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LA CONTRARREFORMA DE TRUMP
El primer acto de gobierno de Donald Trump fue firmar el
decreto anticipatorio de extinción de la reforma
sanitaria impulsada por su antecesor, Barak Obama.
Irónicamente, cuando la Affordable Care Act (Ley de
Asistencia Asequible), más conocida como Obamacare, fue
aprobada en 2010, la mayoría de los estadounidenses la
rechazaba, mientras que ahora que el nuevo presidente
norteamericano consiguió su derogación, las encuestas
muestran lo contrario. Desencuentro que al menos debería
servirnos para comprender que la salud no debe ir detrás
de la demanda sino de la necesidad, y en todo caso
promover conductas saludables de consumo sanitario.
El Obamacare consistía básicamente en una cobertura
médica privada obligatoria, con facilidades de pago para
los sectores de menores recursos. En los hechos, el plan
del demócrata amplió la cobertura a veinte millones de
estadounidenses (lo cual aún dejó, al menos, a otros
veinte sin cobertura de ningún tipo). Por su parte, y ya
derogada la ley, los republicanos preparan una Patinet
Freedom Act, bautizada Trumpcare, que busca mantener la
cobertura, pero descentralizando decisiones en cada uno
de los 50 estados, con el argumento de reducir los
costos fiscales, de los particulares y de las empresas.
La última versión del proyecto de ley, que cuenta con el
rechazo pleno de los demócratas, y hasta de cuatro
senadores republicanos, incluye fuertes recortes al
Medicaid (de ayuda a personas de bajos ingresos),
elimina impuestos a las empresas y a los más ricos,
elimina subsidios a las familias de bajos ingresos, y
habilita la flexibilidad a cada estado sobre coberturas
que eran obligatorias con el Obamacare.
SÍNDROME GENERAL DE
FRAGMENTACIÓN
Si nos miramos en el espejo de los Estados Unidos,
veremos que mientras allí se debaten entre dos proyectos
sanitarios, y aquí con mucha facilidad se critica al de
Trump, nuestra realidad sanitaria no se aleja mucho de
la lógica del republicano. Si algo muestra a las claras
el lanzamiento de la Cobertura Universal de Salud (CUS),
es precisamente el estado de vaciamiento de nuestro
histórico sistema público, al asumir que la población
sujeta al mismo, en los hechos, se encuentra sin
cobertura.
Lo real es que tenemos distintos niveles de cobertura,
deficientes todos, más allá de sus diferencias, y las
propuestas de reformas parciales reafirman ¬-cuando no
profundizan-, la inequidad y fragmentación del conjunto.
Efectivamente, qué otra cosa implica la propuesta de
“provincializar” el PAMI, por caso. Descentralizar la
gestión de la obra social de los jubilados, dividiendo
por 24 sus recursos, no necesariamente disminuiría los
niveles de ineficiencia y corrupción. El potencial que
significa una organización nacional no debiera
resignarse por los peligros (ciertos) de tergiversación,
sino aprovecharse por las oportunidades de control,
regulación y monitoreo que la escala permite, y que la
Nación requiere.
Las denuncias sobre el PAMI son históricas y conocidas,
pero si acaso su dimensión permite la visibilidad
suficiente para conocerlas, resta la determinación para
afrontar el desafío de raíz que comprometa su diseño
institucional. Su partición en 24 distritos sólo
oscurecería y diseminaría el mismo problema reduciendo
su alcance, pero multiplicándolo. Dicha
descentralización, además, seguramente conduciría a una
desigualdad, ya que tal vez funcione la proyectada
articulación público-privado en algunas jurisdicciones,
pero no en otras. Provincializar el PAMI significaría
profundizar el mal de fragmentación que acosa al área
sanitaria, ya que mal podríamos llamarla sistema. Un
verdadero Síndrome General de Fragmentación.
Distinta es la descentralización operativa: la
asistencia médica localizada, la articulación en red, la
regionalización, la departamentalización, y demás
cuestiones logísticas que buscan la eficiencia y la
accesibilidad, pero que no significan fragmentar la
responsabilidad nacional. Un ejemplo sería el control
logístico de la trazabilidad de los medicamentos, que
requiere de una intervención localizada, para mantener
la calidad de los mismos, a la vez que evitar su reventa
ilegal. Según cálculos de la actual gestión, el PAMI
pierde $ 120 millones por mes en medicamentos que nunca
llegan a manos de los pacientes, sea porque no se
retiran, por cambios de tratamiento, o porque el
paciente falleció. Pero que el PAMI paga de todas formas
y las farmacias no los devuelven a las droguerías para
su destrucción. Según se anunció, se pretende un acuerdo
con empresarios del sector para la incorporación de la
“trazabilidad inversa”, es decir, las certificaciones
que demuestren que los medicamentos no retirados por
pacientes son destruidos y por lo tanto el PAMI no los
pagará.
LOS DESAFÍOS DE LA MEDICINA EN
TIEMPOS DE POSVERDAD
Vivimos en tiempos de “posverdad”. Lo que resulta
inquietante no es ya la manipulación de los hechos y la
mentira, sino que esto constituya la habitualidad
esperable. La verdad dejó de ser un valor a la hora de
sopesar los discursos políticos, dejó de ser el
parámetro por el cual juzgamos la integridad de un
discurso, de un hombre, de un líder. Se mide simplemente
el efecto de un discurso, su performatividad, sin que ni
el emisor ni el receptor consideren su evaluación en
términos de veracidad. Como sostienen los
psicoanalistas, elegimos leer aquellos fenómenos de la
realidad de la manera que más se acercan a nuestras
creencias previas y, relegando la supuesta alta estima
en la verdad, muchas veces preferimos no escucharla para
evitar sufrir. Un verdadero autoengaño colectivo, como
tomarse una licencia de la realidad, sin afrontar las
consecuencias.
Dicho autoengaño no compete sólo a las compulsas
electorales. La medicina y la sociedad toda deben
superar la autocomplacencia y encarar los hechos. Por
caso, frente al ya innegable fenómeno de cambio
climático que está ocurriendo en el planeta, y tras el
Acuerdo de París, firmado hace más de un año por 190
países, Trump eligió tapar el sol con la mano, y bajó a
Estados Unidos del acuerdo.
En un reciente libro de investigadores del Conicet (La
Argentina y el cambio climático, de Vicente Barros e
Inés Camilloni), se señala que las precipitaciones
extremas y el promedio de la temperatura seguirán
aumentando en nuestro país. Las zonas socialmente más
vulnerables serán las más complicadas debido a los
escenarios de inundaciones más frecuentes, olas de calor
y el menor margen de adaptación por la dificultad de
acceso a los servicios de salud y la falta de
infraestructura básica. Las instituciones de salud
deberían incrementar el uso de energías renovables y
prepararse para atender los nuevos escenarios de
enfermedades, así como cortes de luz y acceso al agua
potable que suelen suceder con las inundaciones.
Si tenemos científicos que nos alertan sobre los
desafíos y nos proponen medidas concretas para
afrontarlos, los funcionarios y responsables políticos
deben estar a la altura de encarar las transformaciones
que la hora actual nos impone con la planificación de
las políticas sanitarias necesarias. Al menos, poner las
cartas sobre la mesa e impulsar el indispensable Acuerdo
Sanitario que el sector requiere para la construcción de
un Sistema Integrado Federal de Salud (SIFS), y así
enfrentar la deuda social con políticas de estado. En
una palabra, debemos actuar a partir de afrontar sin
demoras la verdad, y sin prefijos de ningún tipo.
Director Académico de la Especialización en
“Gestión Estratégica de Organizaciones de Salud”
Universidad Nacional del Centro (UNICEN).
Autor de: “Claves Jurídicas y Asistenciales para
la Conformación de un Sistema Federal Integrado
de Salud” - Editorial Eudeba (2012) - “Salud y
políticas públicas” - Editorial UNICEN (2016) |
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