|
En el siglo V ac. Platón consideraba a la educación como
un proceso de embellecimiento del cuerpo y del alma,
identificando tres funciones esenciales: preparación
para la profesión, formación del ciudadano y desarrollo
del ser virtuoso. Recordamos estos conceptos para
superar el olvido y sus consecuencias: el error y los
cambios inexplicables de rumbo. Actualmente se
sobrevalora la innovación educativa, olvidando las
raíces se focaliza en nuevas técnicas de “cómo educar” y
se relega el “para que” educar. Hay que retroceder para
avanzar nuevamente con más fuerza como afirmaba Bergson:
para saltar más lejos hay que retroceder y luego tomar
impulso. Las Universidades no pueden ni deben tener como
único fin trasmitir saberes a sus estudiantes para
convertirlos en expertos en una disciplina o simplemente
para que puedan acceder a un empleo. Su razón de ser es
la formación de un recurso humano colmado de saberes,
pero también de valores, sin separar el área cognitiva
de los aspectos actitudinales y valorativos. La suma de
saberes y valores confieren sabiduría al egresado
universitario.
La sociedad le asignó a las instituciones educativas la
responsabilidad de producir y trasferir conocimientos,
pero también interpretar y transmitir los contenidos de
la cultura. Las Universidades, hijas dilectas de las
“Casas de la sabiduría”, tienen que incluir en su misión
y visión los valores que asuman como propios. Si lo
valores están ausentes, la Universidad pierde su esencia
y razón de ser y se trasforma exclusivamente en una
industria educativa cuyo único fin es otorgar títulos y
acreditar competencias. Podrá incrementar sus recursos
económicos, pero poco contribuirá a la formación de ese
ciudadano y ser virtuoso propuesto por Platón.
Frente al mundo y la realidad, el hombre nunca tiene una
actitud indiferente; por acción o por omisión siempre
expresa sus valores a través de su conducta. Los valores
constituyen las preferencias, conscientes e
inconscientes, socialmente reguladas, que gobiernan la
vida de los integrantes de una sociedad. Así como el
hombre no puede vivir sin valorar sus decisiones y las
de sus semejantes, la Universidad tampoco puede carecer
de valores en el proceso educativo.
La formación en valores es una tarea prioritaria en la
Universidad actual. Saberes hay en los libros o en
internet, pero la ciencia no sabe de valores. La ciencia
sólo produce saberes, no sabe del bien y del mal.
¿Cuántas veces el hombre utiliza el conocimiento para su
propia destrucción? Por lo que la aplicación del saber
debe estar tutelado por valores. Cada Institución
Universitaria tendrá entonces un sello propio marcado
por los valores con los que se identifica o con la
ausencia de valores como expresamos precedentemente, lo
que direcciona su accionar e impregna al recurso humano
que forma.
En el caso de las Universidades Católicas, estos valores
están expresados claramente en la Constitución
Apostólica de Juan Pablo II (agosto de 1990), en
Sapientia Christiana (abril de 1979) y en Veritatis
Gaudium por el Papa Francisco (diciembre de 2017). En
todos estos se recurre a la búsqueda de la verdad, en
donde razón y fe no se oponen y los saberes se integran
respetando la autonomía de cada disciplina. Se construye
así un ámbito de reflexión, como afirma San Agustín, en
el que se revela “el gozo de buscar la verdad, de
descubrirla y de comunicarla en todos los espacios del
conocimiento”. Integración vertical y horizontal hacen
que la Universidad no sea un archipiélago de Facultades
y que al alumno se lo valore como egresado de una
Universidad y no de una Facultad. Un reconocido médico
español, Gregorio Marañón, nos dejó una frase clara y
contundente de la importancia de la formación integral,
interdisciplinaria “el médico que sólo sabe medicina, ni
medicina sabe” o como dice Hoevel “un hombre ignorante
no es el que no tiene una especialidad, sino el que sólo
consiste en ella”.
Cuando la Universidad transita este camino es esperable
que finalmente dé sus frutos y que sus egresados
encuentren la oportunidad de aplicar los saberes, la
técnica y los valores adquiridos. Dar frutos no es lo
mismo que producir resultados, nuestro Papa Francisco
los distingue muy bien. El fruto es imagen de la
naturaleza, es el producto final de la gestación
interior y la maduración. Los resultados provienen del
ámbito de la industria, de la eficacia seriada,
calculable, no de lo humano. Estos egresados estarán
preparados no solo como profesionales sino como personas
íntegras, que sabrán hacer “bien” el “bien”.
Para educar en valores se deben sortear numerosos
obstáculos. Uno de ellos es que la enseñanza se
concentra más en el campo cognitivo que en el
socio-afectivo-valorativo y los planes de estudio
reflejan esta predilección. Pero el obstáculo más
difícil es la formación docente. Los docentes que no
fueron formados para educar en valores reproducen la
forma en que ellos mismos fueron “adiestrados”. El
docente que enseña en valores debe apropiarse de los
mismos, éstos deben ser parte de su vida. Los niños como
los alumnos no obedecen, sino que imitan las conductas y
los valores de sus padres en el primer caso y de los
docentes en el segundo. Según Kierkegaard el maestro
enseña más con lo que es que con lo que dice. La
intervención docente jamás es neutra, enseñamos lo que
somos. Charlie Parker famoso saxofonista decía a sus
alumnos “si no lo vives no va a salir de tu trompeta”.
Educar proviene del latín “educare”, entendiéndose como
criar, alimentar, nutrir y también de “exducere”
traducido como “llevar a”, “sacar afuera”. El docente
trasmite saberes, el profesor explica y demuestra, pero
el maestro es el que inspira, es el que lleva al alumno
de la mano por los caminos de la ciencia y de la vida.
Necesitamos docentes que dominen la ciencia y la
técnica, pero que además posean el arte de la docencia,
expresado a través de la vocación, la entrega, el
compromiso y los valores superiores que lo deben
caracterizar. Lamentablemente el medio ambiente
socio-político-económico-cultural contribuyó para que
ese docente se convierta en una especie en extinción.
(*) Rector de la
Universidad Católica Argentina.
|