas
de IgG se expresan en formas polimórficas estructural (alotípicos).
El alotipo de IgG humana ha sido considerado como uno de
los muchos factores que pueden contribuir a la
immunogenecidad.4
Referencias:
1. Editorial. Revista CAEMe. Año 3, Nº 5, 2012, pág. 4.
2. Folgarait, A.: Los biotecnológicos pasan al frente.
Revista CAEMe. Año 3, Nº 5, 2012, pág. 20.
3. “Improving the efficacy of antibody-based cancer
therapies”. Nat. Rev. Cáncer 1 (2): 118–29. doi:10.1038/35101072.
PMID 11905803.
4. Jefferis, Roy; Marie-Paule Lefranc (July/August
2009). “Human immunoglobulin allotypes”. MAbs 1 (4):
332–338.
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