Vale conocer el origen etimológico de la palabra
“calidad”. Deviene del latín “qualitas” que quiere decir
cualidad. El diccionario de la Real Academia Española
define la palabra “cualidad” como: cada uno de los
caracteres, naturales o adquiridos, que distinguen a las
personas, a los seres vivos en general o a las cosas y
también expresa el mismo diccionario: manera de ser de
alguien o algo.
Regularmente sucede que cuando se habla de calidad de
los recursos humanos en salud, suele pensarse en la
calidad técnica de los profesionales que cuidan la salud
de otras personas. Esto es: dónde se formaron, qué
especialización tiene, dónde hizo posgrados, con qué
experiencia cuenta, etc.
Lo que frecuentemente no se tiene en cuenta son dos
aspectos: 1) la longitud del ciclo de servicio en la
atención de la salud y, 2) las cualidades humanas de las
personas involucradas en esa atención.
Mirando entonces el alcance del ciclo de servicio es
habitual ver que la evaluación de la atención se
circunscribe a la calidad técnica del profesional
actuante o del área de servicios. No se evalúa el primer
contacto para esa atención (telefónica, personal,
informática, etc.), los tiempos de espera (de consulta,
internación, estudios, etc.), el clima y el espacio
donde el equipo de salud atiende a esa persona, el trato
humano (extra-técnico) de parte de los profesionales del
equipo de salud, las explicaciones acerca del cuadro que
transita la persona que consulta, la consideración del
tipo de exámenes o tratamientos que se desean instaurar
versus las posibilidades del paciente, las explicaciones
respecto de la evolución de la situación de la persona
que consulta, y podríamos continuar enumerando momentos
de la verdad donde una persona toma contacto con la
atención de su salud.
Por otro lado, no se registra en las distintas carreras
para los profesionales de la salud espacios destinados a
la formación en aspectos humanos. Hay, en algunos casos,
asignaturas que instruyen acerca de la psiquis y el
comportamiento de las personas, pero no se registra un
trabajo intenso en las distintas formas de llevar
adelante la relación con las distintas formas de
personalidad. Quien oportunamente efectuaba esa
educación en el desarrollo de la profesión o cuidado de
las personas eran los denominados “maestros”; y lo
hacían de una manera particular: con el ejemplo. El
cambio de hábitos, culturas, espacios, etc. ha
determinado que la formación cuenta hoy con
características que le son propias (ni mejores ni
peores) y sobre las que hay que profundizar
oportunamente para lograr una práctica que en el cuidado
de la salud de las personas es central: el aspecto
humano de la relación.
Haciendo un repaso por el ciclo de servicio podemos ver
que una persona puede tomar contacto con efectores
(cuidadores) de salud cuando se encuentra sana; este
sería el estado ideal para el cuidado de la salud. Allí
la persona se vincula con el prestador cuando ingresa en
su sitio web para solicitar turnos, o lo hace por
teléfono, o se apersona. Ese momento es muy importante
ya que es el primer contacto de la persona con el
efector. Si este primer paso fracasa, todo lo demás
puede ser sin duda para olvidar. Luego de ello el
segundo contacto es al momento de visitar al efector
(clima del lugar, cuidado, estética, respeto por los
turnos asignados, etc.) Luego de ello, y recién ahí,
toma contacto con el profesional quien debería prever
las dos cosas que amerita la práctica: técnica y
cuidado. La primera netamente científica; la segunda
puramente humana. Y así las cosas, los momentos de la
verdad se van sucediendo a lo largo del contacto entre
la persona y el efector.
Todos estos pasos adquieren más significado si el motivo
de la consulta es por padecer alguna enfermedad; y
dentro de este cuadro si se trata de algo ambulatorio o
es con internación. Claramente la sensibilidad de las
personas que buscan un efector en salud va
incrementándose a medida que padece más angustia,
incertidumbre por lo padecido, gravedad del cuadro, etc.
Y es ahí donde cobra mucha mayor importancia todo el
derredor. Y claramente cuanto mejor sea ese cuidado,
mejores resultados terapéuticos y humanos son pasibles
de lograr. Y con ello mejora sustancialmente, y a largo
plazo, la reputación del efector.
Para próximas ocasiones podemos dejar las relevantes
consideraciones vinculadas con las afinidades y
necesidades según la generación de la que se trate (baby
boomers, X, Y, Z).
Visto entonces todo lo mencionado más arriba, se genera
un desafío. Para ello vale preguntar si las entidades
formadoras pueden tener en cuenta todos estos puntos
necesarios para dar cobertura de salud a las personas. Y
en su caso si una sola entidad (universitaria,
terciaria, etc.) reúne todos los requisitos para formar
de manera integral a un profesional o si es necesario
formarse en distintos lugares que contemplen la técnica
por un lado y lo humano por otro.
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