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Cada fin de año es una oportunidad para la reflexión, el
balance y la proyección. Quisiera aprovechar la ocasión,
entonces, menos para un compungido listado de falencias
puntuales y recurrentes oportunidades perdidas, que para
un genuino ejercicio de reflexión crítica y autocrítica.
Pues sólo mediante este paso lograremos evitar la
posverdad y el autoengaño que nos empantana en un
presente perpetuo, impotente de futuro.
Efectivamente, el mayor desafío que debemos afrontar los
argentinos consiste en adoptar un nuevo posicionamiento
frente a la realidad, evitando todo tipo de
desviacionismo que concentra toda la atención en una
cuestión que, aunque pueda ser importante, nunca agota
por sí misma lo esencial que debemos superar.
Desviacionismo que podemos ilustrar con la figura de
“trenes” que prometen llevarnos a una estación
superadora pero que conducen a una vía muerta, devorando
energía y tiempo estériles.
Lo cierto es que la realidad sanitaria es compleja y,
por definición, opera en una multiplicidad de
dimensiones que deben abordarse de manera conjunta, con
una planificación estratégica. Muchas son las falacias
que funcionan como velos que parcializan esta realidad,
tergiversándola. Falacias de autoridad (“la agenda que
plantea el G-20 Salud”), de peligro (como alarmas
desproporcionadas), de dilación (“no es el momento”), de
confusión (como la Cobertura Universal de Salud), y
otros clásicos específicos del área sanitaria, como las
falacias de la pobreza, de educación, del presupuesto.
Una a una debemos desmontar estas falacias, corriendo
así el telón que oculta la realidad. Pues al decir de
Aristóteles: “No basta decir solamente la verdad, más
conviene mostrar la causa de la falsedad”.
Hablar de salud en la Argentina significó siempre hablar
de “pobreza”. No obstante, la viabilidad financiera de
un sistema de salud no depende sólo de la evolución de
las variables macroeconómicas ni de la fluctuación en
las necesidades y las demandas, sino de la planificación
estratégica y de una política de gestión basada en una
estructura de costos, que son los elementos centrales
del diseño de acción. Una red prestacional única de
atención médica debe combinarse con una logística
productiva, de manera que pueda lograrse una
readecuación eficiente de los recursos que aún nos
restan. De la misma manera, debería resultar ya claro
que no se trata de cuánto se gasta en salud, sino en qué
y cómo, de su control y monitoreo.
La situación económica actual implica una combinación de
recesión con inflación, que los economistas llaman
stagflation o estanflación. La inflación, como lo
señalara Elías Canetti, no sólo es una problemática
económica, sino que devalúa –junto a la moneda– a la
capacidad de las personas y de las familias de proyectar
su vida. Las humilla y genera impotencia. En un contexto
que además es recesivo, genera una profunda inequidad en
la población, que en el campo de la salud resulta
particularmente determinante.
Equidad y racionalidad, justamente, son dos ejes
ineludibles a la hora de diseñar una planificación
estratégica de salud. Para ello, en un contexto tan
complicado como el presente y el que se avizora, el
Estado debe más que nunca afianzar su capacidad de
intervención y regulación frente al funcionamiento del
mercado.
La famosa “mano invisible” del mercado corre el riesgo
de parecerse al garfio del pirata si no cuenta con las
otras dos manos que planteaba el propio director del FMI
hacia 2006, Michel Camdessus: la mano de la justicia del
Estado y la fraterna de la solidaridad.
En el área sanitaria, sin embargo, vemos medidas que van
en sentido contrario a fortalecer una gobernanza
adecuada. Por un lado, la formal pero fuertemente
simbólica degradación del Ministerio de Salud a
Secretaría de Estado; y por otro, en el ámbito de la
Ciudad de Buenos Aires, la devaluación del personal de
enfermería, excluyéndolo de lo que en verdad es:
profesionales de la salud.
La medida asombra por completo. En vez de revalorizar la
profesión, cuando nuestro país cuenta con apenas 4
enfermeras cada 10.000 habitantes (junto a países como
Honduras, República Dominicana o Haití; y muy por debajo
de los 150 de Finlandia, 100 de EE.UU. y los 40 de
España). Va a contramano de recomendaciones
internacionales, de una ley nacional de 2013 que
reconoce a la carrera como de riesgo público, y contra
la historia misma de nuestro país que ya en 1959 supo
crear la Escuela Nacional de Salud Pública y el
Bachillerato en Sanidad, que contaba con la enfermería
como un puntal de orgullo.
La decisión gubernamental, por el contrario, rememora
épocas menos felices para la sanidad, compartiendo un
aire de familia con el olvidado decreto 1045/92 que en
1992 indicaba en el Boletín Oficial: “Delégase en el
Ministerio de Economía y Obras y Servicios Públicos y
otros la facultad para aprobar las Estructuras
Organizativas de Establecimientos Hospitalarios y
Asistenciales”. Es decir, en términos llanos, subsumir
la salud pública a la racionalidad mercantil.
A propósito de ello, vale evocar la recomendación del
Premio Nobel de Economía Kenneth Arrow, quien decía: “no
hay innovación sin intervención del Estado. El beneficio
comercial de toda inversión es inferior al beneficio
social”. En este sentido, afirmó hace décadas que, por
un lado, el Estado no alcanza para garantizar el
servicio de salud, pero al mismo tiempo, el sector
privado tampoco tiene la tutela para hacerlo. Por ello,
pregono un sistema integrado, en el cual los recursos de
ambos sectores (y, si se quiere considerarlo así,
también del tercer sector de las Obras Sociales) se
complementen y se potencien entre sí.
Otro ganador del Nobel de Economía, el francés Jean
Tirole, le da visibilidad y legitimidad a una
problemática particularmente dañina en el campo de la
medicina, y que la visión mercantil clásica deja de
lado: los oligopolios. En sus palabras: “numerosos
mercados están dominados por algunas empresas que
influyen sobre los precios, los volúmenes y la calidad,
pero la teoría económica no se ocupa de esos casos,
conocidos como oligopolios”.
El aporte de Tirole es demostrar la necesidad de regular
las industrias oligopólicas, así como las monopólicas
(éstas, en verdad, suelen contar con una regulación
específica, aunque no en nuestro país). Tras una
investigación de treinta años y con un planteo
científico, incluso de corte matemático, el francés
propone una vigilancia financiera y una regulación
macro-prudencial hacia estos gigantes del mercado.
Algunos de sus planteos son cristalinos y sumamente
sugerentes, como cuando indica “que los reguladores no
se transformen en los abogados de quienes deben
controlar”.
Este tipo de aporte debe ser apropiado como herramienta
para afrontar un pensamiento crítico y propositivo, el
cual nos permita reconocer la situación sanitaria y así
asumir la responsabilidad y el compromiso de revertirla
y no sólo mitigarla. De ahí que se imponga a la brevedad
llevar adelante el Acuerdo Sanitario, convocado por el
Estado Nacional, cuya negociación motorizará la
transformación en post del bienestar ciudadano.
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Ignacio Katz, Doctor en Medicina - UBA. Director
Académico de la Especialización en “Gestión
Estratégica de Organizaciones de Salud”
Universidad Nacional del Centro - UNICEN. Autor
de: “La Fórmula Sanitaria” Eudeba (2003).
“Claves Jurídicas y Asistenciales para la
Conformación de un Sistema Federal Integrado de
Salud” - Editorial Eudeba (2012). “Argentina
hospital. El rostro oscuro de la salud” - Visión
Jurídica Ediciones (2018) |
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