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Columna


El envejecimiento: ¿Triunfo social o temor latente?

“Lo que es terrible cuando uno envejece es que se sigue siendo joven”
Oscar Wilde

“¡Pobre Papá Tuñin!
“Tu hubieras querido hacer lo que todos los viejos: quedarte en el taller para dar consejos”
José Pedroni

Por el Doctor Ignacio Katz

 
Si bien el envejecimiento responde a un mejoramiento del contexto económico y al progreso de las ciencias médicas y de las técnicas sanitarias, el tratamiento del tema obliga, por la seriedad que impone, a ser considerado con la rigurosidad que su complejidad demanda. De ahí que de inicio debamos diferenciar:

  • al envejecimiento como proceso biológico universal, y

  • el envejecimiento poblacional

El primero posee una dinámica natural que se expresa como una vulnerabilidad gradual que es posible enlentecer de ser reconocida y conocida, por medio del empleo de conductas saludables. El segundo implica un reconocimiento histórico evolutivo que requiere consideraciones críticas (¿ambiguas o ambivalentes?) a fin de hallar soluciones a dicha situación.
Como se observa, estos dos procesos en curso, de no ser entendidos y tratados, tienen y seguirán teniendo consecuencias tanto en la calidad de vida de los adultos mayores como en el aspecto demográfico de este sector de la población. Se trata de diferenciar necesidades de problemas, temas que la ingeniería social debe encarar de forma multidisciplinaria mediante políticas públicas y de gestión.
Los derechos de la vejez fueron incluidos por primera vez en la Constitución Nacional de 1949, el golpe militar de 1955 los canceló. Desde entonces, el camino recorrido no sólo fue largo sino que también mutó.
Es de señalar que, cuando se instala el régimen jubilatorio en nuestro país, el 90% de la población no llegaba a la edad jubilatoria y la relación activo-pasivo era de 4 a 1; hoy es de 0,8 a 1. El otro elemento significativo, está dado por el hecho de que la proporción de población mayor de 60 años es igual a la de menores de 15 años de edad, tendencia similar a la que se está dando en los países desarrollados, pero sin serlo.
Dinamarca y Australia se proponen atrasar la jubilación a 67 o 70 años. A su vez, Alemania padece un acrecentamiento de la pobreza en los adultos mayores asociada a la falta de trabajo para ellos. Esto seguirá aumentando juntamente con la tendencia al incremento de este sector de la población. Como vemos, si uno de los países que se encuentra entre los más organizados del mundo no ha resuelto estos problemas, no deja de ser para la Argentina una condición de desafío esta encrucijada de elección entre individualismo o solidaridad, es decir desesperanza individual o esperanza compartida.
Se hace imperioso, para esta franja vulnerable, desarrollar una estrategia que:

  • reconozca la biodiversidad y tecnodiversidad a fin de priorizar y armonizar a este sector de la población.

  • innove políticas sociales que incluyan e integren individuos, sociedad y economía.

  • logre poner en marcha un Proyecto Productivo Intergeneracional como paradigma superador (habida cuenta que el 70% de nuestros jubilados recibe la jubilación mínima).

  • rompa la actitud cristalizada de horarios, sistemas rígidos (para que se posibiliten contratos grupales para una misma función).

  • permita un aumento participativo en la producción y las consecuentes remuneraciones complementarias.

  • fomente sus posibilidades de empleo y su integración social inter-generacional (puentes de conexión) frente a un cambio en la configuración social, familiar y en el campo laboral.

  • aplaque la vulnerabilidad biológica mediante un envejecimiento activo.

El envejecer no es una enfermedad sino un período de la vida, en el cual, de no ser manejado adecuadamente, se expresa:

  • una disminución de la flexibilidad física y psíquica, las que debidamente ejercitadas no permitiría caer en el sedentarismo y en la disminución de la agilidad mental.

  • la segregación que produce el aislamiento y pasividad que desembocan en soledad (sabiendo que toda pasividad conduce a la atrofia).

  • la desnutrición, entendiendo que comer no siempre significa nutrirse, (esto se acrecienta en soledad) y potencia la sinergia entre desnutrición e infección.

  • la dependencia, requiere recursos sociales y económicos que hacen a la contención y compensación, a fin de alcanzar un nivel de vida digno.

  • y también el engaño, el fraude, y los sometimientos físicos y farmacológicos.

Como vemos, el problema no es el envejecimiento sino la falta de actividad y la encubierta marginalidad, una forma determinante de ocultar una particular eutanasia no consentida. Lo significativo es no bloquear el potencial de creatividad acumulado, posibilitando que prevalezca “el dar y el recibir”. Es decir, un proyecto de vida donde el progreso no sea a costa de la expansión de la barbarie.
Solo un “entrecruzamiento inter-generacional” puede ir enfrentando este desafío, ya que se trata de un sector muy sensible de nuestra sociedad. Sector al que “aspiran llegar todos” y donde la alarma del aislamiento es evidente por encontrarse fuera de las relaciones de producción. El gran cambio es poder dejar de ver al adulto mayor sólo como un receptor de políticas sino también como un partícipe social que aporta aquello que ha atesorado en la vida, es decir, ser fuente proveedora de estímulos vitales. El primer impacto de inclusión social al sistema productivo, se haría visible como un incremento de la población activa y conjuntamente de la producción distributiva.
Las nuevas técnicas aplicadas con irracionalidad y desconocimiento de sus consecuencias sociales, terminan siendo base para una desigualdad profunda como la que se observa en el índice de marginados (donde es clara la diferencia entre vivir y sobrevivir). Nos estamos refiriendo a un grupo etario que no tiene las mismas urgencias ni las mismas prioridades y donde, por particularidades históricas y culturales, requieren soluciones que aporten a la totalidad del tema.
Nuestros mayores provienen de un país con bajas tasas de desocupación y donde la movilidad social posibilitó alcanzar niveles de clase media. Se trata de la misma que viene de sufrir el terrorismo de estado, la hiperinflación, el default, la inseguridad y un retroceso en dos rubros que hacen a sus pilares de identidad: la educación y la salud, siendo habitual encontrarlos inmersos en un escenario social que los margina o los incluye como consumidores.
El experto antropólogo Marc Augé, en su última publicación “El antropólogo y el mundo moderno” resalta la ambivalencia de contar con las máximas posibilidades de comunicación y simultáneamente el aislamiento del geronte urbano. Nos habla del “no lugar” en la sobre-modernidad y los cambios culturales en el comportamiento de los hombres. Su planteo rememora lo ya explicitado por Samuel Butler en los fines del siglo XIX en su libro “Erehwon” (en ningún lugar), donde desenmascara la hipocresía de ocultar situaciones y actitudes cotidianas sin un sustento lógico racional, una forma de ejercer poder sobre los otros. Tanto uno como el otro autor, se refieren al aislamiento y la soledad, en su ambigüedad de marginalidad o apoderamiento como objeto social y no como sujeto participante de la vida de la sociedad. Esa soledad se profundiza con la retracción del Estado de Bienestar y torna “natural” una situación arbitraria que obliga a la reflexión y a elaborar políticas estratégicas para revertirla.
Como bien lo señala Augé: “la ciencia no nos hace ni más libres ni más felices, no nos ayuda a vivir mejor, si sus adelantos no se traducen en producir una nueva conciencia social”.

Ignacio Katz. Doctor en Medicina (UBA). Director Académico de la Especialización en Gestión Estratégica de Organizaciones de Salud Universidad Nacional del Centro (UNICEN)

 

 

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