:: REVISTA MEDICOS | Medicina Global | La Revista de Salud y Calidad de Vida
 
Sumario
Institucional
Números Anteriores
Congresos
Opinión
Suscríbase a la Revista
Contáctenos

 


 

 

 

 

 

 

 

 

Federación Farmacéutica

 

 

 

 

 
 

 

:: Infórmese con REVISTA MEDICOS - Suscríbase llamando a los teléfonos (5411) 4362-2024 /  (5411) 4300-6119 ::
  

Columna


Neomalthusismo
y estigmatización de la pobreza

Por el Dr. Sergio Horis Del Prete (*)


Se ha viralizado últimamente una conferencia de un reconocido colega, en la cual realiza una serie de particulares consideraciones respecto de la pobreza y el futuro social que nos espera a los argentinos. Como es común desde cierto sector social, muchos prejuicios se transforman en teorías y devienen en principios, a menudo asombrosos, cuando no horrorosos. Pontificando desde una supuesta advertencia respecto de la calidad de la gente que vendrá a poblar a futuro nuestro desventurado país, pronostica un paisaje poco menos que apocalíptico. Porque ese Apocalipsis será social, y estará representado por hordas de pobres cuasi lombrosianos, con bajísimo coeficiente intelectual y potencialidad delictiva. Se hace mención a que resultará consecuencia de una supuesta y científicamente analizada proyección geométrica del crecimiento demográfico argentino, basándose en que como éste se hace a expensas de los pobres, en tres generaciones de ellos surgirán casi 80 descendientes mientras que de los no pobres serán solo 16. Y se sostiene (como verdad revelada) que el hijo de un pobre será siempre pobre, en base a su escasísima posibilidad de salir del círculo vicioso que lo rodea, por lo cual nacerá condenado de antemano. No tendrá estímulos, será adicto a las drogas más destructivas, carecerá de educación porque sus docentes - si los tiene - son “truchos” y por lo tanto su recuperación será imposible. Se trata de daños colaterales que surgen del conflicto entre ganadores (pocos) y perdedores (demasiados). Ergo, “se llenará de pobres el recibidor”, como bien dice Serrat. Entonces, no se va a poder cubrir ni alimentación ni educación de tal cantidad de niños futuros a la vez desahuciados. Por lo hay que poner un freno ya. Lo que se llama “malthusismo explícito”.
La Argentina tiene un grave problema económico, social y sanitario con la pobreza, que es más complejo que la simple enunciación de cifras estrambóticas y situaciones dantescas, y hasta difícil de entender. Una cosa es hablar de número de pobres desde la idea de una línea económica que divide entre incluidos y excluidos del mercado de la canasta básica de bienes y servicios, y otra muy diferente es desagregarlos, e identificar dentro de este amplio grupo a los pobres estructurales, el sector más cristalizado en esa posición social y en condición de franca desventaja respecto del resto. La oscilante cifra del 27% al 30% de pobreza según las estadísticas anuales está conformada por un amplio colectivo de familias. Muchas van y vienen mensualmente atravesando esa frontera económica en función de los ingresos que alcancen, dinámica que se ajusta por inflación. Están en condiciones de ser clase media baja con solo un paso de billetera. Otro segmento está compuesto por parte de los casi 3 millones que viven en asentamientos y villas, en condición de alta vulnerabilidad y muchos de ellos prisioneros de las carencias, del narco y de la marginalidad, con ingresos que los sepultan en la indigencia. Entre ambos hay otros pobres que tratan de salir del pantano social con dignidad, esfuerzo y trabajo precario, mandan a sus hijos a la escuela y cuidan su salud, pero cuyos ingresos apenas les permiten cubrir alimentos y escasos servicios básicos. Pregunta. ¿Es posible simplificar la pobreza en una sola, y estigmatizar a sus integrantes sometiéndolos a una descalificación como sujetos de derechos, especialmente sociales, y a la vez llevarlos a una condición de potencial peligro social futuro?
Bajo un particular concepto neomalthusista aggiornado, el planteo respecto de la solución al descuido para con la dignidad de los niños pobres pasa por controlar su natalidad, y así poner freno a este supuesto aluvión futuro de nuevos pobres de peor calidad social. ¿Cómo? Mediante la procreación responsable (una suerte de vasectomía intelectual) y aplicando la AUH a la inversa. Es decir, cuantos menos hijos se tengan, más derecho a obtenerla. Explícitamente, suprimirla después del segundo hijo. China for export.
Creo necesario refutarle demasiados argumentos simplistas, para después entrar en la compleja problemática de cómo superar los estigmas de la pobreza. Haciendo hincapié en la niñez en riesgo, que es su loable motivo de preocupación. El problema es que tal discurso se fundamenta en una secuencia de datos de dudosa certeza y hasta falaces, a los que se otorga rigor científico, mencionándose revistas, libros y hasta universidades extranjeras preocupadas por nuestro destino social. Peor aún. Se incorporan supuestas observaciones personales “en terreno”, además de reflejarse en algún tramo cierta xenofobia. Particularmente, hace suyas las aseveraciones de un conocido economista, quien ha intentado explicar que el crecimiento exponencial de los pobres reside en el número de pensiones otorgadas a “madres de más de siete hijos”. Y que a más planes sociales otorgados (¿Asignación Universal por Hijo?) multiplicación de pobres. No de peces ni panes. Primera hipótesis falsa. Si poco más de 315.000 beneficiarias a nivel país de este tipo de pensiones graciables, de edad madura y con múltiples hijos, van a tener capacidad fértil de seguir procreando, estaríamos más cerca de entrar al Guinnes que de verlo publicado en la revista Science.
Otro de sus temas de preocupación son las madres adolescentes pobres, que “se embarazan para tener la AUH”. La falacia de este preconcepto lo demuestra la base de datos de la ANSES. La AUH tiene un total de 4.279.685 beneficiarios (51% varones y 49% mujeres) con 2.103.804 titulares (98% madres y 2% padres). Por cada titular hay 2,03 beneficiarios y el 41% de estos tiene hasta 5 años. Las beneficiarias titulares de entre 15 y 19 años son 115.630 a marzo de 2018 (5.5 del total), un 10% menos que en 2016. Y los beneficiarios totales entre 0 y 5 años sólo aumentaron un 3.6% en el mismo período. Además, el 80% de las titulares que cobran la AUH no tienen más de dos hijos. Si se desagrega el 100% de las beneficiarias, 51,2% tiene un solo hijo, 28,1 dos, 13,1% tres, 5,2 tiene 4 y recién el 2,4 alcanza los 5 hijos o más. Es decir que el número de madres con elevado número de hijos es muy bajo. No parece advertirse entonces ningún crecimiento geométrico, pese a ser los beneficiarios de la AUH desocupados, informales, personal doméstico o ciudadanos con una retribución inferior al salario mínimo, vital y móvil. Es decir, pobres por ingresos.
Los números de la pobreza hablan de un 47,4% de niños entre 0 y 14 años de todo el país en tal condición. Numéricamente desconocidos, pero geográficamente identificables en los márgenes urbanos, sus carencias surgen del daño colateral múltiple que producen déficits crónicos en sus condiciones de vida. Lo que los lleva a vivir en los límites de una sociedad que, además, los estigmatiza en el estereotipo del delito. El modelo de exclusión al que se ven sometidos aquellos que pertenecen al segundo y tercer anillo social de la pobreza surge de su vida en “guettos” aislados, y amurallados por barreras físicas artificiales que impiden su integración social. Se los transforma en una “infraclase” sin valor de mercado - como bien sugiere Zygmut Baumann - alejados de toda posibilidad de consumo y solo visibles desde el supuesto “peligro” que van representando para el resto del colectivo social.
Hay una coincidencia con los dichos del colega. El mayor problema de la exclusión y la desventaja social surge de la interacción directa entre pobreza extrema y salud, a nivel del deterioro de la habilidad cognitiva. Esto lo ha reflejado un estudio de la Universidad de Carolina del Sur efectuado a lo largo de cinco años, y ya mencionado en un artículo de mi autoría hace 2 años atrás, que fuera publicado en esta misma revista. Dicho estudio trata de vincular cómo la cultura, las relaciones familiares, la exposición a la violencia y otros factores modelan la mente humana. Para ello se basa en la respuesta cerebral de un grupo de adolescentes de familias pobres, estimulados por distintas historias de vida y luego evaluados por RNM, comparado con idéntico protocolo efectuado dos años más tarde. Los resultados fueron perturbadores: quienes habían convivido con un entorno de pobreza significativa y violencia mostraban neuroimágenes de progresivo debilitamiento de las conexiones neuronales, y una menor interacción en tiempo real en las áreas cerebrales que se asocian a la conciencia, el juicio y los procesos éticos y emocionales.
Es real que la pobreza crónica y los determinantes sociales afectan las interacciones químicas y el desarrollo de conexiones neuronales en el cerebro joven. Por lo tanto, someterlo o no a estímulos en forma temprana durante la infancia hará que tales conexiones se fortalezcan o reduzcan. Y esto será resultado de la condición social de las familias. De allí que el impacto de la pobreza estructural, asociado a la forma en que la sociedad estigmatiza y trata a las minorías pobres puede tener un efecto devastador. E interferir notablemente sobre el desarrollo de las capacidades de los adolescentes de planificar, establecer metas, tomar decisiones morales y mantener su estabilidad emocional.
Por lo tanto, no son las recetas neomalthusistas el camino para acotar el drama de la pobreza extrema sobre los futuros niños pobres y su potencial deterioro mental. Se necesitan nuevos y mejores programas sociales que, en lugar de estigmatizarlos o quitarles beneficios que les permitan al menos consumir alimentos, se centren en tal condición de vulnerabilidad psíquica y traten de apuntalarla. Más cuando es poco probable que sus madres hayan desarrollado suficiente habilidad defensiva para hacer frente a la pobreza y poder transmitírselo a sus hijos.
Quedarse discutiendo los números de la pobreza o simplificar soluciones para atacar sin sentido un plan social como la AUH que asimila trabajadores informales a formales, sin proponer como mejorar la educación o la salud de los que menos tienen y más las necesitan, es banalizarla. Mientras tanto, el deterioro cerebral de ciudadanos con derechos parece discurrir sigilosa y naturalmente sin que nadie plantee seriamente un esfuerzo programático para evitarlo, o llegar a revertirlo tempranamente. En la medida que las propuestas se vayan haciendo más inequitativas y restrictivas, las posibilidades de los pobres de invertir en la capacidad cognitiva de sus hijos se hará cada vez más desigual. No hay peor pobreza que la de un cuerpo con poca salud y un cerebro con escasa educación. Pero también no hay peor pobreza que la de las ideas, especialmente las que solo estigmatizan en lugar de proponer mayor inclusión
.


(*)  Mg. Profesor Titular Análisis de Mercados de Salud. Universidad ISALUD. Buenos Aires. Argentina.

 

SUMARIO
 

 

Copyright 2000-2018 - Todos los derechos reservados, Revista Médicos