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Los adelantos científicos y tecnológicos en el campo de
la salud implican un desafío para la medicina, bajo la
dualidad de una oportunidad y un riesgo. La oportunidad
es aprovechar los avances, tanto mundiales como
nacionales, para incorporarlos en un sistema productivo
de salud, racional y humano; el riesgo es que la lógica
propia de la tecnificación sea un agregado a la ya
fragmentada y desigual estructura socio-sanitaria.
La fragmentación ha impactado desarticulando el sistema
productivo de salud por efecto de las circunstancias y
de las relaciones económicas puestas en juego por el
mercado. Hoy por hoy ya han adquirido características de
propiedades autónomas que solo pueden y deben ser
rectificadas, corregidas y encausadas mediante una
planificación estratégica que se sustente mediante un
acuerdo sanitario.
De lo contrario, la llamada brecha social se transforma
en una modalidad en la que domina la desigualdad y que
seguirá profundizando la inequidad y la inhumanidad. En
ella impera el individualismo que arrasa con el concepto
de solidaridad, principio sostén de la atención médica.
Según un estudio reciente de la Organización de
Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), la “brecha”
entre ricos y pobres se encuentra en su punto más alto,
tanto en los países desarrollados como en los
denominados “emergentes”.
El tema exige conocimiento y racionalidad que
posibiliten la comprensión sin la cual no se puede
discernir, decidir y actuar a la altura de la historia
contemporánea. Hoy se impone un compromiso
participativo, habida cuenta que los méritos del pasado
no compensan la mediocridad de la situación sanitaria
presente. Aunque como todo proceso abierto, es plausible
de una evolución futura positiva.
En este escenario sobresale el vínculo entre ciencia y
tecnología, términos que fueron caracterizados con
absoluta claridad por Ruy Pérez Tamayo cuando expresó
que ciencia es lo que hay que hacer para saber y
tecnología es lo que hay que saber para hacer. Donde
ésta última aumenta el desarrollo de las fuerzas
productivas que a su vez modifican las relaciones de
producción social. En esto no se han visto exentos
también los servicios de atención médica, que por su
estrecha relación con el mercado han seguido y sufrido
esta misma metamorfosis.
Aquí se encuentra el centro de la cuestión. No se ha
logrado una armónica vinculación entre la producción de
nuevas tecnologías y su aplicación adecuada en una
distribución justa y organizada. Por el contrario, la
brecha distributiva se ha potenciado en el área
sanitaria. Este estado actual no solo se ha automatizado
sino anarquizado, primando no la producción de salud y
el consumo de la asistencia médica sino el índice de
ganancia económica.
Situación que vale la pena graficar con el concepto de
anomia, que no significa simplemente la ausencia de
normas. El concepto fue introducido hace más de cien
años por el sociólogo francés Emile Durkheim en su
clásico libro La división del trabajo social. Se vive en
estado de anomia cuando se pierde el sentido de las
leyes y sus fines; es un estado de disociación entre los
objetivos de la población y su acceso efectivo.
Pero como nos referíamos al inicio, la ciencia y
tecnología también posibilita una oportunidad, por lo
que este escenario no es fatal. Existen avances
científicos y tecnológicos que podrían ser usufructuados
al servicio de una mejora de la salud de la población en
su conjunto. Por solo mencionar adelantos de científicos
argentinos, investigadores de la UBA con la conducción
del Dr. Pedro Cozar Camero retomaron una medicación de
hace décadas contra el mal de Chagas, el nifurtimex, y
lo potenciaron con el uso de la nanotecnología, logrando
introducir la droga dentro de las células donde se
ocultaba el parásito. Por su parte, un neuquino, Andrés
Finzi, dio un gran paso para frenar el VIH, liderando un
equipo de expertos en Canadá.
Como vemos, entre muchos otros casos, la ciencia, como
la microbiología y la nanotecnología, está realizando
avances para combatir enfermedades clave, y que cuenta
con la tecnología para llevarlos a cabo, pero para que
realmente estén al servicio de las mayorías, hay que
torcer el rumbo de la mercantilización de la salud que
achica cada vez más su campo de acción. Lo que nos lleva
a señalar que el progreso técnico debería, por
imperativo ético, ser acompañado por un progreso social
que tienda a la nivelación, de manera que la humanidad
se haga dueña de sí misma.
Como siempre, además, se trata de diseñar un sistema
integral que haga uso de estos recursos bajo una gestión
adecuada. La gestión es la toma de decisiones
responsables, debidamente formada e informada, en un
marco de complejidad dinámica. Supone una planificación
estratégica que contempla las múltiples dimensiones en
juego (científicas, financieras, administrativas,
jurídicas, burocráticas, corporativas, logísticas,
territoriales, humanas, profesionales, informáticas,
etc.).
Para ilustrar por el absurdo y con ejemplos concretos,
observemos lo ocurrido en la localidad de Villa La
Angostura en 2013, donde un grupo de mujeres tuvo que
literalmente desnudarse para obtener acceso a un
mamógrafo. La idea fue hacer un calendario en el cual
posaban desnudas para juntar los fondos necesarios para
comprarlo. Nótese, además, que no se trata precisamente
de una localidad de bajos recursos. Si nos retrotraemos
un poco en el tiempo, tenemos el caso de la compra
también de un mamógrafo para una localidad de Río Negro
de apenas 400 habitantes. La anécdota termina pareciendo
un chiste, con el intendente optando por emitir un
anuncio donde permutaba el aparato por una ambulancia. O
bien, la falta de ambulancias de neonatología, mientras
el Ministerio de Salud muestra su preocupación por el
incremento en el porcentaje de partos llevados a cabo en
los domicilios particulares.
Estos no son sino botones de muestra de la necesidad de
construir un verdadero sistema de salud integral.
Reconocemos que el sendero está minado por trampas de
intereses, complicidades corruptas y no corruptas, y
encrucijadas que requieren superar la comodidad de la
ignorancia y aprovechar eficientemente las oportunidades
que todo camino crítico posibilita. Pero, al decir de
Theodor Adorno, “negar la necesidad de comprender es
expulsar la comprensión misma.”
El acuerdo sanitario al que nos referimos requiere
además, por un lado, superar lo que Karl Krauss llamaba
las falsas peticiones humanísticas: aquellas que
permiten hacer retrospectivamente (en forma ilusoria) lo
que no hicieron cuando hubieran debido hacerlo; y, por
otro lado, la imprescindible autocrítica. No como
asignación de culpas, sino como medio de
perfeccionamiento y de desbrozar los caminos que
conduzcan a la plena realización nacional y social,
dignificando la condición humana, librándola del estigma
de la postración, la pobreza y la dependencia.
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Ignacio Katz.
Doctor en Medicina (UBA).
Director Académico de
la Especialización en Gestión Estratégica de
Organizaciones de Salud Universidad Nacional del
Centro (UNICEN).
Autor de: “Claves jurídicas y asistenciales para la
conformación de un Sistema Federal Integrado de
Salud” (Eudeba, 2012) |
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