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Hubo un hombre llamado Galileo Galilei, dedicado al
estudio del cielo, a la contemplación del universo y que
descubrió que la tierra no era el centro del universo,
se movía. Con ese descubrimiento se atrevió a
contradecir la verdad imperante, el conocimiento
científico enseñado y el magisterio de la Iglesia, se
ganó el rechazo de su tiempo y además fue a juicio. Las
presiones fueron gigantescas y ya muy cerca de adjurar,
dijo en voz baja en su italiano natal e pur si muove, “y
sin embargo se mueve”. Porque los cálculos matemáticos,
porque sus estudios sobre el cielo, porque el ejercicio
de la razón noche tras noche le estaban demostrando que
la tierra se movía. Las evidencias no eran lo que se
decía.
Estamos en la Argentina de los albores de 2016, con la
mirada puesta en el bicentenario de la Independencia
nacional, rememorando 200 años de una rica y
paradigmática historia de nuestro país, con epopeyas,
héroes gloriosos, héroes anónimos, traiciones y
embustes. En este fin de año de 2015 nos encontramos
frente a un momento especial y particularmente
convocante para la historia argentina, frente a la
disyuntiva de seguir como venimos o cambiar. Y no lo
digo solamente por el signo político de nuestros nuevos
gobernantes sino más bien por un evidente cansancio
moral que se dejó ver y oír en el silencio del cuarto
oscuro en octubre pasado.
Silenciosamente y a diario suceden hechos lamentables en
el espacio del Sistema de Salud, pero pocas veces son
noticia. Las ambulancias que no entran a los barrios
carenciados por falta de seguridad o porque están rotas;
las guardias de hospitales abarrotadas de pacientes; los
médicos amenazados por violentos dentro de los mismos
hospitales; las unidades de Atención Primaria que
funcionan a medias o con pocas horas de profesionales;
los enfermos que duermen en las escalinatas de los
hospitales y salitas de todo el país, esperando por un
número salvador que significa que ese día lo van a
atender.
No importa si la pared está pintada de amarillo de
naranja o de azul, lo que importa para los funcionarios
de turno es que “parezca” limpio y moderno, pero lo de
adentro: la atención y sus registros en las historias
clínicas, el seguimiento de los casos, las cirugías
seguras, el cumplimiento de protocolos y los controles
de calidad, de eso nadie habla. ¿La población fue
atendida con calidez y respeto, se le brindó el tiempo
suficiente para hacer preguntas, se le explicó el
consentimiento informado? No lo sabemos, porque no se
controla ni se registra. Y nuevamente las evidencias no
son lo que se decía, e pur si muove.
La ineficiencia deja inerte a las buenas ideas.
La indiferencia hecha endémica se manifiesta en la
enfermedad del “no se puede” cuyo síntoma más visible es
el “dejalo correr”. En este contexto, el
desentendimiento respecto del otro mata a los pacientes
y mata también a nuestros médicos y enfermeros que
trabajan en 3 o 4 empleos, están agotados o con síndrome
de burn out, cobran magros salarios o simplemente marcan
el ingreso y la salida pero casi no trabajan.
¿Es por falta de financiamiento que el sector de la
salud está estancado? No lo parece ya que en todos los
municipios hay carteles que anuncian obras públicas
destinadas a Salud. Hay muchos ejemplos del despilfarro
del dinero de la salud en tantos Hospitales recién
construidos, sobredimensionados en lo edilicio pero
desprovistos de lo más importante, de personal
calificado, es decir, sin capacidad de dar respuestas a
la población.
El déficit del financiamiento del sector Salud pareciera
estar más ligado a la ineficiencia del gasto que con el
flujo de fondos. Como en otras funciones de gobierno, en
Salud no hay estadísticas ni indicadores que permitan
evaluar la calidad de atención entregada con relación a
las necesidades de la población. No tener información
cierta y oportuna para llegar a tiempo y salvar una
vida, es ineficiencia en la gestión o incumplimiento de
los deberes de funcionario público.
Y qué diremos del virus contagioso de la corrupción que
ha creado un escenario con realidades distorsionadas en
todos los sectores del país por efecto de la avaricia,
el silencio y la complicidad. La corrupción ha
anestesiado conciencias, ha dejado ciegos a los ojos más
expertos y ha despojado de dignidad aún a buenas
personas. La falta de ética nos va llevando a una doble
moral que dolorosamente va tiñendo de vergüenza a una
sociedad que se mira perpleja.
La llegada del Presidente Macri abre un tiempo de
esperanza y de expectativas nuevas. La palabra
“honestidad” incluida en el juramento presidencial
coloca un desafío exigente para todos los equipos de
gobierno y nos permite preguntarnos: ¿se podrá ejercer
la función pública con honestidad en la Argentina? ¿De
qué manera se va a controlar que este alto valor
republicano se cumpla? ¿Cómo la sociedad civil podrá
ayudar a controlar a sus gobernantes?
No se trata de crear más mecanismos de control para que
miren ciegos como se desvirtúan las palabras
grandilocuentes de los discursos, sino de emplearlos con
responsabilidad y honestidad, garantizando que los
proyectos públicos lleguen con sus beneficios al mayor
número de argentinos, es decir, que hagan un uso
eficiente de los recursos que la Nación destina para
fomentar el desarrollo, la equidad y la generación de
empleo. Esto no significa que la responsabilidad de
controlar la honestidad de una administración de
gobierno sea exclusiva responsabilidad del Estado, ya
que está a la vista que el latrocinio de las últimas
décadas sucedió con los mecanismos de control que están
vigentes hoy, sino de comprometernos desde vida
ciudadana a participar del cuidado de la res publica.
La Argentina con sus 32 años de democracia debe dar
nuevos signos de vitalidad republicana, de transparencia
en la función pública y en el trabajo cotidiano de sus
ciudadanos, en la lucha contra la pequeña y la gran
corrupción, en el sano control de los funcionarios
obligándolos a cumplir con su juramento a la Nación,
dicho ante la Constitución y ante Dios.
Pero el sano control también nos compromete a hacer
visibles y denunciables a muchos fenómenos sociales hoy
silenciados por el “no te metas”. Si un niño muere
desnutrido en cualquier provincia o un anciano es
abandonado a su suerte por una familia expulsiva; si el
97% de las niñas o niños violados o abusados lo fueron
en su propio hogar; si una mujer es golpeada o asesinada
por su pareja; si el policía de la esquina o el médico
del hospital o la maestra de la escuela no prestan su
servicio con honestidad, la conciencia de la sociedad
debe sacudirse la indiferencia y reclamar por sus
derechos ante las estructuras estatales. Si no hay
reclamo o nos sentimos vencidos por la indiferencia, las
oportunidades del control social se pierden.
La indiferencia individualista promueve el “no te
metas”, que pareciera justificar la ley del menor
esfuerzo y la falta de compromisos. Pero cuando de
enfermos se trata, la indiferencia mata.
La corrupción con sus macabros rostros de muertes por
violencia e inseguridad, desnutrición, abandono,
desprotección de los más débiles, silencio cómplice y
funcionarios millonarios, entre otros, no es una
enfermedad exclusiva de la Argentina y su desgraciado
rastro se hace visible en toda la región. Tal es la
preocupación en los países vecinos por este flagelo que
enferma e intoxica a la sociedad, que la Asociación de
Hospitales Privados de Brasil ANAHP, se atrevió a
convocar a su Congreso de 2016 bajo el título “Ética,
para la sustentabilidad de la Salud en Brasil”.
Por conveniencia de unos y desidia de otros, el sistema
de salud se ha ido fragmentando cada vez más, lo que hoy
nos deja frente a un rompecabezas de piezas cada vez más
pequeñas y desconectadas entre sí, porque se legisla
emparchando o atendiendo intereses puntuales sin
resolver cómo se van a aplicar ni quien va controlar. La
fragmentación del Sistema de Salud y la carencia de
mecanismos que permitan evaluar la calidad de los
servicios brindados lleva a que los más débiles hagan
largas colas, que sus enfermedades no reciban el mismo
tratamiento que en otros centros, que sus hijos tengan
más problemas en la escolaridad y que sus ancianos sean
vistos como una carga de la sociedad. Quizás muchos
piensen que estos fantasmas nunca van a tocar a su
puerta porque forman parte de una clase media acomodada
o son profesionales con carreras exitosas o jóvenes con
un porvenir encaminado; pero sin embargo, cuanto estén
de vacaciones y vayan a una sala de primeros auxilios,
tengan un inconveniente en una ruta o una urgencia y no
lleguen a su centro de confianza, allí verán el rostro
de la Argentina desigual, fragmentada e injusta.
Quizá sirva recordar que por la ineficiencia de muchos
actores del sector se ha pauperizado la capacidad de
respuesta del sistema, como los salarios del personal de
salud y la calidad de la atención entregada, dejando a
las palabras solidaridad, respeto y equidad, anémicas.
Durante la primer década de los 2000 los países de la
región latinoamericana debatieron sobre la performance
de sus sistemas de salud y sobre las nuevas necesidades
de las poblaciones derivadas de una epidemiología
caracterizada por patologías crónicas, endemias y
adicciones. ¿Es posible responder a los desafíos de
salud del siglo XXI con la actual estructura? La
respuesta es no.
SALUD es un sector desgastado y que por emparchado ha
perdido la vitalidad de la vocación, es un área a
refundar que necesita de un Plan Maestro a 20 años para
que recupere un rostro humano y actual, y que se ponga
de pie. El cambio epidemiológico requiere de modelos de
atención centrados en el paciente, que contemplen la
continuidad asistencial de enfermos crónicos en su
domicilio, que vigilen la seguridad de los pacientes en
todos los niveles de atención, que garanticen la calidad
mediante el uso obligatorio de protocolos, que se
promueva el abordaje interdisciplinarios, el uso de
tecnologías informáticas y de comunicaciones, los
tableros de indicadores inteligentes, el desarrollo de
nuevas competencias en el personal de salud, la
evaluación de las nuevas tecnologías sanitarias y las
efectivas articulaciones entre los subsistemas público,
de obras sociales y privado.
¿Podrán las nuevas autoridades sanitarias promover la
modernización del Sistema de Salud, enfrentando la
fragmentación, la ineficiencia y el desafío imperioso de
adecuar los servicios a las necesidades de población? La
respuesta está en manos de las nuevas autoridades de
Salud, con la colaboración de los actores del sector y
de la participación de los ciudadanos.
Es preciso legitimar socialmente al sistema de Salud a
partir de su aporte a la salud de los argentinos medido
en indicadores vitales, de calidad de vida, de
prevención, de acceso, de eficiencia, de seguridad del
paciente. La oportunidad está en renunciar al desencanto
que paraliza y ser capaces de transformar con integridad
lo que se dice en hechos.
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(*)
Licenciada en Administración de la Universidad de
Belgrano. Magister en Marketing de la Universidad de
Belgrano. Magister en Sistemas de Salud y Seguridad
Social de la Universidad ISALUD. Especialista en
Salud de la Universidad de Lomas de Zamora. Diploma
en Organización y Gestión de Servicios
Socio-Sanitarios de la Universidad de Bologna,
Italia.
Presidente de la Asociación Argentina de Auditoría y
Gestión Sanitaria-SADAM en su 3er mandato.
Presidente de ProSanitas BSC, consultora dedicada al
control de Gestión por indicadores, objetivos y
planes de acción, especialistas en Balanced
Scorecard para gestión pública. Gestión de RRHH por
competencia para grandes dotaciones |
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