|
Centrada en una definición lo frecuentemente ambigua
como para ser amigable, la Cobertura Universal en Salud
(CUS) suele referirse a una reforma financiera y del
modelo de atención que se sustenta en extender la
cobertura de seguros –en diversos grados– para una
amplia parte de la población hoy sin dicha protección
social explícita. Pero leyendo en profundidad sus
documentos fundacionales, no parece significar atención
a la salud para todos por igual, independientemente de
si tienen o no trabajo formal, vivan cerca o lejos de
los grandes enclaves prestacionales del complejo
médico-asistencial o dispongan o no de recursos
financieros individuales o familiares. Más bien se
orienta a mantener lo que hay hasta acá, y a tratar
–desde lo público– de otorgar cierta trascendencia al
primer nivel de atención (no de la APS en su concepto
integral) y garantizar un paquete “básico” y aún no
conocido de servicios asistenciales para los excluidos
del seguro social tradicional. Se desconoce, más allá de
los buenos deseos, cómo se intentará garantizar la
sustentabilidad financiera de los prestadores estatales
y su funcionamiento pleno, cuando no están previstos
mecanismos adicionales de inversión creciente y
permanente tanto en fondos fiscales como en recursos
humanos destinados a los auténticos garantes del sistema
público, las provincias.
Si bien la adopción de la CUS como propuesta central del
sistema sanitario se ha vuelto “hegemónica” en los
ámbitos locales y mundiales que tienen que ver con
políticas de salud, sus supuestos ideológicos aún no se
han confirmado plenamente, en virtud de los límites de
la experiencia. Sencillamente porque se trata de una
novedad. Hay dos miradas que pueden enfocarse sobre la
sigla o eslogan Cobertura Universal en Salud. Una, más
superficial, explícita simbólicamente una garantía de
acceso universal a servicios de salud sin riesgo
financiero mediante. Expone una amplia modalidad de
ideas para favorecer la extensión de cobertura de
servicios a aquellos sectores que enfrentan barreras de
accesibilidad. En este grupo se incluyen los pobres e
indigentes, las minorías étnicas o raciales y los
sectores marginados del mercado laboral formal y en
condición de “inclusión deforme” al mundo del trabajo.
El término “universal” permite inferir un sentimiento de
preocupación respecto de la existencia de excluidos de
la atención sanitaria que resulta de barreras
multidimensionales de acceso, alterando la igualdad de
oportunidades para recibir servicios de calidad sin que
ello implique mayor empobrecimiento o, directamente,
exclusión.
Una segunda mirada, más en profundidad, parece mostrar
que al ser igual su componente teórico para todos los
países, la CUS no representa un modelo de atención
sanitaria basado en la unificación de financiamiento y
la provisión accesible de servicios para todos por
igual. De hecho, la mayoría de sus propuestas parecen ir
en sentido contrario. Sus planteos –en los papers que
circulan– proporcionan argumentos suficientes como para
enfocarla hacia modalidades de reforma financiera de
tipo multifacético, orientadas a proveer algunos
servicios bajo la forma de canastas básicas o menús
prestacionales mínimos, pero no necesariamente con todo
lo que debiera ofrecerse como derecho a ciudadanos que
carecen de las modalidades tradicionales bismarckianas
de aseguramiento en salud.
Dentro de este esquema, se señala que lo que no pueda
ser provisto por el sector público lo cubrirá el sector
privado. ¿Quién se hará cargo de financiar el costo de
tales prestaciones? Del gasto total en salud estimado
del país, en torno al 10% del PBI, en salud pública
gestionada por el Estado sólo se invierte 2.3%. A ese
sistema público, 80% en manos de las provincias y con
casi la misma capacidad instalada que a principios de
los años 80, asisten más de 15 millones de habitantes
(entre pobres e informales laborales) cuando en esa
época solo acudían 2 millones (en su mayoría pobres). De
ahí que no pueda (o deba) sorprendernos el peligroso
cóctel entre sobredemanda asistencial, pérdida de
capacidad de respuesta de los servicios públicos, éxodo
de recursos humanos por malas condiciones de trabajo,
deshumanización de la atención, hospitalocentrismo
exacerbado y supremacía de la atención clínica-curativa
con relativización o abandono de estrategias activas de
promoción y prevención. Pero ¿Podrá el Estado financiar
al privado? ¿Cómo?
¿Es la CUS la solución del problema de la desigualdad de
oportunidades según qué cobertura se posea originalmente
o en qué lugar geográfico se resida o cuánto dinero se
tenga en el bolsillo, o resulta un nuevo Caballo de
Troya del filantrocapitalismo? En un artículo de
Stuckler y col. publicado en 2010 por el First Global
Symposium of Health Systems Research, denominado “The
political economy of universal health coverage”, los
autores señalan que “las conflictivas definiciones
empleadas en la literatura sobre la CUS y las brechas de
su significado llevan a malas interpretaciones respecto
de lo que se quiere obtener” y que “los investigadores
deben señalar claramente que definen como parte del
paquete de servicios de la CUS y como están midiendo la
supuesta extensión de cobertura”. Si se dice que el
sistema de salud segmentará paquetes de beneficios
escalonados para los pobres y los no pobres, a través de
establecer una cobertura mínima de beneficios que los
expertos consideran esenciales, entonces los primeros y
los excluidos del aseguramiento social por su condición
de trabajadores no registrados sólo recibirán un paquete
básico con un requerimiento de poco o nada de
financiamiento de su bolsillo. En cambio, quienes no son
pobres podrán disponer de beneficios adicionales pagando
por ellos. La pregunta inmediata es: ¿La segmentación en
salud no contribuye a ahondar las brechas de la propia
sociedad?
Un ejemplo. Beneficios de una canasta básica de
prestaciones para el sector público. Ninguna mujer
debiera quedar privada de acceder a un examen anual de
Papanicolaou y una mamografía para la detección temprana
del cáncer génito-mamario. ¿Qué pasa si alguna de las
pruebas da positiva, y la garantía del tratamiento no
está necesariamente cubierta en forma explícita? Estas
mujeres quedarían cautivas tanto del tiempo de espera
natural para la atención en el sector público
prestacional, como de la variabilidad de fondos
disponibles para su mejor cobertura por parte de cada
provincia (por ejemplo, si hubiera restricciones
respecto del uso de biomarcadores, de la provisión de
drogas biológicas o falta de tratamiento radiante de
alta resolución). En ese caso ¿Dónde quedaría el
principio de iguales derechos respecto de otras mujeres
que poseen seguros sociales o pueden pagar seguros
privados, y con ello garantizar un tratamiento completo,
oportuno y de calidad?
Quizás el mayor dilema de la hora sea que el concepto de
la CUS, además de haberse vuelto una suerte de
“principismo” sanitario, se ha transformado en un slogan
apto para este extraño romance pragmático que surge de
la falta de políticas propias de salud, pero sin
conflicto de intereses. Diferentes organismos
supranacionales como la Rockefeller Foundation, la
CEPAL, la OMS y OPS y el Banco Mundial vienen actuando
hoy de manera asociada para dar impulso a la CUS en
América latina, como ya lo hicieron en los 90 con la
Reforma Sanitaria. Pero desde aquella Salud para Todos
en el año 2000 hasta la moderna CUS han transcurrido
cuarenta años de declaraciones, enunciados, slogans y
frases grandilocuentes en el campo sanitario, sin que la
salud de los menos favorecidos deje de seguir
enfrentando barreras de todo tipo e inequidades
crecientes. Y en tanto los costos de los sistemas de
salud se incrementan, la efectividad de sus acciones
decrece. Si lo analizamos desde la economía de la salud,
es la contradicción perfecta.
¿Es la CUS el camino a seguir para garantizar un
proyecto de ciudadanía social protectora y de derechos,
o simplemente se trata de una frase oportunista y hasta
gatopardista? O lo que se ha quedado abierta es una
trampa dialéctica de la cual no se puede salir, sin
reconocer que garantizar igualdad de derechos de
accesibilidad y calidad a la atención sanitaria es un
arduo trabajo que no se resuelve mágicamente con una
definición imprecisa. En definitiva ¿Qué me dará la CUS?
¿Mucho, poquito o más de lo mismo? Sólo el tiempo –el
implacable– y la coherencia entre la teoría y la
práctica dirán si el romance con el slogan pudo
explicarlo todo. O si esto no ha sido –otra vez– volver
a la costumbre de insistir cándidamente en transitar el
mismo camino de las recetas universales ajenas,
perdiendo la oportunidad de potenciar nuestra
creatividad y también de aprender de nuestros propios
errores.
(*) Profesor Titular
- Cátedra de Análisis de Mercado de Salud -
Magister en
Economía y Gestión de la Salud - Fundación
ISALUD.
|