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La progresiva escalada de costos en el sector salud se
vincula conque 40-50% de éstos resulta del uso de nuevos
dispositivos terapéuticos de alta complejidad. Si bien
es cierto que el avance tecnológico ha conseguido
enormes mejoras de supervivencia y calidad de vida, ha
sido a un costo creciente. Suficiente como para poner en
jaque la sostenibilidad misma del sistema de salud. Los
médicos se deslumbran con indicar nuevos dispositivos o
tratamientos sin percibir el impacto económico que traen
aparejados, las industrias médicas hacen miles de
millones de dólares vendiéndolos y los financiadores ven
cada vez más amenazados sus siempre escasos recursos.
Como elemento adicional, se vuelve frecuente que
ciudadanos “inducidos” presionen por vía judicial para
conseguir la cobertura de esas tecnologías, contra la
opinión racional de quienes deben pagarla. Además, los
incentivos económicos y sociales para su uso se vuelven
poderosos, en tanto los desincentivos para regularla
resultan débiles y casi inofensivos.
En un sistema de salud como el nuestro, con el 63% de la
población cubierta por seguros y el 37% por el gasto
público puro, el uso de tales dispositivos de altísimo
precio, además de generar tensiones entre especialistas
y tipo de procedimiento a la hora de conquistar nichos
de mercado lleva a que, al no contar los pacientes con
barreras financieras, se induzca a ofrecerles
prestaciones cada vez más costosas. Y lo que se paga a
veces no demuestra un respaldo evidente en términos de
ganancias en salud.
El impacto económico de cualquier tecnología dolarizada
y de alto costo a menudo se confunde sólo con el precio
de adquirir un equipo, un dispositivo o un medicamento,
o con los honorarios pagados por la complejidad de la
práctica. Error. Su peso final en los costos de la
atención médica es mucho más amplio que eso, ya que
puede afectar la utilización de otros servicios de salud
a partir de los gastos excesivos que provoca. Por
cierto, no todo lo que reluce es oro. Preocupan también
las desigualdades de acceso a esas tecnologías entre
grupos de población. La cuestión de fondo es decidir
entre “mucho para pocos” o “poco para muchos”, y que
este “poco” no termine apropiándose de lo destinado a
esos “muchos”.
El problema de fondo es que vivimos en un mundo real,
donde el crecimiento económico no florece y la
racionalización del gasto se vuelve una necesidad.
Tomemos el caso del TAVI (Transcatheter Aortic Valve
Implantation), un procedimiento mediado por un
dispositivo de muy alto costo que se equipara al
reemplazo valvular aórtico tradicional (RVAo). Su uso ha
ido aumentando, particularmente en pacientes mayores de
80 años portadores de Estenosis aórtica severa con
comorbilidades asociadas y alto score de riesgo para
cirugía. Pero más allá de su rápida expansión, aún
quedan ciertas dudas sobre los resultados de efectividad
clínica, así como el costo/efectividad. En el Reino
Unido, el regulador National Institute for Clinical
Excellence (NICE) en su guía publicada en el 2012 aprobó
el uso del TAVI en pacientes no operables, siempre que
se introdujera con todo detalle la información completa
de su estado general, incluyendo Scores de Riesgo y
evaluación cardiaca y vascular precisa y estricta. Pero
lo hizo previo someter al procedimiento a un análisis de
costo/efectividad.
En nuestro mundo real (país), en un contexto de crisis
económica y necesidad de dar racionalidad al gasto
sanitario, es útil poner en evidencia su impacto sobre
el gasto. Para ello podemos replicar el estudio NICE,
para un horizonte temporal igual a la vida del paciente
y a un mismo tipo de éste. El costo medio para un
procedimiento TAVI en la Argentina resulta en u$s 32.
320, frente a u$s 10.599 para el RVAo con válvula
biológica (ver cuadro). En tanto, de acuerdo con
metaanálisis y al NICE, en relación con los años de vida
ganados (AVG), el procedimiento de RVA resulta superior
al TAVI (2,65 AVG frente a 2,31 AVG). Pero respecto de
los años de vida ajustados por calidad (AVAC), el TAVI
resultaría en 1,66 AVAC frente a 1,58 AVAC de la RVAo.
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Cuadro costos
comparados TAVI vs RVAo en u$s* 2018 |
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Insumo
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Módulo de práctica |
Costo total |
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TAVI
RVAO |
25.483 a
3.500
b |
6.837
7.099 |
32.320
10.599 |
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*En
dólares a valor 1u$s=$32
a = Válvula TAVI; b = válvula biológica
convencional |
Calculando el costo/efectividad incremental (CEI) de
ambos procedimientos, el costo medio incremental (coste
medio TAVI menos coste medio RVAo) resulta en u$s 21.721
y el AVAC medio incremental (AVAC medio TAVI menos AVAC
medio RVAo) de 0,08. De donde el ratio costo/efectividad
incremental (RCEI) TAVI/RVAo sería de u$s 271.512 /AVAC.
Es decir que por cada AVAC ganado con el procedimiento
TAVI versus el RVAo, nuestro sistema de salud debiera
estar dispuesto a pagar u$s 271.512.
Si el PBI/cápita de la Argentina es de u$s 14.403, y se
considera un umbral de aceptabilidad equivalente a 3 PBI/cápita
(o sea u$s 43.209), la probabilidad de obtener un
Beneficio Neto Incremental para la alternativa TAVI
frente al RVAo está lejos de ser costo/efectiva, ya que
el RCEI es más de 6 veces mayor que el umbral de
aceptabilidad. Aquí se entremezclan cuestiones
económicas, éticas y médicas. ¿Habría que descartar el
procedimiento? No. Pero sí establecer indicaciones muy
precisas, protocolizadas y respetadas tanto por los
prestadores como por los financiadores. De allí la
importancia de una Agencia de Evaluación de Tecnologías
que dictamine al respecto, y permita que las decisiones
médicas centradas en el uso indiscriminado de nuevos
dispositivos de cada vez mayor precio no colisionen con
los escasos recursos de los financiadores.
Los análisis de costo-efectividad, llamados cuarta
garantía, a menudo resultan guías útiles respecto de su
papel potencial para la evaluación económica de
tecnologías. Y también herramienta fundamental tanto
para la priorización del uso como para el
establecimiento de condiciones de cobertura, utilización
y reembolso de determinadas prácticas. Siempre deben
acompañarse de decisiones estrictas de protocolizar
procedimientos y ajustar la variabilidad del uso de
dispositivos, respecto de quienes se beneficiarán
efectivamente de cualquier innovación tecnológica de
alto costo. Precisamente, porque uno de los mecanismos
que impulsa el gasto surge de aumentar el número de
pacientes tratados con dicha tecnología, sea cambiando o
ampliando los umbrales para indicarla, o porque los
nuevos tratamientos que vienen a sustituir a los
tradicionales se presentan casi como inocuos,
relativizando sus riesgos reales. El mundo real se da
muchas veces de bruces con el mundo científico/médico en
lo cotidiano.
El aforismo de que la salud no tiene precio no puede
desconocer sus costos, especialmente el de oportunidad.
La Argentina vive una realidad económica compleja y un
presente turbulento.
En una época de recursos limitados y múltiples opciones,
es necesario que la evaluación de tecnologías de alto
costo incluya perspectivas no sólo clínicas sino también
económicas y éticas. Es hora de empezar a asignar mejor
los recursos en salud, y no dilapidarlos artificialmente
en aras de un dios tecnológico todopoderoso, que no
siempre resulta amigable.
(*)
Mg. Profesor Titular Análisis de Mercados de Salud.
Universidad ISALUD. Buenos Aires. Argentina.
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