|
El convenio suscripto por el Gobierno Nacional con el
FMI implica el compromiso de equilibrar las cuentas
públicas, tanto en inversiones de infraestructura como
en decisiones de fondo para reformar los sistemas de
protección social. La estrategia de Cobertura Universal
de Salud (CUS), debería adaptarse a este marco de
sustentabilidad. La CUS supone que el Estado financie la
atención en servicios públicos de la población carente
de cobertura con un régimen de subsidio a la demanda. Si
al mismo tiempo esos servicios estatales son sostenidos
por el régimen de subsidio a la oferta (planta física,
equipamiento, sueldos del personal e insumos), se
establece una doble erogación: el Estado actúa como
agencia aseguradora de los que no tienen cobertura y
financiadora de los servicios que brindarán la atención
requerida.
Desde principios de los 90, diversos investigadores en
servicios de salud coincidieron en interpretar al
sistema argentino de Obras Sociales (OS’s) como una
modalidad de seguro de salud. Cabe recordar que ya en
los 70 algunos autores definían a las OS’s como seguros
de enfermedad, dadas sus escasas o nulas acciones
preventivas. Pero desde el interior de las instituciones
administradas por los sindicatos, se consideraba a las
OS’s como un régimen solidario de los trabajadores de
alcance nacional —derivado de las primitivas mutuales de
inmigrantes—, es decir, nuestra Seguridad Social (SeS)
en salud. Argumentaban que cada afiliado aportaba un
porcentaje de su salario para acceder a todos los
beneficios, sin que dependiera de sus aportes.
Entre los 90 y las décadas anteriores se había producido
un cambio sustancial. Los sistemas de protección social
vigentes antes de la caída del Muro de Berlín eran
sostenidos por una visión asistencialista —en un marco
doctrinario de Estado de Bienestar—, donde los
beneficios adquiridos eran prioritarios respecto a las
fuentes de financiamiento. Junto con la globalización y
la explosión informática de los 90, la visión
predominante devino en que lo prioritario debía ser la
sustentabilidad de los beneficios comprometidos. Una
Carta de Intensión suscripta con el FMI en 1991,
comprometía la desregulación de las OS’s, la libertad de
elección de cobertura y la incorporación de las empresas
de Medicina Prepaga (EMP’s) a la red de seguros de la
SeS. Esta posición fue resistida por el sindicalismo,
dado que las OS’s eran agentes obligatorios de la SeS y
las EMP’s eran seguros privados voluntarios.
Pese a la resistencia sindical, la libertad de elección
de OS’s fue paulatinamente funcionando. Se procuró sin
éxito reducir la cantidad de OS’s por acuerdos
recíprocos, para limitarlas a menos de 100 entidades con
volumen actuarialmente viable de afiliados. El enfoque
actuarial —propio de los seguros— fue complementado con
un paquete de beneficios, el Programa Médico Obligatorio
(PMO), y diversos mecanismos de redistribución entre las
OS’s superavitarias y deficitarias. Entre ellos, la
Administración de Programas Especiales (APE) se encargó
de reintegrar a las OS’s los tratamientos de muy alto
costo (o catastróficos), a fin de asegurar la
estabilidad financiera del sistema. En el mismo año se
estableció que el PMO también sería obligatorio para las
EMP’s —aunque recién en 2011 se sancionó la ley que las
regula—, equiparando sus obligaciones con las OS’s.
En realidad, la lógica actuarial aplicada en las OS’s
fue siempre precaria. El nivel de los aportes y
contribuciones a la SeS se fijó de modo arbitrario, sin
estudios serios sobre el costo de los beneficios. Las
EMP’s no surgieron de inversiones de empresas
aseguradoras, sino de grupos profesionales de origen
médico, procurando ofrecer coberturas de alta gama,
similares al modelo asistencialista de las OS’s. Fijaban
el precio de sus planes (o primas), según la franja del
mercado donde pretendían competir, pero sin basarse en
tasas de siniestralidad, como los seguros de bienes
materiales. A diferencia de EE.UU. y Brasil, donde las
empresas aseguradoras han tenido un papel protagónico en
la cobertura de riesgos de salud, en la Argentina su
inserción fue mínima o casi nula.
Vista a distancia, la resistencia del sindicalismo a la
competencia de las EMP’s buscaba ganar tiempo para no
perder su condición de recaudadores de los tributos
legales a las OS’s, evitar el desgranamiento de la
cartera de beneficiarios y que los aportantes de mayor
poder adquisitivo migraran hacia coberturas más
suntuarias. Pero ahora una parte importante de los
padrones de las OS’s está tercerizada a través EMP´s,
con lo que los de mayores ingresos mantienen su
pertenencia a la entidad de origen, pero reciben
beneficios superiores a los de sus compañeros de menores
ingresos. La tendencia a la estratificación de los
beneficios de la SeS, que ya se vislumbraba a principios
de los 90, se desplegó en toda su magnitud en la
reciente década. Esa desregulación que trataban de
implementar el Gobierno y el ente regulador —ANSal,
SSSalud— en 1996, ha pasado a ser gestionada por las
OS’s superavitarias, que ahora invierten en servicios
propios, a veces aliadas a EMP’s. El equilibrio del
Sistema no se ejecuta a través de acciones
redistributivas, sino integrando la administración de la
oferta con la prestación de servicios.
El actual Gobierno está empeñado en lograr la CUS
mediante acuerdos y experiencias-piloto circunscriptas,
en jurisdicciones provinciales. Pero si la
implementación de la CUS implicara gastos adicionales, a
los que las provincias ya erogan para sostener los
servicios asistenciales, operaría en contra del
equilibrio fiscal acordado con el FMI. ¿Qué parte de los
recursos será reasignada a financiar la CUS? ¿Se está
estudiando la sustentabilidad de las ideas-fuerza de
cobertura y equidad para reformar el Sistema de Salud? .
|
(*)
Hugo E. Arce - Médico sanitarista - Miembro del
Grupo PAIS |
|