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La Universidad:
¿industria educativa o formadora de profesionales virtuosos?
Por el Prof. Dr. Miguel Ángel Schiavone (*)

 
En el siglo V ac. Platón consideraba a la educación como un proceso de embellecimiento del cuerpo y del alma, identificando tres funciones esenciales: preparación para la profesión, formación del ciudadano y desarrollo del ser virtuoso. Recordamos estos conceptos para superar el olvido y sus consecuencias: el error y los cambios inexplicables de rumbo. Actualmente se sobrevalora la innovación educativa, olvidando las raíces se focaliza en nuevas técnicas de “cómo educar” y se relega el “para que” educar. Hay que retroceder para avanzar nuevamente con más fuerza como afirmaba Bergson: para saltar más lejos hay que retroceder y luego tomar impulso. Las Universidades no pueden ni deben tener como único fin trasmitir saberes a sus estudiantes para convertirlos en expertos en una disciplina o simplemente para que puedan acceder a un empleo. Su razón de ser es la formación de un recurso humano colmado de saberes, pero también de valores, sin separar el área cognitiva de los aspectos actitudinales y valorativos. La suma de saberes y valores confieren sabiduría al egresado universitario.
La sociedad le asignó a las instituciones educativas la responsabilidad de producir y trasferir conocimientos, pero también interpretar y transmitir los contenidos de la cultura. Las Universidades, hijas dilectas de las “Casas de la sabiduría”, tienen que incluir en su misión y visión los valores que asuman como propios. Si lo valores están ausentes, la Universidad pierde su esencia y razón de ser y se trasforma exclusivamente en una industria educativa cuyo único fin es otorgar títulos y acreditar competencias. Podrá incrementar sus recursos económicos, pero poco contribuirá a la formación de ese ciudadano y ser virtuoso propuesto por Platón.
Frente al mundo y la realidad, el hombre nunca tiene una actitud indiferente; por acción o por omisión siempre expresa sus valores a través de su conducta. Los valores constituyen las preferencias, conscientes e inconscientes, socialmente reguladas, que gobiernan la vida de los integrantes de una sociedad. Así como el hombre no puede vivir sin valorar sus decisiones y las de sus semejantes, la Universidad tampoco puede carecer de valores en el proceso educativo.
La formación en valores es una tarea prioritaria en la Universidad actual. Saberes hay en los libros o en internet, pero la ciencia no sabe de valores. La ciencia sólo produce saberes, no sabe del bien y del mal. ¿Cuántas veces el hombre utiliza el conocimiento para su propia destrucción? Por lo que la aplicación del saber debe estar tutelado por valores. Cada Institución Universitaria tendrá entonces un sello propio marcado por los valores con los que se identifica o con la ausencia de valores como expresamos precedentemente, lo que direcciona su accionar e impregna al recurso humano que forma.
En el caso de las Universidades Católicas, estos valores están expresados claramente en la Constitución Apostólica de Juan Pablo II (agosto de 1990), en Sapientia Christiana (abril de 1979) y en Veritatis Gaudium por el Papa Francisco (diciembre de 2017). En todos estos se recurre a la búsqueda de la verdad, en donde razón y fe no se oponen y los saberes se integran respetando la autonomía de cada disciplina. Se construye así un ámbito de reflexión, como afirma San Agustín, en el que se revela “el gozo de buscar la verdad, de descubrirla y de comunicarla en todos los espacios del conocimiento”. Integración vertical y horizontal hacen que la Universidad no sea un archipiélago de Facultades y que al alumno se lo valore como egresado de una Universidad y no de una Facultad. Un reconocido médico español, Gregorio Marañón, nos dejó una frase clara y contundente de la importancia de la formación integral, interdisciplinaria “el médico que sólo sabe medicina, ni medicina sabe” o como dice Hoevel “un hombre ignorante no es el que no tiene una especialidad, sino el que sólo consiste en ella”.
Cuando la Universidad transita este camino es esperable que finalmente dé sus frutos y que sus egresados encuentren la oportunidad de aplicar los saberes, la técnica y los valores adquiridos. Dar frutos no es lo mismo que producir resultados, nuestro Papa Francisco los distingue muy bien. El fruto es imagen de la naturaleza, es el producto final de la gestación interior y la maduración. Los resultados provienen del ámbito de la industria, de la eficacia seriada, calculable, no de lo humano. Estos egresados estarán preparados no solo como profesionales sino como personas íntegras, que sabrán hacer “bien” el “bien”.
Para educar en valores se deben sortear numerosos obstáculos. Uno de ellos es que la enseñanza se concentra más en el campo cognitivo que en el socio-afectivo-valorativo y los planes de estudio reflejan esta predilección. Pero el obstáculo más difícil es la formación docente. Los docentes que no fueron formados para educar en valores reproducen la forma en que ellos mismos fueron “adiestrados”. El docente que enseña en valores debe apropiarse de los mismos, éstos deben ser parte de su vida. Los niños como los alumnos no obedecen, sino que imitan las conductas y los valores de sus padres en el primer caso y de los docentes en el segundo. Según Kierkegaard el maestro enseña más con lo que es que con lo que dice. La intervención docente jamás es neutra, enseñamos lo que somos. Charlie Parker famoso saxofonista decía a sus alumnos “si no lo vives no va a salir de tu trompeta”.
Educar proviene del latín “educare”, entendiéndose como criar, alimentar, nutrir y también de “exducere” traducido como “llevar a”, “sacar afuera”. El docente trasmite saberes, el profesor explica y demuestra, pero el maestro es el que inspira, es el que lleva al alumno de la mano por los caminos de la ciencia y de la vida. Necesitamos docentes que dominen la ciencia y la técnica, pero que además posean el arte de la docencia, expresado a través de la vocación, la entrega, el compromiso y los valores superiores que lo deben caracterizar. Lamentablemente el medio ambiente socio-político-económico-cultural contribuyó para que ese docente se convierta en una especie en extinción.


(*) Rector de la Universidad Católica Argentina.

 

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