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Durante agosto concurrí a una disertación del
prestigioso periodista Dr. Nelson Castro organizada por
ADEMP, la Asociación de Entidades de Medicina Privada, a
quienes agradezco la invitación y la iniciativa.
Pudimos ratificar a través de sus comentarios los serios
problemas de comunicación que tenemos en el sector de la
medicina privada.
Las dos principales ideas de su exposición, fueron que
el sector debía instalar en la opinión pública que:
-
La
Medicina Privada es un sector importante y no un
sector sólo para gente privilegiada.
-
Un
posible colapso del sistema privado de salud,
empujaría a un mayor deterioro del sistema de salud
pública.
Coincido con el diagnóstico. Por estrategia, temor,
conveniencia o falta de acuerdo entre los actores, el
sector de la Medicina Privada ha mantenido silencio
en los últimos años, o lo que es peor, sólo ha sido
reaccionario ante las leyes, resoluciones, o medidas que
afectaron al sector. Generalmente desde el lugar menos
apropiado que es el de víctima, muy poco creíble cuando
los únicos interlocutores que toman el micrófono son los
grandes empresarios que construyen e inauguran lujosos
sanatorios y oficinas de atención al cliente. Para
defensa de éstos, vale aclarar que fueron muchas las
veces que tuvieron que salir al ruedo por el silencio
del resto.
A los lectores que nos movemos dentro del microclima del
sector, los invito a leer los comentarios en los blogs
de las ediciones digitales de los diarios, cuando sale
alguna noticia de la medicina prepaga. Son imperdibles.
Reflejan en parte, la opinión que los usuarios del
sistema tienen del sector.
Un amplio sector de la medicina privada está conformado
por entidades sin fines de lucro de gran prestigio
médico. También de miles de pymes en todo el país que
luchan todos los días para seguir brindando prestaciones
médicas de calidad pese a las dificultades existentes.
Cientos de mutuales y cooperativas a lo largo de la
República reemplazan o complementan un sistema de salud
público que no logra satisfacer a un sector de la
población.
Con optimismo celebro una mayor coordinación entre las
distintas Cámaras frente a los problemas y dificultades
en el último año.
Una de las mejores definiciones del populismo, dice que
es la subordinación permanente del largo plazo al corto
plazo. La nueva ley de regulación del sector y la
permanente incorporación de nuevas coberturas sin
clarificar de dónde va a provenir su posterior
financiamiento, van indefectiblemente en ese sentido.
“La salud no tiene precio….pero tiene costo…”, decía un
viejo referente de la medicina privada.
El economista Milton Friedman repetía frecuentemente que
“no existe el almuerzo gratis”.
Ambos tienen razón.
Resulta muy tentador para el legislador o político de
turno establecer leyes o resoluciones “populistas” en
materia de salud. Recibirá una enorme aprobación de la
opinión pública sin producir en el corto plazo daños
visibles al respecto. Por el contrario, se reflejarán
los beneficios de la norma.
Los economistas Edwards y Dornbusch, luego de analizar
historias repetidas de políticas económicas populistas
en diferentes países, identificaron que estos procesos
suelen pasar por cuatro etapas bien definidas:
Etapa 1: Euforia y triunfalismo: al inicio
de la expansión del sistema de subsidios, generalmente
tras una masiva devaluación y suspensión del pago de las
deudas previas, se genera un “efecto riqueza” basado en
el transitorio abaratamiento de los precios subsidiados
y el aumento de los salarios en moneda devaluada por la
inflación.
Etapa 2: Comienzan los problemas: empiezan
a producirse cuellos de botella, por la simultánea
subida de la demanda y la caída de la oferta de bienes y
servicios subsidiados. Los gobiernos populistas intentan
entonces diferentes variantes de control de precios y
salarios mientras la inflación se dispara.
Etapa 3: Crisis: extrema aceleración de la
inflación, escasez, crisis presupuestaria, el gobierno
ya no puede sostener los subsidios y comienza a
cortarlos, desatando protestas de la clase media y los
sectores antes beneficiados que ahora enfrentan menores
ingresos y mayor costo de vida. Los salarios reales
comienzan a caer aceleradamente y el gobierno intenta
una fuerte devaluación -directa o indirecta-, haciendo
que la población se vuelque al dólar al advertir que el
colapso se acerca.
Etapa 4: Colapso y austeridad: tras el
colapso económico, comienza una etapa de austeridad,
generalmente monitoreada por organismos de rescate como
el FMI. El régimen populista -por lo general derribado
por la crisis- adjudica la responsabilidad a “agentes
externos” como los que prestaron, el FMI, o a “la crisis
global” de turno.
Dejando claro que estos economistas por supuesto se
están refiriendo a las políticas económicas nacionales,
creo que algunas de estas ideas pueden relacionarse con
lo que viene ocurriendo en nuestra actividad.
La ley de regulación de EMP es un enunciado populista de
muy buenas intenciones que son inaplicables y
seguramente perjudiciales en el mediano plazo. “Suena
políticamente bien” que la gente cuando se enferme pueda
incorporarse a una prepaga y que los precios no suban.
La constante incorporación de nuevas coberturas
obligatorias también genera apoyo del pueblo. Quién
puede estar en contra que se cubran nuevas cirugías para
obesos, alimentos para celíacos, tratamientos de
fertilización a parejas infértiles, prótesis a mujeres
que sufren una mastectomía, etc., etc…
Podríamos identificar que, si continúan estas medidas,
las etapas serán:
Etapa 1: Euforia y triunfalismo: al inicio
genera aprobación de la opinión pública sin perjuicios
concretos al sector.
Etapa 2: Comienzan los problemas: las
entidades necesitan transferir a precio las nuevas
demandas. Los gobiernos populistas intentan entonces
diferentes variantes de control de precios.
Etapa 3: Crisis: las entidades ya no
pueden sostener las coberturas y servicios con la
calidad adecuada. Las más débiles comienzan a cerrar,
venderse o fusionarse para poder hacer frente a este
nuevo escenario.
Etapa 4: Ajuste y austeridad: el sector se
concentra cada vez más dando servicios de menor calidad.
Los profesionales de la salud aumentan su insatisfacción
transfiriendo la misma a los pacientes/clientes.
Los desafíos son enormes. La salud es un servicio
conflictivo por naturaleza.
Permanentemente surgen nuevos tratamientos, estudios,
medicamentos, etc., que exigen analizar por un lado su
conveniencia desde el aspecto médico y luego la
viabilidad de su financiación. Esto implica tensiones
entre los pacientes y los financiadores, dónde “el malo”
casi siempre es el financiador.
Sin embargo el silencio no parece haber sido lo más
conveniente.
Necesitamos adecuar la comunicación a los diferentes
públicos.
Explicar en cada ámbito porque una cantidad de leyes,
resoluciones y disposiciones que parecen buenas, traerán
inconvenientes en el mediano plazo.
Es necesario cuidar un sistema que da satisfacción a más
de 6 millones de personas.
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