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Columna


Corporaciones farmacéuticas:
las dos caras de Jano

Por el Dr. Sergio Horis Del Prete (*)


La industria farmacéutica es uno de los sectores más dinámicos e innovadores del conjunto de empresas a nivel mundial. Y también la que genera el margen de utilidad más elevado, superando incluso el de la renta financiera. Según la Comisión Europea, en el año 2012 la industria farmacéutica-biotecnológica era considerada primer sector empresarial en inversión en I+D a nivel mundial, alcanzando cerca de los 100 billones de euros. Este volumen de recursos representa el 17.7 por ciento de toda la inversión industrial a nivel global. Sólo en 2013, cinco Big Pharma, obtuvieron una ganancia superior al 20%: Pfizer, Hoffmann – La Roche, Abbvie, GlaxoSmithKline y Eli Lilly.
El financiamiento de los proyectos de I+D sobre nuevas moléculas se basa en la reinversión de parte de los beneficios económicos de la propia industria, de forma de poder disponer de recursos materiales y humanos propios además de financiar fases clínicas de investigación aplicada con entidades públicas o privadas como universidades y centros asistenciales. Las farmacéuticas argumentan respecto de sus muchas veces disparatados precios afirmando que el gasto en I+D es excesivamente alto, y en promedio sólo 3 de 10 drogas incorporadas a la venta resultan exitosas con ingresos anuales que superen u$s 1.000 millones. Ahora bien. Si el costo por tratamiento ronda los u$s 100.000 y el costo de producción representa un mínimo porcentaje de dicho precio, no es muy aventurado indicar cuál es el margen final de ganancia. Difícil de justificar.
Desarrollar un nuevo producto farmacéutico lleva entre diez a quince años, estimándose que de cada diez mil nuevas moléculas descubiertas sólo una logrará superar todas las pruebas necesarias para ser aprobada y llegar al mercado. Pero la patente se otorga por 20 años y un éxito en ventas puede permitir recuperar en pocos meses el costo del desarrollo. Para un producto que genere ventas por u$s 3.000 millones por trimestre, un mes extra vale ampliamente la inversión efectuada. La lógica de la industria se fundamenta en dos cuestiones claves: a) Escaso interés por investigar enfermedades que, sea por afectar principalmente a poblaciones de bajos ingresos o por su escasa prevalencia o incidencia en los países más ricos, no resultan rentables y b) capacidad de ejercer presión para acortar en el tiempo las fases tradicionales de investigación (incluso acudiendo a ciertas prácticas no legales) con el afán de favorecer un rápido retorno de la inversión de la molécula protegida por la patente antes que sea susceptible de copia. Esto lleva muchas veces a la salida a la venta de productos poco eficaces, poco seguros y capaces de provocar severos efectos secundarios que luego obligan a su inmediato retiro del mercado.
El gran negocio de la industria farmacéutica se centra en la búsqueda de los denominados “medicamentos blockbuster (superventas), destinados a una enorme población de consumo diario que puedan mantener cautiva. El paso siguiente es asignar una desproporcionada cantidad de recursos a fomentar ventas y marketing, utilizando estrategias comerciales agresivas y poco éticas. Capturado monopólicamente el mercado por el tiempo de vigencia de la patente, sólo queda elevar artificialmente el precio del producto para no solo recuperar la inversión sino sumarle renta extraordinaria.
Ejemplo: Un informe reciente publicado por PhRMA de EE.UU. señala la cantidad de nuevas drogas en fase de desarrollo y/o registro que poseen las compañías en el área oncológica, dado el alto interés que ésta suscita. En conjunto, se trata de 771 moléculas y nuevas vacunas con 3.137 ensayos clínicos en marcha, de los cuales 1.824 están en Fase I y 1.313 han superado exitosamente Fases II y III. Se estima que cerca del 80 por ciento tiene potencialidad de convertirse en las denominadas first-in-class en función de la ausencia de drogas alternativas. Sólo para cáncer de pulmón se dispone de 98 moléculas prontas a ingresar al mercado sanitario. El problema de estas nuevas drogas reside en su alta tasa de fracasos, fundamentalmente cuando se compara efectividad y se asocia el costo. Cerca de 170 moléculas ya han quedado en camino y solo 10 lograron éxito en el mercado estadounidense.
No puede ignorarse la importancia de la industria en cuanto a contar con nuevo arsenal terapéutico y el consecuente impacto sobre el nivel de salud, pero muchas veces ésta ha empleado su poder mono u oligopólico para poner “contra las cuerdas” a gobiernos. Instituciones y profesionales ante situaciones que escapan a lo ético. Hay industrias penalizadas por intentar pagar a laboratorios de genéricos para atrasar el lanzamiento del mismo producto al mercado. (caso GlaxoSmithKline). Esta misma empresa recibió u$s 490 millones de penalidad por sobornos a médicos en China y viene siendo acusada sistemáticamente de prácticas ilegales en distintos mercados: Pfizer recibió una multa de u$s 2.200 millones por etiquetar en forma inadecuada su analgésico Valdecoxib (Bextra®), al igual que Johnson & Johnson por promocionar drogas aún no aprobadas como absolutamente seguras y luego obligadas a ser retiradas del mercado. También es famoso el caso de Merck con su analgésico no esteroide Rofecoxib (Vioxx®) que debió ser retirado de venta con una multa de u$s 950 millones por provocar infartos y muerte.
Un artículo de BBCWorld de abril de 2014 señala que a través de un estudio efectuado por tres economistas estadounidenses pudo descubrirse que el 58% de 330.000 profesionales de la salud recibieron pagos de las compañías farmacéuticas a partir de fomentar una mentalidad de “fármacos primero” que derivo en un uso excesivo y hasta agresivo de muchos productos que luego se comprobó producían efectos tóxicos y en casos graves hasta la muerte.
Las acusaciones de que estas empresas crean enfermedades a propósito para vender sus productos quizá sean excesivas y peligrosas, pero no cabe duda de que ante una enfermedad que puede ser bastante contagiosa, como el caso de la Gripe A H1N1 en 2009, hubo lobby para que las organizaciones sanitarias nacionales y mundiales actuaran con celeridad para combatir la nueva “peste” moderna con determinado producto. De hecho, gracias a las recomendaciones de los expertos de la OMS muchos países compraron millones de dosis de Oseltamivir (Tamiflú®) lo que hizo que la suiza Roche ganase más de 3.370 millones de dólares por ventas de este medicamento y pasara de estar por debajo de las 10 primeras empresas en 2004 al quinto lugar en 2012.
Lo cierto es que analizada su efectividad terapéutica, Tamiflú sólo sirve para disminuir los síntomas de la gripe por un lapso breve y además no consigue que se reduzcan ni los ingresos hospitalarios por gripe ni las complicaciones graves. Además, posee importantes efectos secundarios especialmente trastornos psiquiátricos que han llevado al suicidio. Los datos provienen de la revisión de informes internos completos de los ensayos del oseltamivir.
Lo que ocurre a menudo es que grupos de poder económico y político están bastante cercanos, valiéndose de ventajas para ellos o sus empresas. No es que sea malo el lobby, de hecho en EE.UU. está legalizado. Pero muchas veces las Big Pharma “capturan” a las instituciones políticas, especialmente en los países emergentes, condicionando muchas de sus decisiones con lo que cambia la lógica del poder. El regulador termina siendo regulado y sus decisiones se ajustan así a la situación.
Nadie es tan inocente. Se trata de las dos caras de Jano. “Buenos” remedios y mejores negocios.


(*) Doctor en Medicina. Magister en Administración de Servicios de Salud UCES, Posgrado en Economía para No Economistas - Cámara Argentina de Comercio. Diplomado en Economía de la Gestión Sanitaria CIESS México DF. Profesor Titular de la Cátedra Análisis de Mercados Sanitarios - Maestría en Economía de la Gestión Sanitaria Universidad ISALUD.

 

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