|
Si bien el envejecimiento responde a un mejoramiento del
contexto económico y al progreso de las ciencias médicas
y de las técnicas sanitarias, el tratamiento del tema
obliga, por la seriedad que impone, a ser considerado
con la rigurosidad que su complejidad demanda. De ahí
que de inicio debamos diferenciar:
El
primero posee una dinámica natural que se expresa como
una vulnerabilidad gradual que es posible enlentecer de
ser reconocida y conocida, por medio del empleo de
conductas saludables. El segundo implica un
reconocimiento histórico evolutivo que requiere
consideraciones críticas (¿ambiguas o ambivalentes?) a
fin de hallar soluciones a dicha situación.
Como se observa, estos dos procesos en curso, de no ser
entendidos y tratados, tienen y seguirán teniendo
consecuencias tanto en la calidad de vida de los adultos
mayores como en el aspecto demográfico de este sector de
la población. Se trata de diferenciar necesidades de
problemas, temas que la ingeniería social debe encarar
de forma multidisciplinaria mediante políticas públicas
y de gestión.
Los derechos de la vejez fueron incluidos por primera
vez en la Constitución Nacional de 1949, el golpe
militar de 1955 los canceló. Desde entonces, el camino
recorrido no sólo fue largo sino que también mutó.
Es de señalar que, cuando se instala el régimen
jubilatorio en nuestro país, el 90% de la población no
llegaba a la edad jubilatoria y la relación
activo-pasivo era de 4 a 1; hoy es de 0,8 a 1. El otro
elemento significativo, está dado por el hecho de que la
proporción de población mayor de 60 años es igual a la
de menores de 15 años de edad, tendencia similar a la
que se está dando en los países desarrollados, pero sin
serlo.
Dinamarca y Australia se proponen atrasar la jubilación
a 67 o 70 años. A su vez, Alemania padece un
acrecentamiento de la pobreza en los adultos mayores
asociada a la falta de trabajo para ellos. Esto seguirá
aumentando juntamente con la tendencia al incremento de
este sector de la población. Como vemos, si uno de los
países que se encuentra entre los más organizados del
mundo no ha resuelto estos problemas, no deja de ser
para la Argentina una condición de desafío esta
encrucijada de elección entre individualismo o
solidaridad, es decir desesperanza individual o
esperanza compartida.
Se hace imperioso, para esta franja vulnerable,
desarrollar una estrategia que:
-
reconozca la biodiversidad y tecnodiversidad a fin
de priorizar y armonizar a este sector de la
población.
-
innove políticas sociales que incluyan e integren
individuos, sociedad y economía.
-
logre poner en marcha un Proyecto Productivo
Intergeneracional como paradigma superador (habida
cuenta que el 70% de nuestros jubilados recibe la
jubilación mínima).
-
rompa la actitud cristalizada de horarios, sistemas
rígidos (para que se posibiliten contratos grupales
para una misma función).
-
permita un aumento participativo en la producción y
las consecuentes remuneraciones complementarias.
-
fomente sus posibilidades de empleo y su integración
social inter-generacional (puentes de conexión)
frente a un cambio en la configuración social,
familiar y en el campo laboral.
-
aplaque la vulnerabilidad biológica mediante un
envejecimiento activo.
El
envejecer no es una enfermedad sino un período de la
vida, en el cual, de no ser manejado adecuadamente, se
expresa:
-
una disminución de la flexibilidad física y
psíquica, las que debidamente ejercitadas no
permitiría caer en el sedentarismo y en la
disminución de la agilidad mental.
-
la
segregación que produce el aislamiento y pasividad
que desembocan en soledad (sabiendo que toda
pasividad conduce a la atrofia).
-
la
desnutrición, entendiendo que comer no siempre
significa nutrirse, (esto se acrecienta en soledad)
y potencia la sinergia entre desnutrición e
infección.
-
la
dependencia, requiere recursos sociales y económicos
que hacen a la contención y compensación, a fin de
alcanzar un nivel de vida digno.
-
y
también el engaño, el fraude, y los sometimientos
físicos y farmacológicos.
Como
vemos, el problema no es el envejecimiento sino la falta
de actividad y la encubierta marginalidad, una forma
determinante de ocultar una particular eutanasia no
consentida. Lo significativo es no bloquear el potencial
de creatividad acumulado, posibilitando que prevalezca
“el dar y el recibir”. Es decir, un proyecto de vida
donde el progreso no sea a costa de la expansión de la
barbarie.
Solo un “entrecruzamiento inter-generacional” puede ir
enfrentando este desafío, ya que se trata de un sector
muy sensible de nuestra sociedad. Sector al que “aspiran
llegar todos” y donde la alarma del aislamiento es
evidente por encontrarse fuera de las relaciones de
producción. El gran cambio es poder dejar de ver al
adulto mayor sólo como un receptor de políticas sino
también como un partícipe social que aporta aquello que
ha atesorado en la vida, es decir, ser fuente proveedora
de estímulos vitales. El primer impacto de inclusión
social al sistema productivo, se haría visible como un
incremento de la población activa y conjuntamente de la
producción distributiva.
Las nuevas técnicas aplicadas con irracionalidad y
desconocimiento de sus consecuencias sociales, terminan
siendo base para una desigualdad profunda como la que se
observa en el índice de marginados (donde es clara la
diferencia entre vivir y sobrevivir). Nos estamos
refiriendo a un grupo etario que no tiene las mismas
urgencias ni las mismas prioridades y donde, por
particularidades históricas y culturales, requieren
soluciones que aporten a la totalidad del tema.
Nuestros mayores provienen de un país con bajas tasas de
desocupación y donde la movilidad social posibilitó
alcanzar niveles de clase media. Se trata de la misma
que viene de sufrir el terrorismo de estado, la
hiperinflación, el default, la inseguridad y un
retroceso en dos rubros que hacen a sus pilares de
identidad: la educación y la salud, siendo habitual
encontrarlos inmersos en un escenario social que los
margina o los incluye como consumidores.
El experto antropólogo Marc Augé, en su última
publicación “El antropólogo y el mundo moderno” resalta
la ambivalencia de contar con las máximas posibilidades
de comunicación y simultáneamente el aislamiento del
geronte urbano. Nos habla del “no lugar” en la
sobre-modernidad y los cambios culturales en el
comportamiento de los hombres. Su planteo rememora lo ya
explicitado por Samuel Butler en los fines del siglo XIX
en su libro “Erehwon” (en ningún lugar), donde
desenmascara la hipocresía de ocultar situaciones y
actitudes cotidianas sin un sustento lógico racional,
una forma de ejercer poder sobre los otros. Tanto uno
como el otro autor, se refieren al aislamiento y la
soledad, en su ambigüedad de marginalidad o
apoderamiento como objeto social y no como sujeto
participante de la vida de la sociedad. Esa soledad se
profundiza con la retracción del Estado de Bienestar y
torna “natural” una situación arbitraria que obliga a la
reflexión y a elaborar políticas estratégicas para
revertirla.
Como bien lo señala Augé: “la ciencia no nos hace ni más
libres ni más felices, no nos ayuda a vivir mejor, si
sus adelantos no se traducen en producir una nueva
conciencia social”.
|
Ignacio Katz. Doctor en Medicina (UBA). Director
Académico de la Especialización en Gestión
Estratégica de Organizaciones de Salud Universidad
Nacional del Centro (UNICEN) |
|