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Cuando las rutinas se repiten una y otra vez; cuando la
coherencia se vuelve signo de rigidez más que una
virtud; cuando pese a las evidencias en contrario, se
insiste en caminos equivocados; cuando todo indica la
necesidad de cambios y éstos se postergan; en síntesis,
cuando todo eso sucede, más que nunca se vuelve
imprescindible barajar y dar de nuevo, para, por fin,
jugar en serio la partida.
Y si hablamos de salud, esa repetición de fórmulas
fallidas no es apenas un desperdicio de tiempo y
recursos. Es un agravante en la situación de miles y
miles de personas, que, en tanto pacientes, pagan con su
cuerpo y su mente el costo de mantener el statu quo. Un
sistema incapaz de criticarse a sí mismo, es índice de
un conformismo esclerosante, ya que bloquea alternativas
de transformación y de posible desarrollo. Por eso
mismo, conocer la verdadera dimensión del problema del
campo sanitario argentino es un paso ineludible para su
transformación.
El último informe de PNUD indica para la Argentina un
crecimiento en la esperanza de vida pero con un perfil
epidemiológico ambivalente, que muestra como causas de
mortalidad la preponderancia de enfermedades no
trasmisibles, juntamente con la persistencia de la
tuberculosis, sífilis y leptospirosis. Esa peculiaridad
vuelve más acuciante la necesidad de plantearse
correctamente el problema para encarar la solución a
fondo.
Si a este cuadro le agregamos que la mortalidad materna
no baja, esto se agrava por lo declarado por la Ciudad
de Buenos Aires que durante el año pasado verificó un
aumento del índice de mortalidad infantil, que pasó de
6,7 por mil nacidos vivos a 8,5 por mil. Esto contribuye
a demostrar que la endeblez se encuentra en el propio
sistema sanitario. Refuerza lo antedicho que el gasto en
salud es de un índice del 10,2 % del PBI, el que al
transparentarlo (aunque sin estadísticas fiables)
muestra una importante participación del aporte “de
bolsillo”, claro factor de inequidad social y de
ineficiencia del llamado sistema. Cuando en la salud
este aporte adquiere una dimensión como la actual no
deja de significar que los ciudadanos dejan de ser
titulares de derecho para convertirse en consumidores de
bienes o servicios mercantiles.
Si se valora lo expresado por Ortega y Gasset, acerca de
que “la vida es esencialmente un diálogo con el
contorno”, debemos reconocer que las bases éticas y
morales de una sociedad son las que tienen que sostener
un nuevo sistema de salud. Los valores de equidad,
conocimiento y experiencia deben combinarse junto a los
avances científico-tecnológicos para que,
coordinadamente, tiendan hacia la mejora de todos los
habitantes de este país.
Hemos constatado que en los denominados “períodos de
crecimiento”, estos fueron seguidos por la ampliación de
la brecha social que acentúa la creciente desigualdad
que este efecto desencadena, al no ser acompañado por un
desarrollo estructural estratégicamente planificado. Por
el contrario, detectamos el pasaje de la categoría de
ciudadano a la de consumidor, lo que instala un
“cortoplacismo”, muestra clara del debilitamiento de las
políticas de Estado que desdibuja el concepto de
desarrollo delegando los derechos sociales a la
categoría de ‘mercancía’.
Hoy el espectro del mercado ha transformado al paciente
en un insumo, y a la economía sanitaria en un mercado de
inversión regido por el interés de sus accionistas.
Enfrentar esta anomia es el desafío por recuperar y
afianzar una vida humana digna.
HACIA UN GRAN ACUERDO
SANITARIO:
Si un problema bien planteado contiene en sí su
solución, en lo que atañe a la situación sanitaria y a
las condiciones de atención médica podemos señalar que
no sólo se soslaya “el problema” sino que también se
avizora la falta de toma de conciencia de la importancia
que el tema abarca. Por lo tanto, ¿cómo empezar a
resolverlo si el problema ni siquiera se plantea
explícitamente? ¿Cómo recomponer algo que no se asume
desarticulado?
Seguimos sin definiciones, a las que deberíamos dar un
carácter prioritario y urgente. De lo que se trata es de
elaborar políticas planificadas y programas de gestión y
no de eventos solidarios para recaudar fondos o de
hechos puntuales de beneficencia sino de un proceso a
desplegar para la construcción de un Sistema Federal
Integrado de Salud, que sea equitativo, racional y
fraterno.
Otorgar un lugar central a la construcción de lo dicho,
implica superar una conducta desaprensiva e
individualista en la órbita de la salud. No es
medicalizando el accionar médico en que se logra mejorar
la calidad de vida. No se trata de saturar de
medicamentos a los pacientes, o de confiar a ciegas,
valga la paradoja, en lo que ve en el monitor de la
computadora. De lo que sí se trata, es que el pilar de
la atención médica sea la prevención, basada en la
educación y la salud integral para todos.
Sísifo, aquel personaje de la mitología griega, estaba
condenado a subir hacia la cima de una montaña una
pesada roca. Una vez llegado a ese punto, la piedra se
le caía y él debía reiniciar la tarea, una y otra vez.
Dicha leyenda nos recuerda que los fracasos nos llevan a
una repetición eterna de esfuerzos, con la carga de
desgaste y frustración.
Alcanzar la “pax sanitaria” es reconocer como principios
humanos la libertad, la igualdad y la fraternidad.
“Libertad” que se opone a la humillación a la que se
somete a los pacientes en distintos niveles del campo
sanitario; “igualdad”, desde el punto de vista de los
derechos; y “fraternidad”, que en el ámbito de la salud
no es una opción sino un elemento central.
Dada la asimetría de conocimientos y responsabilidad que
éstos conllevan, la función profesional del área médica
adquiere un rol preponderante, de ahí la reiteración
fundamental de involucrarse en la necesidad de alcanzar
un acuerdo que construya un sistema público-privado
capaz de hacer efectiva una cobertura universal. Por
supuesto, el Estado tiene que cumplir en este esquema un
rol activo como orientador y garante, que contribuya a
reparar las desventuras ciudadanas.
Los cambios deben hacerse en profundidad y gradualmente,
aunque se crea que esto es incompatible. “Gradualmente”
no significa una falacia dilatoria, ya que los recursos
técnicos para enfrentar esta complejidad son existentes.
Los insumos básicos para el cambio son: entenderlo con
profesionalismo y asumirlo con responsabilidad y así
elaborar políticas y gestión con una agenda convenida.
El sendero para alcanzar la calidad democrática en salud
se basa en alternativas de equidad: redistribuir salud
para crecer más y mejor y así cumplir con uno de los
preceptos de la OMS: “uno de los modos más efectivos de
combatir la pobreza es mejorar la salud”, lo que
conlleva a un fortalecimiento de los derechos sociales.
De lo que se trata es de abandonar a Sísifo, ese
personaje solitario y condenado a la repetición eterna
de una rutina demencial, y en cambio, incorporar una
arquitectura organizacional, lograda entre diferentes
actores del campo sanitario, que se adapte a los cambios
sin perder de vista que el objetivo final debe ser
garantizar el derecho a la salud para todos los
habitantes de nuestro País.
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Ignacio Katz. Doctor en Medicina (UBA)
Autor de:
“Claves jurídicas y asistenciales para la
conformación de un Sistema Federal Integrado de
Salud” (Eudeba, 2012). “En búsqueda de la Salud
Perdida” (Edulp, 2006). “Argentina Hospital. El
rostro oscuro de la salud” (Edhasa, 2004). “La
Fórmula Sanitaria” (Eudeba, 2003) |
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