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Columna


La lógica de la inversión y la inversión de la lógica:
La salud como derecho o como mercancía

“Los problemas esenciales nunca son fragmentarios y los problemas globales son cada vez más esenciales”
Edgar Morin

Por el Doctor Ignacio Katz

 
Un Nobel como oportunidad
El último premio Nobel de Economía otorgado al francés Jean Tirole le da visibilidad y legitimidad a una cuestión que no es nueva, aunque sí crecientemente preocupante, y que en el campo de la medicina venimos señalando desde hace décadas. Se trata, en sus propias palabras, de que “numerosos mercados están dominados por algunas empresas que influyen sobre los precios, los volúmenes y la calidad, pero la teoría económica no se ocupa de esos casos, conocidos como oligopolios”.
El aporte de Tirole es demostrar la necesidad de regular las industrias oligopólicas, así como las monopólicas (éstas, en verdad, suelen contar con una regulación específica, aunque no en nuestro país). Tirole plantea efectuar una vigilancia financiera y una regulación macro-prudencial.
Su aporte es doblemente válido, pues el académico no se encasilla como liberal ni como estatista. Tirole hace un planteo científico, incluso de corte matemático, tras una investigación de treinta años, sobre cómo funciona la dinámica económica de estos gigantes del mercado. Algunos de sus planteos son cristalinos y sumamente sugerentes para nuestro país: “que los reguladores no se transformen en los abogados de quienes deben controlar”, y “después de las privatizaciones, ¿cómo evitar que las empresas se comporten como predadores?”.

La inversión
Esta distorsión es tanto más grave en el campo de la salud, y sin embargo es precisamente allí donde muestra una de sus caras más concentradoras y nefastas. No es ésta la primera vez que advertimos que en nuestro país la medicina ha entrado bajo la órbita y control de la financiarización desde la década del 70, y empeorado enormemente en los 90, sin aun poder revertir sus más profundas distorsiones.
En el fondo, se trata de que la lógica de la inversión lleve a una inversión de la lógica. Es decir, en vez de existir una demanda de salud que se vea satisfecha con una oferta de atención, se opera una voraz oferta de mercancías que impone demandas espurias. Lisa y llanamente, se prescriben tratamientos y medicamentos innecesarios y a veces dañinos. En sólo un año ingresaron a nuestro país 1.300 medicamentos “nuevos”, cuando en el mundo sólo se registraron nueve drogas novedosas. El especialista italiano, Gianni Tognoni lo pone en términos muy claros: la “salud como derecho o como mercancía”.
No se trata tampoco de sostener ingenuamente que la salud es un abstracto derecho que responde a una igualmente abstracta necesidad. Ciertamente, la efectiva atención médica requiere una gestión adecuada y compleja, incluso un gerenciamiento de bienes y servicios, pero nunca una mercantilización que invierta la lógica médica como la propuesta por Margaret Thatcher para el Servicio Nacional de Salud, NHS (según su sigla en inglés).
Esto merece ser subrayado. No se trata “solamente” de que los oligopolios impongan los precios de los medicamentos, sino de que intervienen en el propio oficio médico, tergiversando la atención, imponiendo ritmos, protocolos y demás cuestiones que buscan la celeridad, la tecnocracia, la burocratización, la despersonalización, el encarecimiento y la sobremedicación. Vale advertir que en esta dinámica inciden no solo las corporaciones financieras sino también las propias corporaciones médicas y las obras sociales, entre otras.

La síntesis disyuntiva: desde la esencia a la contingencia
Puesto así, negro sobre blanco, la cuestión parece sencilla. Sin embargo, entra aquí en escena un séquito variopinto de expertos de múltiples disciplinas con sus tecnicismos y números interminables que harán lo imposible por “vestir a la mona de seda”.
Es que nunca alcanza con enunciar una verdad, sino que hace falta desmentir una por una todas las mentiras, medias verdades y falacias. Distintos autores dieron distintos nombres a estos procedimientos que en definitiva encubren la realidad con sofismas. Hace 400 años, Hobbes los llamaba “discursos insignificantes” y el escritor George Orwell denominó “neolengua” a aquellas palabras destinadas deliberadamente a engañar mediante una descripción equivocada. También podríamos recordar los conceptos de “falsa conciencia” de Lenk, “hipocresía” de Brecht o la “malversación del lenguaje” de nuestro Borges.
En esta ocasión tomaremos mano del concepto del filósofo francés Gilles Deleuze de síntesis disyuntiva. Se trata de falsas alternativas como si fueran complementarias, que obligan a cambiar los conceptos del debate. Así, por caso, pasamos del paciente al usuario, y de éste al consumidor y al endeudado. La propia polaridad oferta/demanda, por su parte, oculta respectivamente la producción sustentable y la necesidad.
Cuando el problema se plantea en términos de “cómo regular los precios de los medicamentos”, en vez de cómo garantizar el acceso oportuno y equitativo de los medicamentos a los pacientes –que los requieren según un previo esquema terapéutico– la cuestión ya está definida en términos de mercantilización de la salud. Si además se postula que la regulación estatal directa fijando precios máximos a determinados medicamentos es una intrusión imperdonable, y que debe garantizarse el funcionamiento de competencia de mercado, entonces ya pasamos al liso y llano dictado de la concentración capitalista oligopólica.
El propio Federico Tobar admite que “en ocasiones las soluciones procompetitivas no resultan suficientes para reducir precios porque una parte importante de los productos son monopólicos” y que una regulación eficiente de los medicamentos debe contemplar al menos tres puntos:

  • establecer una estrategia para la promoción de los medicamentos según objetivos de acceso y de desarrollo económico y científico;

  • efectuar un control y monitoreo permanentes de sus resultados;

  • y construir un desarrollo institucional de información propia con cuadros técnicos estables.

Una sana costumbre: la relación médico-paciente

Se trata de conocer la verdadera estructura del actual modo de producción de medicina, desentrañando su lógica, límites, fragmentaciones, solapamientos y tergiversaciones. Recordando las secuencia conceptual que indica los pasos a seguir: relevamiento de datos que llevan a la información; su transformación en conocimientos, cuya correcta interpretación permite abordar la “comprensión” y es ésta, la que conduce al discernimiento, a la decisión, y a partir de allí a la “acción”.
Como lo expresa Erik H. Erikson, en su libro “Historia personal y circunstancia histórica”: “el conocimiento por si solo puede convertir al hombre - al hombre académicamente libre - en esclavo de sus propios métodos. Y lo que es peor aún, el conocimiento como tal puede convertirse en un esclavo del poder político y económico: en nombre de la búsqueda del conocimiento, los sabios pueden contribuir a formar instrumentos de explotación y destrucción. El conocimiento pues, requiere el contrapunto de la “comprensión”.
Hay quienes hablan de “la economía de la salud” y la “disrupción tecnológica” que transforma al “negocio de la medicina”, y se ejemplifica con la firma Quanttus que pretende relevar con sensores 10.000 indicadores vitales por hora en una persona. Es decir, un robot en vez de médico y una rata de laboratorio en vez de paciente. O un dispositivo de control hacia ambos.
Algoritmos, protocolos, maquinarias, inteligencia artificial. Nada de esto puede suplantar la relación médico-paciente que establece un proyecto conjunto de un esquema terapéutico. En particular el médico de cabecera que cumple con las cuatro “C”: conocimiento, confiabilidad, contención y continuidad; y la mnesis, anamnesis, exploración (palpación, percusión, auscultación), para elaborar el síndrome general y requerir los exámenes complementarios. Claro que todo esto tampoco es posible en una atención médica de diez minutos (o menos) de médicos proletarizados y con “la cabeza quemada”.
Que la medicina haga uso profesional y racional de la tecnología, sí; pero no que los agentes financieros hagan uso de la tecnología y de la medicina, pues el costo lo pagamos todos con nuestra salud.

Ignacio Katz. Doctor en Medicina (UBA).
Director Académico de la Especialización en Gestión Estratégica de Organizaciones de Salud Universidad Nacional del Centro (UNICEN).
Autor de: “Claves jurídicas y asistenciales para la conformación de un Sistema Federal Integrado de Salud” (Eudeba, 2012)

 

 

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