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No hay nada más viejo que el diario de ayer”, reza el
refrán popular y, efectivamente, ya han comenzado a
olvidarse las lamentables muertes del cadete Emmanuel
Garay y la periodista Débora Pérez Volpin. El estupor
del momento da paso al olvido hasta que otro hecho gana
la atención del público y de los medios. Pero si en
lugar de saltar de hecho en hecho, de noticia en
noticia, hilvanáramos el sentido que une a distintos
episodios, con el coraje de llegar hasta la última
puntada, entonces la realidad dejaría de ser una
colección de anécdotas para convertirse en un mapa
inteligible, y podríamos pasar de la mera indignación a
la acción transformadora. Al decir de Jean Paul Sartre:
“Quien empiece su indagación por los hechos no logrará
nunca hallar las esencias”.
Si utilizáramos un enfoque médico para evaluar los
trágicos acontecimientos de Garay y Pérez Volpin,
podríamos encauzar el relato desde los determinantes,
los condicionantes y, finalmente, los predisponentes.
Tendríamos entonces, para uno y otro caso:
“deshidratación” y “paro cardio-respiratorio”; baquetas
de sometimiento e impericia o mala praxis; y por último,
el estado de la institución policial y la ausencia de un
sistema de salud.
De esta manera, el reduccionismo de la falsa conciencia
enfoca en “la sartén” (como llaman al lugar de
“entrenamiento” de los cadetes que alcanza los 50
grados) y en la histología de la anatomía patológica,
cuando en verdad habría que pasar de la mirada
microscópica a una más amplia, que permita ver el
conjunto del sistema que integra a las partes. Un
análisis crítico debería seguir la máxima de Elías
Canetti: “los hechos nunca son datos que permiten
estructurar una historia, son sucesos, episodios, que
ayudan a imaginar la panorámica del conflicto”, y así
revelar el núcleo esencial: la ausencia de una atención
médica en red según especialidades y niveles de
complejidad, la categorización médica periódica, y el
registro nacional de resultados adversos.
Con el registro nacional de casos adversos y la
categorización médica periódica se apunta a capacitar al
personal médico, actualizando las pericias propias de la
incorporación de nueva tecnología, disminuyendo así la
cantidad de casos de mala praxis a la vez que generando
un corpus de nuevo aprendizaje a partir de los casos
anómalos. Para ello, debiera existir un cuerpo de
expertos específicos para cada especialidad, y que la
categorización no sea solamente optativa. La atención en
red debe respaldarse en un ordenamiento territorial que
concentre la atención médica de prácticas de diagnóstico
en centros especializados con profesionales capacitados,
a los cuales se deriven los casos que requieran
determinada intervención.
Resulta llamativo, en el caso que se cobró la vida del
joven de 18 años (y que dejó en terapia intensiva a
otros once cadetes), la omisión a la responsabilidad de
los servicios médico-policial. ¿Dónde estuvieron los
médicos mientras se “bailó” a generaciones de
conscriptos y cadetes? Vale la pena retrotraerse hacia
1803 cuando, según documenta un archivo, se informa al
protomédico Miguel Gorman que “se suspenda por ahora en
América el castigo por baquetas que se aplica con motivo
de ‘reincidencia de deserción’, hasta conocer
certeramente si peligra o no la vida de quienes sufren
esta pena. Se procede a estudiar todos los casos
posibles para determinar la cuestión. Deberá informarse
de esto a los Virreyes y Capitanes Generales de los
dominios de Indias. Propone también efectuar una Junta
Facultativa para resolver si se continúa con esta pena o
si debe modificarse”.
La triste verdad es que no hemos superado el
Protomedicato colonial. Y que aún la realidad sanitaria
de las más avanzadas clínicas privadas tampoco escapa a
la ausencia de un sólido sistema de salud. Hemos
destruido los “nidos de maestros”, hemos privilegiado la
tecnología descuidando la formación profesional de
aquellos que la instrumentan, quienes requieren
conocimientos, destrezas y, sobre todo, moral y ética.
Las escuelas médicas permiten traducir los conocimientos
de la ciencia básica médica en experiencias clínicas y
habilidades, siendo sobre todo espacios de reflexión,
núcleo esencial para discernir conocimientos, conductas
habituales, errores y valores éticos profesionales. En
estas escuelas se desarrolla la experiencia basada en la
educación médica continua. No hace mucho tiempo, estas
escuelas estaban representadas por los hospitales
públicos, verdaderos nidos de maestros.
Hoy, pasamos de “la sartén” de la escuela de cadetes, al
sanatorio de la Trinidad, sin conciencia ciudadana, y
sin la responsabilidad específica que le cabe a los
funcionarios y profesionales que desempeñan una función,
sean policías, periodistas o médicos. Reafirmar el
compromiso social en un tema prioritario como la salud
resulta literalmente vital, pues lo que está en juego es
la vida que atraviesa a ricos y pobres. Nunca la
responsabilidad es exclusiva de una persona o sector
social, pero justamente por ello, cada quien debe asumir
su lugar y no eludir la oportunidad de dar un paso al
frente y aportar desde su especificidad.
La doxa, la catarata de opiniones, cae en la banalidad
del mal, el “don Pirulero” y el “Cuento de la buena
pipa”. El caso de Pérez Volpin no es el primero de su
clase, y la recurrencia muestra que las
responsabilidades se terminan diluyendo en una cadena de
delegaciones hasta llegar a la ausencia de los registros
necesarios para evaluar lo sucedido. En el caso de
Garay, los médicos no podemos ser ajenos a una
sistemática vulneración de la integridad física ejercida
en el marco de una institución pública. Si hace más de
doscientos años el Protomedicato colonial intimó a
desistir del castigo por baquetas, el cuerpo médico
policial actual tendría que ponerse a la altura de la
época y preservar los Derechos Humanos de los cadetes.
Como decía el personaje de Pirandello en Seis personajes
en busca de un autor: un hecho es como un saco, no se
tiene en pie más que si le metemos algo dentro. Se
impone entonces pasar de la mirada microscópica, que
profundiza en los detalles intentando desentrañar allí
la explicación última, a la mirada fractal, donde la
anécdota o hecho puntual constituye una parte de un
todo, pero que concentra la totalidad y puede expresarla
si enfocamos bien la lente. Miradas con perspectiva,
ambas lamentables muertes muestran la articulación de
fenómenos comunes y no únicos e irrepetibles.
Irresponsabilidad, ausencia de control y
desentendimiento, entre otras características
sistémicas, confluyen en estos tristes episodios, y nos
develan fallas esenciales que resulta imperioso superar.
Director Académico de la Especialización en
“Gestión Estratégica de Organizaciones de Salud”
Universidad Nacional del Centro (UNICEN).
Autor de: “Claves Jurídicas y Asistenciales para
la Conformación de un Sistema Federal Integrado
de Salud” - Editorial Eudeba (2012) - “Salud y
políticas públicas” - Editorial UNICEN (2016) |
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