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La industria farmacéutica es uno de los sectores más
dinámicos e innovadores del conjunto de empresas a nivel
mundial. Y también la que genera el margen de utilidad
más elevado, superando incluso el de la renta
financiera. Según la Comisión Europea, en el año 2012 la
industria farmacéutica-biotecnológica era considerada
primer sector empresarial en inversión en I+D a nivel
mundial, alcanzando cerca de los 100 billones de euros.
Este volumen de recursos representa el 17.7 por ciento
de toda la inversión industrial a nivel global. Sólo en
2013, cinco Big Pharma, obtuvieron una ganancia superior
al 20%: Pfizer, Hoffmann – La Roche, Abbvie,
GlaxoSmithKline y Eli Lilly.
El financiamiento de los proyectos de I+D sobre nuevas
moléculas se basa en la reinversión de parte de los
beneficios económicos de la propia industria, de forma
de poder disponer de recursos materiales y humanos
propios además de financiar fases clínicas de
investigación aplicada con entidades públicas o privadas
como universidades y centros asistenciales. Las
farmacéuticas argumentan respecto de sus muchas veces
disparatados precios afirmando que el gasto en I+D es
excesivamente alto, y en promedio sólo 3 de 10 drogas
incorporadas a la venta resultan exitosas con ingresos
anuales que superen u$s 1.000 millones. Ahora bien. Si
el costo por tratamiento ronda los u$s 100.000 y el
costo de producción representa un mínimo porcentaje de
dicho precio, no es muy aventurado indicar cuál es el
margen final de ganancia. Difícil de justificar.
Desarrollar un nuevo producto farmacéutico lleva entre
diez a quince años, estimándose que de cada diez mil
nuevas moléculas descubiertas sólo una logrará superar
todas las pruebas necesarias para ser aprobada y llegar
al mercado. Pero la patente se otorga por 20 años y un
éxito en ventas puede permitir recuperar en pocos meses
el costo del desarrollo. Para un producto que genere
ventas por u$s 3.000 millones por trimestre, un mes
extra vale ampliamente la inversión efectuada. La lógica
de la industria se fundamenta en dos cuestiones claves:
a) Escaso interés por investigar enfermedades que, sea
por afectar principalmente a poblaciones de bajos
ingresos o por su escasa prevalencia o incidencia en los
países más ricos, no resultan rentables y b) capacidad
de ejercer presión para acortar en el tiempo las fases
tradicionales de investigación (incluso acudiendo a
ciertas prácticas no legales) con el afán de favorecer
un rápido retorno de la inversión de la molécula
protegida por la patente antes que sea susceptible de
copia. Esto lleva muchas veces a la salida a la venta de
productos poco eficaces, poco seguros y capaces de
provocar severos efectos secundarios que luego obligan a
su inmediato retiro del mercado.
El gran negocio de la industria farmacéutica se centra
en la búsqueda de los denominados “medicamentos
blockbuster (superventas), destinados a una enorme
población de consumo diario que puedan mantener cautiva.
El paso siguiente es asignar una desproporcionada
cantidad de recursos a fomentar ventas y marketing,
utilizando estrategias comerciales agresivas y poco
éticas. Capturado monopólicamente el mercado por el
tiempo de vigencia de la patente, sólo queda elevar
artificialmente el precio del producto para no solo
recuperar la inversión sino sumarle renta
extraordinaria.
Ejemplo: Un informe reciente publicado por PhRMA de
EE.UU. señala la cantidad de nuevas drogas en fase de
desarrollo y/o registro que poseen las compañías en el
área oncológica, dado el alto interés que ésta suscita.
En conjunto, se trata de 771 moléculas y nuevas vacunas
con 3.137 ensayos clínicos en marcha, de los cuales
1.824 están en Fase I y 1.313 han superado exitosamente
Fases II y III. Se estima que cerca del 80 por ciento
tiene potencialidad de convertirse en las denominadas
first-in-class en función de la ausencia de drogas
alternativas. Sólo para cáncer de pulmón se dispone de
98 moléculas prontas a ingresar al mercado sanitario. El
problema de estas nuevas drogas reside en su alta tasa
de fracasos, fundamentalmente cuando se compara
efectividad y se asocia el costo. Cerca de 170 moléculas
ya han quedado en camino y solo 10 lograron éxito en el
mercado estadounidense.
No puede ignorarse la importancia de la industria en
cuanto a contar con nuevo arsenal terapéutico y el
consecuente impacto sobre el nivel de salud, pero muchas
veces ésta ha empleado su poder mono u oligopólico para
poner “contra las cuerdas” a gobiernos. Instituciones y
profesionales ante situaciones que escapan a lo ético.
Hay industrias penalizadas por intentar pagar a
laboratorios de genéricos para atrasar el lanzamiento
del mismo producto al mercado. (caso GlaxoSmithKline).
Esta misma empresa recibió u$s 490 millones de penalidad
por sobornos a médicos en China y viene siendo acusada
sistemáticamente de prácticas ilegales en distintos
mercados: Pfizer recibió una multa de u$s 2.200 millones
por etiquetar en forma inadecuada su analgésico
Valdecoxib (Bextra®), al igual que Johnson & Johnson por
promocionar drogas aún no aprobadas como absolutamente
seguras y luego obligadas a ser retiradas del mercado.
También es famoso el caso de Merck con su analgésico no
esteroide Rofecoxib (Vioxx®) que debió ser retirado de
venta con una multa de u$s 950 millones por provocar
infartos y muerte.
Un artículo de BBCWorld de abril de 2014 señala que a
través de un estudio efectuado por tres economistas
estadounidenses pudo descubrirse que el 58% de 330.000
profesionales de la salud recibieron pagos de las
compañías farmacéuticas a partir de fomentar una
mentalidad de “fármacos primero” que derivo en un uso
excesivo y hasta agresivo de muchos productos que luego
se comprobó producían efectos tóxicos y en casos graves
hasta la muerte.
Las acusaciones de que estas empresas crean enfermedades
a propósito para vender sus productos quizá sean
excesivas y peligrosas, pero no cabe duda de que ante
una enfermedad que puede ser bastante contagiosa, como
el caso de la Gripe A H1N1 en 2009, hubo lobby para que
las organizaciones sanitarias nacionales y mundiales
actuaran con celeridad para combatir la nueva “peste”
moderna con determinado producto. De hecho, gracias a
las recomendaciones de los expertos de la OMS muchos
países compraron millones de dosis de Oseltamivir (Tamiflú®)
lo que hizo que la suiza Roche ganase más de 3.370
millones de dólares por ventas de este medicamento y
pasara de estar por debajo de las 10 primeras empresas
en 2004 al quinto lugar en 2012.
Lo cierto es que analizada su efectividad terapéutica,
Tamiflú sólo sirve para disminuir los síntomas de la
gripe por un lapso breve y además no consigue que se
reduzcan ni los ingresos hospitalarios por gripe ni las
complicaciones graves. Además, posee importantes efectos
secundarios especialmente trastornos psiquiátricos que
han llevado al suicidio. Los datos provienen de la
revisión de informes internos completos de los ensayos
del oseltamivir.
Lo que ocurre a menudo es que grupos de poder económico
y político están bastante cercanos, valiéndose de
ventajas para ellos o sus empresas. No es que sea malo
el lobby, de hecho en EE.UU. está legalizado. Pero
muchas veces las Big Pharma “capturan” a las
instituciones políticas, especialmente en los países
emergentes, condicionando muchas de sus decisiones con
lo que cambia la lógica del poder. El regulador termina
siendo regulado y sus decisiones se ajustan así a la
situación.
Nadie es tan inocente. Se trata de las dos caras de
Jano. “Buenos” remedios y mejores negocios.
(*) Doctor en Medicina.
Magister en Administración de Servicios de Salud UCES,
Posgrado en Economía para No Economistas - Cámara
Argentina de Comercio. Diplomado en Economía de la
Gestión Sanitaria CIESS México DF. Profesor Titular de
la Cátedra Análisis de Mercados Sanitarios - Maestría en
Economía de la Gestión Sanitaria Universidad ISALUD.
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