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Todo sistema de salud debe ser
analizado desde tres perspectivas:
a) las reglas de cobertura, b) los
financiadores de la salud y c) los
prestadores médicos.
La regla de cobertura establece los
esquemas de protección de las
personas y cuál será el origen de
los recursos. En la Argentina
conviven tres subsistemas:
i. El subsistema público cubre al total de la población y se financia con
rentas generales.
ii. El subsistema de seguridad social cubre a trabajadores formales y
jubilados, y sus familias (55% de la
población) y se financia con aportes
salariales.
iii. El subsistema privado cubre a trabajadores formales, y sus familias,
que derivan sus aportes a una
empresa de medicina prepaga (EMP)
(10% de la población), más personas
que se afilian voluntariamente a una
EMP (5% de la población); los
primeros se financian con aportes
salariales más pagos de bolsillo por
complemento de cuotas, y los
segundos, con pagos de bolsillo por
la cuota completa.
Del total de recursos que se asignan
a salud en la Argentina estimados en
el 10% del Producto Bruto Interno (PBI),
el sistema público de salud aporta
2,5% del PBI, la seguridad social y
las EMP el 4,5% y el gasto privado
de las familias el 3%.
Los financiadores de la salud son
las entidades que reciben los
recursos de la salud y gestionan la
compra de productos y servicios
médicos para atender a su población
bajo cobertura. En la seguridad
social estas entidades son las obras
sociales (OS) y, en la medicina
privada, las EMP. Éstos compran los
productos y servicios a prestadores
médicos.
Los prestadores médicos son los
profesionales, laboratorios, centros
de diagnóstico y tratamiento,
clínicas y sanatorios privados y
hospitales públicos. Un aspecto que
usualmente pasa inadvertido para la
mayoría de la sociedad y de la
dirigencia política, es que aun
cuando en la Argentina la red
pública de prestadores de salud es
muy importante, está lejos de ser la
principal vía por la que los
argentinos acceden a servicios de
salud. En la Argentina, el 60% de
las instituciones de salud son
privadas. Dentro del sector privado
las organizaciones con fines de
lucro son el 95% y concentran el 87%
del total de camas privadas del
país. Además, en su gran mayoría se
trata de pequeñas y medianas
empresas. El tamaño promedio de los
establecimientos del país ronda las
50 camas.
Así, los financiadores
institucionales del sistema de salud
compran mayoritariamente servicios
médicos a los prestadores privados.
Lo mismo ocurre con el gasto privado
directo en salud que hacen las
familias que es destinado a
prestadores privados. De esta forma,
se puede decir que el 75% de los
recursos en salud son destinados a
prestadores médicos privados para
brindar atención médica al 70% de la
población.
Dentro del gasto total de los
financiadores, según datos de PAMI y
de ADEMP, el 65% se destina al pago
de honorarios y aranceles por
prestaciones médicas recibidas por
sus afiliados, un 15% corresponde a
medicamentos y el restante 20% a
gastos administrativos. Es decir,
que dos de cada tres pesos que
gestionan los financiadores
institucionales de la salud se
dirigen hacia prestadores médicos
privados. Sin embargo, existe un
importante descalce entre el momento
en que los financiadores
institucionales reciben los
recursos, sus afiliados reciben la
atención médica y los prestadores
reciben el pago por dichas
prestaciones médicas.
Las personas reciben las
prestaciones médicas en el mes de
cobertura. OS y EMP reciben los
recursos de aportes salariales y
cuotas desde el mes de cobertura
hasta 30 o 40 días después de la
misma. El prestador presenta la
factura al financiador terminado el
mes de cobertura, cuando se otorgó
la prestación médica.
Sin embargo, aquella factura por
prestaciones brindadas se abona
hasta 90 días después. Si hubiera
inflación y tasas de interés bajas y
estabilidad del dólar, este desfase
no sería un inconveniente, en la
medida en que el ciclo de pago no se
discontinúe. Pero, en la situación
contraria, el perjuicio para los
prestadores médicos es enorme debido
a los gastos que no pueden diferir.
Los salarios y cargas sociales (74%
de sus costos) deben ser abonados
apenas termina el mes de cobertura y
los proveedores de insumos (26% de
los costos) exigen ser pagados no
más allá de los 60 días.
Aun cuando haya aumentos de
aranceles por parte de financiadores,
el daño que ocasiona la cadena de
pagos no se mitiga, porque dichos
aumentos son compensatorios de
aumentos de salarios –no de insumos,
muchos de ellos dolarizados– y
llegan a los prestadores médicos a
los 90 días de que éstos tuvieron
que pagar los aumentos de salarios y
los aumentos de precios de insumos.
Si a esto se agrega la suba de la
tasa de interés sobre el capital de
trabajo, la tensión financiera sobre
los prestadores es difícil de
sobrellevar, impactando en la
rentabilidad de las instituciones
hasta llevarlas al déficit
económico.
La inestabilidad económica genera
riesgo sanitario desde el momento en
que promueve la posibilidad de que
masivamente quiebren prestadores
médicos privados que son mayoría
respecto a los prestadores públicos.
Es imposible que los prestadores
públicos puedan contener la demanda
sanitaria que hoy atiende el sistema
privado. Los prestadores que no
quiebran y se mantienen funcionando
terminan convirtiéndose en los
financiadores fácticos de la salud
en la Argentina ya que financian,
con su capital de trabajo y su
patrimonio, a los financiadores
institucionales.
(*)
Asociación de Clínicas, Sanatorios y
Hospitales Privados de la República
Argentina.
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