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Voces


Inequidades, ineficiencia,
falta de calidad -
¿Quién será el Don Quijote que impulse la profunda reforma que el sistema de salud necesita?
Por el Prof. Dr. Miguel Ángel Schiavone (*)

 
Sobre la calle Lima esquina Av. de Mayo se levanta el monumento a Don Quijote, a pocas cuadras del Ministerio de Salud situado sobre la Av. 9 de Julio, pero es extraño que su amigo Sancho Panza no se encuentre a su lado en esa plazoleta. La ausencia de su compañero que lo traía a la realidad cuando en sueños imaginaba luchas épicas, o vaya a saber que otra inexplicable o confusa razón, impulsó a Don Quijote a emprender otra de sus aventuras; en este caso reformar el sistema de Salud Argentino. El hidalgo Caballero de la Mancha apunta su lanza hacia ese edificio que modifica el paisaje de la avenida, que obstaculiza la circulación vehicular, que impide la visión amplia del camino hacia el sur, que creció como un gigante sobre tierra plana para ocultar su escaso y débil poder rector.
En el abordaje de los problemas de salud tanto individuales como colectivos es fundamental un diagnóstico certero y un tratamiento efectivo, eficiente y de calidad. En el caso del sistema de salud argentino (si así lo podemos llamar) el diagnóstico desde hace más de 20 años es parte habitual del “relato” de todos los sanitaristas. Don Quijote no demoró ni un instante en incorporar a su discurso las reiteradas y archiconocidas debilidades “persistentes” del sistema, las que nadie deja de reconocer. Montado sobre Rocinante y a punta de lanza se incorporó a la multitud de diplomados y especialistas en Salud Publica que con marcha firme avanzaban sobre la Av. 9 de Julio, bajo el lema “basta de segmentación, fragmentación, inequidad, ineficiencia y falta de calidad”… “necesitamos un recurso humano distinto para la calidad de atención que la población merece”; algunos portaban pancartas en las que se leía “basta de deterioro del sector público tanto de sus instalaciones como de la tecnología y en especial del recurso humano”. Los sanitaristas más ancianos también estaban en la marcha; tal vez por su experiencia y desazón gritaban “no más casos de corrupción” y también se oían frases como “hace falta políticas de estado en Salud Pública y no retóricas dialécticas de las que estamos saturados”. Todos se expresaban con profunda convicción, todos compartían el diagnóstico, pero necesitaban al Mesías. A pesar de sus habituales marchas de los días domingo, las que concluían con un simbólico abrazo al edificio de las estatuas con “manos en actitud sospechosa”, nunca habían percibido que el líder que necesitaban lo tenían allí a pocas cuadras. En esta oportunidad fue el propio Don Quijote quien se presentó como el conductor idóneo, capaz de emprender el camino de la reforma.
“Veo que todos vosotros conocéis lo que pasa, por haberlo estudiado, por haberlo padecido como pacientes o como profesionales, e inclusive veo que alguno de vosotros habéis participado en la conducción de este Ministerio”, se apresuró Don Quijote, asumiendo el liderazgo del nutrido grupo, iniciando de esta forma su discurso frente a la muchedumbre que lo aclamaba.
“Quiero recordarles, continuó Don Quijote, que este sistema es producto de un plan deliberado de destrucción de la Salud Pública, que paulatinamente está llevando a la desaparición del Ministerio de Salud Pública Nacional, del que habéis participado por acción, por omisión, por ignorancia, por falta de compromiso o por haber tenido que proteger intereses económicos”.
Las facies de Don Quijote ya tomaban un aspecto colérico, piel rubicunda, nariz aguileña, ojos irritados y exoftálmicos, con una voz que incrementaba los tonos agudos, siguió gritando: “La segmentación no es azarosa, es la mejor forma de garantizar y perpetuar inequidades al “organizar” subsistemas según estrato social y capacidad de pago de la población”, y continuó exclamando: “La no delegación de la responsabilidad de la salud de los estados provinciales al gobierno Nacional es un “invento” incluido en la reforma constitucional que favoreció y profundizó la fragmentación del sistema y el deterioro del sector público”. Atónitos los manifestantes miraban al hombre que decía lo que todos sabían, pero nadie se atrevía a expresar. El Caballero continuaba “en 1970 la Ley 18.610 cedió la administración de las Obras Sociales a los trabajadores calmando sus reclamos, pero ocultó un acuerdo no escrito a través de la derivación de prestaciones y recursos de la seguridad social al sector privado”. Parecía como que nada podía detenerlo, de un salto Don Quijote bajó de la montura de Rocinante y apuntando hacia un grupo de docentes los incriminó: ¿“que médicos habéis formado, los habéis vacunado para que perpetúen el modelo?” “¿Son los que este sistema perverso necesita para prescribir o para apretar los botones “on-off” de un equipo? o son los futuros líderes motores del cambio”, “tenéis la obligación moral de revelarles la verdad”. Raudamente ubicó su pie izquierdo en uno de los estribos del caballo y subió ágilmente para reanudar la marcha.
La multitud estaba casi llegando a la calle Belgrano, se visualizaban carteles colgando de las paredes y ventanas del emblemático edificio que hacían referencia a sus principios rectores, algunos decían “Salud para todos”, otros “Atención primaria como política sustantiva”, “Equidad Sanitaria” “Programas comunitarios”. Cada ventana tenía su propia pancarta, tantas había que ocultaban el propio cartel del Ministerio, solo se llegaba a leer Ministerio de…
Arribado al lugar nuestro heroico Caballero fue informado de que se iniciaba un proceso de reforma, los principios de justicia sanitaria, calidad y eficiencia iban a ser puestos en práctica. Ansioso por las buenas nuevas ingresó por la calle Moreno para entrevistarse con las autoridades, interiorizarse sobre las nuevas estrategias, las políticas sustantivas, los ejes estratégicos y los programas operativos; “evaluación de tecnologías sanitarias” y “cobertura universal” eran las frases que endulzaron los oídos del redentor. La multitud de sanitaristas, ex funcionarios, docentes de salud pública y miembros de sociedades científicas esperaban ávidos las noticias en el exterior. Largas horas trascurrieron hasta que finalmente don Quijote reapareció, la expresión de su rostro mostraba un hombre abatido, casi condenado a muerte. No tenía una corona de espinas, pero parecía como si la llevara, se vislumbraba en sus ojos húmedos y su boca entreabierta un profundo dolor que emergía desde lo más hondo de su cuerpo y alma. Una sola frase brotó de su garganta…, con voz temblorosa dijo: “pude verle la cara a la reforma…”


(*) Decano Facultad de Ciencias Médicas - Universidad Católica Argentina

 

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