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La Argentina, como buena parte de los países de la
Región, adhirió a Alma Ata mientras era gobernada por
una dictadura. Ese es un dato significativo a la hora de
reflexionar sobre el destino de aquella propuesta
formulada en setiembre de 1978, en el territorio de una
Unión Soviética que acababa de invadir Afganistán, y que
menos de diez años después iniciaría una serie de
cambios trascendentales, que conocemos como Perestroika.
En los Estados Unidos gobernaba James Carter -quien casi
simultáneamente con la Asamblea de la OMS debió
enfrentar una crisis petrolera producto de graves
disturbios en Irán contra su aliado, el Sha-. Entre
nosotros, Videla lanzó en diciembre el Operativo
Soberanía, que puso a nuestro país al borde de una
guerra con Chile.
Su Ministro de Bienestar Social era el contralmirante
Julio Juan Bardi -que anteriormente había ocupado el
cargo de Jefe de Inteligencia del Estado Mayor General
Naval de la Armada-, de quien todavía hoy se reproducen
unas declaraciones a la televisión respecto del estrato
social al que pertenecían los adolescentes drogadictos,
diciendo: “…hay de todo, pero lamentablemente yo diría
que es más fácil que los haya entre el ambiente
estudiantil que entre el ambiente trabajador.
Normalmente el que trabaja está en procura de un ideal,
y demás. A veces el exceso de pensamiento puede motivar
estas desviaciones.” (1)
Bardi renunció a su cargo, junto con otros miembros del
gabinete de Videla y aparentemente por discrepancias con
la política económica, en octubre de aquel año.
No es difícil imaginar que el Ministerio no otorgó la
menor importancia al documento suscripto en Kazajistán.
Las acciones que en diversas jurisdicciones se llevaron
adelante desde la perspectiva de APS, y sus sucesivas
reformulaciones teóricas, escasamente superaron la
confusión entre primer nivel de atención y atención
primaria como estrategia vertebradora del sistema de
salud. Nuestro sistema progresó en la fragmentación. La
atención primaria se hizo sinónimo de, en el mejor de
los casos, centros de atención barriales, agentes
sanitarios y progresivamente el desarrollo de médicos
generalistas, aunque todavía hoy con peores
posibilidades y perspectivas laborales que el resto de
sus colegas.
Retornada la democracia, en nuestra cultura política se
priorizan las cuestiones electorales, en corto plazo, y
se han abandonado, desde el fallido intento de Alfonsín
y Aldo Neri, las intenciones de reformar
estructuralmente el sistema de salud argentino. El
pragmatismo del marketing político se impuso: cualquier
cambio profundo implica para el gobierno en turno asumir
los enormes costos políticos propios de una peculiaridad
argentina muy significativa: el manejo de los fondos de
las obras sociales por parte de los sindicatos, y por lo
tanto, herramienta de sus estrategias de poder político.
El federalismo al uso nostro plantea al menos dos
cuestiones pendientes de resolución: la ausencia de un
mandato constitucional expreso de la Nación en materia
de Salud, y la cuestión del federalismo fiscal, que
influye en la imposibilidad de contar, por ejemplo, con
fondos con destino específico para salud a las
jurisdicciones, y/o incluir indicadores sanitarios en el
cálculo de los montos de la redistribución de impuestos.
Si existiera voluntad de transformación las herramientas
políticas son débiles.
Por otra parte, al menos desde fines de los sesenta
-cuando Onganía entregó el manejo de los fondos de OS a
los Sindicatos, y éstos decidieron volcar los mismos a
la compra de servicios al sector privado-, y
especialmente desde los noventa, el mercado avanza con
su racionalidad ante la débil voluntad política, y el
progresivo e indisimulable deterioro del sector público.
Los incentivos objetivos dentro del mercado de la salud
no se alinean con el desarrollo de un sistema de salud
basado en APS, más allá que algunas herramientas hayan
sido incorporadas eficazmente a la gestión.
Son todavía pocas las voces que cuestionan entre
nosotros el modelo de extrema fragmentación del cuidado,
centrado en dispositivos hospitalarios clásicos, con
estímulos objetivos a la sobre especialización y el
sobre consumo de servicios. Una consecuencia de ello muy
relevante para la transformación del sistema en términos
de la APS, es el escaso desarrollo de un mercado laboral
para los profesionales orientados a Medicina General o
Familiar, que resultan mayoritariamente desalentados en
su vocación.
Se ha escrito y teorizado mucho sobre la terminología y
los aspectos ideológicos de la cuestión de la APS, pero
contamos con escasas evaluaciones de impacto en el mundo
real. En 2009 Paganini publicó una evaluación de
sistemas de salud con estrategias de APS en la
Argentina. Su lectura es imprescindible para comprender
el abismo que hemos establecido entre la retórica y la
acción.
No se trata de confrontar especialistas versus
generalistas, o estatales versus privados, pero sí de
reordenar el sistema en términos de una lógica acorde a
los postulados que, al menos desde 1982 y con referencia
a la APS, ningún dirigente sectorial omite incluir en
sus discursos.
(*)
Médico.
Máster en Economía y Ciencias Políticas.
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