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Siempre alguien paga por la atención en salud. Cuando el
financiador es una Obra Social. Para poder pagar por la
atención de una persona esos pagadores (financiadores)
deben recibir previamente dinero que les permita
afrontar tales gastos. Y acá viene el primero de los
problemas. Las obras sociales, las prepagas y el propio
Estado reciben ese dinero al inicio de un determinado
período (a modo de simplificación, entiéndase a
principios de mes), proveniente del salario de un
empleado, de un pago mensual o salario diferido. Por lo
tanto, la mayor rentabilidad se proyecta antes de que
los pacientes gasten para su atención en salud. Pero por
el propio sistema de aportes el flujo de ingreso del
dinero es progresivo.
Hay un tercero, conocido como prestador, que es quien
brinda la atención a los pacientes. Incluye al médico
que realiza una consulta, al centro de imágenes que
realiza tomografías, al sanatorio en el que un paciente
se interna, entre otros. Pero a diferencia de los
financiadores, y sin entrar en detalle sobre las
diferentes modalidades de pago, los prestadores tienden
a comportarse de manera similar al restaurante: cuanta
más gente reciban más cobrarán por ello.
Tenemos así un actor más propenso a que se gaste para
aumentar sus ingresos (el prestador) y otro que si
pudiera elegir, preferiría no hacerlo para maximizar sus
ganancias (el financiador). En el medio, y casi como un
rehén está el ciudadano (que es un “paciente” para el
prestador y un “afiliado” para el financiador) y rara
vez dispone de la información adecuada para consumir
bienes y servicios que maximicen su salud.
¿Cómo alinear intereses, beneficiando al paciente y al
sistema de salud en su conjunto? Básicamente, con reglas
claras. Teniendo en cuenta que gastar en salud es
necesario (y ese gasto tiende a crecer), el objetivo
debiera ser gastar bien. Y gastar bien implica hacerlo
en todo lo necesario para atender los problemas de salud
del paciente. Pero sólo en lo necesario.
Pacientes y prestadores deben entender que más no
siempre es mejor. No siempre “hacer” (por ejemplo,
“chequeos completos”) es la mejor opción para encarar la
atención en salud de una persona, y tampoco lo son
muchas veces las nuevas técnicas o medicamentos más
caros. Es cierto que no acceder a servicios de salud
necesarios supone un riesgo para el paciente; pero
acceder a aquellos que no necesita, también.
Son necesarias herramientas como la Medicina basada en
la evidencia y la Evaluación de Tecnologías Médicas para
acercarse a la verdad (verdades muchas veces
transitorias) para confirmar si algo sirve para aquello
que dice servir (por ejemplo, ¿una droga para bajar la
presión baja efectivamente la presión?) y sólo en caso
afirmativo, analizar qué ventajas supone frente a los
tratamientos disponibles y si estamos en condiciones de
afrontar el costo incremental que podría suponer su uso.
Volviendo a los restaurantes, los pacientes deben
entender que no es suficiente justificativo comer de más
en un tenedor libre por el mero hecho de haber pagado
previamente por un menú amplio y a gusto del comensal.
También los financiadores deben comprometerse a no
limitar la “carta” y mucho menos a bajar la calidad del
producto que los comensales merecen.
En definitiva, aun cuando los recursos son finitos,
lograr que la salud sea rentable y de calidad requiere
reglas de juego claras, que se cumplan y se hagan
cumplir, y del compromiso de todos, más allá del rol
circunstancial que cada uno ocupe en un determinado
momento.
Un modelo de servicios que permite tener un solo
interlocutor para resolver todos los temas en torno a
los sistemas de información, tomando el rol de
integrador de todos los otros servicios genera una
integración virtual. El aumento de costos directos
reales es un factor preponderante en la integración
sanitaria. Los hallazgos justifican: Medidas de control
y discusión mutua entre financiador y prestador.
Considerar incentivos en el futuro y perfilar los
centros como medida de optimización.
La gestión eficiente de la cadena de valor constituida
por el sistema de contrataciones es un elemento clave
que permite posicionar al financiador con ventajas
competitivas para garantizar la viabilidad de largo
plazo y fundamentalmente brindar excelencia prestacional
a los usuarios del sistema de salud. Todo esto lleva a
una discusión semántica del mal uso de las palabras (en
cuanto a la terminología). Entonces si estamos midiendo
las intervenciones de la calidad de vida todo aquello
que le permita favorecer la independencia es valioso
para el paciente. Ha sido interesante en el análisis del
eje el concepto “Es muy difícil integrar lo que no se
tiene por información o aprehendido”. Esta expresión se
la toma como una visión integradora.
(*) Médico. Magister de la
Universidad de Buenos Aires en Administración de
Sistemas y Servicios de Salud. (Título en trámite).
Autor del Libro La integración entre financiadores y
prestadores en el sistema de la seguridad social
Argentina. Fundación Sanatorio Güemes; 1 edición (Abril
21, 2015).
Twitter @aacamerano
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