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Recientemente el Poder Ejecutivo envió al Congreso el
proyecto de creación de la Agencia Nacional de
Evaluación de Tecnología (AgNET), objetivo que —junto
con la Cobertura Universal de Salud (CUS)— había sido
señalado entre las prioridades, desde la primera gestión
de la cartera de Salud del actual Gobierno. Los
comentarios sobre la iniciativa hacen hincapié en la
necesidad de contar con un organismo capaz de evaluar
científicamente las innovaciones tecnológicas
(medicamentos, medios de diagnóstico o terapéuticos), a
efectos de aportar a la Justicia criterios objetivos
sobre la conveniencia de incluirlos o no en el Programa
Médico Obligatorio (PMO). Habitualmente la Justicia
lauda, sin otros argumentos que los de las partes
interesadas, a favor del demandante. En términos
macroeconómicos, estas agencias contribuyen naturalmente
a incorporar nuevas tecnologías —científicamente
fundadas—, pero es en estudios a largo plazo donde se
demuestra su eficacia respecto a las tecnologías
actuales, ya que aún con los costos agregados, a veces
no se objetivan mejores resultados en las enfermedades
que serían beneficiadas por esas innovaciones.
En ese marco, pese a que es un recurso institucional
necesario existente en muchos países, la AgNET da
continuidad a la conducta que generó el PMO. Éste, en
realidad, fue elaborado en 1996 volcando un listado
previo de aranceles, que regía los contratos entre Obras
Sociales y prestadores, el Nomenclador Nacional, donde
constaban todas las prestaciones que brindaban los
servicios asistenciales. De modo que el PMO no establece
prioridades, sino la obligatoriedad de todo lo que se
puede hacer. Luego se extendieron esas obligaciones a la
Medicina Prepaga. Pero no todo lo que se hace en la
medicina implica mejoras efectivas en la salud de la
población. Un extenso estudio financiado por la
Fundación Gates, evaluó el desempeño de los sistemas de
salud de 195 países, tomando los indicadores de
mortalidad en sólo 32 grupos de patologías —incluyendo
eventos adversos en la atención— entre 1990 y 2015 (The
Lancet; 390: 231-66, online mayo 18, 2017). Los
resultados son muy complejos para describirlos aquí,
pero es significativo el hecho de que pudieron extraerse
conclusiones validadas, con sólo 32 grupos patológicos
en los que consideran que una buena atención personal
induce mejoras en el curso de las enfermedades.
Ambos instrumentos —PMO y AgNET— están orientados a
regular la oferta de servicios, con el fin de proteger
las fuentes de financiamiento del Sistema, evitar gastos
superfluos e innovaciones no justificadas. Formalmente
el PMO parece proteger los derechos de la población con
cobertura, pero en la práctica fija reglas de juego, a
efectos de que el equilibrio financiero no exceda los
marcos legales establecidos. Los criterios con que se
elaboraron esas normas no están fundados en prioridades
sanitarias, sólo ponen límites a la demanda espontánea,
sin inducir acciones de prevención y protección de la
salud. Un enfoque más racional implicaría segmentar la
población en diversos grupos de riesgo por sexo, edad,
factores condicionantes psicofísicos y entorno
socioeconómico. A partir de esa segmentación podrían
establecerse criterios equitativos de protección, según
la carga de riesgo acumulada, para cada grupo de
enfermedades y condiciones agregadas. Con similar
metodología se lleva a cabo en Chile el Plan GES
(Garantías Explícitas en Salud), donde se tipificaron
niveles de protección para 80 grupos patológicos,
discriminando factores de riesgo agregados y
cumplimiento obligatorio, tanto para servicios públicos
como privados.
Por el contrario, en su formulación inicial a mediados
de 2016, la CUS estratificaba las prestaciones en, una
Canasta Básica de Prestaciones del sector público para
sus futuros beneficiarios, y la continuidad del PMO para
los que ya tienen cobertura. La presente gestión del
Ministerio de Salud encontró una inteligente explicación
de la CUS, como un proceso de incorporación progresiva
de sectores vulnerables de la población, que desemboca
ahora en la cobertura universal: atención
materno-infantil en Región Norte (Plan Nacer 2004),
materno-infantil en todo el país (Nacer 2007),
adolescentes y mujeres adultas (Nacer+Sumar 2012), y
hombres adultos (2015). En base a esta secuencia, como
política de Estado tendría una racionalidad
incuestionable, pero no es percibido así por la
población, ni tampoco comprendido por las autoridades
sanitarias provinciales. Lo que aún no se ha sabido
resolver en términos de acceso y equidad, es que un
verdadero avance hacia la universalidad, debería incluir
acceso tanto a los servicios públicos, como a los
privados que se hayan inscripto para atender a
beneficiarios de la CUS.
Para el usuario de servicios públicos, la diferencia en
su actual implementación, es que sería registrado con su
DNI en una historia clínica informatizada, que
garantizaría la continuidad de su atención en hospitales
públicos y centros de salud, así como la provisión
gratuita de medicamentos básicos, que desde principios
del 2000 había sido provista por el Plan RemediAR, con
un crédito del Banco Mundial. Pero la actitud del
personal hospitalario —que la población percibe como
deshumanizada y la induce a preferir servicios privados—
no cambiaría: los establecimientos seguirían funcionando
con la misma cultura de su antigua tradición caritativa.
Debería estudiarse el ejemplo del Seguro Popular de
Salud, iniciado por México en 2004, que prevé el acceso
a servicios públicos y privados, inscriptos bajo
estándares básicos de calidad. Es una estrategia de
captación de población sin cobertura, ya sea por bajos
recursos o porque trabaja en circuitos de economía
informal, cuya aceptación ha crecido notablemente
mediante intensas campañas educativas sobre los
beneficios de la Seguridad Social.
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(*)
Hugo E. Arce - Médico sanitarista - Miembro del
Grupo PAIS |
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