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El célebre pensador italiano Giorgio Agamben retomó con
pertinencia la idea de que no existe “un bosque”, como
tal, sino múltiples bosques, según quien lo mira o el
rol que posee. Vale decir, existe un bosque para el
guardia forestal, otro para el cazador, otro para el
botánico, para el caminante, para el amigo de la
naturaleza y para el leñador. Del mismo modo, podemos
extrapolar el ejemplo hacia el campo sanitario. No hay
uno sólo, como categoría absoluta. Hay uno para la
persona internada en la terapia intensiva de un
hospital; otro para la madre en trabajo de parto; otro
para los padres de un hijo accidentado del que esperan
su recuperación; otro para el médico que debe atender a
un paciente atrás de otro; y la lista sigue, sin omitir
la participación activa de empresarios y financistas.
De lo que se trata es de volver a colocar en el centro a
la persona, en tanto ciudadano, con los derechos que le
corresponden, como el tan meneado derecho a la salud.
Sin el ser humano como eje, ningún sistema sanitario
tiene finalidad, coherencia ni viabilidad.
Durante los últimos 60 años, los responsables de
conducir los destinos del país -y en particular quienes
han aplicado las políticas sanitarias- no han ofrecido
algún dejo de pedido de perdón o de arrepentimiento por
la sucesión de períodos de retroceso o de estancamiento
en el campo de la salud. Parecieran profesionales de un
ajedrez virtual, que se desentienden de las piezas y del
tablero real, por más que sea en este último en donde el
paciente y sus familiares sufren las consecuencias de
las decisiones de aquel simulacro. Por momentos hacen
venir a la memoria el cuento de Rodolfo Walsh, “Zugzwang”,
en el cual el jugador, tome la decisión que tome, pierde
el juego. De más está decir que el protagonista de esta
situación en la que cualquier movimiento ocasiona una
derrota, no es aquel que decide desde la abstracción de
modelos ideales, sino ese ciudadano reducido a
consumidor de servicios, o a mero enfermo. Como en el
cuento de Walsh, está obligado a tomar una decisión,
pero, cualquiera que puede condenarlo, por causa de los
movimientos que anteriormente han hecho otros.
Cuando se hace referencia a las crisis que nos
atravesaron, se suele no distinguir entre correlación y
relación causal; caemos en buscar las explicaciones sólo
en el contexto y no en su esencia nodal. Y así
observamos que tanto la economía como la política actúan
como partenaire del poder, término que no se refiere a
un concepto comodín sino que traduce el hacer o no
hacer, el posibilitar o no determinados eventos, el dar
lugar o no al desarrollo de construcción o
deconstrucción de políticas sociales o políticas de
gestión. A este poder específico nos estamos refiriendo
aquí: al biopoder.
Para salir de este panorama, el gobierno debería
recuperar todas sus competencias en el área de la salud
y redefinir a partir de su rol
rector-garante-responsable, qué niveles de la macro,
meso y micro gestión asume, cuáles delega y cuáles
regula, con el fin el de garantizar la igualdad de
acceso a los servicios asistenciales, de manera que se
haga lo correcto en el momento indicado. Estos serían
los principios de restitución institucional que la
realidad impone como necesaria en salvaguarda del
derecho a la salud.
La debilidad del actual accionar no pactado tiende a
perpetuar y profundizar la fragmentación existente. De
lo contrario, seguiríamos bajo este término encubriendo
la inequidad que transparenta la injusticia social. No
sólo se trata de articular los distintos sectores, como
los oficiales, para oficiales y privados; sino también,
en lo concerniente a la atención primaria, la secundaria
ambulatoria y la terciaria de internación. Otro capítulo
importante es el que compete a los gastos en
medicamentos, cuya proporción impacta exponencialmente
en el gasto en salud (aunque su nominación correcta
sería gasto en enfermedad).
En lo que respecta a políticas sociales específicas del
área, en ocasiones se observan iniciativas
parlamentarias que no armonizan con las políticas de
gestión. Hoy como máxima ambición se proponen
resoluciones parciales que no dejan de ser coyunturales
y que, para peor, operan en un vacío de estructura,
entendiendo a éste como confusión amorfa. Se llevan
adelante, entonces, iniciativas aisladas, descolgadas de
planes federales y sin que se contemple su viabilidad
financiera. Sin una interacción permanente entre el
sector público y el privado, que incluya a los colegios
médicos, las universidades y la sociedad civil, no hay
solución posible para este accionar disperso, cuyos
trazos sueltos disgregan el campo sanitario. Dicho campo
está atrapado en su estado actual, como consecuencia de
la falta de una planificación estratégica que responda a
un plan de salud nacional. Nuestro país poseía una
matriz activa al respecto, la que nos permitió alcanzar
uno de los primeros niveles médicos del habla hispana.
Hoy la prioridad estaría dada por ampliar el margen de
maniobra y limitar la litigiosidad en un tema tan
sensible como el de la salud.
Sabemos que los cambios que se plantean son productos
naturales del devenir médico, económico y social, pero
justamente por ello requeriría de una mesa de
negociación permanente. Sólo esta capacidad podrá
superar los problemas que en la gestión se manifiestan
en forma cotidiana, superando las frecuentes discusiones
que hacen referencia al costo y no a la falta de
eficiencia. Es decir, se trata, como dijimos
anteriormente, de lograr un acuerdo fundamental que
involucre a todos los protagonistas, privilegiando no
sólo el abordaje de las enfermedades, sino el potencial
vital de las personas, haciendo hincapié en la
prevención, diagnósticos precisos y rehabilitación. De
esta manera, se podrá dar consistencia a un Sistema
Federal Integrado de Salud y así evitar las
desigualdades presentes. Una propuesta de estas
características supera los lamentos del atrapamiento en
el laberinto de la complejidad.
El debate sobre qué modelo sanitario queremos -y
necesitamos- siempre termina centrándose en cuestiones
relacionadas con el déficit presupuestario, y a partir
de allí se desencadena un tramado de réplicas y
contrarréplicas. En rigor de verdad, el recurso
prioritario a ejercer es la racionalidad en la totalidad
de la cosmogonía prestacional, secundada por la “caja de
herramientas” con la que cuenta la gestión, a partir de
un “observatorio de salud” en el que claramente se
diferencian los indicadores teóricos -es decir aquellos
que exteriorizan los problemas a resolver- de los
indicadores críticos -que nos señalan las alteraciones a
evitar por perturbaciones u omisiones en el despliegue
de conductas saludables-. Es a través de este replanteo
que puede tenderse a una nueva configuración sanitaria
más racional y equitativa, capaz de afrontar los retos
actuales y futuros de la salud de los habitantes de
nuestro país. Huelga aclarar que el Estado no debe ceder
nunca, en ese esquema, la atribución de ser el
orientador general de dicho Sistema, para no conferirle
a las fuerzas del mercado el dominio del mismo.
Estas breves reflexiones pretenden condensar pautas para
vencer el escepticismo mediante un llamado a la
racionalidad, a los códigos éticos, y a los valores
morales. Sólo una labor mancomunada y solidaria puede
rescatar a la medicina de este múltiple descarrilamiento
que la acosa, y así superar la frustrante y declamativa
expresión de “Salud para todos en el año 2000” que
enunciara en 1978 en Alma Atá la Organización Mundial de
la Salud. Es tiempo de pasar de los lamentos por una
situación injusta, a la reparación que revierta ese
resultado, como señalara el escritor francés Albert
Camus
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Ignacio Katz. Doctor en Medicina (UBA)
Autor de:
“Claves jurídicas y asistenciales para la
conformación de un Sistema Federal Integrado de
Salud” (Eudeba, 2012). “En búsqueda de la Salud
Perdida” (Edulp, 2006). “Argentina Hospital. El
rostro oscuro de la salud” (Edhasa, 2004). “La
Fórmula Sanitaria” (Eudeba, 2003) |
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