|
Para los observadores del tema
Salud, el año termina con varias cuestiones que, hasta
el momento, plantean interrogantes y preanuncian, al
menos en algunos casos, fuertes tensiones en el ambiente
de la política sectorial.
La crisis en el interior del Ministerio de Salud le
agregó incertidumbre al curso de algunas líneas de
política cuyo futuro, más allá del discurso, podría
estar en cuestión.
Crisis que parece ser resultado de indisimuladas
tensiones entre funcionarios de alto nivel que se
conocían desde el inicio de la gestión y que
repercutieron sobre el funcionamiento de Programas muy
sensibles.
El cuestionamiento público de algunas entidades y
personas que expresaron legítima preocupación sobre las
consecuencias sanitarias de la situación, y un equipo de
funcionarios variopinto y poco homogéneo en origen
político, experiencia y capacidad que resultó ser un
blanco rentable, además, para la crítica opositora en
los umbrales de un año electoral, detonaron la crisis
que puso en cuestión la continuidad del Ministro.
La epidemiología de este verano, seguramente terminará
de definir el costo político a pagar por la gestión.
En cualquier caso, y con algunos cambios de funcionarios
ya realizados y otros todavía pendientes, entramos en el
final de año con un trámite trabado en el ámbito
parlamentario para el proyecto de creación de la Agencia
de Evaluación de Tecnologías Sanitarias. A esta altura
el proyecto del Ejecutivo es claramente inviable, y
tampoco existe consenso en la Comisión respectiva del
Senado, que emitió dos dictámenes.
Tres cuestiones particularmente sensibles alejan a las
diferentes propuestas: la integración de la Agencia,
incluyendo su conducción y órganos asesores, los
requisitos de idoneidad y conflicto de interés de todos
sus integrantes, y la cuestión de la canasta de
prestaciones para el ámbito público.
En el primer caso, es evidente la desconfianza de “la
política” sobre “lo técnico”. Además de las necesidades
coyunturales de la política partidaria, y cierta
confusión en cuanto a los alcances reales del accionar
de una agencia de este tipo.
En el segundo caso la cuestión es más compleja. El
proyecto oficial directamente no lo mencionaba. Y será,
en caso de prosperar la agencia, una cuestión muy
observada.
Finalmente, el explícito blanqueo de dos programas
prestacionales, uno para la seguridad social y prepagas
y otro para el subsector público expresado en el
proyecto oficial ha puesto en pie de guerra tanto a
quienes toleraron esta situación durante muchos años
pero ahora le atribuyen malignas intenciones al
oficialismo, como quienes sinceramente creen que una
política gubernamental, lejos de consolidar una
situación de evidente inequidad, debería orientarse a
eliminar la misma.
Tanto más cuando el Poder Ejecutivo ha sancionado el
decreto 908/2016, de Cobertura Universal de Salud.
Y este es otro tema que requerirá definiciones concretas
en el inicio de 2017. Hemos señalado ya los
interrogantes que plantea la asignación de ocho mil
millones de pesos destinados a financiar un escueto pero
ambicioso programa de nueve líneas en el decreto. Así
como la ausencia de las jurisdicciones en la Unidad
Ejecutora a cargo, donde llamativamente sí se integra la
CGT.
El “territorio” está fuera de la jurisdicción nacional.
Pero en principio el Ministerio no ha incluido a sus
autoridades en las decisiones sobre la ejecución del
programa.
Es inevitable preguntarse cuánto de la dinámica y
habitualmente inestable –cuando se trata de gobiernos no
peronistas- relación entre CGT y Gobierno afectará el
futuro de la CUS, y de qué modo.
Al igual que la anunciada creación de la Obra Social de
los Trabajadores de la Economía Popular (OSTEP),
promovida desde sectores cercanos al Papa y con el visto
bueno de la dirigencia sindical. La OSTEP podría llegar
a ser la segunda en tamaño y, en los hechos, constituir
por sí misma una especie de seguro público de salud, all’
uso nostro. Una alternativa que parece no haber estado
prevista en la planificación del CUS.
En materia de desencuentros, resultó llamativa también
la contramarcha impuesta por la Secretaria de Comercio
al aumento de las cuotas de la medicina prepaga
aparentemente acordada con la Superintendencia de Salud.
¿Será éste un fenómeno aislado, o un hecho vinculado con
la debilidad de la gestión Ministerial? Hasta ahora todo
parecía andar sobre ruedas en la relación Ministerio,
Superintendencia y Prepagas.
En el mismo gobierno, pero con una gestión enfocada al
reordenamiento de una estructura anarquizada y poco
transparente, el Pami encara la negociación de precios
con la industria farmacéutica: se trata nada menos que
del 40% del gasto total en medicamentos de la argentina.
Quizá sea una batalla sorda. Pero será batalla al fin.
No es difícil imaginar esta cuestión en la Agenda
Presidencial. Y que no debiera estar al margen de la
formulación y ejecución de una política de desarrollo (y
acceso) universal a la salud.
En el próximo año es previsible que la búsqueda de
acuerdos políticos sea más dificultosa. Y que sea,
efectivamente, la política la que defina una vez más el
rumbo de las decisiones sanitarias.
Y la política es un juego con ganadores y perdedores.
(*)
Médico.
Máster en Economía y Ciencias Políticas.
|