En un reciente debate público respecto a los dilemas en la
educación médica retomé unas distinciones que alguna vez he
mencionado en estas páginas: mientras un problema requiere de un
correcto planteo para su solución; un dilema nos obliga a
discernir y elegir entre opciones, lo cual implica un carácter
político (en el sentido preciso del término) y, por lo tanto,
también ético.
Pero la actual condición sanitaria se asemeja menos a un
problema o a un dilema que a un verdadero drama; lo que nos
impone “tender a lo real y para ello partir de lo real”, como
expresaba Ígor Markévich. Nos encontramos, más que frente a un
estado de desconocimiento, ante la incomprensión, producto de la
vorágine de los elementos componentes del campo de la salud. Es
decir que la crisis sanitaria ya es inocultable, pero permanece
ininteligible.
No sólo respecto al plano científico y tecnológico, sino también
de los otros constituyentes de esa vorágine (aglomeración
confusa de los sucesos) como lo son los determinantes ético,
político y económico. Los cuatro conceptos anteriores (problema,
dilema, drama, vorágine) impactan sobre los cinco factores
nodales (científico, tecnológico, ético, político y económico),
que interactúan y se interrelacionan, conformando un complejo
entretejido multiplanar. Lo que no debe desviarnos del norte: la
atención de la salud.
Frente a esta realidad, destaca la ausencia de una “mesa de
trabajo” que dé base a una imprescindible planificación
estratégica, que se aboque a las dificultades que atraviesa la
gobernanza sanitaria. Gobernanza que se muestra totalmente
desenfocada de los problemas esenciales del área y sólo toma los
perfiles que el mercado le señala en lo referente a sus
componentes: prepagas, laboratorios y clínicas. En lugar de
enfocar en la atención a los pacientes como cobertura universal
mediante una gestión integral.
Recordemos lo planteado por Edmund Pellegrino, padre de la
bioética en Estados Unidos, quien sostenía que la finalidad de
la medicina -curar- determina las virtudes y las obligaciones
del profesional de salud. Es decir, el fin último de la medicina
es el que determina internamente toda la ética que orienta la
práctica médica. En ese sentido, afirmaba que “la medicina es la
más humana de las ciencias”.
Visto en su devenir, es claro que el drama actual no fue
producto de fenómenos naturales ni efecto de una sumatoria
accidental de hechos fortuitos. Se trata más bien del despliegue
de un proceso de arrastre, que en el transcurso del tiempo
adquiere aspectos crecientemente negativos.
Efectivamente, arribamos a esta condición de indefensión
sanitaria producto de haber desatendido la clásica ecuación que
articula salud pública con gobernanza eficiente, resultado de
instituciones fallidas y deficientes. En un contexto social
donde prevaleció la ceguera cognitiva sumergida en un relato
irresponsable.
Un estudio del campo sanitario desagregado sigue mostrando hoy:
1) La ausencia clave de una política sanitaria (y su consecuente
falta de gobernanza).
2) Instituciones defectuosas en un ámbito de negligencia e
irresponsabilidad y, por lo tanto, consecuencias que muestran el
claro desacople que desembocó en el caos y la anomia, causales
de la actual catástrofe sanitaria.
Volviendo a la educación médica, en cuanto a las instituciones
formadoras de profesionales (facultades de medicina) es notoria
su “desorientación” en relación a las necesidades del país, en
lo que respecta a las especialidades requeridas como
prioritarias. En un sistema cuasi “prêt-à-porter”, a preferencia
del alumnado, sin orientarlo hacia la necesidad demandante; sin
fortalecer un desarrollo ni plantear un proyecto de nación. Como
bien expresó Marcelo Rabossi, “es imposible pensar en un modelo
de universidad si no se tiene definido un proyecto de desarrollo
del país”.
El desacople entre la carrera de medicina y el propósito de la
profesión es consecuencia además de la inexistencia de un
vigoroso ente de vinculación con la producción de salud. Esto
es, un elemento de entrecruzamiento, dependiente de la
Subsecretaría de Políticas Universitarias, que enlace e
intercambie necesidades y demandas con aportes y soluciones para
esos requerimientos. Este ente se fundamentaría en la
correspondencia entre el COFESA (Consejo Federal de Salud), el
CFE (Consejo Federal de Educación) y su nexo universitario, la
CONEAU (Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación
Universitaria). Debe activar su desempeño acorde a una
finalidad: contribuir y producir los profesionales
especializados requeridos para salir del abismo actual.
La reticencia a adoptar este tipo de innovaciones, nos recuerda
a lo expresado por el maestro Eduardo Braun Menéndez, cuando
decía: “no es que yo piense cincuenta años más adelante del
momento actual, sino que en nuestro país muchos piensan con
cincuenta años de atraso. Lo grave es que creen que hemos
llegado a la perfección y que no tenemos nada que aprender”.
Como vemos, sufrimos de múltiples desacoples o disyunciones que
obturan un proceso virtuoso de sinergia o simple coordinación.
La disyunción implica una separación, un desajuste o una
incompatibilidad entre elementos que previamente estaban
conectados o que, en teoría, deberían funcionar juntos de manera
armónica. En el contexto de la civilización, puede referirse a
la desconexión entre las instituciones, valores,
comportamientos, estructuras económicas o políticas. Por
ejemplo:
Disyunción
entre valores éticos y avances tecnológicos: el avance
tecnológico puede ir mucho más rápido que la reflexión ética
sobre sus usos. Esta disyunción puede generar fenómenos como la
erosión de la privacidad, la explotación laboral a gran escala o
el uso de tecnologías para fines destructivos.
Disyunción
entre las instituciones sociales y la vida cotidiana: cuando las
instituciones (gobiernos, sistemas educativos, judiciales, etc.)
pierden la capacidad de ajustarse a las realidades diarias de la
gente, se crea una sensación de distanciamiento y desconfianza,
como lo señalaron los flamantes nobeles de economía, lo que
debilita la estructura civilizatoria.
Disyunción
entre economía y bienestar social: si la economía se desconecta
del bienestar de la mayoría de la población, generando
desigualdad extrema, esto puede conducir a la inestabilidad
social, donde las bases de la civilización (seguridad, cohesión
social, cooperación) se debilitan.
Los elementos disyuntivos pueden tener un sector común en el
espacio y el tiempo, en el sentido de que pueden coexistir
dentro de un mismo marco geográfico, temporal o institucional.
Sin embargo, esa coexistencia no garantiza una interacción
armónica o funcional. Por caso, diferentes facciones políticas
(por ejemplo, el gobierno y las élites, versus los movimientos
sociales o las mayorías populares) pueden compartir un mismo
escenario político y temporal, pero estar profundamente
disyuntivas en cuanto a sus intereses y objetivos, generando
crisis de gobernabilidad. O distintos grupos socioeconómicos
pueden compartir el mismo marco temporal, pero con vivencias y
realidades radicalmente diferentes, lo que provoca una
disyunción que mina la cohesión social.
La des-civilización podría ser vista como la manifestación de
múltiples disyunciones que se acumulan y hacen que una sociedad
pierda su capacidad de mantener un nivel de desarrollo humano,
cultural y material que garantice su estabilidad y progreso.
Cuando las instituciones fallan en corregir estas disyunciones o
se vuelven impotentes frente a ellas, el proceso de
des-civilización avanza.
En salud, lo mismo que en otras áreas claves del desarrollo
humano y social, se requiere de concentrar esfuerzos para
revertir este proceso e iniciar una ardua pero indispensable
tarea si pretendemos ser más que un aglomerado de individuos y
corporaciones, y merecer el título de nación.
(*)
Doctor en Medicina por
la Universidad Nacional
de Buenos Aires (UBA).
Director Académico de la
Especialización en
“Gestión Estratégica en
organizaciones de
Salud”, Universidad
Nacional del Centro -
UNICEN; Director
Académico de la Maestría
de Salud Pública y
Seguridad Social de la
Universidad del
Aconcagua - Mendoza;
Coautor junto al Dr.
Vicente Mazzáfero de
“Por una reconfiguración
sanitaria pos-pandémica:
epidemiología y
gobernanza” (2020).
Autor de ”Una vida plena
para los adultos
mayores” (2024) “La
Salud que no tenemos”
(2019); “Argentina
Hospital, el rostro
oscuro de la salud”
(2018); “Claves
jurídicas y
Asistenciales para la
conformación de un
Sistema Federal
Integrado de Salud”
(2012); “En búsqueda de
la salud perdida”
(2009); “La Fórmula
Sanitaria” (2003). |
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