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Debate


La indiferencia mata

Por la Lic. Patricia D’Aste
Magister en Salud y Seguridad Social (*)

 
Hubo un hombre llamado Galileo Galilei, dedicado al estudio del cielo, a la contemplación del universo y que descubrió que la tierra no era el centro del universo, se movía. Con ese descubrimiento se atrevió a contradecir la verdad imperante, el conocimiento científico enseñado y el magisterio de la Iglesia, se ganó el rechazo de su tiempo y además fue a juicio. Las presiones fueron gigantescas y ya muy cerca de adjurar, dijo en voz baja en su italiano natal e pur si muove, “y sin embargo se mueve”. Porque los cálculos matemáticos, porque sus estudios sobre el cielo, porque el ejercicio de la razón noche tras noche le estaban demostrando que la tierra se movía. Las evidencias no eran lo que se decía.
Estamos en la Argentina de los albores de 2016, con la mirada puesta en el bicentenario de la Independencia nacional, rememorando 200 años de una rica y paradigmática historia de nuestro país, con epopeyas, héroes gloriosos, héroes anónimos, traiciones y embustes. En este fin de año de 2015 nos encontramos frente a un momento especial y particularmente convocante para la historia argentina, frente a la disyuntiva de seguir como venimos o cambiar. Y no lo digo solamente por el signo político de nuestros nuevos gobernantes sino más bien por un evidente cansancio moral que se dejó ver y oír en el silencio del cuarto oscuro en octubre pasado.
Silenciosamente y a diario suceden hechos lamentables en el espacio del Sistema de Salud, pero pocas veces son noticia. Las ambulancias que no entran a los barrios carenciados por falta de seguridad o porque están rotas; las guardias de hospitales abarrotadas de pacientes; los médicos amenazados por violentos dentro de los mismos hospitales; las unidades de Atención Primaria que funcionan a medias o con pocas horas de profesionales; los enfermos que duermen en las escalinatas de los hospitales y salitas de todo el país, esperando por un número salvador que significa que ese día lo van a atender.
No importa si la pared está pintada de amarillo de naranja o de azul, lo que importa para los funcionarios de turno es que “parezca” limpio y moderno, pero lo de adentro: la atención y sus registros en las historias clínicas, el seguimiento de los casos, las cirugías seguras, el cumplimiento de protocolos y los controles de calidad, de eso nadie habla. ¿La población fue atendida con calidez y respeto, se le brindó el tiempo suficiente para hacer preguntas, se le explicó el consentimiento informado? No lo sabemos, porque no se controla ni se registra. Y nuevamente las evidencias no son lo que se decía, e pur si muove.
La ineficiencia deja inerte a las buenas ideas.
La indiferencia hecha endémica se manifiesta en la enfermedad del “no se puede” cuyo síntoma más visible es el “dejalo correr”. En este contexto, el desentendimiento respecto del otro mata a los pacientes y mata también a nuestros médicos y enfermeros que trabajan en 3 o 4 empleos, están agotados o con síndrome de burn out, cobran magros salarios o simplemente marcan el ingreso y la salida pero casi no trabajan.
¿Es por falta de financiamiento que el sector de la salud está estancado? No lo parece ya que en todos los municipios hay carteles que anuncian obras públicas destinadas a Salud. Hay muchos ejemplos del despilfarro del dinero de la salud en tantos Hospitales recién construidos, sobredimensionados en lo edilicio pero desprovistos de lo más importante, de personal calificado, es decir, sin capacidad de dar respuestas a la población.
El déficit del financiamiento del sector Salud pareciera estar más ligado a la ineficiencia del gasto que con el flujo de fondos. Como en otras funciones de gobierno, en Salud no hay estadísticas ni indicadores que permitan evaluar la calidad de atención entregada con relación a las necesidades de la población. No tener información cierta y oportuna para llegar a tiempo y salvar una vida, es ineficiencia en la gestión o incumplimiento de los deberes de funcionario público.
Y qué diremos del virus contagioso de la corrupción que ha creado un escenario con realidades distorsionadas en todos los sectores del país por efecto de la avaricia, el silencio y la complicidad. La corrupción ha anestesiado conciencias, ha dejado ciegos a los ojos más expertos y ha despojado de dignidad aún a buenas personas. La falta de ética nos va llevando a una doble moral que dolorosamente va tiñendo de vergüenza a una sociedad que se mira perpleja.
La llegada del Presidente Macri abre un tiempo de esperanza y de expectativas nuevas. La palabra “honestidad” incluida en el juramento presidencial coloca un desafío exigente para todos los equipos de gobierno y nos permite preguntarnos: ¿se podrá ejercer la función pública con honestidad en la Argentina? ¿De qué manera se va a controlar que este alto valor republicano se cumpla? ¿Cómo la sociedad civil podrá ayudar a controlar a sus gobernantes?
No se trata de crear más mecanismos de control para que miren ciegos como se desvirtúan las palabras grandilocuentes de los discursos, sino de emplearlos con responsabilidad y honestidad, garantizando que los proyectos públicos lleguen con sus beneficios al mayor número de argentinos, es decir, que hagan un uso eficiente de los recursos que la Nación destina para fomentar el desarrollo, la equidad y la generación de empleo. Esto no significa que la responsabilidad de controlar la honestidad de una administración de gobierno sea exclusiva responsabilidad del Estado, ya que está a la vista que el latrocinio de las últimas décadas sucedió con los mecanismos de control que están vigentes hoy, sino de comprometernos desde vida ciudadana a participar del cuidado de la res publica.
La Argentina con sus 32 años de democracia debe dar nuevos signos de vitalidad republicana, de transparencia en la función pública y en el trabajo cotidiano de sus ciudadanos, en la lucha contra la pequeña y la gran corrupción, en el sano control de los funcionarios obligándolos a cumplir con su juramento a la Nación, dicho ante la Constitución y ante Dios.
Pero el sano control también nos compromete a hacer visibles y denunciables a muchos fenómenos sociales hoy silenciados por el “no te metas”. Si un niño muere desnutrido en cualquier provincia o un anciano es abandonado a su suerte por una familia expulsiva; si el 97% de las niñas o niños violados o abusados lo fueron en su propio hogar; si una mujer es golpeada o asesinada por su pareja; si el policía de la esquina o el médico del hospital o la maestra de la escuela no prestan su servicio con honestidad, la conciencia de la sociedad debe sacudirse la indiferencia y reclamar por sus derechos ante las estructuras estatales. Si no hay reclamo o nos sentimos vencidos por la indiferencia, las oportunidades del control social se pierden.
La indiferencia individualista promueve el “no te metas”, que pareciera justificar la ley del menor esfuerzo y la falta de compromisos. Pero cuando de enfermos se trata, la indiferencia mata.
La corrupción con sus macabros rostros de muertes por violencia e inseguridad, desnutrición, abandono, desprotección de los más débiles, silencio cómplice y funcionarios millonarios, entre otros, no es una enfermedad exclusiva de la Argentina y su desgraciado rastro se hace visible en toda la región. Tal es la preocupación en los países vecinos por este flagelo que enferma e intoxica a la sociedad, que la Asociación de Hospitales Privados de Brasil ANAHP, se atrevió a convocar a su Congreso de 2016 bajo el título “Ética, para la sustentabilidad de la Salud en Brasil”.
Por conveniencia de unos y desidia de otros, el sistema de salud se ha ido fragmentando cada vez más, lo que hoy nos deja frente a un rompecabezas de piezas cada vez más pequeñas y desconectadas entre sí, porque se legisla emparchando o atendiendo intereses puntuales sin resolver cómo se van a aplicar ni quien va controlar. La fragmentación del Sistema de Salud y la carencia de mecanismos que permitan evaluar la calidad de los servicios brindados lleva a que los más débiles hagan largas colas, que sus enfermedades no reciban el mismo tratamiento que en otros centros, que sus hijos tengan más problemas en la escolaridad y que sus ancianos sean vistos como una carga de la sociedad. Quizás muchos piensen que estos fantasmas nunca van a tocar a su puerta porque forman parte de una clase media acomodada o son profesionales con carreras exitosas o jóvenes con un porvenir encaminado; pero sin embargo, cuanto estén de vacaciones y vayan a una sala de primeros auxilios, tengan un inconveniente en una ruta o una urgencia y no lleguen a su centro de confianza, allí verán el rostro de la Argentina desigual, fragmentada e injusta.
Quizá sirva recordar que por la ineficiencia de muchos actores del sector se ha pauperizado la capacidad de respuesta del sistema, como los salarios del personal de salud y la calidad de la atención entregada, dejando a las palabras solidaridad, respeto y equidad, anémicas.
Durante la primer década de los 2000 los países de la región latinoamericana debatieron sobre la performance de sus sistemas de salud y sobre las nuevas necesidades de las poblaciones derivadas de una epidemiología caracterizada por patologías crónicas, endemias y adicciones. ¿Es posible responder a los desafíos de salud del siglo XXI con la actual estructura? La respuesta es no.
SALUD es un sector desgastado y que por emparchado ha perdido la vitalidad de la vocación, es un área a refundar que necesita de un Plan Maestro a 20 años para que recupere un rostro humano y actual, y que se ponga de pie. El cambio epidemiológico requiere de modelos de atención centrados en el paciente, que contemplen la continuidad asistencial de enfermos crónicos en su domicilio, que vigilen la seguridad de los pacientes en todos los niveles de atención, que garanticen la calidad mediante el uso obligatorio de protocolos, que se promueva el abordaje interdisciplinarios, el uso de tecnologías informáticas y de comunicaciones, los tableros de indicadores inteligentes, el desarrollo de nuevas competencias en el personal de salud, la evaluación de las nuevas tecnologías sanitarias y las efectivas articulaciones entre los subsistemas público, de obras sociales y privado.
¿Podrán las nuevas autoridades sanitarias promover la modernización del Sistema de Salud, enfrentando la fragmentación, la ineficiencia y el desafío imperioso de adecuar los servicios a las necesidades de población? La respuesta está en manos de las nuevas autoridades de Salud, con la colaboración de los actores del sector y de la participación de los ciudadanos.
Es preciso legitimar socialmente al sistema de Salud a partir de su aporte a la salud de los argentinos medido en indicadores vitales, de calidad de vida, de prevención, de acceso, de eficiencia, de seguridad del paciente. La oportunidad está en renunciar al desencanto que paraliza y ser capaces de transformar con integridad lo que se dice en hechos.

(*) Licenciada en Administración de la Universidad de Belgrano. Magister en Marketing de la Universidad de Belgrano. Magister en Sistemas de Salud y Seguridad Social de la Universidad ISALUD. Especialista en Salud de la Universidad de Lomas de Zamora. Diploma en Organización y Gestión de Servicios Socio-Sanitarios de la Universidad de Bologna, Italia.
Presidente de la Asociación Argentina de Auditoría y Gestión Sanitaria-SADAM en su 3er mandato.
Presidente de ProSanitas BSC, consultora dedicada al control de Gestión por indicadores, objetivos y planes de acción, especialistas en Balanced Scorecard para gestión pública. Gestión de RRHH por competencia para grandes dotaciones

 

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