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De chico solía andar en bicicleta por el barrio buscando
amigos. En alguna casa a veces nos encontrábamos con un
cartel en la puerta que avisaba “el timbre no anda”.
Esta advertencia significaba que uno debía pasar
directamente a tocar la puerta de casa.
Mi madre me contó que cuando ella era chica, en una casa
del barrio donde vivía la familia Frías, había un
letrero muy curioso que decía: “el timbre no anda….ni
andará”. Seguramente cansados de arreglarlo, “los Frías”
optaron por prescindir del timbre y volver a que la
gente tocara la puerta de su casa, pero al no quitar el
botón, decidieron poner ese cartel.
Desde el año 2007 el Gobierno decidió implementar como
política antiinflacionaria el control de precios. Un
conjunto de funcionarios expertos analiza los costos de
las empresas y decide cuánto debe valer el producto que
comercializa. La Argentina es uno de los países con
mayor inflación del mundo. Pese al fracaso de esta
política, paradójicamente la mayoría de la población
aprueba este control. Acepta mansamente que los
culpables de la inflación son las empresas. Empresarios
o gerentes inescrupulosos sólo desean llenarse sus
bolsillos. Pareciera que en los demás países con muy
baja inflación los empresarios son distintos y siempre
ponen por encima el bien común al lucro propio…..
Al igual que el timbre de lo de Frías, el
control de precios no anda ni andará.
A esta altura de la nota, algunos pueden creer que estoy
a favor de la ley de la selva y que considero que la
libertad del mercado debe ser total. No creo que esto
pueda ser así en ningún mercado y menos en la salud.
El responsable de la salud de la población es el Estado.
El sistema privado debe ser complementario como ocurre
en la mayoría de los países, y no sustitutivo del
sistema público como lamentablemente sucede en la
Argentina.
Estoy a favor de la regulación de las EMP (Entidades de
Medicina Prepaga) y de varios artículos de la ley que
garanticen un comercio justo y eviten abusos de las
empresas con respecto a los precios de los planes. Por
ejemplo, existe un vínculo asimétrico entre una EMP y un
asociado mayor de 65 años o con alguna patología muy
grave. De alguna manera se encuentra “cautivo” de esa
EMP, y la regulación, con muy buen criterio, prohíbe
realizar aumentos de precio discrecionales a personas,
grupos de patologías o determinados rangos etarios.
Es necesario regular y transparentar cómo deben
confeccionarse las listas de precios y que una persona
conozca de antemano cuando se asocia a una EMP cuánto
serán sus incrementos en el momento que cambie de rango
etario. Algunas EMP en el pasado enviaban cartas a los
asociados deseándoles un “feliz cumpleaños” e informando
que su cuota por ejemplo aumentaba más de un 100%,
situación que era desconocida hasta ese momento por el
cliente. Debemos debatir con información actuarial el
aumento de costos entre rangos etarios, pero considero
correcto regularlo y transparentarlo al asociado cuando
ingresa al sistema.
También considero correcto regular la cobertura de los
planes y, al igual que en la Reforma de Salud de los
EE.UU. impulsada por el Presidente Obama, la forma como
deben presentarse al mercado. Simplifica al usuario la
compra de un plan y garantiza una competencia justa y
transparente. Previo al PMO, por ejemplo, un asociado se
enteraba que su cobertura incluía sólo 20 días de
terapia intensiva, en el momento que lo necesitaba. Es
necesario analizar y evaluar la conveniencia de
autorizar planes parciales o módulos opcionales bien
definidos, como por ejemplo separar la odontología u
otras coberturas complementarias. Comercializar planes
médicos, no es similar a vender latas de tomate, y por
consiguiente, las normativas con respecto al grado de
regulación y libertad, no pueden ser las mismas.
En resumen creo enormemente en las ventajas de
la competencia con reglas de juego claras.
Con “control de precios”, me refiero a que sea el Estado
el que defina y autorice el porcentaje de los aumentos
de precios o lo que es aún peor, directamente definir el
valor. Lamentablemente esto no funciona ni funcionará.
El Estado con la ley actual, de alguna manera, se ha
tendido su propia trampa, ya que es políticamente
incorrecto, autorizar aumentos de precios. No son “las
prepagas” las que aumentan, sino “el Estado que las
autoriza”, que intenta reducir el “costo político” y
autoriza aumentos muy por debajo de lo requerido.
Estas decisiones complican innecesariamente una
actividad, que siempre es bueno recordar, sólo cubre al
15% más rico de la población. Seis millones de personas
son las que hoy acceden a las EMP, muy lejos de ser la
población más vulnerable que necesita mayor protección
del Estado.
Al igual que el timbre de lo de Frías, el
control de precios no anda ni andará.
El premio Nobel Milton Friedman dijo “Nosotros los
economistas no sabemos demasiado, pero lo que sí sabemos
es crear escasez. Si usted desea crear una escasez de
tomates, por ejemplo, emita una ley por la que los
negocios no puedan vender tomates a más de dos centavos
por kilo. Instantáneamente tendrá escasez de tomates. Lo
mismo sucede con la gasolina o el gas”.
A diferencia de otros bienes o servicios, el control de
precios no genera hoy en la Medicina Privada escasez. El
control de precios genera concentración de mercado y un
constante deterioro de la calidad. Continúa y se acelera
la venta de pequeñas y medianas prepagas y/o Sanatorios
a grandes grupos.
Los financiadores no pueden trasladar a los prestadores
los incrementos necesarios para mantener la calidad de
la atención. Esto genera diferentes mecanismos de
adaptación que deterioran el sistema, por ejemplo la
relación médico-paciente. El Dr. Roberto Borrone en una
nota reciente lo expresa de esta manera:
El “sistema de adaptación” frente al honorario reducido
de la consulta fue el incremento del número de
consultas, que redujo drásticamente el tiempo ofrecido a
cada paciente (además del pluriempleo). Se cambió
calidad por cantidad. Las decisiones que se toman en la
consulta marcan, muchas veces, el destino de un
paciente, requiere un tiempo para escuchar, para
examinarlo minuciosamente, para redactar una historia
clínica completa y para explicar al paciente y
familiares su dolencia, el tratamiento que se debe
instituir, los estudios por efectuar y las perspectivas.
Médicos y pacientes nos hemos acostumbrado a consultas
de una brevedad extrema. Esto daña a ambas partes. El
médico responsable sabe que está menoscabando su
profesión y exponiéndose a cometer errores. El paciente
no se siente contenido y tiene, muchas veces, la certeza
de no haber sido correctamente evaluado. Ambos en
definitiva son víctimas de un perverso sistema que ha
reemplazado conceptualmente al binomio médico-paciente
por el de prestador-cliente.
La tasa de consultas de la medicina privada se ha
duplicado en los últimos 10 años.
Hasta hace un tiempo los asociados concurrían entre 4 y
6 veces al año a consultar un médico. Hoy la tasa está
entre 8 y 12 veces. Esto obviamente influye en el costo
de los planes. Observamos cómo crecen las consultas de
homeópatas, osteópatas, RPG, acupuntura, etc., que
atienden en forma privada y dedican a sus pacientes el
tiempo requerido.
Esta política de controles excesivos, generó que muchos
argentinos descubrieran o releyeran el clásico libro de
Ayn Rand “La rebelión de Atlas”.
“Cuando advierta que para producir necesita obtener
autorización de quienes no producen nada; cuando
compruebe que el dinero fluye hacia quienes trafican no
bienes, sino favores; cuando perciba que muchos se hacen
ricos por el soborno y por influencias más que por el
trabajo, y que las leyes no lo protegen contra ellos,
sino, por el contrario son ellos los que están
protegidos contra usted; cuando repare que la corrupción
es recompensada y la honradez se convierte en un
autosacrificio, entonces podrá, afirmar sin temor a
equivocarse, que su sociedad está condenada.” AYN RAND
(1950).
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