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Nuestro país en muchos aspectos
sufre la contradicción de tener pretensiones
federalistas con decisiones políticas centralistas, que
en muchos casos exceden tanto sus atribuciones, como sus
posibilidades.
Y nuestro sistema público de salud no escapa a ello.
Desde la llegada al gobierno el equipo de cambiemos
prometió eso: un cambio. Tal como era de esperar y
necesario. Lo que en salud se requería muy
especialmente.
No se me escapa que en la sociedad los cambios no son
inmediatos, ni abruptos, ni resultado de puro
decisionismo gubernamental. Los mismos toman tiempo, son
analizados y evaluados por la misma sociedad y
finalmente aceptados si resuelven sus necesidades. Lo
malo es que a veces se acepta lo dado, como si fuera lo
posible.
Pero a su vez son las decisiones de los gobiernos
elegidos libremente, no por saber a priori las
decisiones que adoptarán, sino en el supuesto hipotético
que serán las mejores, o las que resolverán los
problemas que la sociedad tiene, las que marcan rumbo.
Y ello no ha sido posible hasta el momento en el área de
salud. Seguramente no por negligencia de las autoridades
a cargo de la cartera, sino porque existe una enorme
brecha entre la academia y la acción política concreta.
Y ello es debido también a la misma organización del
estado centralista que ha asumido cada vez más funciones
(que los mismos funcionarios se ocupan de multiplicar),
sin que puedan ser bien cumplidas por una parte y sin
que le corresponda por otra.
Me refiero a que las provincias no han cedido al
gobierno nacional las facultades de diseño,
financiamiento, regulación y control de todas las
funciones de promoción, prevención y atención médica de
la población. Así lo establecieron todas las provincias
en sus Constituciones. [1]
En esta superposición, finalmente las provincias tienen
a su cargo la mayor parte del gasto público en salud,
pero esperan que el gobierno nacional las asista y en
cierta forma reemplace en lo que les corresponde. Y el
gobierno nacional lo hace, lo asume, pero hace poco y no
lo hace como debiera. ¿Y el cambio?
Ni las provincias hacen lo que está a su cargo como
sería su quehacer, ni el gobierno pasa de cumplir
rutinariamente, satisfaciendo demandas coyunturales, sin
proponer ni ejecutar nada que permita visualizar algún
horizonte mejor.
Que el gasto en salud representa cerca del 10% del PBI,
eso ya lo sabemos. Que de ese gasto el 55% es gasto
público también. Y que lo que es de correspondencia
estrictamente público estatal –es decir: restando la
seguridad social– alcanza al 23% del gasto total en
salud (o aproximadamente un 2,4% del PBI) [2], lo que
significa mucho dinero y dados los procesos tanto como
los resultados, podríamos suponer muy mal asignado. Por
lo menos la Ley N° 27.200/15, reconoce y prorroga –desde
sucesivas leyes que la anteceden– la emergencia nacional
en salud.
Cuando me refiero a resultados, todos sabemos que
finalmente las consecuencias las sufre la población. Y
vano sería reiterar que gran parte de ella se encuentra
en condiciones que constituyen la proporción lamentable
de nuestros “promedios”.
El problema central se encuentra no sólo en la
contradicción centralismo vs federalismo, sino en que
ello se configura en la organización del sistema público
de salud y sus ineficiencias.
Hace varios años el gobierno central a través de su
vocero el Ministro de Economía expresaba ante los
organismos de crédito internacionales que “quienes
gastan mal son las provincias” (acuciado ante los
reparos de no cumplir con las metas acordadas de gasto).
Y los gobernadores respondían: “el que gasta mal es el
gobierno nacional... ¿para qué quiere un Ministerio de
Salud sin hospitales y un Ministerio de Educación sin
escuelas”
El Ministerio de Salud tiene importantes funciones que
cumplir, como son las de regulación y control de
medicamentos, la acción conjunta ante epidemias,
catástrofes u otras de afectación colectiva, así como la
representación ante organismos internacionales (OMS/OPS,
otros de crédito a través de la UFI, etc.), sanidad de
fronteras, importación de insumos, informes de
estadísticas y epidemiología, coordinación y acuerdo de
políticas nacionales, etc.
Pero no son precisamente las funciones que se atribuye y
en las actuales circunstancias cree que se puede hacer
mucho y en realidad “solo se pueden dar buenos consejos”
... haciendo de cuenta que se avanza hacia un cambio
para que, en verdad, todo siga como entonces.
Porque resulta que se ocupa de cuestiones que son
atinentes a las provincias y ello funciona como un
subsidio directo a las funciones que son prerrogativas
de las mismas, y peor aún si lo hace mal.
Porque para el gobierno central resulta imposible
centralizar (controlar, regular, financiar, etc.), lo
que está disperso tanto como lo es nuestra geografía, y
los recursos asistenciales de todo tipo adoptan las
características de la provincia o región en donde se
encuentran.
Lo que sucede es que estas cuestiones –como los
programas nacionales– permiten a las provincias
“descansar” del gasto y de la gestión primaria de los
mismos. Pero ello obliga al gobierno nacional a ocuparse
de lo que no debiera (con el costo que significa) y no
ocuparse de ser un ente rector del cambio necesario.
Y el cambio sería bien recibido si el Ministro
propusiera por ejemplo a las provincias llevar adelante
una caja de aseguramiento provincial (o un seguro por
jurisdicción) e hiciera lo que debe (y puede), como
sería asistirlas técnicamente para que logren lo que les
corresponde por derecho y haría más eficiente su
gestión.
Si bien personalmente acuerdo con el decreto N° 908/16
en términos generales (aunque deja dudas en alguna
medida su sustento jurídico), en el mismo (art. N°2) se
destina para la estrategia del CUS [3], un monto de $
8.000 millones (que es menos del 10% del presupuesto
anual del Pami) y que supone cumplir con lo detallado en
el Anexo I (art. N° 3), que parece por lo menos un
exceso de declamado voluntarismo, que resulta más de
academia que de gestión política.
Por otra parte, la nominalización (tal como la describe
el mismo decreto en el Anexo I) si bien es el primer
paso para saber a quién... no permite saber ni como (me
refiero financiamiento), ni cuándo (me refiero a
procesos), ni quien será el responsable de la prestación
de los servicios, que están muy lejos del poder central.
Si, como hemos dicho, los recursos se encuentran en las
jurisdicciones (o eventualmente regiones), ¿no sería
mucho más lógico que en vez de asignar recursos (que por
otra parte pertenecen a la seguridad social sindical)
para la nominalización de la población sin cobertura
desde el gobierno central, esta misma tarea la hicieran
las mismas provincias?, ¿no sería más lógico que las
provincias comiencen a dar los primeros pasos hacia las
cajas de aseguramiento, ya que tienen para ello más
posibilidades en el sentido de nominalizar primero a la
población sin cobertura y asegurar las prestaciones
después?
Resulta difícil de creer que los sindicatos resignen esa
suma sin nada a cambio. Resulta difícil de entender un
financiamiento compartido entre nación y provincias de
esa población nominalizada, que tiene importantes
necesidades. ¿O se piensa transferir esa población a las
obras sociales sindicales? ¿Cuáles son los límites que
ello impondrá? Y en ese caso, algo es mejor que nada...
pero no es lo mejor posible.
Lo que termina por pensarse es que se “vende” un
declamado CUS como si ello fuera el gran cambio y es
sólo un paso que no lo hace quien debiera y con recursos
que sustrae a la seguridad social, para subsidiar a
quienes deben... pero no lo hacen porque lo declama
hacer otro (que debiera orientar el cambio): el gobierno
central.
Lo que se ve finalmente es que solo se da vueltas en el
mismo círculo, sin un plan coherente y sin lograr
asignar a cada quien lo que debe. Eso sí... sirve para
hacer de cuenta que se hace algo. Pero el costo es muy
alto y lo pagamos todos los argentinos. ¿Sabrá el
Ministro el gap que existe entre la academia y la acción
política?
(*) Artículo desarrollado para la Fundación Libertad y
Progreso
[1] IDESA “Programas nacionales son el 6% del gasto
público en salud” Informe N° 687 del 15 de enero de 2017
[2] Cálculo del Banco Mundial del PBI Argentina u$s
583.000 mill (equivalente a $9,32 billones)
[3] CUS: Cobertura Universal de Salud
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