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Sobre la calle Lima esquina Av. de Mayo se levanta el
monumento a Don Quijote, a pocas cuadras del Ministerio
de Salud situado sobre la Av. 9 de Julio, pero es
extraño que su amigo Sancho Panza no se encuentre a su
lado en esa plazoleta. La ausencia de su compañero que
lo traía a la realidad cuando en sueños imaginaba luchas
épicas, o vaya a saber que otra inexplicable o confusa
razón, impulsó a Don Quijote a emprender otra de sus
aventuras; en este caso reformar el sistema de Salud
Argentino. El hidalgo Caballero de la Mancha apunta su
lanza hacia ese edificio que modifica el paisaje de la
avenida, que obstaculiza la circulación vehicular, que
impide la visión amplia del camino hacia el sur, que
creció como un gigante sobre tierra plana para ocultar
su escaso y débil poder rector.
En el abordaje de los problemas de salud tanto
individuales como colectivos es fundamental un
diagnóstico certero y un tratamiento efectivo, eficiente
y de calidad. En el caso del sistema de salud argentino
(si así lo podemos llamar) el diagnóstico desde hace más
de 20 años es parte habitual del “relato” de todos los
sanitaristas. Don Quijote no demoró ni un instante en
incorporar a su discurso las reiteradas y archiconocidas
debilidades “persistentes” del sistema, las que nadie
deja de reconocer. Montado sobre Rocinante y a punta de
lanza se incorporó a la multitud de diplomados y
especialistas en Salud Publica que con marcha firme
avanzaban sobre la Av. 9 de Julio, bajo el lema “basta
de segmentación, fragmentación, inequidad, ineficiencia
y falta de calidad”… “necesitamos un recurso humano
distinto para la calidad de atención que la población
merece”; algunos portaban pancartas en las que se leía
“basta de deterioro del sector público tanto de sus
instalaciones como de la tecnología y en especial del
recurso humano”. Los sanitaristas más ancianos también
estaban en la marcha; tal vez por su experiencia y
desazón gritaban “no más casos de corrupción” y también
se oían frases como “hace falta políticas de estado en
Salud Pública y no retóricas dialécticas de las que
estamos saturados”. Todos se expresaban con profunda
convicción, todos compartían el diagnóstico, pero
necesitaban al Mesías. A pesar de sus habituales marchas
de los días domingo, las que concluían con un simbólico
abrazo al edificio de las estatuas con “manos en actitud
sospechosa”, nunca habían percibido que el líder que
necesitaban lo tenían allí a pocas cuadras.
En
esta oportunidad fue el propio Don Quijote quien se
presentó como el conductor idóneo, capaz de emprender el
camino de la reforma.
“Veo que todos vosotros conocéis lo que pasa, por
haberlo estudiado, por haberlo padecido como pacientes o
como profesionales, e inclusive veo que alguno de
vosotros habéis participado en la conducción de este
Ministerio”, se apresuró Don Quijote, asumiendo el
liderazgo del nutrido grupo, iniciando de esta forma su
discurso frente a la muchedumbre que lo aclamaba.
“Quiero recordarles, continuó Don Quijote, que este
sistema es producto de un plan deliberado de destrucción
de la Salud Pública, que paulatinamente está llevando a
la desaparición del Ministerio de Salud Pública
Nacional, del que habéis participado por acción, por
omisión, por ignorancia, por falta de compromiso o por
haber tenido que proteger intereses económicos”.
Las facies de Don Quijote ya tomaban un aspecto
colérico, piel rubicunda, nariz aguileña, ojos irritados
y exoftálmicos, con una voz que incrementaba los tonos
agudos, siguió gritando: “La segmentación no es azarosa,
es la mejor forma de garantizar y perpetuar inequidades
al “organizar” subsistemas según estrato social y
capacidad de pago de la población”, y continuó
exclamando: “La no delegación de la responsabilidad de
la salud de los estados provinciales al gobierno
Nacional es un “invento” incluido en la reforma
constitucional que favoreció y profundizó la
fragmentación del sistema y el deterioro del sector
público”. Atónitos los manifestantes miraban al hombre
que decía lo que todos sabían, pero nadie se atrevía a
expresar. El Caballero continuaba “en 1970 la Ley 18.610
cedió la administración de las Obras Sociales a los
trabajadores calmando sus reclamos, pero ocultó un
acuerdo no escrito a través de la derivación de
prestaciones y recursos de la seguridad social al sector
privado”. Parecía como que nada podía detenerlo, de un
salto Don Quijote bajó de la montura de Rocinante y
apuntando hacia un grupo de docentes los incriminó:
¿“que médicos habéis formado, los habéis vacunado para
que perpetúen el modelo?” “¿Son los que este sistema
perverso necesita para prescribir o para apretar los
botones “on-off” de un equipo? o son los futuros líderes
motores del cambio”, “tenéis la obligación moral de
revelarles la verdad”. Raudamente ubicó su pie izquierdo
en uno de los estribos del caballo y subió ágilmente
para reanudar la marcha.
La multitud estaba casi llegando a la calle Belgrano, se
visualizaban carteles colgando de las paredes y ventanas
del emblemático edificio que hacían referencia a sus
principios rectores, algunos decían “Salud para todos”,
otros “Atención primaria como política sustantiva”,
“Equidad Sanitaria” “Programas comunitarios”. Cada
ventana tenía su propia pancarta, tantas había que
ocultaban el propio cartel del Ministerio, solo se
llegaba a leer Ministerio de…
Arribado al lugar nuestro heroico Caballero fue
informado de que se iniciaba un proceso de reforma, los
principios de justicia sanitaria, calidad y eficiencia
iban a ser puestos en práctica. Ansioso por las buenas
nuevas ingresó por la calle Moreno para entrevistarse
con las autoridades, interiorizarse sobre las nuevas
estrategias, las políticas sustantivas, los ejes
estratégicos y los programas operativos; “evaluación de
tecnologías sanitarias” y “cobertura universal” eran las
frases que endulzaron los oídos del redentor. La
multitud de sanitaristas, ex funcionarios, docentes de
salud pública y miembros de sociedades científicas
esperaban ávidos las noticias en el exterior. Largas
horas trascurrieron hasta que finalmente don Quijote
reapareció, la expresión de su rostro mostraba un hombre
abatido, casi condenado a muerte. No tenía una corona de
espinas, pero parecía como si la llevara, se vislumbraba
en sus ojos húmedos y su boca entreabierta un profundo
dolor que emergía desde lo más hondo de su cuerpo y
alma. Una sola frase brotó de su garganta…, con voz
temblorosa dijo: “pude verle la cara a la reforma…”
(*) Decano Facultad de Ciencias Médicas -
Universidad Católica Argentina
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