Reiteradamente, desde esta columna se ha sostenido que de un
modo casi imperceptible las iniciativas de la actual gestión
sanitaria vienen modelando una reforma sustancial del sistema
tal como lo conocimos hasta este momento.
Este avance sutil hasta hace poco, intenso en las últimas
semanas, se asienta en dos principios centrales: la reducción de
costos en el sector público y la desregulación compulsiva del
modelo. Y todo sin consideración de las condiciones socio
económicas en las que se desenvuelve la iniciativa.
Como si los desesperantes niveles de pobreza e indigencia no
incidieran en la planificación, la ejecución y los resultados de
un programa de salud. Como si la sobredemanda de atención en un
sector público pauperizado no requiriera una adecuación de los
supuestos y prioridades de gasto.
En un mercado imperfecto fragmentado y cristalizado desde hace
más de 50 años, el ahorro a como dé lugar sin consideración del
costo beneficio, y la introducción intempestiva de mecanismos de
supuesta competencia entre actores desiguales, generan la
sensación de confusión a la que alude el primer término del
título de la nota.
Desconcierto colectivo en un sector que a pesar de su crisis
terminal no atina a formular una respuesta alternativa. Es que
hay otra razón en juego.
Existe una contradicción esencial entre el concepto de salud
pública y la concepción libertaria de la vida, en la medida que
ésta antepone la idea de salud individual al de la mirada
poblacional, omite su meritoriedad, sus externalidades y rechaza
la necesidad de la intervención del Estado en tanto regulador y
compensador de sus imperfecciones como mercado.
Resulta un oxímoron asociar la idea de la “eliminación del
Estado a favor de la soberanía individual en un capitalismo de
libre mercado”, en el que...“la aplicación de la ley, los
tribunales y todos los demás servicios de seguridad serían
proporcionados por competidores con fondos privados en lugar de
impuestos y el dinero se proporcionaría de manera privada y
competitiva en un mercado abierto” (Rothbard, M. 1973) con el
concepto de Salud Pública, entendida como “la ciencia y el arte
de promover la salud, prevenir la enfermedad y prolongar la vida
mediante esfuerzos organizados de la sociedad” (OMS 1997.
Glosario).
No puede haber salud pública, si no se asume su acceso afectivo
como derecho inalienable para toda la población y no se entiende
la justicia de su pleno ejercicio colectivo.
Libertarismo y Salud Pública, constituyen un oxímoron, porque la
asignación de los recursos a través de la economía de mercado es
antitética con el desarrollo de políticas públicas orientadas
hacia la equidad en el acceso efectivo a la atención sanitaria.
Así entonces, el declamado reordenamiento del sistema no
consiste en el diseño y desarrollo de acciones que hagan una
vida mejor, a una sociedad más justa, sino a una reformulación
de flujos económicos según los resultados de una puja
distributiva que es función de los espacios de poder, y no de
las necesidades ciudadanas. Un modelo en el que algunos ganan,
otros sobreviven y muchos pierden.
Vayan dos ejemplos de estos días: aunque la reglamentación de la
medida aún no ha sido publicada, más allá de los genuinos
reparos que despierta en materia de seguridad, calidad y
eficacia, la habilitación a la importación de productos
farmacéuticos desde India por parte del gobierno de Mendoza, en
tanto y en cuanto el comprador habilitado es sólo el Estado
provincial, constituye en el mejor de los casos una falacia,
porque éste lo hace a precios muy inferiores al PVC que erogan
particulares.
De allí que más allá del dudoso y probablemente marginal impacto
económico de la medida, al no existir otra política de
medicamentos que la libre fijación de precios por parte de sus
productores, el sector público se abastecerá a través de
oferentes de incierto cumplimiento de los criterios exigibles
(Decreto 150/92), los grandes compradores monopsónicos al
arbitrio de los contratos que ellos mismos establezcan con la
industria y el resto de las personas, seguirán haciéndolo en los
montos y márgenes siderales que fijan los laboratorios y la
cadena de distribución.
Por el otro lado, en el caso de la Resolución 3284/2024 y su
resultante: la inclusión compulsiva de las Empresas de Medicina
Prepaga que capten aportes y contribuciones como agentes del
seguro de salud, más allá de la saludable eliminación del peaje
generado en los 90’ por la subrepticia inclusión del
aseguramiento privado en la Seguridad Social, la ausencia de una
regulación clara omite entre otros aspectos el alcance de la
obligatoriedad, las condiciones de ingreso a la ley 23.660, las
ambigüedades que se establecen entre ésta y la ley 26.682 y la
viabilidad de que las EMP permanezcan en el sistema en calidad
de efectores, más allá de su condicionada incorporación como
aseguradores.
En todo caso, esta explicitación de un sistema mixto a la usanza
de las ISAPRES chilenas, consolida un mercado competitivo
imperfecto de confluencia público-privada restringido a una
población cada vez más acotada, y deja librado al designio, la
voluntad política y la sustentabilidad financiera de cada
jurisdicción provincial al resto.
Y lo hace sin considerar las asimetrías dentro y entre los dos
grupos, sin evaluar cuál serán los incentivos positivos para que
sean los usuarios, los que modifiquen su situación actual, y
-muy importante- adónde irán a parar los recursos
“transaccionales” (peajes) en juego.
En otras palabras, y al sólo efecto de trazar analogías: ISAPRES
desreguladas para el 25% de la PEA (INDEC 2024), pero sin
aseguramiento FONASA para quien no cuente con lo que alguna vez
conocimos como Seguridad Social y que hoy, en nuestro país es
casi un privilegio.
Un modelo mixto en el que quien más percibe, más recibe, con
actores concentrados que entran de modo incierto al
financiamiento público y un sector público desfinanciado que
mientras propone falacias renuncia u omite atender necesidades
críticas de salud pública, tales como que, alegando
incuestionables argumentos constitucionales, se formule la
posible transferencia de hospitales nacionales a las provincias,
pero sin comprometer los recursos que lo hagan posible.
Despejar la confusión es necesario. Comprender el rumbo al que
nos encaminamos, indispensable. Corregirlo, imprescindible.
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