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La
salud de la población y la
productividad de la economía
El
vínculo entre la salud, la calidad
de vida y el progreso económico de
una sociedad es bien reconocido
desde hace años. Efectivamente, hay
una demostrada relación entre el
nivel de ingresos en una sociedad,
la inversión en salud y los
resultados sanitarios obtenidos.
Sin embargo, las premuras de la
política nacional, siempre acuciada
por los vaivenes micro y
macroeconómicos (la economía de las
personas y la de las cuentas
públicas), la consecuente ausencia
del problema de los servicios de
salud en la agenda política del
corto plazo, y la falta de un
proyecto estratégico de País -a
mediano y largo plazo- hacen que
entre nosotros el debate sectorial
se centre en la puja por la
distribución de los recursos y el
control de segmentos del mercado,
por una parte, y la insistencia en
retóricas orientadas más a la puja
intrasectorial que a la
incorporación del problema de la
salud desde la perspectiva de un
sector dinámico de la economía
nacional.
En mayo pasado, en el marco del G-20
los ministros de salud de los países
miembros reafirmaron el papel
otorgado a la cuestión de la salud
en el programa mundial de
desarrollo: un sistema de salud
puede servir de trampolín al
bienestar y la prosperidad económica
o bien alimentar el ciclo de pobreza
e inseguridad, limitando las
oportunidades para la educación y el
empleo. Quedó explícito en dicho
encuentro que las economías fuertes
no son sólo producto de buenas
políticas fiscales o comerciales.
La productividad, definida como la
relación entre lo producido y los
recursos utilizados para ello, es un
factor clave del crecimiento
económico y el desarrollo de los
países. Y el estado de salud de las
personas, como componente del
concepto más general de calidad de
vida, una condición indispensable
para el mejoramiento de la misma.
Desde una perspectiva de política
sanitaria se debaten habitualmente
las condiciones de eficiencia del
sector: en el caso argentino es
habitual escuchar que para nuestro
nivel de gasto los resultados
sanitarios son, al menos, bastante
menores que los esperables. Desde
una perspectiva económica esta
cuestión suele enmarcarse en el
problema de los costos
permanentemente en alza. Entre
nosotros, y en el mundo.
Es imprescindible, entonces,
rescatar el enfoque de la
problemática sectorial desde una
visión más amplia, de política
económica y proyecto de país.
En la Argentina el sector de los
servicios de salud representa entre
un 8% y un 10% del PBI. Y ha seguido
incorporando puestos de trabajo a
través de la última década, casi
duplicando su número entre el 2004 y
el 2015. (INDEC)
Puestos de trabajo que, además
requieren niveles de capacitación
significativos, y que no son
mayormente desplazados por la
incorporación de tecnología, como
sucede en otros sectores de la
economía. Considerando también los
trabajadores vinculados con
diferentes industrias y servicios
relacionados con el sector, se ha
estimado que abarca aproximadamente
al 6% de la fuerza laboral del país.
Dentro de ese conjunto se
contabilizan más de 13.000 empresas
pequeñas y medianas (PyMEs)
prestadoras de servicios de salud
ambulatorios, con más de 65.000
trabajadores y 20.000 profesionales.
LA
PRODUCTIVIDAD DEL SECTOR
La productividad de los propios
trabajadores y los profesionales de
la salud está condicionada por un
conjunto de factores vinculados con
condiciones de trabajo, motivación,
estímulo, estructura organizacional,
y retribución.
La sustentabilidad del sistema y por
lo tanto la magnitud y calidad de su
aporte a la economía, requiere de
una apropiada inversión en formación
(continua) y fortalecimiento de
estos recursos humanos, en conjunto
con el sostenimiento de la capacidad
de inversión en tecnología costo
efectiva.
La combinación apropiada de
capacidades y aptitudes constituye
un factor decisivo para desarrollar
la productividad en los servicios de
salud.
Desde el punto de vista empresarial
es imprescindible asegurar algunas
condiciones básicas:
-
El
sostenimiento de la capacidad de
inversión en bienes de capital, en
el contexto de la priorización de
políticas consensuadas de
incorporación de tecnología.
-
La
promoción de la innovación:
entendida como una eficiente
aplicación de nuevas ideas
(tecnologías, insumos, formas
organizacionales, etc.),
internalizadas en el sector de la
salud.
-
El
sostenimiento y mejora de las
capacidades productivas: promoviendo
la mejor formación y desempeño de
los recursos humanos.
Sin embargo, una amenaza creciente,
desde la perspectiva de las empresas
PyMEs, es el sostenimiento del
fenómeno de la concentración
económica en el sector y sus
consecuencias: en el corto plazo,
sobre la asimetría en la negociación
de contratos y la asfixia financiera
de los prestadores, y en el mediano
plazo sobre los costos del conjunto
del sistema si el financiamiento y
la prestación se configuran
definitivamente en forma oligopólica.
Este último riesgo suele ser
subestimado por la mirada
cortoplacista fundamentada en el
concepto de economías de escala.
Las PyMEs no requieren de
proteccionismo estatal, sino de
políticas de Estado orientadas al
mejoramiento de la calidad, el
acceso y la equidad en la prestación
de servicios, y la promoción de la
competitividad - en términos de
fortalecimiento de la capacidad
productiva del capital humano y
financiero-, una inteligente
integración con los recursos y la
oferta pública, y la oportunidad de
generar empleos de calidad.
El sector, a su vez, debe integrarse
activamente a la interacción con los
centros de investigación y
constituirse en parte activa del
desarrollo tecnológico innovador.
Área
Técnica CA.DI.ME:
Javier Vilosio - Juan Altuna
Martin Morgenstern - Rolando
Morgensterin
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cadime@cadime.com.ar
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