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Pensar no es adoptar ideas ajenas. Bajo esa premisa,
para reflexionar sobre la participación de la salud en
la clase de vida de nuestra sociedad se hace necesario
el camino de la profundización del análisis de la
realidad y la relevancia de los problemas metodológicos
para formular diagnósticos y elaborar instrumentos a los
cuales recurrir. Vale señalar que “méthodo” en griego
significa “camino” y éste impone guías o indicadores que
están dados por la siguiente secuencia:
datos-información–conocimiento-comprensión–discernimiento.
Por lo tanto, de lo que se trata es de pensar caminos,
recorridos, que nos orienten para comprender el panorama
del campo sanitario en la Argentina, y, lo que es más
importante, que nos lleven a un destino de
transformación social.
Conocer los instrumentos para el recorrido de este
camino nos permite comprender los distintos elementos
que influyen en la realidad de la salud de los
habitantes del país. Por caso, uno de ellos es el
accionar de las burocracias que se encuentran
involucradas en el tema y las consecuencias en que nos
hallamos inmersos a partir de esa verdadera “casta de
rémoras”. También nos permite diferenciar “confusiones”
de “complejidades”, lo que nos lleva a examinar las
interacciones que permanentemente se dan en el ámbito
económico y social. Estas sólo pueden ser reconocidas y
calibradas si se poseen criterios metodológicos
específicos para distinguir una situación difícil de
comprender por una confusión de conceptos y actores, de
otra caracterizada por la multiplicidad de factores
intervinientes.
Joseph Schumpeter decía que “la economía es un gran
carruaje en el que viajan muchos pasajeros, cuyo interés
y cuya eficacia no son compatibles entre sí”. Si
trasplantamos ese razonamiento a la órbita de la salud,
también comprendemos que el campo sanitario puede
asemejarse a un vehículo con pasajeros con diferentes
intenciones, estilos y objetivos. Esquemáticamente, la
“atención médica de la salud” puede visualizarse como
siendo transportada en un vehículo que contiene como
elementos básicos a sus componentes: prestador
–proveedor – financiador– usuario (a los que he hecho
referencia en el libro “La Fórmula Sanitaria”-Eudeba,
2003). El aspecto más delicado es el siguiente: cuando
se da la pelea entre quienes desean tener el rol de
conducir el transporte y fijar el destino, sin
importarles el bien común.
¿Cómo forjar herramientas en este perpetuo conflicto -en
salvaguarda del bien común y de la dignidad humana- para
no caer en las distintas variantes de la esclavitud y
simultáneamente en el barbarismo deshumanizante? Como
bien se sabe, todo conflicto tiene su origen en la
contradicción entre:
En la
actualidad, no podemos desconocer que los modos de
producción de los servicios asistenciales se modificaron
de manera creciente a partir de 1970 por el incremento
de los conocimientos y el impacto tecnológico que los
acompañaron en forma sinérgica, a los que se sumaron
cambios no menores como los que impuso un mercado
desregulado. Lo antedicho obliga no sólo a una revisión
del campo de la salud, sino a un profundo cambio de
paradigma (ruptura epistemológica) que posibilite un
rediseño de la arquitectura organizacional que abarque
su estructura, su estrategia y su cultura laboral, y
tenga como soporte un acuerdo sanitario que englobe al
sector público y privado en un sistema federal integrado
de salud como garantía del crecimiento de la
productividad y del desarrollo humano.
Las nuevas herramientas informáticas y toda la
aparatología de última generación, donde la cultura
digital predomina, ponen en tensión los modos de
estructurar las relaciones entre los diversos actores
del campo de la salud, inclusive -y como algo no menor-
el vínculo entre pacientes y médicos. ¿Está organizado
el espacio sanitario de una forma que asimile orgánica y
positivamente este enorme paquete de innovaciones?
La vulnerabilidad en salud está dada prioritariamente
por las desigualdades que provoca la inequidad
distributiva, el envejecimiento de la población y la
multiplicación de demandas ante carencias de políticas
no sustentadas en estructuras articuladas en
concordancia con los actuales conocimientos y los
recursos instrumentales actuales. Por lo tanto, se hace
perentoria una planificación estratégica y el
cumplimiento de una agenda que de ella emane. Dicha
planificación debe tender un “puente de plata” entre la
atención médica basada en los recursos tradicionales y
este nuevo sistema contemporáneo de producción de
servicios asistenciales.
En cuanto a la viabilidad financiera del sistema
sanitario, ésta no depende sólo de la evolución de las
variables macroeconómicas ya que existen factores
activos que atañen a las demandas de salud y a la
planificación y gestión del sistema. Dado que las
estructuras administrativas en general son débiles,
están poco desarrolladas y se hallan dispersas con
escasa articulación entre ellas, se impone una
organización de la salud pública en red, según grados de
complejidad para lo cual el primer paso es lograr un
“Acuerdo Sanitario Nacional” que reconozca no sólo esa
fragmentación y la consecuente dilución de
responsabilidades, sino también los cambios en los modos
de producción de los servicios asistenciales que no
están representados en la actual organización (que, a
fin de cuentas, en realidad es una desorganización). Y
este Acuerdo debe ser el producto de una negociación
permanente dado el equilibrio dinámico inestable que
impone el devenir del “camino” a los diferentes
“pasajeros” de este particular transporte.
El Estado, ante un recorrido en permanente ebullición de
reclamos cruzados, debe cumplir un papel prioritario, ya
que él constituye la estructura social y tiene que ser
el orientador máximo del trayecto.
Al mismo tiempo, y sin diluir las responsabilidades
estatales, se requiere una sociedad responsable y
participativa a fin de adaptarse y potenciar los cambios
que la realidad impone y así lograr un nivel deseado en
la seguridad social acorde a la multiplicación de
demandas.
Llegado a este punto, vale diferenciar el concepto de
individuo del de ciudadano. El primero se manifiesta
solitario, sin más vínculos con los demás que el interés
privado. En cambio, el ciudadano es quien asume la
responsabilidad de mitigar los efectos causados por la
brecha entre los necesitados y los poseedores de los
recursos. El ciudadano es activo, demanda y busca que se
cumplan sus derechos.
En esta etapa, para que la atención de la salud en la
Argentina deje de ser un territorio fragmentado en miles
de islas, también se necesita de la concientización
popular. Ahora más que nunca.
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Ignacio Katz. Doctor en Medicina (UBA). Director
Académico de la Especialización en Gestión
Estratégica de Organizaciones de Salud Universidad
Nacional del Centro (UNICEN) |
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